Hace tiempo pensaba que la literatura podría ser útil; leí varios textos sobre esa posible utilidad pero no eran muy precisos. Mientras le sigo dando vueltas a esta cuestión encuentro un modo leve de hacer que la literatura sirva. El hecho de haber escrito novelas ayuda a que, de vez en cuando, me brinden alguna […]
Hace tiempo pensaba que la literatura podría ser útil; leí varios textos sobre esa posible utilidad pero no eran muy precisos. Mientras le sigo dando vueltas a esta cuestión encuentro un modo leve de hacer que la literatura sirva. El hecho de haber escrito novelas ayuda a que, de vez en cuando, me brinden alguna tribuna en los grandes medios de comunicación.
En este caso me piden que hable de Cuba, de la situación en Cuba, de lo que está pasando. Y me digo que tal vez pueda usar esta tribuna para que quienes normalmente no leerían las cosas, «las otras cosas», que se están escribiendo sobre lo que pasa en Cuba, puedan leerlas.
Leer, al menos, unos fragmentos. Tener, al menos, una idea de cómo y en qué términos hablan personas que no están en contra de la revolución cubana. Por ejemplo, Néstor Kohan, un joven investigador de la universidad de Buenos Aires, autor de libros sobre Gramsci, Negri, Marx, Mariátegui, ha escrito un texto titulado ¿Y después de Fidel, qué?, en donde dice: «He hablado y me he comunicado con compañeros, con amigos, con familiares. Gente de mi país y también de otros países. (…) Todos y todas esperamos de corazón que el comandante, el revolucionario, el amigo entrañable de nuestro Che, se recupere de la operación. Que siga siendo el Fidel de siempre. El que molesta, exaspera e incomoda al imperio más poderoso de la tierra. El que horroriza a cuanto millonario anda por el mundo contando sus billetes. (…) El que sigue predicando la rebelión mundial contra las injusticias. El que continúa promoviendo entre los pueblos el empleo de las armas, fundamentalmente las dos más poderosas que se han inventado: las ideas y los libros. (…) ¿Y después de Fidel, qué? Pues, sencillamente, habrá nuevas revoluciones. Al igual que después del Che Guevara, seguiremos luchando en todos los países contra las injusticias y para cambiar el mundo. Seguiremos firmes en la defensa de los ideales revolucionarios que Fidel nos enseñó, nos enseña y nos seguirá enseñando» (www.rebelion.org).
Quien así escribe no habla sólo en su nombre, habla en el nombre de multitudes que no salen en los periódicos hasta que un día, a veces, cambian el destino de un país y, acaso, de un continente. ¿Qué dicen en Cuba? Lisandro Otero, autor de novelas como Temporada de ángeles o Pasión de Urbino, escribe: «Fidel Castro ha enseñado a pensar de manera diferente a toda una generación de latinoamericanos y ha conducido a su país por un laberinto de escollos y contradicciones con arrojo y firmeza, logrando crear en una pequeña isla del Caribe, pese a la hostilidad y al cerco estadounidenses, un espacio decoroso donde se puede vivir con dignidad» (www. lajribilla. cu). «¿Vivir con dignidad?», se preguntarán algunos en alusión al escaso salario de los cubanos. Un salario que, no obstante, cubre la vivienda, los gastos fijos de luz, teléfono, etcétera, educación de calidad, salud de calidad. Es cierto que con ese salario no cabe comprar televisiones de plasma y nintendos y circuitos turísticos y viviendas vacías para especular con ellas. ¿Entonces, la dignidad es eso? ¿Comprar? Hay quien piensa que la dignidad es no sentir vergüenza porque tú con dinero puedes pagarle un máster a tu hijo o un medicamento carísimo gracias a que a tu lado alguien no puede hacerlo. Los cubanos y las cubanas viven sin esa vergüenza y es posible que estén dispuestos a morir para que nadie les obligue a renunciar a eso.
¿Qué más dicen en Cuba? Alguien en la calle dijo: «Fidel nos ha enseñado cómo se consiguen las victorias». (…) «Mientras el Comandante convalece los cubanos se están pasando las señas. Es algo inusual y profundo. En lo externo se ha visto en los centros de trabajo y en las cuadras donde los vecinos se están expresando y los argumentos son tan elocuentes y poderosos que no dan margen para pensar que el Plan de Bush y la gusanera desalmada tenga cabida en el corazón de la Isla» (Norelys Morales Aguilera, www.insurgente. org). O también: «Cuando empezaron a leer el comunicado pues imaginen, me preocupó mucho mi papi, silencio largo, ojos aguados (…) Las llamadas telefónicas en mi casa duraron hasta altísimas horas de la noche, incluidas las de algunos de ustedes, que agradezco profundamente. El tema con los vecinos y que oí en la guagua al venir hacia acá era el mismo, la salud de Fidel, aunque mi trayecto es cortito hasta acá vi a la gente seria, muy seria (…)». Es el mensaje enviado por correo electrónico de una cubana, hay muchos así. Muchos mensajes de dentro de la isla para afuera, muchos de fuera de la isla para adentro.
La posmodernidad, recuerdan, fue aquel tiempo en el que se descubrió que no había que creer en las palabras, todas eran huecas, con todas se podía ironizar, todas eran falsas y llenas de dobles sentidos y absurdas. La posmodernidad ha muerto aunque nos enseñó algo útil. En efecto, las palabras por sí solas no significan. Las palabras sólo significan en acto.
Fidel pertenece a la vanguardia, al comienzo de una nueva época en la que ya nadie podrá creer jamás en la declaración de un Estado, de un político, de un individuo, en abstracto. Se pedirán acciones. Se querrá ver cuáles son las acciones de quien usa las palabras. ¿Qué pasa en Cuba? Ojalá los grandes medios se preocuparan, no sólo en estos días, por saber qué pasa realmente en Cuba; al fin y al cabo, como ha dicho Fidel, el socialismo es la ciencia del ejemplo.
B