La maquinaria propagandística nazi retrató a los pueblos judío y gitano como «inferiores». En Israel es común tipificar a los palestinos como personas malvadas y una amenaza El Pianista», película de Román Polanski, cuenta a través de la experiencia de un superviviente la encarcela- ción, resistencia y expulsión de las casi 450.000 personas del gueto […]
La maquinaria propagandística nazi retrató a los pueblos judío y gitano como «inferiores». En Israel es común tipificar a los palestinos como personas malvadas y una amenaza
El Pianista», película de Román Polanski, cuenta a través de la experiencia de un superviviente la encarcela- ción, resistencia y expulsión de las casi 450.000 personas del gueto judío de Varsovia entre 1940 y 1945. Pocas películas históricas tienen una carga de actualidad tan espeluznante,
Viendo «El Pianista», un espectador palestino en Gaza se sentiría plenamente identificado con el protagonista. Una comparación del desarrollo del plan nazi de expansión hacia el este con la política expansionista seguida por sucesivos gobiernos israelíes en su intento de creación del Gran Israel revela un notable paralelismo.
En un primer paso -para crear un estado de opinión pública que aceptaría la «solución final»- la maquinaria propagandística nazi retrató a los pueblos judío y gitano como untermenschen o «pueblos inferiores». Documentos nazis también alertaban de que las zonas de pobla- ción judía representaban «focos de infección» que amenazaba la salud de las grandes poblaciones alemanas que vivían en la Polonia de entonces.
En Israel es común tipificar a los palestinos como personas intrínsecamente malvadas y una amenaza para la sociedad israelí.
Un estudio hecho por Daniel Bar-Tal de la Universidad de Tel Aviv de 124 libros de texto israelíes encontró repetidas caracterizaciones del pueblo palestino como «hostil, cruel, inmoral e injusto», y de los palestinos como «ladrones, sangrientos y asesinos». Jóvenes israelíes preguntados por el concepto que tenían del árabe respondieron en un 80%: «alguien sucio con una cara terrorífica». Igual que la población alemana durante la guerra, la población israelí ha sido condicionada sicológicamente para aceptar la aplicación de medidas brutales.
La siguiente etapa de la política nazi en Polonia fue la confiscación de la propiedad judía. Sólo en Varsovia 13.000 viviendas fueron confiscadas y regaladas a familias alemanas y polacas. 2.600 tiendas y comercios también fueron cerrados. La población judía sufrió un repentino y dramático empobrecimiento. Acto seguido, a finales de 1940, se creó el gueto de Varsovia. 450.000 personas estaban obligadas a compartir un espacio de tres kilómetros cuadrados detrás de muros de tres metros coronados de alambre de púas. La entrada y salida por 15 puertas controladas por tropas alemanas estaban regidas por un sistema de pases.
Un proceso paralelo ha ocurrido en Palestina, aunque por razones políticas las autoridades israelíes han actuado con un ritmo más pausado contra la población palestina. La confiscación de tierra y propiedad palestina empezó en 1948 cuando el Ejército israelí echó a cientos de miles de ciudadanos cristianos y musulmanes de las fronteras de lo que es ahora el Estado de Israel. Y el proceso ha seguido imparable hasta el día de hoy.
Ariel Sharon, el carnicero de Sabra y Chatila, dio comienzo a la creación de guetos físicos cuando llegó al poder en Israel en 2001. Rodeó Gaza y en menor medida Cisjordania con muros y vallas de hasta ocho metros de alto y de cientos de kilómetros de largo. Gaza, ahora cerrado a cal y canto, tiene un millón y medio de personas hacinadas en 360 kilómetros cuadrados, la mayor densidad poblacional del mundo. Las únicas salidas están controladas por soldados israelíes.
En Varsovia, como ahora en Gaza, la combinación de hacinamiento, aislamiento y pobreza hizo disparar las enfermedades, la desnutrición crónica y el desempleo masivo. Para mantener el orden en tales condiciones, los nazis dependían de la colaboración de una policía judía que gozaba de muchos privilegios. Israel sigue la misma estrategia, intentando crear una policía colaboracionista dentro de Gaza y Cisjordania para reprimir a la resistencia espontánea que surge entre personas obligadas a soportar condiciones tan terribles.
El intento ha fracasado en Gaza porque el Gobierno de Hamas reaccionó expulsando a Mohammed Dahlan y su Seguridad Preventiva. En Cisjordania el presidente Abbas parece por ahora dispuesto a jugar el papel de colaboracionista.
En el último capítulo del gueto de Varsovia los pocos supervivientes se levantaron contra los nazis, pistolas contra cañones y cocteles molotov contra aviación moderna. Los nazis cortaron el agua y la luz y entraron destruyendo todo casa por casa. Después de tres semanas de heróica resistencia, no quedó nada del gueto.
Algo similar esta pasando en Gaza. La resistencia palestina responde con cohetes caseros, rifles, piedras y grandes dosis de valentía a los ataques constantes del Ejército israelí. Incapaz de acabar con la resistencia y temeroso de las bajas en sus propias filas que supondrían una reocupación, el Gobierno israelí responde cortando el suministro de agua y luz a la franja.
La historia se repite, la víctima se convierte en verdugo. Los nazis, sin necesidad de preocuparse por la opinión mundial, decidieron en 1942 organizar el exterminio de las poblaciones de los guetos en Auschwitz y Treblinka. Israel no se atreve -todavía- a aplicar medidas tan drásticas, aunque no faltan los políticos en Israel que abogan abiertamente por una expulsión masiva de la población palestina. Lo increíble es que Israel haya podido hacer lo que ha hecho delante de las cámaras de todos los medios de información pública y con el conocimiento de nuestros gobiernos.
Más increíble aún es la reacción de estos gobiernos, supuestamente defensores de la libertad y de los derechos humanos. Han aprobado el expansionismo israelí y han montado un boicot contra la población palestina.