Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
El 15 de mayo de cada año, muchos palestinos recuerdan y mencionan la Nakba, conocida también como la Catástrofe. El evento marca la expulsión de casi un millón de palestinos al tiempo que se procedía a destruir sus pueblos y ciudades. La destrucción de Palestina en 1947-48 se cometió a la par que se imponía el nacimiento de Israel. Las generaciones de edades más avanzadas transmiten los duros y opresivos recuerdos de su experiencia colectiva a los palestinos más jóvenes, muchos de los cuales viven hoy sus propias Nakbas.
Cuando llevan a cabo la cobertura de la Nakba, los medios de comunicación solidarios árabes y de otras nacionalidades ponen música triste y exponen imágenes en blanco y negro de los fatigados y asustados refugiados. Tratan de enfatizar, con razón, el concepto de Sumud, firmeza, cuando muestran a palestinos de todas las edades sosteniendo las llaves oxidadas de sus antiguos hogares e insistiendo en su derecho al retorno. Otros medios menos solidarios se refieren en todo caso a la Nakba como una nota al margen: algo fastidioso en la narrativa israelí del nacimiento, supuestamente milagroso, de una nación y de su progresión hacia un idílico oasis de democracia. Lo que nunca muestran esas representaciones reduccionistas es que, aunque la Nakba tuvo un comienzo, no ha terminado realmente nunca.
Sin embargo, quienes soportaron el dolor, el daño y la pérdida de la Nakba tienen aún pendiente que se haga justicia, la justicia que la comunidad internacional les prometió. La Resolución nº 194 de las Naciones Unidas resuelve que «debe permitirse a los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos, que así lo hagan lo antes posible» (Artículo 11). No obstante, quienes provocaron esa injusticia están sin embargo decididos a conseguir sus objetivos finales en Palestina. Después de todo, que Israel no haya definido aún sus fronteras no es algo accidental.
David Ben Gurion, el Primer Ministro de la historia de Israel, quiso profetizar una vez que «los viejos [refugiados] morirán y los jóvenes olvidarán». Habló con la dureza de un conquistador. Ben Gurion extendió cuanto pudo sus planes de guerra. Capturó todas las regiones de Palestina de las que pudo apoderarse, expulsando a su gente o masacrándola en sus hogares y pueblos. Ben Gurion «limpió» la tierra, pero no consiguió limpiar el pasado de Israel. La memoria persiste.
Ben Gurion hizo mención al pueblo de mi propia familia -Beit Daras-, testigo de tres batallas y una masacre. En una entrada de su diario del 12 de mayo de 1948, escribió: «Beit Daras arrasado por fuego de mortero. 50 árabes (muertos). Los pueblos de Bashit y Sawafir ocupados. Éxodo masivo desde las zonas cercanas (de los pueblos vecinos en Majdal). Tuvimos cinco bajas y quince heridos». (Diarios de Guerra, 1947-1949).
Más de cincuenta personas murieron ese día en Beit Daras. Una anciana de Gaza, Um Mohammed -de la que hablé en mi último libro «My Father Was a Freedom Fighter«- refiere lo que probablemente sea el mismo suceso:
«La ciudad estaba bajo los bombardeos y cercada por todas partes. No había forma de escapar. Los hombres armados [los combatientes de Beit Daras] dijeron que iban a inspeccionar la carretera hacia Isdu para ver si estaba abierta. Avanzaron e hicieron algunos disparos para comprobar si alguien les devolvía el fuego. Nadie lo hizo. Pero ellos [las fuerzas sionistas] estaban escondidos y esperando para hacer una emboscada. Los combatientes volvieron y le dijeron a la gente que evacuara a las mujeres y a los niños. La gente salió, incluida la que se había congregado en mi enorme casa, la casa familiar, en su mayoría muchachos y niños. Los soldados judíos dejaron que la gente saliera y después les masacraron con bombas y ametralladoras. Murieron más personas que las que pudieron huir. Mi hermana y yo… empezamos a correr a través de los campos; caíamos y nos levantábamos. Mi hermana y yo escapamos juntas cogidas de la mano. Quienes iban por la carretera principal estaban todos muertos o heridos. El fuego caía sobre ellos como si fuera arena. Bombas por arriba y ametralladoras por todas partes».
Ben Gurion no tendría necesariamente que dudar del relato de Um Mohammed, porque afirmó con total franqueza: «Entre nosotros no ignoramos la verdad… políticamente, nosotros somos los agresores y ellos los que se defienden… El país es suyo, porque habitan en él, mientras que nosotros queremos venir aquí y colonizarlo y, ante sus ojos, lo que queremos es expulsarles de su país» (citado en el libro «Fateful Triangle» de Chomsky, páginas 91-92).
Precisamente por esa razón es por la que ni los viejos ni los jóvenes han olvidado. Cada día es otra nueva manifestación de esa prolongada Nakba que dura ya 65 años. Las dificultades de los jóvenes están hoy indisolublemente unidas a la violenta y horrenda expulsión de hace décadas.
La Nakba continúa siendo un proyecto en marcha a través de las generaciones de sionistas israelíes. Cuando Ben Gurion murió en 1973, el actual Primer Ministro Benyamin Natanyahu tenía veintitantos años. Estaba entonces sirviendo su último año en el ejército israelí y hoy gobierna Israel con una coalición que abarca casi a las tres cuartas partes del parlamento israelí. Al igual que la mayoría de los dirigentes israelíes, sigue contribuyendo al mismo discurso con el que se conquistó Palestina. Habla de paz mientras sus soldados y sus colonos armados se apropian de los hogares y granjas palestinas. Hace repetidas ofertas de conversaciones «incondicionales» a los palestinos, mientras rechaza violentamente todas y cada una de sus aspiraciones. Su lobby en Washington es mucho más fuerte de lo que era antes. Impera sobre todo y sobre todos mientras prosigue cumpliendo la «visión» de los primeros sionistas.
Las viejas llaves y los hechos de las tierras robadas dan testimonio de la experiencia intergeneracional que es la Nakba. Hoy en día, a los palestinos se les sigue tratando como ganado en los controles militares. Se les niega el derecho a una atención médica adecuada, se arrancan despiadadamente sus viejos olivos. Sin embargo, lo que Israel no ha podido controlar es la resolución de los palestinos. La cárcel, los controles, las armas, siguen de tal forma presentes en nuestra memoria colectiva que ésta no puede capturarse ni controlarse ni bombardearse.
Así es, la Nakba no es una fecha específica o una estimación de tiempo, sino la totalidad de esos 65 años y suma y sigue. El evento no puede colocarse en las estanterías de la historia mientras los refugiados sigan siendo refugiados y los colonos sigan robando la tierra palestina. Mientras Netayahu continúe hablando el mismo lenguaje de Ben Gurion, seguirán sucediéndose otros episodios «catastróficos». Pero mientras los palestinos se aferren a sus llaves y a los acontecimientos vividos, los viejos pueden morir pero los jóvenes no olvidarán nunca.
Ramzy Baroud ( www.ramzybaroud.net ) es editor de PalestineChronicle.com. Es autor de los libros: The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle and My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story (Pluto Press, London).
Fuente: http://palestinechronicle.com/palestinian-nakba-the-young-will-never-forget-2/