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Los médicos israelíes permiten la tortura del Shin Bet

Fuentes: 972mag

Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

Desde la aprobación de técnicas brutales de interrogatorio hasta la redacción de informes médicos falsos, los médicos en Israel han desempeñado un papel activo en la tortura de prisioneros palestinos.  

 

 

Foto ilustrativa de un soldado israelí que le venda los ojos a un prisionero palestino. (Nati Shohat / Flash90)

Si el Shin Bet dirige una escuela para sus agentes e interrogadores, el plan de estudios ciertamente incluye una clase sobre cómo decir una mentira. Los textos enseñados, al parecer, no cambian con los años. En 1993, respondiendo a las acusaciones de que el Shin Bet torturó brutalmente al detenido palestino Hassan Zubeidi, Yossi Peled, entonces comandante del Comando del Norte del ejército de Israel, dijo al periodista israelí Gabi Nitzan que «no hay tortura en Israel». Serví durante 30 años en el ejército israelí y sé de lo que estoy hablando».

26 años después, el subdirector y exinterrogador del Shin Bet, Yitzhak Ilan, repitió el mismo concepto al presentador de noticias Ya’akov Eilon en la televisión nacional mientras hablaba de Samer Arbeed, un palestino de 44 años que fue hospitalizado en estado crítico después de que supuestamente lo había torturado el Shin Bet. Se sospecha que Arbeed había organizado un atentado mortal que mató a una adolescente israelí e hirió a su padre y hermano en Cisjordania en agosto. Ilan se erizó ante la idea de que el Shin Bet era de alguna manera responsable de la condición de Arbeed.

Dejando a un lado estas absurdas formas de negación, como médico y fundador de Médicos por los derechos humanos siempre me ha preocupado la forma en que los médicos israelíes cooperan y permiten la industria de la tortura de Israel.

En junio de 1993 organicé una conferencia internacional en Tel Aviv contra la tortura en Israel en nombre del organismo. En la conferencia presenté un documento médico del Shin Bet que fue descubierto por casualidad por la periodista israelí Michal Sela. En el documento se preguntó al médico del Shin Bet si los prisioneros en cuestión tenían alguna restricción médica cuando se trataba de mantenerlos en aislamiento, si podían ser atados, si su rostro podría cubrirse o si podrían ser obligados a estar de pie por períodos prolongados de tiempo.

El Shin Bet negó que tal documento haya existido. «No existe tal documento. Era simplemente algo experimental que no está en uso», afirmó la agencia. Cuatro años después salió a la luz un segundo documento sospechosamente similar al primero. Ese documento pedía a los médicos que firmasen la tortura bajo varias cláusulas previamente acordadas.

El primer documento, junto con otros hallazgos, se publicó en el libro titulado Tortura: derechos humanos, ética médica y el caso de Israel. El libro no se puede encontrar en Israel. Steimatzky, la cadena de librerías más grande y antigua de Israel, ha prohibido su venta. Quizás esta sea una prueba más de que no hay tortura en Israel.

Después de que se descubriera el documento, MDU recurrió a la Asociación Médica de Israel y le pidió que se uniera a la lucha contra la tortura. La asociación solicitó que MDH entregara los nombres de los médicos del Shin Bet que firmaron el documento para que pudieran ser tratados internamente.

Me negué a entregar los nombres y dije al abogado de la Asociación Médica de Israel que no estaba interesado en ir tras doctores de rango, sino que quería cambiar todo el sistema. Eso significaba eliminar la legitimidad otorgada a las confesiones obtenidas bajo tortura, educar a los miembros de la AMI sobre la no cooperación con los torturadores y, en particular, proporcionar ayuda activa a los médicos que denuncian sospechas de tortura o interrogatorios brutales.

En aquel entonces, la AMI estaba satisfecha con recibir nuestras declaraciones sin hacer nada para evitar que los médicos del Shin Bet cooperaran con la tortura. Además la organización incumplió su obligación de establecer un foro para que los médicos informaran sobre presuntas torturas.

Un fracaso ético, moral y práctico

Pero no solo los médicos del Shin Bet y el Servicio de Prisiones de Israel colaboran con la tortura. Los médicos en las salas de emergencia de todo Israel escriben opiniones médicas falsas de acuerdo con las demandas del Shin Bet. Tomemos, por ejemplo, el caso de Nader Qumsieh de la ciudad cisjordana de Beit Sahour. Fue arrestado en su casa el 4 de mayo de 1993 y llevado al Centro Médico Soroka en Beer Sheva cinco días después. Allí un urólogo le diagnosticó una hemorragia y escroto desgarrado.

Qumsieh testificó que fue golpeado durante su interrogatorio y pateado en sus testículos. Diez días después, Qumsieh fue llevado ante el mismo urólogo para un examen médico, después de que este último recibiera una llamada telefónica del ejército israelí. El urólogo escribió una carta retroactiva (como si hubiera sido escrita dos días antes), sin realizar un examen adicional del paciente, en la que dijo que «según el paciente, se cayó por las escaleras dos días antes de llegar la sala de emergencias». Esta vez el diagnóstico fue «hematoma superficial en el área escrotal, que corresponde a hematomas locales sufridos entre dos y cinco días antes del examen». La carta original del urólogo, escrita después del primer examen, desapareció del expediente médico de Qumsieh.

La historia nos enseña que los médicos de todo el mundo internalizan fácil y efectivamente los valores del régimen y muchos de ellos se convierten en servidores leales del mismo. Ese fue el caso en la Alemania nazi, en los Estados Unidos y en varios países de América Latina. Lo mismo vale para Israel. El caso de Qumsieh, junto con muchos otros, refleja el fracaso ético, moral y práctico del establishment médico en Israel frente a la tortura.

 

 

Niños palestinos disfrazados de prisioneros protestan por la liberación de prisioneros palestinos detenidos en cárceles israelíes, Ciudad de Gaza, 21 de abril de 2007. (Ahmad Khateib / Flash90)

Ya en el siglo XVIII los juristas, en lugar de los médicos, publicaron opiniones legales acompañadas de pruebas de que no existe una conexión entre causar dolor y llegar a la verdad. Por lo tanto, tanto la tortura como las confesiones impuestas por el dolor fueron legalmente descalificadas. Uno solo puede suponer que los jefes del Shin Bet, el ejército y la policía conocen esta parte de la historia.

Y sin embargo la tortura, que incluye crueldad mental y física, continúa ocurriendo a gran escala. ¿Por qué? Porque el verdadero objetivo de la tortura y la humillación es romper el espíritu y el cuerpo del prisionero. Para eliminar su personalidad.

La comprensión legal de prohibir la tortura se basa en la idea utilitaria de que uno no puede llegar a la verdad infligiendo dolor. Pero los médicos están comprometidos, ante todo, con la idea de que todo lo que cause daño físico o mental a un paciente está prohibido.

El documento del Shin Bet para uso médico permite la prevención del sueño, permite a los interrogadores exponer a los prisioneros a temperaturas extremas, golpearlos, atarlos durante largas horas en posiciones dolorosas, obligarlos a permanecer de pie durante horas hasta que los vasos en sus pies explotan, cubrirles la cabeza por períodos prolongados de tiempo, humillarlos sexualmente, para romper sus espíritus cortando sus lazos con la familia y los abogados, además de mantenerlos aislados hasta que pierden la cordura.

El formulario de admisibilidad médica del Shin Bet no es el mismo que el utilizado para verificar la elegibilidad para unirse a la fuerza aérea o incluso para conducir un automóvil. Este tipo de «elegibilidad» lleva al prisionero directamente a la cámara de tortura y el médico lo sabe. El médico sabe a qué tipo de proceso sistemático de dolor y humillación presta su consentimiento y aprobación. Son los médicos los que supervisan la tortura, examinan al preso torturado y escriben la opinión médica o el informe de patología.

 

 

Activistas israelíes participan en una acción en protesta por el uso de la tortura, 2011. (foto: Oren Ziv / Activestills.org)

La bata blanca atraviesa la cámara de tortura como una sombra al acecho durante los interrogatorios. Un médico que coopera con la industria de la tortura de Israel es cómplice de esa misma industria. Si un prisionero muere durante el interrogatorio, el médico es cómplice de su asesinato. Los médicos, enfermeras, médicos y jueces que saben lo que está sucediendo y prefieren permanecer en silencio son cómplices.

Debemos oponernos incondicionalmente a todas las formas de tortura, sin excepciones. Nosotros, ciudadanos de un Estado democrático, debemos negarnos a cooperar con el delito de tortura, y más aún cuando se trata de médicos.

Tampoco debemos escondernos detrás de la idea de que la tortura es un síntoma de la ocupación mientras nos decimos que la práctica desaparecerá cuando termine la ocupación. La tortura es una visión del mundo según la cual los derechos humanos no tienen lugar ni valor. Existía mucho antes de la ocupación y seguirá existiendo si no cambiamos esa visión del mundo.

Las prácticas de investigación violentas y crueles no benefician a la seguridad nacional, incluso si se cometen en su nombre. La tortura causa una destrucción en espiral de nuestro tejido social. Los que llevan a cabo este terrible tipo de «trabajo» no solo pierden los valores de moralidad, dignidad humana y democracia, sino también todos los que permanecen en silencio, sin querer saberlo. De hecho, todos nosotros.

La doctora Ruchama Marton es fundadora de Physiciansfor Human Rights – Israel. Este artículo fue publicado por primera vez en hebreo en Local Call. Léalo aquí .

Fuente: https://972mag.com/shin-bet-torture-israel-doctors/143835/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión.org como fuente de la traducción.