Mito 1) El encuentro de Annapolis se concibió con el objetivo de iniciar nuevas negociaciones entre israelíes y palestinos para poner fin a la ocupación, y establecer una paz justa y duradera en la región basada en la solución de los dos estados. De hecho, los dos motivos principales que propiciaron la reunión no tenían […]
Mito 1) El encuentro de Annapolis se concibió con el objetivo de iniciar nuevas negociaciones entre israelíes y palestinos para poner fin a la ocupación, y establecer una paz justa y duradera en la región basada en la solución de los dos estados.
De hecho, los dos motivos principales que propiciaron la reunión no tenían prácticamente nada que ver con Israel y Palestina. Los verdaderos motivos para convocar la conferencia fueron: 1) fortalecer el apoyo de los gobiernos árabes a la estrategia estadounidense en Oriente Medio, incluida la guerra de Iraq y, más concretamente, la creciente presión sobre Irán; 2) crear un golpe de efecto mediático para redefinir el legado de Condoleezza Rice, marcado principalmente por su buena acogida de los bombardeos israelíes contra Líbano en 2006, y transformarlo en el de una supuesta pacifista.
Mito 2) Es el momento adecuado para emprender nuevas negociaciones porque, como declaró el presidente Bush, «los palestinos y los israelíes cuentan con dirigentes que están decididos a alcanzar la paz».
En realidad, tanto los dirigentes israelíes como los palestinos están tan debilitados políticamente y son tan impopulares entre su propio electorado que se encuentran en la cuerda floja como representantes legítimos, de modo que prácticamente no les queda otra salida que seguir las exigencias de la Casa Blanca. Tanto el primer ministro israelí, Olmert, como el presidente de la Autoridad Palestina, Abbas, fueron elegidos democráticamente, pero los dos subieron al poder para sustituir a unos iconos muy populares y poderosos del simbolismo nacional al que servían.
Al igual que su predecesor, Yasir Arafat, Abbas es presidente de la Autoridad Palestina y máximo responsable de la OLP. Sin embargo, a diferencia de Arafat, Abbas no es visto como un héroe del movimiento nacional palestino ni como un símbolo de la unidad de Palestina. En su discurso de Annapolis, Abbas mencionó algunos de los objetivos palestinos clave, incluido el cumplimiento de la resolución 194 de la ONU sobre el derecho al retorno de los refugiados, pero debido a su debilidad política y a su ya larga confianza en el apoyo estadounidense, no puede insistir en esos derechos. Aún no está claro si, en última instancia, accederá a firmar un tratado «final» que niegue a los palestinos unos derechos básicos exigidos internacionalmente, como el derecho al retorno, una auténtica independencia en todo el territorio de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, el desmantelamiento de las colonias, etc.
Olmert asumió el cargo para sustituir al general Ariel Sharon, conocido como «el carnicero de Beirut» por su papel durante la masacre de Sabra y Shatila en 1982 y considerado un héroe por la derecha israelí, cuando Sharon entró en coma en enero de 2006. Los sondeos indican que el apoyo a Olmert se encuentra bajo mínimos, y el juez de un tribunal penal israelí tuvo que emitir un aplazamiento especial sobre la acusación que pesa sobre Olmert por delitos de corrupción cuando el avión de éste se disponía a despegar rumbo a Annapolis esta misma semana.
Mito 3) La conferencia de Annapolis brindará esperanza a los palestinos de Gaza y Cisjordania, por lo que los partidarios de Hamás quedarán convencidos de la necesidad de respaldar a Abbas y al nuevo proceso de paz.
La única referencia al continuado boicoteo y bloqueo de Gaza impuestos por los Estados Unidos e Israel, que ha provocado una catástrofe humanitaria en la Franja de Gaza -una enorme cárcel controlada por Israel donde, según el Banco Mundial, el 87% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza-, se dejó sentir en unas palabras de Abbas en que apeló a «mi gente y parientes en la Franja de Gaza, os llevo siempre en lo más profundo de mi corazón». Pero ni siquiera él tuvo nada más que ofrecerles que la simple afirmación de que «las horas de oscuridad llegarán a su fin gracias a vuestra firmeza y determinación. Gracias a vuestra insistencia en la unidad de nuestro pueblo en Cisjordania y la Franja de Gaza como una unidad política y geográfica sin diferencias, vuestro sufrimiento terminará. El derecho y la paz prevalecerán». Olmert aludió a Gaza únicamente como un lugar donde abunda el terrorismo y los secuestros. Bush se refirió a la Franja comentando que «cuando la libertad eche raíces en el suelo iraquí de Cisjordania y Gaza, servirá de inspiración a millones de personas de todo Oriente Medio que desean que sus sociedades se construyan sobre la libertad, la paz y la esperanza». Sí la cita es correcta. Por desgracia, los niños y las niñas de Palestina no se alimentan de lapsus freudianos.
Mito 4) El «compromiso» del Gobierno estadounidense con la diplomacia de Oriente Medio es de gran utilidad; el único problema hasta el momento había sido la falta de compromiso de Bush.
Desde 1967, los Estados Unidos han demostrado tener un compromiso excesivo con la diplomacia israelo-palestina. Los Estados Unidos, que ya proporcionan casi 4 mil millones de dólares anuales en ayuda económica y militar a Israel, acaban de anunciar que ofrecerán otros 30 mil millones de dólares de ayuda militar a Tel Aviv durante los próximos diez años. Washington, además, utiliza constantemente su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para proteger a Israel de las responsabilidades que debería asumir por sus constantes violaciones del derecho internacional (la mitad de todos los vetos emitidos por los Estados Unidos desde 1970). Los Estados Unidos están proporcionando 85 millones de dólares en ayuda militar y policial a la Autoridad Palestina en Ramalah, mientras mantiene el embargo y bloqueo total de Gaza. Eso es lo que cualquiera llamaría compromiso. Por tanto, lo que los Estados Unidos deben asumir no es un mayor compromiso, sino un compromiso totalmente distinto.
Mito 5) En Annapolis, los Estados Unidos reconocen a Israel y Palestina como dos actores en igualdad de condiciones, con una igual responsabilidad sobre el conflicto e iguales obligaciones para alcanzar un acuerdo.
Éste no es un conflicto entre dos actores en igualdad de condiciones. Los Estados Unidos siguen siendo el principal protagonista. Según el «entendimiento conjunto» leído por Bush en Annapolis, «la aplicación del futuro tratado de paz estará sujeto a la aplicación de la hoja de ruta, tal y como lo juzguen los Estados Unidos». De hecho, incluso «el Cuarteto» de la hoja de ruta, el espejismo diplomático que ofreció cobertura política a los Estados Unidos al invitar a Europa, Rusia y la ONU a hacer de coro en la actuación en solitario de Washington, quedó abandonado en Annapolis.
Israel es la potencia ocupante, y mantiene la ocupación del suelo palestino en flagrante violación de numerosas resoluciones de la ONU que le instan a retirarse de inmediato de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este. Israel debe acatar -no negociar, sino acatar- las obligaciones que le corresponden a toda potencia ocupante según lo establecido por la Convención de Ginebra y el derecho internacional, y que incluyen, entre otras cosas, la tajante prohibición de establecer colonias y de imponer castigos colectivos a la población. Los palestinos son la población ocupada, cuya protección depende principalmente de la potencia ocupante y de la comunidad internacional. En 1988, los palestinos asumieron un compromiso histórico -aunque ahora parece haberse olvidado- al renunciar a parte del territorio entonces reivindicado y reconocer a Israel como Estado en el 78% de la Palestina histórica (incluso cuando el plan de partición de la ONU sólo asignaba a Israel un 55%). La simple idea de que ahora se espere que los palestinos negocien más territorio del mero 22% que les queda, y que pongan en peligro otros derechos inalienables a la autodeterminación y al retorno de los refugiados, es una parodia del derecho y de la comunidad internacional.
Mito 6) Las negociaciones de Annapolis demuestran que la «solución de los dos estados» sigue siendo el único objetivo posible y legítimo.
La creación de un Estado palestino soberano e independiente -en toda Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este- sigue siendo el mandato de la ONU y del derecho internacional, además de la postura oficial palestina. Israel y los Estados Unidos, además de otros países, apoyan también formalmente el establecimiento de algún tipo de Estado palestino. Sin embargo, la creación de un estado independiente, viable y con contigüidad en todo el territorio de 1967, según lo dictado por la ONU y el derecho internacional, exigiría el desmantelamiento de enormes bloques de colonias y el traslado de más de 450 mil colonos israelíes -en caso de que éstos no accedieran a convertirse en ciudadanos palestinos sin privilegios especiales- en Cisjordania y el Jerusalén Este ocupado. No sólo se trata de «pequeños ajustes de mutuo acuerdo» en las fronteras. Mientras las colonias no dejen de crecer, su realidad y la del muro del apartheid hacen cada vez más imposible una solución basada en dos estados. Lo que persiguen discretamente muchos responsables políticos israelíes y estadounidenses es la creación de un «Estado virtual» palestino; tendría pasaportes propios y un asiento en la ONU, su propia identidad en internet y un código internacional telefónico. Pero estaría integrado por Gaza y por menos del 50% de Cisjordania, que adoptaría la forma de pequeños bantustanes sin contigüidad territorial, unidos entre sí por carreteras y puentes controlados por Israel, que además mantendría plena autoridad sobre las fronteras, el espacio aéreo, las infraestructuras militares y de seguridad, etc.
Puesto que la creación de un Estado palestino viable cada vez es menos realista, la alternativa de reconocer toda la Palestina histórica -incluido lo que ahora es Israel, además de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este- como un país, con iguales derechos para todos sus ciudadanos, empieza a aparecerse como una opción más realista.
Mito 7) La participación de Israel en la conferencia de Annapolis demuestra su predisposición a adoptar compromisos serios sobre los obstáculos que se interponen desde hace tiempo en el camino hacia una paz justa y duradera.
Sobre las colonias: las palabras «colono» y «colonia» no aparecieron en el discurso de Olmert en Annapolis. Antes de llegar, se produjo un anuncio destacado: Israel no construiría «nuevas» colonias en Cisjordania. Esto es una auténtica patraña, ya que la expansión real de la población colona se está produciendo mediante la ampliación del territorio controlado y poblado por la gente que vive en las colonias existentes, no por la construcción de nuevas.
Sobre Jerusalén: mencionado sólo para comentar que Olmert llega desde Jerusalén y que, en su día, fue alcalde de esa ciudad. Ninguna referencia a compartir Jerusalén, a acabar con la ocupación de Jerusalén Este, al derecho de los palestinos a tener su capital en Jerusalén, etc.
Sobre los refugiados: las palabras «refugiado», «retorno», «derechos», «derecho internacional» o «resolución 194» no se pronunciaron. Olmert aludió, con una referencia deliberadamente vaga, a «su pueblo» que sufrió y a los palestinos que «durante decenas de años (…) vivieron en campos, desconectados del entorno en que crecieron». Pero Olmert, al decir que «he venido aquí, hoy, no a rendir cuentas históricas», no reconoció la responsabilidad de Israel ante el sufrimiento palestino, por no hablar ya de aceptar la resolución 194 que, en virtud de lo establecido por el derecho internacional, garantiza a los refugiados el derecho al retorno. En lugar de eso, aseguró que Israel ayudaría a encontrar «un marco adecuado para su futuro, en el Estado palestino que se establecerá en los territorios que acordemos».
Sobre las fronteras: las palabras «frontera», «muro», «valla» o «barrera» no aparecieron.
Mito 8) La participación árabe refleja la aceptación por parte de los Estados Unidos e Israel de la iniciativa árabe para la paz de 2002 como parte del marco diplomático.
De hecho, sólo Abbas describió los requisitos de la iniciativa árabe para la paz: fin de la ocupación israelí y retorno a las fronteras de 1967, refugiados, Jerusalén, los Altos del Golán ocupados. Bush y Olmert sólo aludieron a ella en el contexto de sus consecuencias: SI Israel acababa con la ocupación, reconocía el derecho de los refugiados al retorno, etc., ENTONCES era posible normalizar las relaciones entre Israel y el mundo árabe. El discurso de Olmert incluyó una letanía de lo que piensa sobre la iniciativa árabe: «conozco» la iniciativa, «reconozco su importancia», «aprecio su contribución». Pero ningún indicio de que la acepte o tenga intención de cumplirla. Tzipi Livni, ministra de Exteriores, por su parte, se dirigió a los diplomáticos árabes directamente, recordándoles que, independientemente de sus opiniones, los Gobiernos árabes no tendrían un lugar en la mesa de negociaciones. «Incluso aunque la iniciativa árabe para la paz presente principios basados en la narrativa árabe, ustedes no tienen la intención de sustituir a los palestinos en las negociaciones. Por favor, apóyenlos; lo necesitan. Sin su apoyo para establecer compromisos no habrá paz». Para Livni, la tarea de los gobiernos árabes consiste en colaborar con la rendición de Palestina.
Mito 9) La participación de Siria indica que Damasco se suma al grupo prooccidental y antiiraní en la región.
Siria es un país pobre y relativamente débil cuyo presidente, Bashar al-Assad, nunca ha gozado del poder y la influencia de su padre, Hafez al-Assad. A pesar de sus tradicionales vínculos con Irán, Siria es un componente clave del mundo árabe y no se podría permitir insultar a la Liga Árabe y su llamamiento para participar en Annapolis. La participación de Siria, a un nivel relativamente modesto -en lo que representa un pequeño desaire a los Estados Unidos e Israel (e incluso a Mahmud Abbas)-, aparta a Damasco de la línea de fuego de Washington, que sigue esperando conseguir que Siria se desvincule de Irán. Siria pudo mencionar al menos las palabras «Altos del Golán» y recordar a los diplomáticos presentes que la iniciativa árabe para la paz también incluía el fin de la ocupación israelí en el Golán como condición previa a la normalización de relaciones. Y la participación de Siria en Annapolis se podría ver como el pago de una especie de «impuesto revolucionario», para limitar la influencia en Washington de los que abogan por la línea de «el siguiente será Siria».
Mito 10) Los discursos pronunciados en Annapolis alentarán nuevos compromisos.
La reunión de Annapolis no presentó un conjunto serio de «medidas para generar confianza» con las que poner en marcha el proceso. Antes de que se iniciara la conferencia, el Gobierno israelí, entre otras cosas, anunció la liberación de 450 prisioneros (menos del 5% de los más de 10.000 que Israel sigue reteniendo ilegalmente) y prometió no construir nuevas colonias. Este anuncio representaba un paso atrás incluso con respecto al supuesto compromiso que asumió Israel con la hoja de ruta de «congelar toda expansión de las colonias», es decir, de no seguir construyendo ni de incrementar los colonos. De hecho, generar una verdadera confianza exigiría que Israel empezara al menos el proceso de desmantelar las colonias existentes. No sólo los simbólicos «puestos de avanzada» que Israel puede clausurar a cambio de un pequeño precio político y sin ningún coste económico (aunque no se han clausurado según lo prometido en la hoja de ruta), sino un paso significativo para desmantelar algunos de los apartamentos vacíos o a medio construir que se están erigiendo en las grandes colonias ilegales, como Ariel o Ma’ale Adumim. Ése sería un paso hacia un auténtico acuerdo de paz, y no sólo limitarse a evitar que se siga deteriorando.
Mito 11) La conferencia de Annapolis se basó en la aplicación de las resoluciones de la ONU pertinentes.
La presencia de decenas de gobiernos y organizaciones internacionales en Annapolis confirió al encuentro la imagen de un acto del estilo de la ONU. Pero todo se quedó en el estilo; no en la esencia. Reflejaba así un escenario parecido al de 1991, cuando los Estados Unidos orquestaron (al parecer con el copatrocinio soviético) la conferencia de Madrid para «iniciar» nuevas negociaciones de paz. En Madrid se vivieron unas jornadas con todo el esplendor de un encuentro internacional, pero el memorando de entendimiento oficial entre los Estados Unidos e Israel, que establecía las condiciones de la participación israelí, garantizaba que no se le permitiría hablar al único representante de la ONU. En Annapolis, si bien se permitió hablar al actual secretario de la ONU, Ban ki-Moon, ni siquiera se dio la impresión de que a la organización mundial, que debería ser la protagonista de todas las iniciativas diplomáticas internacionales en esta cuestión, se le permitiera desempeñar un papel significativo.
En la declaración conjunta israelo-palestina que Bush leyó para inaugurar la conferencia, ni siquiera se mencionaron las resoluciones de la ONU. Abbas aludió a la resolución 194 (que garantiza el derecho al retorno de los refugiados), pero ésta fue totalmente ignorada en los discursos de los Estados Unidos e Israel. Olmert se refirió a las resoluciones 242 y 338, pero equiparó la autoridad de dichas resoluciones a la de la carta que envió el 14 de abril de 2004 el presidente Bush al entonces primer ministro Ariel Sharon, en que prometía que los Estados Unidos apoyarían que Israel se anexionara enormes bloques de colonias y que rechazara el derecho al retorno. Por supuesto, no se discutió el comportamiento de Washington en el Consejo de Seguridad -amenazando con emplear su derecho de veto o usándolo-, con el que se ha evitado repetidamente que Israel rinda cuentas por sus violaciones del derecho internacional.
Mito 12) Annapolis fue un fracaso.
Si entendemos Annapolis como lo que realmente fue, puede que acabe resultando ser un gran éxito (véase el Mito 1). Los regímenes árabes pueden volver a casa con las transcripciones de sus discursos – ya sea con estilo bravucón o de estadista-, y demostrar a sus pueblos cómo plantaron cara a Israel y a los Estados Unidos, y cómo ayudaron a los palestinos. Así, después pueden mostrar mayor predisposición la próxima vez que Bush les solicite el permiso para sobrevolar sus territorios, derechos sobre sus bases y apoyo político. Y Condolezza Rice tuvo su foto. En cuanto a su legado, aún es demasiado pronto para saberlo.
Pero si nos basamos en sus verdaderos -aunque velados- objetivos, Annapolis podría resultar ser todo un éxito.
¿Qué se concluye de todo esto? ¿Qué hacemos ahora?
Hay otro mito que dice que Annapolis, la última escenificación de los «procesos de paz» controlados por los Estados Unidos, representa la pieza clave de las actuales iniciativas de paz israelo-palestinas. Eso nunca ha sido así. El marco de esta conferencia, conformado por el poder y el unilateralismo estadounidense; el expansionismo regional, el militarismo y las políticas segregacionistas de Israel; y la división y debilidad de los palestinos, no han augurado en ningún momento una paz justa, duradera o completa. Pero eso no significa que no se esté realizando un verdadero trabajo hacia la construcción de la paz. La sociedad civil palestina, respaldada por la sociedad civil internacional, algunos gobiernos y, en ocasiones, la ONU, están construyendo movimientos no violentos que desafían esas realidades.
En 2005, la sociedad civil palestina e internacional instó a la creación de un movimiento por el boicot, las desinversiones y las sanciones para ejercer una presión económica no violenta sobre Israel, con el fin de que el país respete el derecho internacional. Ese movimiento está en pleno desarrollo. Cabe destacar también el creciente uso del marco de un movimiento contra el apartheid para cuestionar las políticas de discriminación israelíes; marco promovido por personas como el ex presidente estadounidense Jimmy Carter y el arzobispo Desmond Tutu, y organizaciones como la Campaña estadounidense por el Fin de la Ocupación Israelí. El muro del apartheid de Israel, ilegal según el derecho internacional, se debe enfrentar a movilizaciones en todo el mundo y a la acción directa de palestinos, israelíes e internacionales en lugares como el pueblo cisjordano de Bi’ilin, donde todos los viernes se reúnen activistas no violentos para protestar contra el muro. Organizaciones como la Campaña estadounidense por el Fin de la Ocupación Israelí, la plataforma Stop the Wall y Badil en los Territorios Ocupados, la Red de Coordinación Internacional sobre Palestina y muchas otras siguen inmersas en esta labor.
Aunque las amenazas y los vetos estadounidenses han evitado en gran medida que el Consejo de Seguridad asuma el papel protagonista que debería desempeñar en esta cuestión, otras instancias del sistema de la ONU siguen dedicándose a ella. Desde los comités de la Asamblea General que protegen los derechos inalienables del pueblo palestino, al valiente trabajo del Relator Especial de la ONU sobre la situación de los derechos humanos en los Territorios Ocupados, John Dugard, así como los análisis del ex representante de la ONU ante «el Cuarteto», Álvaro de Soto, que denunció el apoyo estadounidense a la violencia intrapalestina en Gaza, la ONU sigue siendo un aliado importante. Hay campañas en tribunales estadounidenses, europeos, brasileños y muchos otros países -además del Tribunal Penal Internacional- para que Israel responda de sus violaciones del derecho internacional. Son esos los lugares donde verdaderamente se está construyendo la paz. Son iniciativas por una auténtica justicia, y no por la «paz» que surja de Annapolis, que muy probablemente no será ni justa ni duradera.
Phyllis Bennis es investigadora del Institute for Policy Studies (www.ips-dc.org) y del Transnational Institute. Su último libro en inglés es «Understanding the Palestinian-Israeli Conflict: A Primer» (Trans-Arab Research Institute, 2003). En español, su última publicación, con Mariano Aguirre, se titula «La ideología neoimperial: la crisis de EEUU con Irak» (TNI/CIP e Icaria, 2003).
Traducido por Beatriz Martínez Ruiz y revisado por Esther Carrera