Foto: Mapa que muestra el plan de anexión del valle del Jordán
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Una vez formado el gobierno y con la mejora de la epidemia de coronavirus (con la visita del Secretario de Estado Mike Pompeo y las amenazas de la Unión Europea de telón de fondo), el asunto de la anexión se ha convertido en el orgulloso buque insignia del nuevo gobierno. La mayor parte del público, que puede desconocer las implicaciones prácticas de una anexión unilateral en nuestra vida diaria, no es consciente de las amenazas implícitas que conlleva dicha acción, entre otras la desestabilización y la casi segura escalada de las hostilidades israelí-palestinas.
Desde 2016, el Knesset, el parlamento israelí, ha discutido más de 60 leyes y planes de anexión de territorio en la llamada Área A, pero solo tres de ellas incluían un mapa. En este artículo, me propongo analizar y evaluar el plan de anexión del valle del Jordán del primer ministro Benjamin Netanyahu. Según el mapa por él presentado, su intención es anexionar 1.200 kilómetros cuadrados, lo que equivale al 20,5 por ciento de toda Cisjordania. ¿Cuáles son las repercusiones de esta acción para la vida cotidiana de la población?
En primer lugar, el 23 por ciento del área que se pretende anexionar, casi 283 kilómetros cuadrados, son tierras palestinas de propiedad privada. Si Israel no modifica sus leyes sobre las posesiones de propietarios “ausentes”, todos esos palestinos perderían sus tierras, que serían gradualmente transferidas a colonos israelíes. Si Israel modifica la ley, como hizo con respecto a Jerusalén Este, podría expropiar la tierra para “uso público”, lo que en este caso significa exclusivamente público judío. Esto es lo que ocurrió en Jerusalén Este, donde el Estado confiscó unos 28 kilómetros cuadrados, la mayoría propiedades árabes, sobre los que levantó 60.000 unidades de vivienda para judíos y solo 1.000 para árabes.
Hasta que se complete la desposesión, Israel tendrá que permitir el acceso a los propietarios palestinos para que puedan seguir cultivando su tierra, tal y como ocurre actualmente a lo largo de la línea que separa el Este y el Oeste de Jerusalén. Para ello tendrán que habilitarse decenas de puertas y destinar soldados que las controlen.
En aras de la comparación, la superficie de tierra en manos palestinas en el valle del Jordán es siete veces mayor que el total de tierras de propiedad privada al oeste de la barrera de separación, que también depende de dichas puertas. Las fuerzas armadas israelíes no se distinguen por gestionar adecuadamente los problemas asociados a los pasos fronterizos, a pesar de todos los afidávits presentados ante el Tribunal Superior de Justicia. Así pues, comenzará una batalla sobre dichas tierras.
Además de lo anterior, el mapa muestra doce pueblos palestinos en el Área B, con 13.500 habitantes y cuatro kilómetros cuadrados de tierras, que también serán anexionados a Israel. Cuando eso ocurra, la Autoridad Palestina perderá la autoridad y responsabilidad sobre estas aldeas, e Israel asumirá toda la autoridad otorgada por los Acuerdos de Oslo.
Israel tendrá que conceder a estas personas estatus de residente, como el de los palestinos de Jerusalén Este, y posteriormente la ciudadanía. También tendrá que proporcionar a estas aldeas todos los servicios, algo para lo que Israel no está por ahora preparada. Comenzará otra batalla palestina por los servicios municipales y las transferencias del Instituto Nacional de Seguros.
En tercer lugar, Jericó y sus alrededores (actualmente dentro del Área A) pasarán a ser un enclave palestino rodeado por completo de una zona bajo soberanía israelí. Será un enclave de 70 kilómetros cuadrados que acogerá a 43.000 palestinos en seis comunidades distintas. Cualquier entrada o salida de dicho enclave exigirá cruzar los puestos de control israelí y aquellos que vayan a atravesar territorio israelí deberán ir acompañados. Jericó, un centro turístico y la principal zona de cultivo de dátiles, quedará en la práctica desconectada del resto de Cisjordania y no tardará en decaer económicamente. Comenzará una batalla palestina por el sustento.
Una mujer palestina se protege del gas lacrimógeno disparado por el ejército israelí en las protestas contra el plan de paz del presidente Trump, cerca de la colonia judía Beqa’ot en el valle del Jordán (Foto: Mahdi Mohamed, AP)
En cuarto lugar, la anexión creará una nueva frontera de 200 kilómetros entre el valle del Jordán y el resto de Cisjordania, tan extensa como la que separa a Israel de Egipto. A ello habría que añadir los 60 kilómetros de frontera del enclave de Jericó, casi equivalente a la frontera entre Israel y la Franja de Gaza. La ausencia de valla facilitará la persecución de terroristas y residentes ilegales.
Otra cuestión importante son las dos carreteras principales que atraviesan el área anexionada de norte a sur (la 90 en el valle y la 80, Alon Road) y de este a oeste (la carretera 1) en su tramo más oriental. Todas ellas dejarán de formar parte de la red palestina de transporte que, a falta de rutas alternativas, se concentrará en la carretera 60, que recorre la cumbre y sus laderas occidentales. Esto dará inicio a una batalla palestina por la libertad de movimientos.
Además, los residentes en Cisjordania que viajen a Jordania con la autorización del reino, tendrán que atravesar territorio bajo soberanía israelí, con todas las implicaciones de seguridad que eso conlleva. A lo que hay que añadir que el Mar Muerto, los acantilados de su litoral y la reserva natural de Einot Tzukin quedarán fuera de las áreas accesibles a la población palestina para su uso turístico y recreativo. Comenzará su batalla por un poco de aire para respirar.
¿De dónde proceden esas ansias de anexión de Netanyahu y allegados? Todas las razonen que aducen no son sino pretextos infundados alejados de la realidad.
El primer ministro Benjamin Netanyahu de visita por el valle del Jordán, febrero de 2020 (Foto: אוהד צויגנברג)
Nuestra frontera oriental no ha sufrido ninguna amenaza de seguridad. Jordania cumple meticulosamente su tratado de paz con Israel, asegurando la tranquilidad en la frontera así como profundidad estratégica hasta la frontera con Irak. Siria e Irak, que están lidiando con los resultados de sus respectivas guerras civiles, carecen de una capacidad militar significativa que amenace a Israel, y no se espera que puedan adquirirla en el corto o medio plazo. Los palestinos están implementando rigurosamente la coordinación de la seguridad con Israel.
En la zona que será anexionada existen 28 pequeños asentamientos donde viven 13.600 colonos. La porción construida es muy pequeña y cultivan menos de 8.000 hectáreas que no son de su propiedad. Su edad media es elevada, porque los residentes forman parte de la primera ola de asentamientos en Cisjordania, que se produjo la década posterior a la Guerra de los Seis Días. Según los sondeos efectuados en la zona, si se firmara el acuerdo de paz esta población preferiría marcharse, a cambio de una indemnización justa, para consternación del presidente del consejo regional, que también lo es de Yesha, el Consejo Regional de Judea y Samaria. La anexión no cambiaría su situación, salvo en términos de planificación y construcción. Pero, hasta la fecha, eso no es lo que ha evitado el crecimiento de la población judía en el valle del Jordán, que en 50 años apenas ha superado unos pocos miles de residentes.
La anexión aumentará sustancial e injustificadamente la carga de las fuerzas armadas. El ejército tendrá que incrementar las tropas destinadas a asegurar las fronteras y los pasos entre el valle y el resto de Cisjordania y alrededor del enclave de Jericó. Tendrá que acompañar a los palestinos que entren en Israel, controlar los pasos para las tierras agrícolas y asegurar la frontera con Jordania debido a la desestabilización de las relaciones con el reino.
El objetivo de quienes desean la anexión es obvio: anular los Acuerdos de Oslo y desbaratar cualquier posibilidad de llevar adelante la solución de dos estados para dos pueblos, violando el derecho internacional y los tratados firmados por Israel. Es evidente que su deseo es la expulsión de los palestinos a Jordania cuando llegue el momento oportuno y realizar sus sueños mesiánicos ultranacionalistas. En palabras de Naftali Bennet [líder del partido Nueva Derecha y actual ministro de defensa], “la meta es incluir a Judea y Samaria dentro de la soberanía de Israel”.
El precio que Israel deberá pagar a corto plazo por esta aventura mesiánica, alimentada por cierta intoxicación de poder, será intolerable para la sociedad israelí. A largo plazo destruirá la visión sionista. Y Estados Unidos perderá el pilar que sostiene su política en Oriente Próximo: la estabilidad basada en los acuerdos de paz que Israel firmó con Egipto y Jordania.
Shaul Arieli es autor de varios libros sobre el conflicto palestino-israelí.
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