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¿Lo llaman democracia y no lo es?

Fuentes: Rebelión

Era inevitable pensar que «algo tenía que pasar», incluso a pesar de la indefensión ideológica de los españoles. Lo que seguramente nadie que pensase en estas cosas esperaba es que fuese a pasar de un día para otro. A posteriori es fácil ver que es precisamente esa debilidad ideológica la que explica lo abrupto, entre […]

Era inevitable pensar que «algo tenía que pasar», incluso a pesar de la indefensión ideológica de los españoles. Lo que seguramente nadie que pensase en estas cosas esperaba es que fuese a pasar de un día para otro. A posteriori es fácil ver que es precisamente esa debilidad ideológica la que explica lo abrupto, entre otras cosas, de este movimiento. Sería comprensible que la izquierda (me refiero a la «realmente inexistente», claro) no supiese qué pensar de un movimiento que parece surgido de la nada. Quizás precisamente por eso no sabía qué pensar: porque realmente el movimiento ha surgido de la nada (de la nada política, se entiende), y seguramente eso es lo difícil de pensar. Esta es la primera lección que debería tomar la izquierda del movimiento 15-M.

Pero el discurso del capital también tiene sus puntos débiles, como la «democracia». Debilidad del discurso, pero no del sistema. Claro que la «democracia» sólo empieza a parecer irreal cuando faltan cosas tan concretas como el trabajo y la vivienda. Esto es lo que explica que el movimiento se manifieste como un movimiento democrático.

«Lo llaman democracia y no lo es». De acuerdo, pero entonces qué es eso que llaman democracia y que no lo es, y qué es la democracia. Para responder por lo menos a la segunda pregunta bastaría con saber cómo era la democracia en la antigua Atenas, aunque sólo sea porque «democracia» es un término griego creado precisamente para referirse al régimen político que tuvo lugar en Atenas más o menos durante el siglo V a. C. Al contrario de lo que solía repetir cierto marxismo, la democracia es «democracia formal», es una «forma de Estado», sea cual sea su contenido (en este caso, el intento de Aristóteles de darle un contenido a la democracia llamándola el «gobierno de los pobres» no era acertado ni siquiera respecto a la democracia ateniense). Importa poco la identidad de dicha multitud o lo numerosa que sea. Y no es que sea formal porque carezca de contenido. Tiene un contenido y además un contenido todo lo determinado que se quiera, pero no éste o aquel contenido determinado, sea «el pueblo», «los pobres», «los trabajadores» o incluso «todos».

La exigencia del consenso en las asambleas del movimiento del 15 de mayo no sólo dificulta la toma de decisiones y modera su contenido, sino que, en último término, la imposibilita porque, en el límite, siempre habrá alguien en desacuerdo. Esto ya ha sido señalado varias veces. Sin embargo, este argumento se podría negar sin más afirmando lo contrario: que siempre se podrá conseguir el consenso si se busca, etc. Pero lo que parece más difícil negar es que no puede haber consenso sin disenso, porque para que haya consenso es necesario que haya disenso del disenso. Esto no es un juego de palabras o sólo una forma negativa de decir consenso. Para decirlo más claramente: buscar el consenso sobre algo implica negar el disenso; una asamblea que pretenda funcionar sólo en base al consenso excluye con ello, desde el principio, el disenso. Se podrá replicar que el movimiento no pretende un consenso de todos y sobre todo. Pero esto sería ya admitir el principio de mayoría. Éste, sin embargo, supera la contradicción señalada uniendo el consenso y el disenso. Por decirlo hegelianamente: el principio de mayoría es el consenso del consenso y el disenso.

Hay una contradicción muy evidente en la que el movimiento ha caído muy pronto: Por un lado se presenta como un movimiento verdaderamente democrático frente a la mal llamada «democracia representativa» y por otro se dispone a elaborar propuestas en las asambleas para cambiar el sistema. Propuestas como el cambio de la ley electoral, mayor uso del referéndum, medidas contra la corrupción y para el fomento de la democracia interna de los partidos, etc., resultan contradictorias con un movimiento que pretende proponerse como alternativa al sistema. ¿Qué sentido tiene que un movimiento que se presenta como alternativa al sistema elabore propuestas para reformarlo? Muchos de los participantes repiten que el movimiento surge como una crítica al sistema, por la necesidad de un cambio, etc., pero que después lo que hace falta es elaborar alternativas, que esa es ahora la tarea del movimiento, etc. Pero el propio movimiento constituye la alternativa al sistema, no necesita buscarla en otro lado. Lo que necesita, si acaso, es incorporar aun más procedimientos democráticos, como el sorteo, por ejemplo, y radicalizar su crítica a la «democracia representativa». Un ejemplo de como pueden unirse estas dos exigencias podría ser el siguiente:

La llamada democracia representativa no es poco democrática porque las elecciones sean cada cuatro años. Independientemente de la frecuencia con que se dé, la elección de los cargos públicos (sin hablar de «representantes») por votación no es un procedimiento democrático, sino un procedimiento aristocrático (esto lo sabe la teoría política desde Aristóteles, pasando por Rousseau, hasta los defensores del moderno «sistema representativo» como Constant, incluidos los padres de la «democracia norteamericana»; pero vamos a ahorrarnos aquí las citas, por supuesto), puesto que, por definición, la elección es elección del mejor. En cambio, en la democracia ateniense casi todos los cargos públicos se elegían por sorteo. Mediante el sorteo la democracia no sólo aseguraba que todos tuviesen las mismas oportunidades de ocupar los cargos públicos, sino que se dificultaba la corrupción.

Por fin ha aparecido la violencia en torno a este movimiento. Tenía que aparecer. Pero el movimiento, precisamente por salir de la nada y por la indefensión ideológica de la mayoría de los que participan en él (o, dicho de otra manera, por su inexperiencia política), rechaza la violencia desde el principio. Esto es lo mejor que puede hacer. Pero no porque haya que rechazar la violencia, eliminarla, etc., sino porque la mayoría suscribe esta ideología, o eso parece. El Estado juega a eso para empezar porque es el autor y beneficiario de esa ideología. Y en este juego tiene las de ganar, no sólo porque lo tenga fácil para provocar la violencia, sino porque los españoles llevan mucho tiempo identificando a la violencia como lo único que ponía en peligro su ingreso en el «primer mundo».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.