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Entrevista a Alejandro Pedregal / Autor de ‘Incendios: Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable’ “

«Los fuegos no son naturales ni accidentales: son síntomas de un orden social concreto»

Fuentes: Ctxt [Foto: Un incendio en la Sierra dela culebra en 2022]

Incendios: Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable (2025, Verso Libros) es un libro atemporal, pero no podría haber salido en un momento más apropiado, con los incendios y la temperatura descontrolándose, especialmente en el área mediterránea. 

Con prólogo del sociólogo John Bellamy Foster, el guionista y cineasta Alejandro Pedregal (Madrid, 1977) nos lleva a reflexionar sobre las causas sistémicas detrás de tres incendios trágicos ocurridos en junio de 2017 en Portugal, Perú y Reino Unido, al tiempo que propone una crítica profunda al capitalismo como estructura de destrucción social y ecológica. 

Me gustaría empezar preguntándole por el origen del libro. ¿De dónde surge?

Empecé a interesarme por aquellos incendios en el momento en que sucedieron, y creo que despertó aún más interés por ellos el hecho de que ocurrieran con tanta proximidad en el tiempo. Cuando empiezo a reflexionar sobre ellos no tenía en la cabeza escribir un libro. De hecho, por mi formación, por aquel entonces pensaba más en la posibilidad de hacer algo para una especie de ensayo-documental, al estilo de algunas obras emblemáticas del Tercer Cine y de trabajos más recientes de gente como Raoul Peck o Göran Olsson. Me interesaba esa especie de tríptico que se vinculaba a tantos casos y episodios históricos. De algún modo, esa idea primera me movilizó para armar la investigación, que pasó por diferentes fases e interrupciones por motivos que no siempre estuvieron relacionados directamente con el proyecto. Pero en cualquier caso, esa investigación fue ocupando más espacio y, al tiempo que se aparcaba la posibilidad de hacer un trabajo audiovisual, la escritura fue tomando la centralidad. Creo que ya por entonces era evidente que el trabajo se dirigía más hacia un tipo de formato escrito, como es el de este libro, pero esa idea primera afectó a la forma final que ha adoptado el trabajo.

Estas semanas se están produciendo incendios terribles en todo el país. ¿Están cambiando los incendios?

Sin duda. Estamos haciendo un experimento muy peligroso con nuestra atmósfera que lo está cambiando todo, una transformación profunda en la relación entre clima, territorio y fuego. La dimensión de los eventos extremos, ya sean incendios, inundaciones o sequías, está aumentando, y no de manera lineal. Ante esta situación, que requeriría un esfuerzo coordinado mayor, lo que nos encontramos es una mezcla de ignorancia y falta de voluntad política alarmante. Resulta muy preocupante que, ante el exceso de biomasa, el abandono rural y la presión climática, se oigan voces como las del president Salvador Illa concluyendo que “sobran bosques”. En una región como el Mediterráneo, tan duramente afectada por el cambio climático, donde el mar se está calentando de manera descontrolada, los bosques resultan esenciales: secuestran carbono, amortiguan las temperaturas gracias a su bajo albedo, y equilibran el metabolismo de todo su entorno de forma multifuncional. 

Desde luego, el calentamiento global, unido al abandono de políticas públicas de gestión rural y forestal, han convertido muchos de estos bosques en auténticas bombas de relojería. Pero la solución no puede pasar por la eliminación de la masa forestal, sino por una gestión adaptativa y con visión de largo alcance. Esto implica revisar e intervenir sobre la arquitectura forestal, invertir en mantenimiento –controlando biomasa, por ejemplo– y abordar de raíz el desequilibrio campo-ciudad. Ante la transformación que estamos viviendo, la mejor forma de afrontar estos eventos extremos no es eliminando bosques para entregar el suelo a la agroindustria o la construcción, sino mediante políticas capaces de cuidarlos y cuidarnos.

Al abrir su libro, lo primero que hace es advertir de que este no es sobre incendios en sentido estricto, sino sobre la lógica destructiva del capitalismo. ¿Qué papel juega el fuego como símbolo?

El fuego cumple una función doble en la estructuración del libro. En su nivel material, sirve para narrar una serie de hechos que exponen cómo el capitalismo genera condiciones de catástrofe ecosocial, algo que se explora a partir de los incendios de Pedrógão Grande en Portugal, la Galería Nicolini en Lima y la torre Grenfell en Londres. Pero el fuego también se propone como una metáfora poderosa: representa la lógica expansiva, voraz y amoral del capital, que avanza de manera incontrolada por el planeta como “sujeto automático”, arrasando relaciones sociales, ecosistemas y formas de vida. No son fuegos ni naturales ni accidentales: son síntomas de una combustión sistémica provocada por un orden social concreto e inflamable. Se trata de un orden que se fundamenta en el despojo y la explotación a escala mundial para servir a la acumulación infinita, que es la base de la ideología del crecimiento.

Los tres incendios con los que arrancan cada uno de los tres capítulos centrales del libro ocurrieron en contextos muy distintos. ¿Qué los conecta estructuralmente?

El capitalismo como sistema tiene un carácter integral mundial. Por ello, aunque distantes en el mapa, esos incendios se presentaban unidos por el entramado histórico del capitalismo. Les une la lógica del capital que los engendra y su antagonismo inherente con la vida. Por ello, cada uno de estos incendios expresa diferentes aspectos de ese antagonismo: las contradicciones entre capital y naturaleza, entre capital y trabajo, y entre capital y reproducción social. Al analizar cada uno de esos incendios, junto a otros episodios históricos, se revelaba una dimensión distinta del “crimen social” del orden que habitamos, dominado por la mercantilización, la expropiación y la explotación globalizadas, aspectos todos atravesados a su vez por la segregación social, racial y de género. Los incendios del libro, en otras palabras, son sistémicos.

Por ello, el incendio de Portugal exponía cómo la lógica mercantil aplicada a ecosistemas y tierra, que está en la base histórica de los cercamientos, la división campo-ciudad y el colonialismo, y cuya expresión más notable cristaliza en el monocultivo, genera paisajes inflamables. El caso de Lima mostraba cómo la superexplotación laboral y la informalidad estructural en el sur global, que se manifiestan en condiciones de trabajo inseguras e insalubres, son condiciones constitutivas del orden imperial de acumulación que impone la dinámica expansiva del capital; un sistema global de jerarquías al que da forma el drenaje de valor que el Norte impone sobre el Sur. Por su parte, el incendio de la torre Grenfell ejemplificaba el declive de la vida cotidiana bajo el neoliberalismo, donde incluso el hogar, como espacio de descanso, alimento y cuidados, queda expuesto a la amenaza. La atrofia del urbanismo globalizado se ve condicionada por una migración climática creciente que condena a los sectores más vulnerables, especialmente feminizados y racializados.

En el caso de Pedrógão Grande, habla del eucalipto como símbolo de una transformación profunda del territorio. ¿Cómo se inscribe este proceso en la lógica del capital?

El incendio de Portugal expone cómo algo que puede resultar tan trivial como el eucalipto, al integrarse dentro de la dinámica capitalista de mercantilización universal, trasciende su condición natural para transformarse en parte de la maquinaria del propio capital.

Su implantación masiva en Portugal respondió a un modelo específico de modernización (algo próximo a lo que también sucedió en España), el cual veía en el monocultivo un medio rentable para el desarrollo de la industria, a expensas de poblaciones rurales, ecosistemas, suelos y biodiversidad. Bajo sus cenizas, lo que queda es una historia de cercamientos, expropiación y subordinación del uso del suelo a las exigencias del mercado. En ese sentido, el fuego no fue accidental, sino resultado de una racionalidad económica sociohistórica concreta, que convierte los bosques en activos mercantiles. Es una forma de acumulación por combustión, podríamos decir.

El capítulo sobre Lima profundiza en el concepto de “superexplotación”. ¿Por qué es importante este concepto para entender tragedias laborales como la de la Galería Nicolini?

Porque lo que ocurrió allí no fue un accidente, sino la culminación de una cadena de aspectos estructurales que impone el capital sobre la vida, en este caso, por medio del trabajo. Los dos jóvenes encerrados en condiciones de semiesclavitud murieron por estar insertos en un sistema que precisa de su vulnerabilidad para funcionar. El trabajo mercantilizado hace del trabajador una mercancía y el dominio del capital sobre la vida agota las alternativas para vivir fuera de él, especialmente para las clases más vulnerables de la periferia. La mal llamada “flexibilidad laboral” y el asalto a todo derecho laboral no son desviaciones del capitalismo globalizado, sino parte constitutiva de su funcionamiento. La superexplotación, como planteó Ruy Mauro Marini, es una condición estructural del capitalismo como sistema mundial, que desarrolla un vínculo inalienable entre los regímenes de dominio y de dependencia que impone el drenaje de valor.

Las cadenas de valor globales requieren que el Sur produzca barato y rápido para que el Norte consuma a bajo costo. Es lo que se ha denominado “el modo de vida imperial”; un modelo que agudiza la acumulación sistémica de basura, golpeando especialmente a la ecología humana de las masas trabajadores de la periferia. Para producir de este modo, se deben imponer condiciones laborales depredadoras: la seguridad y la salubridad suponen un costo que debe ser reducido a toda costa. 

¿Qué papel juega la historia colonial en estos procesos de precarización contemporánea?

Un papel central. Las formas actuales de despojo, exclusión y subordinación no pueden entenderse sin su genealogía colonial. Desde el guano y el nitrato en Perú, hasta la expropiación de tierras comunales o la segregación urbana, hay una continuidad entre la acumulación colonial de riqueza y su actualización neoliberal. Las fronteras entre periferia y centro son el reflejo ampliado de la división entre campo y ciudad. Y no solo no han desaparecido, sino que se han ampliado debido a la lógica expansiva del capital. Es más, se reproducen tanto en los circuitos del comercio global como en los barrios marginalizados de las grandes metrópolis, donde viven las poblaciones racializadas, migrantes o empobrecidas, como se pudo comprobar en la torre Grenfell. 

Grenfell mostró cómo dentro de la lógica de acumulación capitalista reside una continuidad entre la historia colonial y el presente neoliberal, amenazando incluso los espacios donde se sostiene la vida: la vivienda, el cuidado, el descanso, la alimentación, el ocio. Y también que repensar la reproducción social implica cuestionar cómo ciertos cuerpos sociales –pobres, migrantes, mujeres– continúan siendo sacrificables hoy para mantener el orden vigente, también en las ciudades globales. Esa continuidad no es anecdótica ni accidental.

El libro concluye con una reflexión esperanzada, que podría resumirse en la idea de que “otro fuego es posible”. ¿Cómo se construye ese fuego emancipador del que habla? ¿Debemos “arder” para evitar el incendio?

Sí, ese otro fuego es el de una lucha colectiva que ya existe en las grietas del sistema, y que nos permiten reflexionar sobre las alternativas posibles. Desde propuestas de restauración metabólica como la agroecología hasta las apuestas por la toma y reparto de tierras de comunidades rurales e indígenas y otras experiencias vinculadas a los movimientos de liberación nacional en el Sur global o los feminismos populares, existe toda una variedad de propuestas tácticas y estratégicas destinadas al cambio sistémico que sitúan la vida en el centro frente al avasallamiento corporativo del capital. Son estas experiencias antisistémicas las que están construyendo, con mayor o menor grado de autorreflexividad, otra forma de habitar el mundo. 

Al hablar de ese “otro fuego” en el libro, sugiero una reinterpretación del mito de Prometeo más próxima a su original, vinculado a otros mitos orientales, como el védico Matariswan o el sumerio Enki, y apartado del eurocentrismo que ha dominado su lectura desde el siglo XIX, como símbolo de dominación sobre la naturaleza y del productivismo propio del proyecto de modernización capitalista. 

Pero este “otro fuego” es también una llamada a reflexionar sobre el papel de la ciencia como bien popular y al servicio de las necesidades humanas, liberada de la instrumentalización que el capital impone. Es ahí donde el papel emancipador del fuego puede servir para repensar, dentro de una concepción científica “pueblo céntrica” (como la denominaron un grupo de científicos latinoamericanos), una dialéctica entre los saberes de las prácticas sociales situadas y el conocimiento sistematizado, formalizado y técnico. Y como tal, ese fuego emancipador es un fuego verdaderamente democratizador, que no se impone, sino que se cultiva, se transmite y se enciende desde abajo, de acuerdo a la escala humana y los límites planetarios.

Pero no se queda ahí, sino que esa es la base sobre la que hace su propuesta de decrecimiento ecosocialista en el libro.

Efectivamente, el libro se propone como un trabajo de intervención, y la reflexión sobre el decrecimiento ecosocialista es parte de ella. En este sentido conviene subrayar que el decrecimiento aquí se propone como parte de una concepción antisistémica y, en consecuencia, antiimperialista. La inercia expansiva del capital –que ha dado forma a la globalización– permite identificar el capitalismo global con el imperialismo. Frente a ello, concibo el decrecimiento dentro de toda una constelación de movimientos antisistémicos, que en el Sur se desarrollan, entre muchos otros, dentro de ámbitos destinados a la toma y el reparto de tierras (como el MST y MTST, por ejemplo) o en políticas de restauración metabólica, como se da alrededor de la agroecología y ha abanderado La Vía Campesina. Es la unidad de diferentes movimientos antisistémicos –una suerte de Internacional Antisistémica si quieres–, operando en ámbitos específicos y con el potencial de unificación frente a la contradicción que supone el capitalismo global para la vida y el planeta, lo que entiendo como una apuesta a la que el decrecimiento debe incorporarse ante la urgencia planetaria de un cambio social.

Por este motivo, entiendo que el decrecimiento debe abordarse como una propuesta destinada principalmente, como indica el antropólogo Jason Hickel, al Norte global, que es la región que acumula el mayor impacto ecológico y social sobre el mundo. El Norte global impone un intercambio ecológico desigual por medio de las destructivas dinámicas de producción y consumo dominantes gracias a su posición jerárquica en el orden global. Esta perspectiva debe atender al vínculo entre el decrecimiento y lo que se ha llamado la desconexión –que Hickel recoge de los planteamientos de Samir Amin. Como parte del movimiento por la justicia climática, el decrecimiento de la producción y el consumo de alto impacto ecosocial permitiría al Sur “desconectarse” del dominio que imponen las cadenas de suministro del capital global. Con ello, la periferia del sistema podría redirigir sus estrategias productivas de forma autónoma y soberana, sin necesidad de centrarse en las exportaciones de manufacturas altamente contaminantes y degradantes para sus sociedad y ecosistemas. A su vez, desligarse de esos regímenes de dependencia permitiría desarrollar modelos de cooperación Sur-Sur que facilitarían modelos autosuficientes de desarrollo local, centrados en las necesidades socioecológicas y dando prioridad a un metabolismo social soberano. Por ello, entiendo que el decrecimiento es hoy uno más dentro de los diferentes movimientos antisistémicos, con sus fallas y carencias, pero seguramente el más receptivo a los reclamos del Sur que existe frente a otras posiciones del ecologismo en el Norte.

Fuente: https://ctxt.es/es/20250801/Politica/49868/entrevista-alejandro-pedregal-incendios-juan-bordera-entrevista.htm