Al ver la gran cantidad de artículos publicados recientemente que abordan el tema del antisemitismo, incluso en los medios considerados progresistas, un lector menos atento podría concluir que la persecución a los judíos, o al judaísmo, está creciendo en nuestro país y en el mundo.
Creo que esto no se corresponde en absoluto con las evidencias disponibles. Aquí en Brasil, hoy y siempre, el foco del racismo está dirigido contra los descendientes de la población traída de África como esclavos. Ni siquiera nuestros pueblos indígenas cumplen el papel del enemigo común a ser combatido por todos, salvo en las regiones donde tienen cierta significación numérica. Y esto no se debe a que nuestras clases dominantes tengan una consideración y respeto especial por nuestros aborígenes. Ni mucho menos. Lo cierto es que, lamentablemente, el grueso de los nativos de nuestras tierras ha sido diezmado y, con la excepción de algunas pocas zonas, su presencia física ya no se siente con relevancia.
A su vez, en vista de que los judíos nunca han alcanzado una expresión numérica significativa entre nosotros, el antisemitismo (en su versión que lo equipara con el antijudaísmo) nunca se ha convertido en un fenómeno de la misma magnitud que el existente en Europa hasta la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, hoy en día, las condiciones que hicieron posible el surgimiento de los fuertes sentimientos antisemitas y su judeofobia, que afloraron en el nazismo, ya no están presentes ni siquiera en la mayoría de los países europeos. Hasta la eclosión de la Segunda Guerra Mundial, vivía en Europa un expresivo número de gente de origen judío. En su gran mayoría, eran personas que dependían del trabajo asalariado. Muchos se habían adherido a los ideales de la lucha por la emancipación de la clase obrera contra la explotación capitalista. No por casualidad, buena parte de los dirigentes populares y obreros europeos de principios del siglo pasado tenía ascendencia judía.
Debido a los recurrentes embates que se libraban en las luchas de clases de ese período, para defender sus intereses, los ideólogos del gran capital hicieron lo que siempre hacen cuando lo consideran oportuno: encontrar chivos expiatorios contra los cuales direccionar toda la ira y la frustración que la expoliación capitalista estaba causando a toda la población. Es decir, el intento de consolidar la idea de que todas las desgracias sufridas por la sociedad en su conjunto se debían, única y exclusivamente, a esos grupos de personas que los grandes capitalistas habían escogido para desempeñar el papel de enemigos comunes de toda la nación.
Lógicamente, las campañas de diseminación de odio contra los judíos sólo pudieron prosperar porque ellos constituían una comunidad numéricamente significativa en los países europeos. Si no tuvieran tal expresividad numérica, les sería imposible a los responsables por la comunicación nazi trabajar y moldear las mentes de la mayoría de los ciudadanos para que absorbieran la sensación de que los problemas y aflicciones por los que pasaban eran esencialmente causados por la presencia de esa comunidad. En la Europa de hoy, ellos ya no pueden desempeñar este papel.
En las condiciones imperantes en la actualidad, los riesgos de un resurgimiento de la persecución a los judíos no son inminentes. Mas, aun así, nunca deberíamos tolerar la práctica de la discriminación basada en prejuicios raciales, nacionales o religiosos. El llamado holocausto judío, que victimó aun más severamente a comunistas de todas sus variantes, gitanos, eslavos, homosexuales, etc., fue una demostración más de que no hay límites para las atrocidades que los capitalistas están dispuestos a practicar para asegurarse la continuidad de sus ganancias a través de la máxima explotación de la fuerza de trabajo humana.
Aunque la amenaza del momento no parece apuntar a los judíos, hay otros pueblos y etnias que pueden sufrir desgracias similares a las provocadas por el capitalismo en su fase nazi-fascista. Para eliminar de una vez por todas la posibilidad de un resurgimiento del antisemitismo y de cualquier otro tipo de discriminación racial, es de fundamental importancia que todos los verdaderos humanistas se esfuercen por combatir lo que, de hecho, vienen a ser las grandes agresiones racistas del momento.
La búsqueda de chivos expiatorios nunca ha dejado de ser parte de las preocupaciones de los dueños del capital y, lejos de cesar, ha ganado aún más énfasis. Pero ahora, debido a las nuevas condiciones prevalecientes, ya no son los judíos los que están en el punto de mira para ejercer tal función.
En la Europa de hoy, las principales víctimas de la discriminación racial y cultural, con los actos de persecución de ella derivados, son los enormes contingentes de inmigrantes procedentes de las naciones devastadas por el colonialismo y el neocolonialismo en todo el mundo.
Los odiados del presente, los villanos de hoy, los que deben ser combatidos, expulsados o eliminados, son las masas de trabajadores musulmanes, los inmigrantes negros que han huido del hambre en África, los latinoamericanos que han abandonado sus tierras por falta de perspectivas y esperanza de una vida digna. Estos «nuevos judíos» no tienen ninguna relación directa con los antiguos «enemigos mortales» de la extrema derecha nazi-fascista europea de la primera mitad del siglo pasado, pero sirven muy bien para asumir el papel de los chivos expiatorios de ahora.
Sin embargo, en Brasil, la discriminación contra los judíos nunca se ha extendido al conjunto de nuestro pueblo. En el pasado siglo, el antisemitismo solo alcanzó a un número relativamente pequeño de personas de nuestras clases media y alta. Y esto se debe mucho más al umbilical sentimiento de dependencia que los une a sus homólogos europeos que a motivaciones endógenas.
Para la gran mayoría de los brasileños, la cuestión de la aversión a los judíos jamás ha estado presente. Muy probablemente, esto se debe a que nunca hemos tenido grandes masas de origen judío entre nuestro pueblo y, por lo tanto, este tema nunca ha llegado a sensibilizar a mucha gente entre nosotros.
En realidad, si a lo largo de la historia el antisemitismo nunca ha logrado movilizar con intensidad a muchos de nuestros compatriotas, no hay ninguna evidencia que nos permita deducir que esté ganando relevancia en este momento. Lo que vemos y sentimos, cada día con más intensidad, es el crecimiento de la odiosa discriminación practicada contra nuestras mayorías afrodescendientes.
Como los intereses del sionismo están em perfecta sintonia con los del imperialismo y de los grandes capitalistas en general, los medios corporativos a servicio del capitalismo se han dedicado a diseminar la comprensión de que los judíos y el Estado de Israel están indisolublemente vinculados. En otras palabras, ha habido un trabajo intenso para difundir la idea de que el Estado de Israel representa nacionalmente a todos los judíos.
Teniendo esto en cuenta, es bueno dejar claro que ni siquiera los nazis brasileños de hoy ven en el Estado de Israel a uno de sus enemigos viscerales. Para muchos de estos nazifascistas verde-amarillos, el Estado de Israel representa actualmente el modelo a seguir en términos de cómo aniquilar la resistencia de los grupos marginados de la sociedad. El Estado de Israel es visto por ellos como el prototipo de la estructura que debe establecerse para enfrentar y derrotar cualquier intento de rebelión por parte de aquellos que solo tienen el derecho de existir para servir como objeto de la explotación y el saqueo más brutales.
En vista de esto, en el Brasil del presente, el Estado de Israel, su ejército y su forma de lidiar con los palestinos se han convertido en símbolos de admiración para gran parte de los exponentes de nuestra extrema derecha con características nazi-fascistas. Esto lo podemos constatar entre los propietarios de las mayores iglesias neopentecostales, que se esfuerzan por inculcar en sus seguidores el sentimiento de que es deber de todos los cristianos defender la limpieza étnica de Palestina, para sacar de allí a todos los pueblos que ya la habitaban desde mucho antes de la llegada de los colonizadores europeos. Así también en muchos líderes de bandas de narcotraficantes, que incluso izan la bandera israelí para demarcar los territorios bajo su control. Lo mismo pasa con buena parte de los bolsonaristas ideológicos. Evidentemente, también entre la llamada élite del dinero, el prestigio del Estado de Israel está en alza.
Entonces, ¿cómo entender ciertos judíos que se autoproclaman como sionistas de izquierda, que suelen ser los que más plantean el tema del antisemitismo en sus argumentos cuando el Estado de Israel es blanco de críticas? Bueno, lo que puedo decir es que veo esto como una tragedia de malentendidos. Suponiendo, claro, que ellos actúan de buena fe, y que realmente están preocupados por encontrar soluciones humanistas y dignas para todos los que tienen que ver con el problema en Palestina.
En primer lugar, debo admitir que me resulta difícil entender lo que significa ser judío sin ser un seguidor de la religión judía. Parece que, para muchos, el judaísmo ha adquirido un imaginario carácter racial. Todos los judíos serían parte de la misma y única raza, independientemente de su religión, el color de su piel, su cultura, el idioma hablado, etc.
Bueno, nuestro Benedict Anderson ya nos había explicado que cada nación es siempre una comunidad imaginada. Así que, aunque el tema no es nada claro, no veo como negativa la identificación de ciertas personas con algunas tradiciones históricas que se asocian con el judaísmo.
Pero, lo que no estoy dispuesto a aceptar es que haya gente que se presente como «sionistas de izquierda» y que, aunque no sigan la religión judía, dicen sentirse moralmente comprometidos con la defensa del Estado de Israel tal y como este ha sido creado.
Es que esas personas no están dedicadas pura y simplemente a la defensa de un Estado nacional, sino de un estado colonialista y racista. Sí, un estado tan sólo de los judíos y para los judíos, que es como se ha estructurado el Estado de Israel desde su fundación por los colonizadores europeos que allá fueron para ocupar la tierra y expulsar a los palestinos que ya la habitaban hacía milenios. Es importante recordar que muchos de los recién llegados habían sido víctimas en Alemania y varios otros países de Europa de una atroz y cruel persecución ejercida a mando de las clases dominantes europeas. Así, para que no quede ninguna duda en cuanto a esto: el fuerte sufrimiento al cual aquellos judíos habían estado sometidos no tuvo lugar en Palestina, y tampoco les fue causado por palestinos.
Por eso, todo demócrata humanista, incluso cuando se considere judío, puede y debe hacer críticas al Estado de Israel. Y eso no tiene absolutamente nada que ver con prejuicios antisemitas. Defender la existencia del Estado de Israel tal y como se constituyó y se ha mantenido hasta nuestros días es respaldar un estado racista, que discrimina a los pueblos que no pertenecen a la tal «etnia» judía. En realidad, oponerse a las características exclusivistas que han existido en el Estado de Israel desde su fundación es también un paso relevante en la lucha contra el antisemitismo y el racismo em general.
Por lo tanto, cualquiera que desee considerarse un sionista de izquierda puede seguir haciéndolo, si lo cree válido. Pero, si su verdadero objetivo es contribuir a la paz, a la justicia social, al humanismo y a la defensa de los derechos de todos, su obligación es estar en primera línea de los que exigen que el Estado de Israel deje de ser un estado exclusivamente judío y se convierta en un ESTADO DE TODOS SUS CIUDADANOS, independientemente de su origen étnico o religión. Ningún luchador por los ideales de la izquierda puede, al mismo tiempo, apoyar y aupar el colonialismo y el racismo.
En este sentido, afortunadamente, no nos faltan ejemplos de grandeza, incluso en la misma comunidad judía y dentro del propio Estado de Israel. Hay varios nombres que se pueden citar como ejemplos de solidaridad y dignidad provenientes de personas que se consideran judías. Los grandes historiadores israelíes Ilan Pappe y Shlomo Sand, el reconocido lingüista Noam Chomsky, el combativo Miko Peled, nuestro brasileño Breno Altman, entre muchos otros, están ahí para dejar evidente este punto.
Como humanistas de verdad, ellos se encuentran entre los que no están de acuerdo con disposiciones como las que le permiten a cualquiera que demuestre pertenecer al grupo de los judíos inmigrar en cualquier momento a Israel y adquirir de inmediato la ciudadanía plena, con todos los derechos asegurados, mientras que se les prohíbe regresar a los descendientes de palestinos que fueron expulsados de sus tierras por los colonizadores provenientes de Europa.
Cualquiera que busque el bien para la humanidad debe aspirar a que en esa tierra donde ahora está instalado el Estado de Israel y en los exiguos territorios donde se han amontonado los palestinos que quedan, que allí se construya un estado para todos sus habitantes, sin ninguna discriminación basada en el origen racial, nacional o religioso. Un estado que no tolere el colonialismo ni el imperialismo, y que sirva para profundizar la búsqueda de la paz a nivel mundial.
¿Estoy siendo demasiado antisemita por pedir esto?
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