Los constantes avances de la resistencia yemení, encabezada por el frente Ansarullah (Seguidores de Allah) o Houthi, por su fundador Hussein Badreddin al-Houthi, están obligado al Reino Saudita, a modificar su estrategia y lo que comenzó en 2015, casi como un desfile militar, para reinstalar al renunciante Abdu Rabbu Mansour Hadi, nuevamente en la presidencia, está hundiendo a la monarquía absolutista más atrabiliaria del mundo, en un escabroso pantano.
Semanas atrás, sin duda bajo la presión de la nueva administración norteamericana, que ya no sabe cómo encubrir los crímenes de su principal socio en el mundo árabe, Riad, ofreció a la resistencia yemení un acuerdo del alto el fuego; el que fue rechazado de plano, hasta que se no se levante el bloqueo aéreo y marítimo para poder recibir los envíos alimentarios que cubren el 80 % de sus necesidades, lo que está causado estragos en el pueblo yemení. En esta dirección la decisión de Joe Baden de quitar a los hutíes de la lista de organizaciones terroristas, permite que algunas ONG consigan llegar con ayuda, para paliar en algo la monumental crisis.
Como muestra de que Ansarullah, no va a negociar, más allá de la tragedia a la que está siendo sometido su pueblo, y no solo ha rechazado ese llamado, sino que se encuentra en absoluta ofensiva. En estos últimos días se conoció que, en un nuevo ataque aéreo, el pasado domingo, en el marco de la batalla por la estratégica ciudad de Marib, fue eliminado el general de brigada Saleh al-Abab, jefe de operaciones de las fuerzas especiales del reino, junto a decenas de mercenarios. Marib, podría de alguna manera, sellar la suerte de la Coalición Saudita. Al tiempo que se conocieron una serie de ataques con drones y misiles contra Riad, y las ciudades de Abha y Jamis Mushait en el sur del reino.
Más allá de la ya muy presumible victoria de la resistencia, los seis años de guerra han provocado un desastre humanitario en Yemen, el país más pobre de la Península Arábiga.
Según las evaluaciones del último diciembre realizada por la ONU, señala que existen focos de hambruna absoluta o fase 4, el último escalón para alcanzar la condición de hambre total. Esta situación afecta a 3.6 millones de personas y se estima que pueda alcanzar los cinco millones en los próximos meses. De los casi 27 millones de habitantes, cerca de veinte, necesitan ayuda humanitaria. Dos millones de menores padecen desnutrición moderada y otros 400 mil, desnutrición severa. El número de muertos y la destrucción de la infraestructura es hasta ahora prácticamente imposible de estimar.
Tras el comienzo de las operaciones sauditas contra Yemen, las acciones de las empresas estadounidenses de tecnología militar como la Raytheon Technologies Corporation, Boeing y la General Dynamics, tuvieron una muy significativa alza, en marzo de 2015. Se conoce que Riad, desde 2015, ha incrementado sus compras de armamento norteamericano, en cientos de miles de millones, según algunas fuentes serían unos 60 mil millones de dólares. Aunque también hay otros beneficiarios como la industria bélica del Reino Unido, Francia, Italia y Alemania.
Más allá de esas inversiones siderales y los 266510 ataques aéreos contra Sana´a, la capital yemení bajo el control Houthi desde 2014, no los han podido desalojar.
Limpia tu plato…
Si bien la trágica situación del pueblo yemení, parecería ser terminal, y que no se podría estar peor, existen sectores de esa misma sociedad que padecen mucho más que el resto, de la sociedad, son conocidos como Akhdam (sirvientes) o Muhamasheen (marginados) un grupo afro-yemení, musulmán, de lengua árabe que aparentemente desciende de las tropas abisinias (Etiopía) de la tribu al-Ahbash, que invadieron el sur de la península arábiga hacia el 525 D.C., quienes más tarde serian vencidos y esclavizados por las tribus árabes. A pesar de llevar en el país unos 1500 años, jamás han sido integrados a la sociedad y son considerados desclasados. Fuera del orden tribal, carecen de cualquier derecho e instancia a la que apelar frente a las arbitrariedades que viven cada día de sus vidas. Por los que representan exactamente los mismo que los dalits (intocables) de la India. También se vinculan a este grupo con los somalíes, calificándolos como muwalid (mestizo).
Si bien el sistema de castas en Yemen, fue abolido, junto a la esclavitud, por la constitución de 1962, de echo ha perdurado, por lo que los Akhdam, tiene prohibido casarse con miembros de otra clase, ni siquiera cuentan con documentos, además de tener vedado, de manera fáctica, el acceso a trabajos dentro de las estructuras del estado y llegar a recibir algún tipo de educación, y cuando lo consiguen, es elemental. Razón que los propios Muhamasheen, reconocen como origen de sus postergaciones. Solo alcanzan trabajo de ínfima calidad como limpieza de calles, recolección de desechos. El estado yemení, mientras existió como tal, marzo de 2015, año en que Arabia Saudita inició la escalada, nunca se había censado a ese grupo, aunque algunas fuentes dicen que representan el diez por ciento del total del país. Otras estimaciones, mencionan cifras por demás aleatorias que van desde los 500 mil a los 3.5 millones. Los Akhdam, también se encuentran en países del Golfo, Somalia, Etiopía, Egipto, Eritrea y Madagascar, donde son conocidos como Midgans y no viven mucho mejor que en Yemen.
Esa estigmatización está tan enraizada en la sociedad civil, que ni siquiera, los trabajos duros y malamente remunerados, son tareas consideradas como genuinas, por lo que los trabajadores no tienen derechos a indemnizaciones, vacaciones, retiros. Sus sueldos son prácticamente a voluntad de quien lo contrata, sin ninguna ley que los regimente. Tampoco son tenidos en cuenta, más allá de ser devotos musulmanes, en los días del el-Aíd al-Fitr (Fiesta del Fin del Ayuno) con que se cierra el Ramadán, una de las festividades religiosas más importantes de la tradición islámica.
La cultura yemení, como tantas otras en el mundo, ha impuesto la cuestión del color como determinante de sus valores sociales y morales por lo que todo negro es un Akhdam y salir de ellos es imposible, un dicho popular dice: “No mires la belleza del Akhdam, los pecados están en sus huesos”.
Desplazados de las tierras del sur, hace más de sesenta años, en que trabajaban en agricultura, han sido hacinados en pequeños barrios marginales a las afueras de las grandes ciudades como Sana´a, Hodeïda Adén, Ta’iz, Lahj, Abyan, y Mukalla. Poco antes de la guerra, los Muhamasheen, tras años de lucha consiguieron algunos avances en su reconocimiento, habiendo alcanzado a ocupar un escaño, de 565, en la Conferencia de Diálogo Nacional, creada para legislar la regionalización del país después de la revolución de 2011, pero la actual situación no solo los sobrepasos a ellos, sino al resto del país.
A pesar de esta realidad, el líder de Ansarullah, Abdulmalik al-Houthi, hijo del fundador del movimiento, instó a la “gente de raza negra” a unirse a los hutíes, a los que llamó “descendiente de Bilal”, a los que además prometió que con la victoria una verdadera integración a la sociedad. Por lo que no son pocos los Muhamasheen, que se han unido a la resistencia. Bilal ibn Rabah, considerado como el primer africano en convertirse al islām. Era un esclavo negro originario de Habasha (Etiopía), fue uno de los primeros seguidores del profeta Mahoma, quien tuvo una larga participación junto a él en las luchas que la nueva religión libró en sus primeros años.
Integrarse al frente Ansarullah y pelear junto al resto de los yemeníes quizás sea una manera de encontrar la integración en un nuevo Yemen y poder olvidar los tiempos en que se decía: “Limpia tu plato si lo ha tocado un perro, pero rómpelo si lo ha tocado un Akhdam”.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.