En mayo de 1949 se publicó la novela del escritor israelí S. Yizhar La historia de Khirbet Khizeh, en la que se narran los desconcertantes hechos acaecidos durante la salvaje expulsión que el Ejército israelí llevó a cabo en una pacífica aldea del sur de Palestina. El libro, especialmente al ser adaptado en 1978 para […]
En mayo de 1949 se publicó la novela del escritor israelí S. Yizhar La historia de Khirbet Khizeh, en la que se narran los desconcertantes hechos acaecidos durante la salvaje expulsión que el Ejército israelí llevó a cabo en una pacífica aldea del sur de Palestina. El libro, especialmente al ser adaptado en 1978 para una serie de la televisión israelí, causó gran polémica. Pero lo que verdaderamente llama la atención es que, tras Khirbet Khizeh y el largo cuento escrito por el mismo Yizhar titulado El prisionero, la literatura israelí haya mantenido un silencio casi absoluto en torno a la guerra de 1948. La tercera generación de escritores israelíes, la llamada Generación del Estado, ha ignorado los acontecimientos del año 1948 y la Nakba, la catástrofe palestina, aparece sólo tangencialmente en las obras de Amos Oz, Abraham Yehoshua o David Grossman.
Los críticos no se ponen de acuerdo en la lectura de la novela de Yizhar. No saben si hay que considerarla como una toma de consciencia catártica o como, según escribió Haim Gouri, «una anécdota comparado con lo que los árabes nos han hecho».
He vuelto a la novela, a Khirbet Khizeh, al contemplar las cruentas escenas de Gaza. Aunque sea recurrente decir que la fotografía es la herramienta artística con mayor capacidad expresiva, yo sigo creyendo que el texto literario es el que alberga en sus múltiples niveles de lectura el poder de sondear las profundidades de la experiencia humana. He vuelto al texto de Yizhar no sólo para comparar lo ocurrido en Khirbet Al Khisas, una más del conjunto de aldeas palestinas destruidas en noviembre de 1948, y lo que actualmente está sucediendo en Gaza, sino también para comprender el principio israelí que legitima el asesinato y la expulsión de palestinos.
La aldea de Khirbet Al Khisas -que muy probablemente, según el jefe de la operación israelí, Yehuda Baiiry, sea la Khirbet Khizeh de Yizhar- estaba a medio camino entre Al Muyaddal y Bet Hanun. Es lógico pensar que sus habitantes huyeran hacia esta última población o hacia algún campamento o aldea de la Franja de Gaza. En ese sentido podemos decir que la novela de Yizhar no ha concluido todavía, que 60 años después adopta una nueva forma y que las víctimas de hoy son las de ayer.
El texto de Yizhar es asombroso porque realiza una aproximación profética al estilo realista. En la novela se detallan con precisión las tareas de una unidad del Ejército israelí encargada del desalojo de los habitantes de una aldea palestina y de la demolición de sus casas, pero lo hace empleando un tono profético y judaico, como si tomara prestadas las voces de los profetas del Antiguo Testamento.
La ocupación de la aldea se completó en 1948 sin ninguna resistencia. La novela describe la angustia del sujeto israelí y también sus bromas y pasatiempos. En cuanto a las víctimas palestinas, son meros objetos sobre los que recae su acción, una prolongación de la naturaleza, de la geografía y de la fauna, una parte silente, resignada e impotente.
Producen escalofríos los calificativos que los miembros de la unidad israelí dedican a los campesinos árabes, a los que despojan de cualquier atributo humano. Contemplemos algunos ejemplos: son inmundos, despreciables, almas hueras, gusanos, apestan a tumba, no son hombres, son fantasmas, huyen, son depravados. En cuanto a su tierra: está podrida, cubierta de suciedad por todas partes. Los soldados de la unidad israelí también se mofan de la cobardía de los palestinos que no luchan para defender sus campos y sus hogares. ¿No nos recuerdan este tipo de expresiones racistas las de otro vocabulario, el usado por los nazis durante el Holocausto?
Dos son las escenas culminantes de la novela: en la primera presenciamos la locura de una mujer palestina y su bebé: «De pronto irrumpió una mujer con su hija lactante en brazos, una criatura flaca a la que zarandeaba como si fuera un objeto sin valor. La niña tenía la cara macilenta, estaba enferma y daba asco y su madre, asiéndola por los harapos, la hacía bailotear ante nosotros mientras nos suplicaba, sin que sonara a burla o rencor, sin lamentarse tampoco como una loca, tal vez porque su súplica era una mezcla de todo esto, que si queríamos, nos quedáramos con ella».
¿No se vislumbra a través del baile de esta mujer algo semejante al ambiente de los campos de concentración y exterminio nazis? Si ponemos lado a lado los calificativos que los soldados atribuyen a los lugareños y esta aterradora escena, ¿no nos encontramos ante un lenguaje típicamente antisemita empleado antes por los fascistas en Alemania y Europa en el contexto del genocidio contra los judíos?
La segunda es una escena traída de la Biblia: «Aquellas mujeres y niños, aquellos inválidos, cojos y ciegos, saltaban directamente de algún pasaje de la Tora». Yizhar describe así las víctimas palestinas y, yendo un poco más allá, dice haber buscado un Jeremías entre los palestinos: «Pensé si no hallaría entre ellos también a su Jeremías, alguien que furioso se golpeara el corazón e invocara entre ahogos al dios anciano desde lo alto de los trenes del exilio».
La propia novela, con sus resonancias bíblicas, zanja la cuestión semántica. Si el crítico puede llegar a dudar de las connotaciones de los calificativos usados por los soldados de la unidad israelí, considerando que tal vez sólo fueran expresiones coloquiales de los combatientes, la duda queda resuelta con esas víctimas surgidas de la Tora. Los soldados de la unidad israelí, metáfora de la sociedad israelí, han encontrado a sus judíos. Es decir, que el proyecto sionista de construcción de un Estado como todos los Estados del mundo y la fundación de un pueblo combativo siguiendo el modelo europeo no se puede llevar a cabo a no ser que los judíos encuentren sus judíos. De este modo, el judío israelí puede dejar de ser un judío connotado según un diccionario racista para pasar a prodigar esos calificativos a su víctima palestina.
Aquí habla la literatura a través de Yizhar diciendo lo que nadie puede o se atreve a decir. Resulta irónico que Yizhar fuera un sionista elegido en varias ocasiones diputado de la Knésset por el Partido Laborista. El texto literario expresa la verdad del principio israelí por el cual se legitimó en el pasado la expulsión de las familias de Khirbet Khizeh y legitima hoy el asesinato de sus descendientes en Gaza.
La novela de Khirbet Khizeh narra escenas parecidas a las del confinamiento de los judíos en los campos de concentración durante la aciaga etapa nazi, pero, ¿qué lectura podemos sacar de la sangrienta masacre a la que se ven expuestos los descendientes de esos desdichados aldeanos en la Gaza de hoy en día?
No esperemos a un novelista israelí para completar la narración, porque la imaginación de cualquier tirano criminal es mucho más fértil que la de todos los novelistas juntos. Lo que estamos presenciando nos cuenta dos verdades: la primera verdad cuenta que Gaza es un gueto real sólo comparable a los guetos de Europa del Este expuestos a matanzas y pogromos. La política israelí en Cisjordania y la Franja de Gaza gira en torno a la construcción de guetos sellados a cal y canto para los habitantes originarios palestinos. Ése es el significado del muro segregacionista en Cisjordania y lo es, asimismo, del bloqueo total de la Franja de Gaza. Es decir, que los políticos israelíes responsables de este confinamiento por la fuerza militar no solamente han olvidado la historia de opresión de la que han sido objeto los judíos, sino que han decidido identificarse con sus asesinos e imponer a los palestinos que se conviertan en los judíos de los judíos.
La segunda verdad es que la resistencia de la Franja de Gaza hoy, y la resistencia de las ciudades cisjordanas y sus campamentos durante la invasión de 2002, se parece al levantamiento del gueto de Varsovia. Es cierto que la Intifada de los guetos de Cisjordania fue aplastada en el año 2002 y que la intifada de Gaza sucumbe ahora entre sangre y destrucción sin esperanza alguna depositada en la misericordia de un Ejército que no se ha compadecido de sus víctimas palestinas ni en una sola ocasión, pero también es verdad que los judíos de los judíos han acabado descubriendo la naturaleza racista y fascista del Estado israelí. También lo es que su sacrificio, su lamento y su muerte hallarán un Jeremías que además de lamentarse por su pueblo lo hará por el ser humano dispuesto a ser el instrumento de un dios de la guerra y del asesinato despojado de su imagen para idolatrar al becerro del racismo.
Elias Khoury es escritor libanés. Traducción de Jaume Ferrer Carmona.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/judios/judios/elpepuopi/20090116elpepiopi_12/Tes