Una banderola con la profesión de fe islámica custodia el acceso a Bab al Tabbaneh, en Trípoli. (Foto: Mónica G. Prieto) TRÍPOLI.- Lo único que no aparece agujereado por las balas o reventado por las granadas en la calle Siria, la línea de frente que separa el barrio alaui de Jabal Mohsen de la barriada […]
TRÍPOLI.- Lo único que no aparece agujereado por las balas o reventado por las granadas en la calle Siria, la línea de frente que separa el barrio alaui de Jabal Mohsen de la barriada ‘enemiga’ suní de Bab al Tabbaneh, son las dos enormes banderolas que custodian las entradas a ésta última.
«No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta», rezan las telas negras, colgadas por milicianos que no temen a los francotiradores. En cualquier otra circunstancia o sobre fondo verde, el color del Islam, la shahada, profesión de fe islámica común para suníes y chiíes, no representaría ninguna provocación pero sobre fondo negro y en el contexto del conflicto que viven suníes contra alauies en la ciudad Trípoli, la banderola tiene un significado amenazador: los salafistas, radicales suníes, reafirman su presencia como bando en conflicto y dotan de un sectarismo especial al enfrentamiento que arrastran estos dos barrios desde mediados de los 70, cuando los alauies -secta del chiísmo- se aliaron con Siria para combatir a los suníes -mayoritarios en Trípoli- contrarios a Damasco.
Los combates entre estos dos barrios nunca terminaron, pero el aumento de la influencia de los salafistas, que trataron de ser anulados durante la ocupación siria mediante la cárcel, el asesinato o el exilio forzoso, marca hoy la diferencia. Tras la retirada de Damasco en 2005, los seguidores de esta rama extremista suní, que promulga el regreso a los orígenes del Islam siguiendo las tradiciones del Profeta, volvieron a Trípoli revestidos de cierto aura de heroísmo.
Eso, sumado a la creciente pobreza, al alto desempleo y al abandono por parte de la clase política suní, más interesada en el poder nacional que en defender los intereses de su población, ha provocado que «los movimientos suníes islamistas emerjan gradualmente como una parte significativa en la escena del poder libanés», como escribe Omayma Abdel Latif en su informe ‘Islamismo Suní Libanés, una fuerza emergente’ publicado por la Fundación Carnegie, en el que advierte del asentamiento en el norte del Líbano de grupos influidos por Al Qaeda como Fatah al Islam, que se atrincheró en el campo de refugiados de Nahr al Bared el pasado año, Osbat al Ansar y Jund al Sham, presentes hasta ahora en el campamento palestino de Ain al Hilweh.
Sadam y Osama
Ain al Hilweh es considerado por muchos la ‘capital’ de la yihad libanesa, dada la cantidad de grupos integristas. En sus calles es frecuente ver retratos de Osama bin Laden, pero en ciertas calles de Trípoli también se venera al líder de Al Qaeda. En uno de los edificios de la citada calle Siria, dos pintadas llaman la atención: «Larga vida a Osama» y «Sadam fue nuestro héroe». Bin Laden y Sadam Husein nunca se profesaron simpatía, pero la ejecución del ex dictador iraquí le ha consagrado como mártir en comunidades suníes comoBab al Tabbaneh, donde se pueden ver fotos de Sadam en algunos negocios.
«Las fuerzas salafistas se han hecho fuertes por varios motivos: las autoridades son injustas con nosotros; los políticos no nos representan, sólo nos usan para obtener escaños, y nadie invierte en nuestra comunidad, nadie hace escuelas u hospitales», se queja el seij Bilal Maatar, cabecilla militar salafista que dirige las operaciones en Bab al Tabbaneh contra los alauies.
Maatar no corresponde a la imagen del salafista: tras la guerra civil, pagó su militancia en Harakat al Tawhid -uno de los principales grupos suníes – con seis años en las cárceles sirias, donde se radicalizó (confiesa que en su juventud fue marxista) pero no lo suficiente para abandonar un aspecto moderno, dado que gusta de los zapatos de diseño y la ropa de marca.
Nada que ver con su colega seij Ali Taha, presentado por Maatar como «amigo de Zarqawi» en referencia al difunto líder de Al Qaeda en Irak. «El salafismo es un intento por volver a los orígenes. No somos violentos», explica el salafista, quien, a diferencia de Bilal, no mira a la periodista hasta que ésta no cubre sus cabellos. «Pero si no estáis de acuerdo os decapitamos«, añade Mataar entre risas jugando de nuevo con las referencias a Al Qaeda.
Incluso Ali Taha, que durante la ocupación siria estuvo a punto de ser ejecutado, parece consciente de que la multiculturalidad del Líbano hace imposible el escenario iraquí, donde las facciones salafistas tenían como objetivo combatir a los chiíes -tachados de infieles- e imponer un califato islámico. «Esto no es Irak, aquí no hay sólo dos sectas», admite.
«Trípoli es una ciudad islámica, aquí el salafismo no se asocia con extremismo sino con devoción», explica seij Bilal. El Líbano no será nunca un estado islámico porque no se pueden forzar opiniones. Es una sociedad multicultural y debemos beneficiarnos de las ventajas de la convivencia entre musulmanes y cristianos».
Al Qaeda
Pese a ello ambos admiten que la situación es propicia para que ideologías tan extremistas como la de Al Qaeda, que considera inferiores a los chiíes y promueve el odio sectario, se expanda en el país. «Trípoli es una sociedad conservadora, y el contexto político y los combates están exacerbando a las dos partes y alimentando las ideologías más extremistas, pero no es cierto que Al Qaeda esté presente«, asegura Ali Taha.
El líder salafista desmiente así al propio Ayman al Zawahiri, lugarteniente de Bin Laden, quien en abril mencionó al Líbano como ‘línea de frente’ contra «los judíos y los cruzados» haciendo temer que su grupo cuente con infraestructura propia en el país.
Como señala Abdel Latif en su informe, «los grupos islamistas armados son independientes de Al Qaeda en términos logísticos o financieros, pero están inspirados por su ideología». Según esta experta en islamismo, «Al Qaeda vió durante largo tiempo al Líbano como pasillo para reclutas y apoyo logístico» hasta 2005, cuando la muerte del ex primer ministro Rafic Hariri, considerado jefe de la comunidad suní, dejó huérfanos a los suníes al tiempo que la presión norteamericana contra Al Qaeda en Irak se acrecentaba y aumentaba el odio sectario en la región.
Fue entonces cuando el Líbano pasó de tránsito a objetivo, lo que explicaría que en 2006 fueran arrestados unos 250 extremistas acusados de pertenecer a grupos ideológicamente cercanos a Al Qaeda y que Zawahiri criticase a Hibzulá recientemente. Los combates de mayo fueron instrumentalizados por algunos sectores de forma sectaria, haciéndolos aparecer como una agresión chií contra suníes indefensos, lo que incrementó el odio entre sectas en todo el país despejando más terreno para la extremista Al Qaeda.
«No hay duda de que en el Líbano hay huecos que están siendo rellenados con extremismos como el que propugna Al Qaeda, especialmente desde la guerra de Israel de 2006″, explica desde su residencia de Trípoli el seij Fathi Yakan, uno de los fundadores del movimiento salafista libanés.
A sus 75 años, Yakan sigue siendo uno respetado líder suní pero su formación, el Frente de Acción Islámica, y su brazo armado, las Brigadas Al Farj, rompen todos los esquemas: si en Irak los salafistas suníes combaten a los chiíes, el movimiento de Yakan no sólo apoya a Hizbulá, el partido chií, sino que combate de su lado y admite haber participado en los últimos enfrentamientos del lado de los alauies chiíes de Jabal Mohsen. «No sólo no combato a Hizbulá, sino que lucho con ellos en contra de la ocupación israelí».
«Por supuesto que Zawahiri critica a Hizbulá, porque quiere ganarse las simpatías de los suníes y declarar su presencia en el Líbano, pero la amenaza real es que los suníes y los chiíes comiencen a combatir entre ellos olvidando a sus verdaderos enemigos», dice el clérigo.
Yakan piensa, como muchos vecinos de Jabal Mohsen, que hay una ‘tercera parte’ interesada en promover un conflicto sectario en el Líbano. «Es cierto que algunos que se denominan salafistas están creando problemas porque son pagados por una tercera parte, y lo que hacen es crear más tensión sectaria, pero le aseguro que no representan al salafismo real. El salafismo sólo implica volver a los ancestros y a la senda del profeta Mahoma».
Curiosamente, la misma pintada que se puede leer en el sector suní de la calle Siria: «No te desvíes de la senda del profeta». «Los culpables son esos salafistas de Fatah al Islam y Al Qaeda, que quieren provocar la guerra sectaria en Líbano», dice uno de los vecinos alauies de Jabal Mohsen. «No lo consiguieron en Nahr al Bared y tratan de hacerlo aquí».
Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/