«pero no, no ganaría, porqué la única ocasión en que querría ganar seria escapándome de los polis tras dar el golpe más grande de mi vida en un banco; pero ganar, para ellos, significa exactamente lo contrario» Alan Sillitoe, La soledad del corredor de fondo/1. La asamblea fundacional del pasado 8 de abril culminó el […]
Alan Sillitoe, La soledad del corredor de fondo/1.
La asamblea fundacional del pasado 8 de abril culminó el proceso de creación del nuevo sujeto político catalán auspiciado por Barcelona en Comú y el liderazgo de Ada Colau. Provisionalmente llamado Un país en Comú, el nuevo proyecto tenía como objetivo articular organizativamente la exitosa alianza electoral de cuatro fuerzas, Barcelona en Comú, Podem Catalunya, Iniciativa per Catalunya Verds (ICV), y Esquerra Unida i Alternativa (EUiA), que bajo el nombre de En Comú Podem se hizo con la victoria electoral por dos veces en Catalunya en las elecciones generales del 20 de Diciembre de 2015 y del 26 de Junio de 2016.
El lanzamiento del nuevo partido se ha hecho en cierta medida a medias, debido a los desacuerdos sobre modelo de organización entre el bloque formado por Barcelona en Comú, ICV y EUiA, por un lado, y Podem Catalunya por el otro. Tarde o temprano, pero siempre antes de las elecciones al Parlament de Catalunya que previsiblemente tendrán lugar a finales de este 2017, estos problemas van a superarse y, bajo una fórmula u otra, Podem Catalunya y Un País en Comú llegaran a algún tipo de acuerdo. Entonces habrá que dar por concluido el proceso de creación del nuevo sujeto y se podrá evaluar con más precisión el perfil final del mismo. Sin embargo, en espera de ello, es posible ya realizar una valoración de la dinámica general y del enfoque estratégico del nuevo partido y, en especial, de su motor real, el equipo de los comunes que dirige Barcelona en Comú.
A pesar de la expectativa generada en torno al mismo, los debates sustanciales sobre el nuevo partido han sido hasta la fecha más bien escasos y las concepciones políticas de fondo de los comunes han sido poco discutidas y evaluadas (quizá como consecuencia de que han sido poco sistematizadas y teorizadas), con la excepción de las interpelaciones por parte del independentismo acerca de su posición sobre el referéndum de independencia anunciado para septiembre. Conviene pues, diseccionar con ganas de ir a la raíz y de no quedarnos en la superficie, el proyecto de los comunes y sus planteamientos estratégicos, y hacerlo con el convencimiento que ni la descalificación sectaria (a la que una parte del independentismo se ha aficionado) ni la adulación seguidista acrítica (a la que se prestan muchos de quienes se arriman a un espacio político en expansión), tienen utilidad alguna para hacer avanzar el debate estratégico en general, y las posiciones rupturistas en particular /2.
La épica y los hechos
El nuevo proyecto político se construye en un momento particular en el que la expectativa de cambio abierto tras el terremoto social de 2011 y 2012, y la irrupción de Podemos en 2014, se mantiene, pero de modo menos apremiante. Y, sobretodo, llega en un fuerte periodo de cansancio tras la agónica y acelerada secuencia política estatal iniciada por las elecciones europeas del 25M de 2014 y culminada en las elecciones generales del 20D de 2015 y 26J de 2016, cruzada por la propia secuencia política catalana de las elecciones autonómicas del 25N de 2012 hasta las del 27S de 2015. Las campañas electorales acumuladas y la adquisición de responsabilidades institucionales municipales han ido desgastando y absorbiendo fuerzas. El alargamiento de la crisis política y la normalización de la existencia de nuevos actores también ha ido menguando el clima de entusiasmo desbordante de los primeros compases de creación de los mismos. Y la falta de luchas sociales de gran envergadura (a pesar de un ligero repunte de conflictos puntuales) ha devuelto una cierta sensación de normalización y rutinización de la vida social. El nuevo sujeto político culmina la reorganización del espacio de la izquierda (utilice o no esta referencia) catalana cuyas condiciones empezaron a gestarse tras las sacudidas de 2011 y 2012, con el 15M y la irrupción del independentismo. Pero lo hace en este clima de fatiga en el que ya no es tan fácil movilizar nuevas hornadas de activistas, lo que no quita el importante espacio electoral que el nuevo partido puede tener en el futuro.
Desde 2012, Catalunya ha vivido una sucesión encadenada de nuevos proyectos políticos y nuevas tandas de politización militante. Primero, hubo el ascenso de las Candidatures d’Unitat Popular (CUP) en las elecciones al Parlament de Catalunya de noviembre de 2012, entorno a la cual se organizaron algunos comités de apoyo y gravitaron militantes y colectivos anticapitalistas ajenos a la izquierda independentista histórica. La CUP no implementó ninguna estrategia de apertura o transcrecimiento tras su irrupción en el Parlament, pero sí tuvo una significativa progresión lineal territorial. Después, en abril de 2013 era lanzado el Procés Constituent, con la monja benedictina Teresa Forcades y el economista Arcadi Oliveres como principales figuras de referencia, que formulaba la entonces inédita hipótesis estratégica de articular una mayoría constituyente y de ruptura en base a un proyecto de confluencia, en torno al cual se generó una importante dinámica de auto-organización, con acto masivos y asambleas por todo el territorio. Fue la primera vez que se planteaba una hipótesis orientada a «ganar» y no sólo a abrir una brecha en el sistema político. En enero de 2014 arrancaba Podem que, a pesar de su debilidad relativa en Catalunya, desencadenó otra nueva tanda de politización y auto-organización con el florecimiento descontrolado de círculos en todas partes. Finalmente, en verano del mismo año se ponía en marcha, bajo el liderazgo de Ada Colau, la iniciativa Guanyem (después rebautizada Barcelona en Comú) con el objetivo de presentar una candidatura a las elecciones municipales en Barcelona en mayo de 2015. Sintetizando y perfeccionando el esquema seguido para lanzar Procés Constituent y Podemos, la propuesta propició otro desborde ciudadano y una nueva oleada de organización por abajo.
Ahora las cosas han sido muy distintas. Aunque en un cierto sentido la creación del nuevo partido es el proceso político más importante de todos cuantos han acontecido hasta la fecha, la dinámica que lo ha acompañado ha estado faltada de garra y punch, reflejo a la vez del contexto político y de la conservadora estrategia seguida para su puesta en marcha bajo la batuta de Barcelona en Comú. Los antaño desbordadores parecieron tener en muchos momentos miedo a ser sobrepasados y en no saber como combinar la negociación interpartidaria entre las cuatro fuerzas y la apertura de una dinámica real por debajo. El nuevo partido se ha lanzado de forma muy diferente a como lo fue Barcelona en Comú, quizá como combinación del cambio de contexto político, de la distinta posición que entonces ocupaban los comunes (outsiders al asalto en aquél tiempo, gestores del principal aparato político de los cuatro confluentes ahora), y de las mutaciones estratégicas que han experimentado en estos dos años.
En otoño de 2016, el proyecto de lanzamiento del partido fue definido ambiciosamente en los siguientes términos:
«la construcción de la nueva fuerza política tiene que ser básicamente una construcción programática hacia fuera, hasta conseguir aglutinar las demandas sociales, nacionales y democráticas que son mayoritarias y transversales en el pueblo catalán. Una construcción que no tiene que ser principalmente organizativa, sino de país para una nueva Catalunya. En un proceso que tendría que culminar, en no más de medio año, con una gran convención constituyente como momento fundacional de esta nueva fuerza política» /3.
Sin embargo, lo sucedido no ha ido por estos derroteros y a la postre se limitó a un debate endogámico y de contenido poco estratégico, entre los partidos fundacionales de la nueva organización, con el agravante del descuelgue de Podem.
El resultado final ha sido la confluencia entre la militancia de las fuerzas que han participado en el lanzamiento del nuevo partido pero sin generar una dinámica de nuevas incorporaciones, ni una nueva oleada de politización. Las cifras de la asamblea fundacional son elocuentes en este sentido: 5 540 personas participaron en las votaciones (online o presenciales) de un total de registrados validados de 6 805, y unas 1 500 personas asistieron al congreso. No son números despreciables, pero no reflejan una vitalidad fuerte por abajo.
El nuevo partido nace con tanto espacio electoral como fragilidad militante. Refleja así una debilidad estructural de todas las nuevas herramientas políticas con audiencia de masas surgidas en el ciclo post 15M y uno de los problemas de fondo del periodo. En su libro sobre la Barcelona revolucionaria, Chris Ealham explica, al estudiar a la CNT de los años posteriores a la primera Guerra mundial, que «una de las grandes paradojas de esta organización fue la gran desproporción que existía entre su poder de movilización y su número de activistas. La mayoría participaba muy poco de la vida interna de los sindicatos, rara vez asistía a las asambleas sindicales y pagaba cuotas de manera esporádica» /4. Este diferencial suele ser una constante en la historia de las organizaciones obreras y populares, aunque su magnitud precisa varia mucho en función de los casos y el periodo histórico. La desproporción entre fuerza real organizada y capacidad de movilización hoy se manifiesta en los nuevos instrumentos políticos creados tras el 15M de forma transmutada en un doble sentido: como contraste entre la capacidad militante y la fuerza electoral, y entre ésta última y la capacidad de movilización social. Ello ha dado como resultado artefactos políticos de enorme peso electoral-institucional, bajísima militancia organizada y débil capacidad de movilización social.
Esto es reflejo de muchos factores combinados, tales como la fragilización de las biografías y de las trayectorias laborales, la complejización y pluralización de los itinerarios vitales, las transformaciones culturales y de las identidades sociales, la individualización de las relaciones sociales, y el papel de los medios de comunicación y las redes sociales. Son tiempos, sin duda, de «militancias líquidas» a la Bauman /5. Ante dicha situación caben dos actitudes: por un lado, no ver ahí ningún problema, o incluso fundar una estrategia política en base a la negación del concepto mismo de militancia. Esta ha sido la política de la dirección de Podemos y su, como ya he analizado en otros escritos, utopía burocrática del partido sin militantes /6; por el otro lado, intentar pensar mecanismos para alimentar la participación política y estimular desde arriba la vitalidad de las organizaciones por debajo, repensar modelos de militancia, y combinar de forma creativa nuevas tecnologías y métodos convencionales. En la galaxia de Podemos es lo que ha intentado hacer Anticapitalistas. ¿Bolchevismo líquido? Bueno, al menos un intento de enfrentarse genuinamente a los imposibles retos contemporáneos de la participación y el compromiso militante.
Los comunes se sitúan de facto en la primera orientación pero sin teorizarla, más bien como fruto de una práctica que no de una decisión consciente. Formalmente el nuevo partido busca organizar militantemente al máximo posible de personas. «Que el número de nuestros miembros sea ilimitado» señaló su portavoz Xavier Domènech en un acto de presentación del proyecto, aludiendo así al lema político de la Sociedad de Correspondencia de Londres fundada en 1792, analizado por E.P.Thompson en La formación de la clase obrera en Inglaterra, ycuyo significado histórico profundo estribaba en poner fin a cualquier «noción de exclusividad»/7 de la política. No se trata entonces, para los comunes, sólo de obtener el favor electoral de las masas, sino de construir una organización fuerte y con una amplia base social. Pero a pesar de esta declaración de intenciones, en la práctica prevalece una concepción del partido y de la actividad política que no presta una atención sistemática a la organización por abajo y a la implantación en la sociedad.
El congreso fundacional deja aún muchas incógnitas por despejar y gran parte de los debates estratégicos y programáticos de fondo sin abordar, pero dibuja un coloso electoral potencial, con una estructura organizativa bastante convencional, una base militante débil y un programa de cambio autolimitado que esquiva los nudos gordianos de una política de transformación social. En el horizonte asoma tímidamente el fantasma de la mutación de los comunes en eurocomunes.
En el periodo actual lo electoral es un factor decisivo para la politización de gran parte de la sociedad y es el terreno en el que se ha mostrado la principal debilidad y crisis de legitimidad del sistema político en la cual, en expresión de Gramsci, «los partidos tradicionales, en su determinada forma organizativa, con los hombres determinados que los constituyen, los representan y los dirigen, dejan de ser reconocidos como expresión propia por su clase o fracción de clase» /8. Toda comprensión política y estratégica de la crisis abierta tras el 15M implicaba entender la existencia de una ventana de oportunidad electoral y, por tanto, la necesidad de dedicar los máximos esfuerzos posibles en este terreno con tal de desestabilizar definitivamente el sistema de partidos tradicional.
Los éxitos reales o potenciales en el campo electoral coexisten con las dificultades o los fracasos (relativos) en todos los demás ámbitos, generando una hipertrofia electoral de la estrategia política. De la audacia electoral al electoralismo hay una delgada línea roja que es muy fácil de cruzar. Incluso sin darse cuenta y sin querer. No hacerlo requiere un esfuerzo consciente y la dedicación de recursos humanos y organizativos en los frentes no electorales y no institucionales, evitando la absorción de los militantes, los cuadros y las discusiones internas por las tareas electorales e institucionales.
Varios de los dirigentes del nuevo partido han insistido en que las elecciones no son el único ámbito de intervención, y han insertado el proyecto del nuevo partido en una estrategia más amplia de lucha por la hegemonía, que lógicamente va más allá que la mera victoria electoral y de la propia lucha partidaria. En palabras de su portavoz, «nos encontramos en el inicio de una nueva fase histórica, que tiene un ciclo político especifico, pero también económico, social y cultural, incidir en el mismo no es quedarse atrapado en lógicas políticas cortas, es intentar siempre estar a la altura y saberse adaptar a los retos de cada momento sin olvidar los de conjunto». Ello supone que las nuevas fuerzas políticas «deben saber representar las aspiraciones inmediatas pero también actuar en un conjunto más amplio, donde se pueda dilucidar finalmente una alternativa social, económica, cultural y política» /9.
Pero este tipo de afirmaciones se ubican más en el terreno de las proclamas generales que no en el de la elaboración estratégica concreta. Así, las tareas electorales del nuevo instrumento político nacido el 8 de abril están claras, pero no sus planes para arraigarse socialmente, contribuir a construir poderes sociales alternativos y fortalecer las luchas. Es decir, la dialéctica autoorganización-movilización-trabajo electoral e institucional no está bien trabada ni en su concepción estratégica ni en su práctica.
Los comunes y el partido
A diferencia de Podemos, donde hubo teorizaciones descarnadas sobre la construcción de una «máquina de guerra electoral», ha habido poca reflexión teórica por parte de los comunes sobre el modelo de partido a construir. Uno de los aspectos sorprendentes del proceso de gestación del nuevo sujeto político ha sido el poco énfasis en la necesidad de levantar un partido de nuevo tipo y la rápida estandarización conceptual y organizativa de la reflexión política de los comunes. A falta de una elaboración general, el ejemplo de Barcelona en Comú creado para las elecciones municipales de 2015 puede mostrar a escala local las concepciones estratégicas y organizativas que prevalecen en los comunes acerca del partido.Conviene precisar, sin embargo, que aunque el nuevo sujeto político catalán está dominado también por los comunes, el peso de las fuerzas tradicionales (ICV y EUiA) es mayor que en el caso de Barcelona en Comú, por lo que no habría que hacer una traslación mecánica del modelo de Barcelona al ámbito catalán. En este sentido es probable que el tipo de problemas y de dinámicas del nuevo partido mezclen las que ya acontecen en Barcelona ciudad con las propias de los partidos tradicionales, y sea en la práctica una síntesis político-organizativa entre Barcelona en Comú e ICV (y EUiA en mucha menor medida).
Barcelona en comú ha funcionado de facto como una máquina de guerra electoral no teorizada e inconfesa y como un dispositivo organizativo complementario del gobierno municipal. Un gobierno municipal que, por otra parte, no es en ningún caso un gobierno homologable a los habituales y va mucho más allá que cualquier gobierno de izquierdas convencional. El partido se estructuró formalmente tras la victoria de Ada Colau en las elecciones municipales de mayo de 2015, pero su función y papel nunca fue definido claramente. Antes de la cita con las urnas el objetivo era claro y obvio: poner toda la energía, fuerza militante y capacidad política en la campaña electoral. Tras la misma, sin embargo, no ha habido intento serio alguno en Barcelona en Comú por mantener la pulsión real por debajo en la organización, ni de estimular a la militancia, aunque tampoco se la ha pisoteado brutalmente como sí se hizo en el Podemos gestado en Vistalegre en octubre de 2014. El partido se transformó en una máquina de guerra electoral congelada en espera de activarse en siguientes ocasiones y se desplegó como un complemento del gobierno municipal, con buena parte de su membresía activa ocupando posiciones institucionales mientras subsistía un número notable, pero no explosivo, de activistas de barrio que hacen un trabajo real, pero sin una funcionalidad clara.
Las tareas del partido quedaron poco definidas, tanto respecto al propio gobierno municipal como en lo relativo a sus vínculos con la sociedad. Su relación con el gobierno ha sido débil y subalterno y desde el comienzo prevaleció una lógica de autonomización del gobierno respecto al partido. Cierta autonomización es comprensible y necesaria, pues no es realista imaginar que la acción de gobierno pueda y tenga que estar en permanencia discutida y fiscalizada por el partido. Pero una cosa distinta es hacer de ello la forma normalizada de relación entre partido y gobierno. En paralelo, las funciones políticas y sociales de Barcelona en Comú tampoco quedaron muy definidas y el partido desarrolló una relación débil con la ciudad, sin planes claros de intervención en los barrios y organizaciones sociales. El partido por lo demás tiene una estructura y un aparato frágil, en un contexto donde el grueso de los cuadros se encuentran en el gobierno (y su periferia). No ha ejercido de contrapeso político-organizativo del gobierno sino como complemento subordinado de éste. Tampoco ha actuado de instrumento de intervención política no institucional al servicio de la (auto)organización social. Como consecuencia de ello, Barcelona en comú se ha ido relacionando con la ciudad básicamente a través del ejecutivo municipal y muy poco a través del partido. Con poco papel en el seguimiento de las tareas de gobierno y con una intervención débil en el mundo exterior, el partido quedó sin una razón de ser clara y, con ello, perdió empuje.
En términos organizativos, a pesar de adoptar una estructura formalmente bastante razonable, el funcionamiento de Barcelona en Comú ha presentado muchas carencias. Por un lado, los órganos de dirección han tenido serias disfunciones, a menudo siendo espacios de poca deliberación o donde cuestiones centrales no han sido seriamente discutidas. Por el otro, la relación entre estructuras de base y órganos superiores han estado marcados por una cultura asamblearia de baja intensidad y una relación bastante unidireccional arriba-abajo, en la que la militancia tiene pocos espacios de intervención real en la definición de la orientación y tareas políticas. Una peculiaridad de Barcelona en Comú es que sus déficits de funcionamiento son fruto de dos lógicas distintas: los problemas típicos de los partidos tradicionales con estructuras formales y jerarquización de funciones, y los problemas propios de la informalidad horizontal de los movimientos sociales.
Toda organización tiene estructuras formales e informales y es la interacción entre ambas lo que determina su funcionamiento real. En el caso de Barcelona en Comú, sin embargo, no sólo hay una lógica informal adosada a la formal como en cualquier partido, sino que la primera adquiere una entidad propia en las instancias de dirección. Ello es consecuencia de la propia cultura política del núcleo dirigente de la organización y su herencia movimentista, que fomenta un socavamiento informal de las estructuras formales, a modo de una formalización de la informalidad, complementaria a la jerarquización institucional derivada del gobierno local. El resultado es una combinación de la conocida tiranía de la falta de estructuras (recuperando la expresión clásica de los años setenta acuñada por la feminista Jo Freeman /10) con la jerarquización delegativa de la toma de decisiones en las que predomina el gobierno y no el partido. Verticalidad institucional del gobierno municipal, debilidad de los órganos formales del partido, y fortaleza de las relaciones informales, forman la tríada que define la cultura político-organizativa de Barcelona en Comú.
Muchos de los problemas de sentido, tareas y funcionamiento de Barcelona en Comú son bastante normales, y toda organización que en un tiempo récord hubiera alcanzado un éxito electoral y político tan apabullante las hubiera padecido. Las relaciones entre gobierno y partido son siempre complejas, y las dificultades de establecer las funciones de un partido que está en el gobierno, también. Otro tanto ocurre con la democracia interna y la participación de la militancia en la toma de decisiones. No hay por consiguiente que atribuirlos exclusivamente a las orientaciones y opciones de la dirección de Barcelona en Comú. Hacerlo sería bastante demagógico y superficial. Lo inquietante no es que existan estos contratiempos sino más bien que no sean apenas percibidos como tales. No son tanto los atolladeros en sí como su invisibilización lo que muestra las carencias estratégicas de los comunes. La no problematización de graves deficiencias es el verdadero problema.Es lo que podemos llamar el problema de la no problematización.
Los vacíos de la nueva política
Los procesos de confluencia entre organizaciones son siempre enmarañados. Encajar todos los intereses no es fácil y, a menudo, hacerlo puede ir en detrimento del cumplimiento de procedimientos democráticos. Aceptar la existencia de bretes y de algún empaste transitorio es algo normal en este tipo situaciones. Sería absurdo pretender un dinámica inmaculada en la que todo se ensamble a la perfección sin demasiadas fricciones. Pero más allá de estas dificultades lógicas e inevitables, las decisiones políticas de fondo respecto al modelo organizativo del nuevo partido nacido el 8 de abril impulsadas por los «comunes», ICV y EUiA, muestran una fragilidad democrática importante que, unida al poco empuje participativo por debajo, hace prever una política de lógica bastante aparatera e institucional. Las principales carencias del modelo organizativo provisional que pueden detectarse son:
Primero, la estructura de los órganos de dirección, con una comisión ejecutiva (de 33 personas) que toma las decisiones, y una Coordinadora Nacional (de 120 personas) cuyas funciones no están bien definidas y que se arriesga a acabar realizando un papel meramente consultivo o indicativo.
Segundo, la forma de elección de las dos instancias se basó en un sistema de votación mediante una lista abierta elegida por criterios mayoritarios (entran los individuos con más votos), con un tope de 24 miembros para la lista mayoritaria, asegurando así que queda un resto para miembros de listas minoritarias. Este método es casi idéntico al que Pablo Echenique introdujo en Podemos tras su llegada a la secretaria de organización en marzo de 2016, precisamente para las primarias de Podem Catalunya en julio. En esencia mantenía el esquema de lista plancha instaurado en Vistalegre I, pero limitando la capacidad de la lista mayoritaria para garantizar que las minorías no se quedaran fuera de los órganos y obtuvieran una representación residual. En ningún caso es un mecanismo proporcional que asegure que cada lista tenga un peso en el órgano de dirección equivalente a los votos del conjunto de sus integrantes, como sí lo hace más o menos el sistema Dowdall que Podemos en Movimiento y Anticapitalistas defendían en Vistalegre II. Además, el método de votación adoptado en esta primera asamblea podía prestarse a maniobras fáciles por parte del bloque mayoritario para laminar a sus opositores, que si quisiera, podría apoyar (e impulsar) listas minoritarias afines y amigas para bloquear a las críticas.
Tercero, otro aspecto problemático, aunque menos grave, es la votación directa de la ejecutiva por parte del conjunto de la afiliación. No se puede alegar que sea un procedimiento no democrático, pero sí que refuerza la fuerza simbólica del órgano ejecutivo que es refrendado por miles de personas e imbuido así de un enorme poder. Aunque tampoco sea un mecanismo exento de problemas, suele ser mejor elegir por métodos directos al órgano amplio de dirección (que no debe ser consultivo sino vinculante) y en su seno elegir a un equipo ejecutivo. De esta manera la legitimidad de la elección directa de los afiliados recae en el órgano superior y no en la comisión ejecutiva.
Finalmente, un último aspecto cuestionable del proceso de elección de los órganos, en un viciado clima de confrontación entre el bloque comunes-ICV-EUiA y Podem, fue la decisión de denominar la lista encabezada por Xavier Domènech, En Comú Podem, instrumentalizando innecesariamente así el nombre unitario de la coalición electoral, que es patrimonio de todos y no sólo de los integrantes de dicha lista. Ello reflejaba un problema más de fondo: la falta de una reglamentación clara de muchos aspectos del procedimiento de preparación de la asamblea cuyas normas (votación de las enmiendas, etc) fueron acordadas bastante a última hora, dejando una sensación de cierta improvisación.
Estos problemas no quitan que el nuevo partido catalán resista favorablemente una comparación democrática global con el Podemos de Vistalegre I (octubre de 2014) y el de Vistalegre II (febrero 2017). En particular, hay cuatro aspectos a destacar: el primero, es la ausencia de un clima de estado burocrático-populista de excepción y de caza de brujas a la disidencia anticapitalista; el segundo es que, a pesar de los límites democráticos del partido que ellos mismos han fomentado voluntariamente, varios de los dirigentes de los comunes tienen una trayectoria y talante democrático; el tercero, es la ausencia de la retórica guerrera y confrontativa propia del modelo Iglesias-Errejón en beneficio de una cultura política más saludable, que parece ser una síntesis asimétrica entre una cultura movimentista declinante y una cultura burocrático-institucional tradicional en ascenso; el cuarto, es una adopción más matizada de la política espectáculo propia de Podemos, de manera que la asamblea fundacional fue un evento político deliberativo y decisorio y no un show punzante y adrenalítico como los de Vistalegre, aunque tuviera fuertes y excesivos elementos de evento-espectáculo y demasiado pocos debates reales.
No reproducir todos los excesos de la máquina de guerra burocrática-electoral diseñada por Íñigo Errejón en su día, sin embargo, no es consuelo suficiente. La evaluación en términos de organización del nuevo partido no debe hacerse en base a la distopía burocrático-populista del modelo Vistalegre, sino respecto al potencial y expectativas abiertas con el 15M. Ahí, el balance no es bueno. Seis años después de las memorables jornadas de mayo y junio de 2011, y tres años después del inicio de la crisis del sistema político del Estado español tras la irrupción de Podemos, se impone la amarga conclusión que las principales nuevas herramientas políticas, a menudo definidas bajo la confusa etiqueta de «nueva política», no sólo no son poco democráticas, sino que en algunos aspectos están por debajo de los partidos políticos tradicionales. Todo un mazazo al legado del 15M, que se escurre a marchas forzadas por los vacíos organizativos y estratégicos de la nueva política. Si en el caso de Podemos la estructura y la cultura política ya están plenamente cristalizadas, en el del nuevo sujeto político catalán, la situación es provisional. Una nueva asamblea dedicada a cuestiones organizativas debería celebrarse antes de finales de año. En ella, no sólo habrá varias fórmulas y sistemas organizativos en juego, sino algo bastante más profundo que tiene que ver con el alma del partido y de su núcleo dirigente.
Perder ganando
El portavoz de la nueva formación Xavi Domènech encarna mejor que nadie la doble alma del proyecto. Su figura evoca lo devastadora que podría ser una evolución inexorable hacia un horizonte eurocomún(ista) que se llevara por delante sin piedad toda una trayectoria de compromiso con una política radical, pero también recuerda que este destino no está trazado de antemano. El desastre no está ni consumado ni conjurado.
Para dirigir el partido, el hecho es que Domènech se ha auto-rodeado de individuos con una trayectoria política antitética a la suya y asociadas en su mayoría a una cultura reformista que tiene muy poco que ver con su propio recorrido biográfico. Las personas con un itinerario combativo y/o una cultura política imbricada en las tradiciones radicales de los movimientos populares que acompañan al portavoz en su equipo y en la ejecutiva finalmente elegida, se pueden contar con los dedos de las manos.
Si nos preguntáramos cuantos integrantes de la comisión ejecutiva se moverían como pez en el agua en un acontecimiento como el 15M o un movimiento como la PAH o las Mareas, la respuesta sería descorazonadora. Obviamente, haber sido un activista social de pro no es garantía de nada y muchos de quienes hoy abrazan más o menos tímidamente la realpolitik lo han sido. También si nos interrogáramos por cuantos miembros de la dirección se sienten política e intelectualmente concernidos por el centenario de la revolución rusa (o el 150 aniversario de la publicación del Capital) la respuesta sería igualmente desmoralizante. Otra vez, empatizar con Octubre de 1917 en sí mismo no significa nada y es perfectamente compatible con una cultura burocrática y/o una fosilización estratégica nostálgica del imaginario del siglo XX. Y, finalmente, si hiciéramos la temeridad de cruzar ambas cuestiones y nos demandáramos cuantos componentes del nuevo equipo dirigente a la vez se moverían a placer en el 15M y se sienten interpelados por el aniversario de 1917, la respuesta sería devastadora.
A falta de ninguna corriente o sector anticapitalista con peso en la dirección, en gran medida por la retirada de Podem, el papel del coordinador general en muchos casos podrá verse limitado a hacer de mediador y/o Bonaparte entre fracciones moderadas cuyos intereses de aparato aún necesitan ser soldadas y engrasadas. Pero carecerá de ningún contrapeso fuerte en los órganos para intervenir en los debates estratégicos y las grandes cuestiones de orientación en un sentido subversor de las rutinas de aparato. Visto el panorama, evaluando el equipo de dirección, el programa del partido y la estrategia general, si en algún momento Domènech quisiera imprimir un cambio de rumbo, impulsar un giro a la izquierda o mantener una posición radical en algún aspecto concreto, podría encontrarse como Gary Cooper en el conocido western de Fred Zinnemann: Solo ante el peligro. Bueno, no exactamente solo, pero apoyado a penas por un puñado de personas que tendrán muy difícil romper las inercias gestionarias. Unas inercias que, bien es verdad, serán mayores o menores en función de como evolucione la situación política y económica global.
Podemos analizar la situación en términos de un proceso de disonancia estratégica, por analogía a la teoría de la disonancia cognitivade Leon Festinger /11, que postulaba que cuando los individuos tienen pensamientos contrapuestos o contradictorios, para evitar el malestar psicológico que ello genera, ponen en marcha mecanismos para reducir la disonancia y recuperar una percepción de coherencia interna. Las críticas en el terreno de la psicología social a este enfoque han puesto énfasis en su carácter demasiado psicologista y en que coloca como una contradicción individual lo que en realidad es un proceso social complejo, en el que hay que poner al sujeto en relación con un entorno y sus interacciones /12.
Así analizada, la disonancia estratégica, debe entenderse como un fruto del encuentro entre las opciones estratégicas de la dirección del nuevo partido de los comunes, y el contexto en el que opera, marcado por la combinación entre la existencia de un fuerte espacio electoral e institucional, peso relevante de las corrientes históricamente reformistas en la nueva organización, baja capacidad militante por abajo y reflujo, al menos momentáneo, de las luchas sociales. En este escenario, el riesgo de acabar haciendo de la necesidad virtud, de teorizar lo posible y de resolver la disonanciaa través de un proceso de ajuste y reducción de las ambiciones político-estratégicas iniciales, es muy grande. Ello comportaría pasar de un radicalismo autocontenido voluntario a una moderación interiorizada y racionalizada.
La soledad del portavoz de la ejecutiva puede verse incrementada a medida que la carrera de fondo avance y con ella se marchite el punch rupturista. Las pulsiones radicales pueden agotarse antes de la meta, y consumirse ahogadas por una larga marcha a través de las instituciones y las campañas electorales que deje sin oxígeno a toda pretensión emancipadora. De soledades y carreras nos habla precisamente Alan Sillitoe en su novela La soledad del corredor de fondo (1959), que quizá muchos conozcan a través de la película homónima de Tony Richardson. Sillitoe plantea el dilema de Colin Smith, pequeño delincuente de origen obrero encerrado en un reformatorio que gracias a sus cualidades como atleta adquiere unos privilegios que le colocarán entre la encrucijada de aceptar ser deportista de éxito y vivir según los criterios de la sociedad o permanecer en su condición de outsider periférico. El día de la gran carrera por la que ha estado entrenando durante meses, la copa del Premio Banda Azul, Colin se deja ganar en los últimos metros, a modo de venganza contra el director del reformatorio que ansiaba que un interno de su centro se hiciera con la preciada victoria. Es su forma de rechazar la hipocresía de la sociedad en la que no encaja y de ser distinto a «ellos». Ante la posibilidad de una vida mejor, decide permanecer en la soledad del corredor de fondo: «no van a pillarme en esta broma de competición», se dice mientras surca campo a través, «este correr no porque sí, sino para tratar de ganar, este trote por un miserable pedacito de banda azul, porque desde luego, no es este el modo de seguir adelante en la vida, por más que ellos juren y perjuren que sí lo es» /13. Adaptarse o ser fiel a sí mismo. Acomodarse o no ser como ellos. Este es su dilema. Colin opta por lo segundo.
La complejidad intrínseca de la situación, tanto en el terreno personal como si lo trasladamos a la lucha política, es que ser fiel a sí mismo no debería implicar en realidad permanecer en la marginalidad (social y política), sino salir de la misma pero sin desnaturalizarse. Una opción a la que Colin no tiene acceso. Ello implica una concepción de la victoria y la derrota diferente de la del director del reformatorio (ganar para triunfar en la sociedad y formar parte de la élite), pero también de la de Colin (quedarse, a modo de digna resistencia, en los márgenes como única forma de ser fiel a sí mismo). Al perder voluntariamente la carrera, Colin en cierta manera gana. Gana aparentemente perdiendo. En el sentido de que humilla al director y muestra su rebeldía. Aunque al final también pierde aparentemente ganando, en el sentido de que su revuelta personal contra las convenciones sociales le empuja a una lucha que en el fondo tiene perdida, a vivir huyendo en permanencia de un medio social hostil en el que es carne de cañón, aunque siempre dignamente y con la cabeza bien alta. Una cuestión fundamental.
La posibilidad de perder ganando es precisamente la principal lección estratégica que fuerzas políticas como los comunes (o Podemos) deberían tomar en consideración, para no incurrir en ello. En este caso, perder no como resultado de una fidelidad obstinada a sí mismos, sino por efecto contrario, por adaptarse a ser como ellos. Perder por hacer lo contrario que Colin. Perder ganando significaría en este caso ganar elecciones pero a costa de desnaturalizarse políticamente. Ganar después de ya no ser uno mismo. Ganar para dejar de ser uno mimo.
De la historia de Colin Smith podemos retener la idea de que ganar es saber manejar la genuina soledad del corredor de fondo. Ésta no puede ser la de la incómoda situación de pilotar un aparato político de perfil institucionalista sino, al revés, el de la compleja lucha anticapitalista en la que las recompensas suelen estar por debajo de los sacrificios, en las que a veces incluso se corre a contracorriente pero siempre sin resignarse a ello. «Conocí», nos cuenta Colin, «la sensación de soledad que invade al corredor de fondo cuando surca los campos, y me di cuenta de que, en lo que a mí se refería, esa sensación era lo único honrado y genuino que existía en el mundo, y yo sabía que jamás sería diferente en mi caso, sin importar cómo me sintiese en los momentos extraños, independientemente de lo que cualquier otro tratase de contarme» /14.
Ganar sin cambiar y para cambiar el mundo. Esta es nuestra particular dialéctica de la soledad del corredor de fondo.
Notas:
1/ Sillitoe, A. (2013[1959]). La soledad del corredor de fondo. Salamanca: Impedimenta, p.70
2/ En este escrito, por razones de espacio, voy a analizar sólo algunas cuestiones relevantes del proyecto de los comunes, dejando las que faltan para otro próximo artículo.
3/ Domènech. X. «Una nueva fuerza política para Catalunya», La Vanguardia, 14/09/206.
4/ Chris Ealham. (2005). La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto, 1898-1937. Madrid: Alianza, p.88
5/ Bauman, Z. (2002). Modernidad líquida. Mexico: FCE.
6/ Antentas, Josep Maria (2017). «Podemos ante sí mismo». Disponible en: http://vientosur.info/spip.php?article12160
7/ Thompson, E.P. (1989[1963]). La formación de la clase obrera en Inglaterra. Barcelona: Crítica, p.8
8/ Gramsci, A. (2009) La política y el Estado moderno. Madrid: Público, p. 140.
9/ Domènech, X. «Victorias y derrotas «, El diario.es, 30/06/16.
10/ Freeman, J. (1973). «La tiranía de la falta de estructuras». Disponible en: https://www.nodo50.org/mujeresred/feminismos-jo_freeman.html
11/ Festinger, L. (1957). A Theory of Cognitive Dissonance. Stanford: Stanford University Press.
12/ Crespo, E. (1995). Introducción a la psicología social. Madrid: Editorial Universitas, pp. 133-36
13/ Sillitoe, A. (2013[1959]). La soledad del corredor de fondo. Salamanca: Impedimenta, p. 69
14/ Sillitoe, A. (2013[1959]). La soledad del corredor de fondo. Salamanca: Impedimenta, p. 68.
Josep Maria Antentas,profesor de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) forma parte del Consejo Asesor de Viento Sur.
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