Si estas palabras las hubiera pronunciado cualquier periodista, bloguero o analista político, hubiera sido tildado inmediatamente de antisemita, de conspiranoico o de creyente en gobiernos mundiales en la sombra en manos de judíos avaros y ávidos de poder. Pero no, la frase -aunque obviamente fue desmentida- la pronunció Sharon el 3 de octubre de 2001 […]
Si estas palabras las hubiera pronunciado cualquier periodista, bloguero o analista político, hubiera sido tildado inmediatamente de antisemita, de conspiranoico o de creyente en gobiernos mundiales en la sombra en manos de judíos avaros y ávidos de poder. Pero no, la frase -aunque obviamente fue desmentida- la pronunció Sharon el 3 de octubre de 2001 en una radio israelí en una conversación con Shimon Peres y refleja con toda crudeza lo que viene sucediendo en Estados Unidos durante las últimas décadas con la política internacional y, sobre todo, con la relación con el estado sionista y todo lo que le rodea. Pero ni si quiera ha sido la única de su género, Olmert se jactó en público de que EEUU votaba en la ONU lo que él mismo indicaba o exigía a Bush a tenor de la aprobación de la resolución 1860 del Consejo de Seguridad en la que se pedía el fin de la guerra de Gaza.
En marzo de 2006, dos investigadores de la prestigiosa facultad John F. Kennedy de Gobierno perteneciente a la Universidad de Harvard publicaron un estudio titulado «El Lobby Israelí y la política exterior de los Estados Unidos» que ponía de manifiesto que el incondicional apoyo a Israel de EEUU estaba yendo en contra de los intereses de su país en muchos frentes, pero sobre todo en la denominada lucha contra el terrorismo, su principal caballo de batalla en los tiempos que corrieron tras el 11S. Los autores no eran becarios o estudiantes recién licenciados, se trataba de John J. Mearsheimer (Director del Departamento de Ciencia Política de la Univeridad de Chicago) y Stephen M. Walt (Decano Administrativo de la John F Kennedy School of Government, Universidad de Harvard). Básicamente, ambos profesores osaron decir que Estados Unidos enfrenta un problema de terrorismo porque es un estrecho aliado de Israel, no porque ambos países estén unidos enfrentando una amenaza terrorista compartida, que es lo que suelen contarnos interesadamente los mass media.
Sin embargo, a raíz de la publicación del documento fueron machacados sin piedad. Poner encima de la mesa que el congreso norteamericano estaba literalmente tomado por el lobby sionista de la AIPAC era más de lo que podía esperarse de una universidad, decir ya incluso que la AIPAC es un agente de un gobierno extranjero que está poniendo en peligro la seguridad de EEUU, iba contra todos los dogmas de fe que las relaciones públicas del lobby (así se le conoce en Washington, a secas, sin epítetos) han ido construyendo a través de su notable influencia en los medios de comunicación, en las propias universidades y en los think tanks del imperio. A pesar de ser un best seller, el libro de Mearsheimer y Walt fue básicamente ignorado por los medios de comunicación, siguiendo al pie de la letra el modelo de propaganda descrito por Chomsky y Edwards en su estudio del funcionamiento de los medios de comunicación de EEUU: Los guardianes de la libertad. Propaganda, desinformación y consenso en los medios de comunicación de masas.
Por eso en estos días conviene traer a colación tanto las palabras de Sharon como las de Olmert y las de ambos investigadores. Cuando -por fin- se pone de manifiesto pública y masivamente que Israel está en contra de toda negociación y que únicamente quiere constituir su estado bíblico, el Eretz Israel, desde el río Jordán hasta el Mediterráneo en contra de toda la palabrería que contiene la propaganda oficial del sionismo desde hace casi cien años, merece la pena recordarlos. Y es que las declaraciones oficiales de los portavoces de Israel nunca han tenido equivalencia sobre el terreno, particularmente desde el fin de la Guerra de los Seis Días, cuando comenzó la apropiación del terreno conquistado y el establecimiento de colonias permanentes dentro de suelo palestino, en el que hoy viven más de 300.000 judíos en su mayoría fanáticos ultraortodoxos armados hasta los dientes.
El reto de Obama en estos días, una vez que la reforma sanitaria ha logrado salir adelante (aunque recortada en cuestiones fundamentales) es obligar a retomar unas conversaciones de paz reales en las que se parta de los inalienables derechos del pueblo palestino reconocidos por la legalidad internacional y con un calendario cerrado de establecimiento de un estado viable. Eso es algo inaceptable para el sionismo, incluso para el más moderado, que pretendía finalizar la limpieza étnica de Jerusalén, las obras del muro del apartheid y las carreteras sólo para judíos para unir los asentamientos, antes de sentarse a una mesa de negociación. La solución prevista ante las más que esperables negativas palestinas a su doloroso ofrecimiento sería una desconexión al estilo de la practicada en Gaza. Y como un estado nunca sería viable en esas condiciones, sobre todo por la falta de continuidad, la esperanza israelí se basaba en doblegar -aún más- a los palestinos para que aceptasen integrarse como poblaciones de derecho en Egipto y Jordania, dos estados absolutamente controlados por Estados Unidos y, por ende, por el lobby sionista a las órdenes de Israel.
La idea expresada por Shamir en la frase «les haré negociar veinte años sólo para superar el primer paso», ya no parece tener más validez para el aliado norteamericano. Las tesis de Mearsheimer y Walt han sido asumidas en público hasta por el todopoderoso general Petraeus. El jefe del Comando Central de Estados Unidos declaró recientemente que «la intransigencia israelí pone en peligro a las tropas norteamericanas que combaten en Irak, Afganistán y Pakistán.» Pero aún fue más allá en su comparecencia ante el Senado del 16 de marzo de este año:
El conflicto fomenta sentimientos antinorteamericanos debido a la percepción de un favoritismo de Estados Unidos hacia Israel. La ira de los árabes en torno a la cuestión Palestina limita la fuerza y profundidad de la cooperación con los gobiernos y pueblos en la área de responsabilidad y debilita la legitimidad de los regímenes moderados en el mundo árabe. Mientras tanto, para movilizar sus apoyos, Al Qaeda y otros grupos militantes explotan esa ira. Este conflicto (israelo-palestino) también permite que Irán ejerza una influencia en el mundo árabe a través de sus clientes, el Hizbola libanés y Hamas.
Eso equivale a decir que solucionando el problema palestino de manera satisfactoria el conflicto con Irán bajaría muchos enteros y la república islámica perdería buena parte de su apoyo regional. Puede parecer algo obvio a este lado del Atlántico pero oírlo en el Senado de EEUU en boca de un destacado guerrero seguro que haría agachar la cabeza a más de una señoría.
Podamos o no considerar crisis a lo que está sucediendo en estos días entre los sempiternos aliados estratégicos. El disenso EEUU-Israel ha alcanzado tal dimensión que, al menos a nivel de opinión pública, la vuelta atrás es harto complicada. Otra cosa diferente será que se logre enterrar el caso con algunas medidas concretas de suavización de la paupérrima vida de los palestinos bajo el yugo sionista (retirada del Tsahal a las posiciones del año 2000 en Cisjordania, liberación de presos, congelación de asentamientos, etc.), pero haría falta algo muy muy grande para que el tema palestino saliese ahora de la agenda internacional. Quizá una nueva guerra regional, quizá un nuevo 11S…
Obama tiene ante sí el reto de demostrar que tiene las riendas de la política exterior norteamericana o que le gobierna un pequeño estado teocrático, fundamentalista y belicoso. También se enfrenta a una promesa electoral de las más sonadas de su campaña: disminuir la influencia de los lobbys en la política de su país. El objetivo que -dicen- se ha marcado es que al final de su mandato el conflicto árabe israelí esté solucionado o en puertas de solución. En fin, no queda mucho para comprobarlo.