Quienes firmamos este texto estamos consternadas y consternados por los sucesos de Alepo y, en general, con el sufrimiento que padece el pueblo sirio, y asumimos la vergüenza universal por los crímenes contra la Humanidad que se están cometiendo impunemente en este país. Desde hace meses, centenares de miles de personas han sido sometidas en […]
Quienes firmamos este texto estamos consternadas y consternados por los sucesos de Alepo y, en general, con el sufrimiento que padece el pueblo sirio, y asumimos la vergüenza universal por los crímenes contra la Humanidad que se están cometiendo impunemente en este país. Desde hace meses, centenares de miles de personas han sido sometidas en Alepo a bombardeos inmisericordes e impunes ante la perplejidad y la impotencia, cuando no la aquiescencia, de la denominada «comunidad internacional». El régimen sirio y sus aliados internacionales han convertido el horror inimaginable en un hecho cotidiano trivial. Incluso en esta misma hora decenas de miles de personas, aturdidas y exhaustas, están siendo aún asesinadas sin auxilio internacional alguno mientras pretenden huir o ser evacuadas bajo la lluvia: Sabra y Chatila nos vienen inevitablemente a la memoria. Alepo, al-Shahbaa, La ciudad blanca, es ya un hito de la Historia universal de la infamia.
La entrada de las tropas de Bachar al Asad y de sus aliados en Alepo, con su estela de destrucción y venganza, confirma lo que ya era evidente: el régimen sirio se ha convertido, para las potencias internacionales y regionales en el menor de los males posibles. No por ello deja de ser el mal mayúsculo de los sirios y sirias, el causante principal del desastre en que ha quedado sumida una nación respetable y orgullosa, cuna y granero de tantas civilizaciones. La carnicería de Alepo se enmarca en el juego de intereses de rusos, estadounidenses, iraníes, turcos, israelíes y saudíes, y de los aliados locales de unos y otros. Todos ellos están de acuerdo con Bachar al Asad en que no les interesa una Siria libre y plural. En esto coinciden también con los yihadistas, pero no con la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas sirios, que salieron a las calles en la primavera de 2011 para exigir sus derechos y reclamar el fin del Estado policial y la corrupción institucionalizada.
Nadie puede negar el enorme sufrimiento que su anhelo de libertad le está costando al pueblo sirio. El balance es aterrador: la mayor crisis humanitaria mundial en décadas. Siempre según fuentes acreditadas e independientes, desde el inicio de la represión militar y hasta mayo de 2016, casi medio millón de personas han perdido la vida, de ellas, 50.000 menores. Las muertes violentas y el impacto de la destrucción total del país sobre la infancia y los sectores más vulnerables de la población han determinado que la esperanza de vida al nacer se haya reducido de 70,5 años en 2010 a 55,4 a 2015. Al tiempo, las operaciones militares, la inseguridad y el caos han provocado más de cuatro millones de refugiados y un 31% de desplazados internos, depauperados y sin asistencia sostenida. Más del 85% de la población siria está en situación de pobreza y, de ella, el 69% en pobreza extrema. Alepo ─con su balance aún por cerrar de muertos y desplazados─ es el último símbolo dramático de esta lógica de tierra quemada y exterminio implementada por el régimen sirio y sus aliados, cuyo arco mortífero va de los misiles de crucero y bombardeos de Putin al asesinato de civiles a manos de las tropas del régimen y sus milicias aliadas.
Hay que recordarlo una y otra vez: la guerra la inicia el régimen sirio contra su propio pueblo para aplastar una movilización cívica y democrática, festiva y pacífica en sus inicios. Tras la cortina de la «lucha contra el terrorismo», tabla de salvación a la que se ha agarrado Al Asad, el régimen y sus aliados exteriores han llevado a cabo una campaña de exterminio esencialmente contra las áreas rebeldes no controladas por el Estado Islámico (EI), al que por el contrario se le ha permitido enraizar y expandirse. Desde el inicio de 2014 no hay presencia del Estado Islámico en la parte oriental de Alepo. Como en el caso de Irak, la expansión de las corrientes yihadistas y del propio Estado Islámico (EI) es el resultado de la destrucción de una sociedad integrada, con aspiraciones democráticas y una gran potencialidad de progreso. Hay que recordar también una y otra vez la estrecha relación existente entre el intervencionismo exterior y el despotismo brutal de los regímenes árabes, y la expansión de las corrientes religiosas más retrógradas y represivas. Pero igualmente condenables son las milicias sectarias chiíes creadas y adiestradas por Irán y Hizbolá. Terrible ironía: los escuadrones de la muerte proiraníes que en Irak hicieron el trabajo sucio a los ocupantes estadounidenses aterrorizando a la sociedad resistente son ahora los principales responsables del asesinato de los civiles aún atrapados en Alepo.
El cinismo de quienes bombardean con criminal impunidad a poblaciones enteras, o de quienes han financiado y armado a milicias sectarias con el único fin de estrangular a las corrientes seculares que pedían mayor libertad solo tiene parangón con el de las instituciones internacionales, cuya inacción avala y legitima al régimen sirio. Más grave aún si cabe es el silencio cómplice ─cuando no el apoyo abierto─ de un importante sector de la izquierda árabe y europea, también del Estado español. Esta izquierda desnortada, que pretende desconocer el bagaje reaccionario y sumiso del régimen hereditario de los Al Asad, justifica su represión alegando que en Siria se libra una guerra contra el terrorismo yihadista y el imperialismo occidental, mientras aplaude el intervencionismo de Rusia e Irán obviando sus propias ambiciones imperialistas. No: Alepo, 2016 es Madrid, 1936: una ciudad abierta a una violencia insoportable a la que no se puede hacer frente. Al Asad, 2016 es Franco, 1936, un criminal fascista que ha de apoyarse en milicias y ejércitos extranjeros para someter a un pueblo con una lógica de exterminio y terror indiscriminado, a fin de poder así extirpar sus aspiraciones, que eran las mismas en la Siria de 2011, cuando se iniciaron las movilizaciones populares, que en la España de 1931, cuando se proclamó la República. ¿Quién puede dudar sobre qué campo ha de apoyar?
No, no podemos olvidarlo: hace apenas cinco años, muchas voces proclamaron en Siria sus ansias de libertad y se pusieron en marcha para acabar pacíficamente con la opresión de unas élites ávidas y corruptas. No eran ni agentes del imperialismo, ni yihadistas; eran idénticos a nosotros y a nosotras, y compartían nuestras mismas aspiraciones. Exactamente las mismas. A las mujeres y hombres dignos que luchan por la libertad, si son derrotados, se les homenajea y se los toma como ejemplo para las luchas sucesivas; no se les olvida y mucho menos se les insulta. Una entera generación de sirios dignos está a punto de ser sepultada en el olvido, y hasta en el oprobio, con la colaboración de todos los gobiernos y todos los partidos.
Nosotras y nosotros no los olvidamos. Nosotras y nosotros los llevamos en el corazón como un puñal y un compromiso.
Fuente original: http://www.publico.es/opinion/siria-quieren-olvidar.html