Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza.
Dheisheh, uno de los campos de refugiados más grandes de la Cisjordania ocupada, tiene unos 15.000 habitantes apretujados en un kilómetro cuadrado.
En los estrechos callejones del campo de refugiados de Dheisheh en Belén, en la Cisjordania ocupada, Muaath Atef señala una azotea. «Allí, aquel es un bonito trozo de plástico», se ríe. Detrás de ese trozo de plástico se halla un huerto instalado por Karama, una organización comunitaria de voluntarios del campo.
Atef trabaja con Karama. La organización realiza actividades extraescolares y campamentos de verano para los niños locales. Hace tres años empezó a instalar «micro-granjas» en las azoteas de unas 20 familias del campo.
«Había una necesidad e intentamos responder a ella», explica Yasser Al-Haj, director de Karama, añadiendo que los proyectos se eligen e implementan para satisfacer las demandas de la comunidad, no los caprichos de los patrocinadores extranjeros.
«No vamos buscando financiación y después elaboramos un proyecto que se adapte a esa convocatoria. Si la aportación económica está sujeta a condiciones, normalmente decimos que no», afirma.
Los primeros nueve invernaderos en las azoteas se hicieron gracias a donaciones individuales recogidas por un voluntario. Fue más adelante cuando Karama consiguió una subvención de Lush, la empresa de cosméticos naturales hechos a mano, para construir más invernaderos e incluir a más familias. Un campo sin espacio
Dheisheh acoge aproximadamente a unas 15.000 personas viviendo en menos de un kilómetro cuadrado. La densidad media en Estados Unidos es de 35 personas por kilómetro cuadrado. En estas condiciones de estrechez, explica Al-Haj, la gente, literalmente, no tiene espacio para respirar.
«Los huertos crean más espacio pero además ayudan a mantener nuestra conexión con la tierra», continua. «La gente aquí tiene tierras en pueblos a los que no puede llegar. Sus padres sabían cómo cuidar los árboles y cultivar hortalizas, pero ese conocimiento se ha ido perdiendo. Nosotros queríamos volver a conectar a la gente con la tierra».
Los primeros habitantes del campo fueron refugiados que habían huido o habían sido expulsados de 45 pueblos de las zonas de Hebrón y Jerusalén por el avance de las milicias sionistas durante la limpieza étnica de Palestina en 1948. Ese éxodo -conocido como la Nakba– convirtió a más de 700.000 palestinos en refugiados.
A la espera de una solución política que garantice el derecho de retorno, esos refugiados y sus descendientes siguen viviendo en campos como Dheisheh.
Hajar Hamdan, una pensionista que cuida de su madre enferma, se unió al proyecto del huerto en la azotea desde el principio. Hamdan cultiva berenjenas, tomates, pepinos y varios tipos de hierbas.
«Subo aquí a relajarme. Cuidar de las plantas y verlas crecer me produce una gran satisfacción», cuenta Hamdan. «Produzco mucho y por eso puedo compartir con mis vecinos».
Hamdan está especialmente orgullosa del control que tiene sobre el proceso de producción y de la alta calidad que puede ofrecer. «No utilizo ningún producto químico por eso mis hortalizas son altamente nutritivas», explica.
Relajarse
La vecina de Hamdan, Um Shadi, se está beneficiando de su huerto en la azotea, donde produce lechugas, hierbas, pimientos, pepinos y tomates.
Viendo lo mucho que ella lo disfrutaba, el marido de Um Shadi también empezó a pasar más tiempo en la azotea.
«Nos relaja. Cuando se pone el sol y está un poco más fresco bajo el plástico sube toda la familia», explica Um Shadi. «Mis hermanos vienen a ver, los niños miden cuánto han crecido las plantas y caminan alrededor como si estuvieran en un bosque. Aquí hay algo para cada uno».
Um Shadi tiene seis hijos y una gran familia extendida. Aunque planta en verano y en invierno, todavía no produce lo suficiente para todos y sigue necesitando ir a la tienda para completar su cosecha.
«Aprendimos mucho probando cosas y equivocándonos», comenta. «Mis padres sabían cómo trabajar la tierra en nuestro pueblo de Zakaria [una localidad que fue despoblada en 1948] pero yo nací aquí. Aquí no hay espacio, no hay tierra y por eso nunca aprendí».
Fue un proceso tortuoso. El segundo año que Um Shadi plantó perdió su cosecha por una invasión de pequeñas hormigas. «Pero encontramos una solución y volvimos a empezar», sigue diciendo Um Shadi.
«Es muy impresionante seguir el ritmo de la naturaleza y observar los cambios que ocurren ante tus ojos», afirma su marido, Abu Shadi.
«Si esto no nos aportase ningún beneficio lo habría quitado hace tiempo y puesto tumbonas en su lugar», añade Abu Shadi, riéndose.
Hajar Hamdan siempre ha disfrutado de tener plantas y dedica mucho tiempo al día a cuidar su huerto en la azotea.
Silvia Boarini es fotoperiodista en Bir al-Saba. Actualmente está trabajando en un documental sobre los beduinos del Néguev.
Fuente: http://electronicintifada.net/content/rooftop-gardens-give-refugees-room-breathe/14593