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Los mizrajíes, segregación y racismo en Israel

Fuentes: https://elordenmundial.com

Manifestación de las Panteras Negras en Jerusalén (1974). Fuente: Wikimedia Si algo se olvida habitualmente al acercarse a analizar Israel es la complejidad que entrañan los múltiples orígenes de sus ciudadanos. En este artículo nos adentramos en el mundo de los mizrajíes, judíos que tras ser expulsados de los países árabes han debido enfrentarse durante […]

Manifestación de las Panteras Negras en Jerusalén (1974). Fuente: Wikimedia

Si algo se olvida habitualmente al acercarse a analizar Israel es la complejidad que entrañan los múltiples orígenes de sus ciudadanos. En este artículo nos adentramos en el mundo de los mizrajíes, judíos que tras ser expulsados de los países árabes han debido enfrentarse durante décadas al racismo institucional del Estado hebreo.

Los efectos directos de la creación del Estado de Israel sobre el paisaje de Oriente Próximo -entre ellos, la existencia de casi seis millones de refugiados palestinos – y el devenir de los acontecimientos posteriores – guerras con Egipto, Siria y Jordania , el bombardeo de Túnez o la invasión del Líbano – siguen todavía muy presentes y, sin duda, han marcado la Historia de la región tanto que resulta imposible comprender las dinámicas de los últimos 70 años sin considerarlos.

Pero, además, la fundación de Israel destruyó algo que había sobrevivido a cientos de años, a las cruzadas, al Imperio otomano y a la posterior colonización: las comunidades judías de Oriente Próximo.

Los judíos de Oriente y la Nakba judía

Si algo se olvida al analizar el conflicto palestino-israelí es que la contienda por la identidad nacional judía y por la repartición de las cuotas de poder dentro de sus instituciones está marcada no solo por la división entre judíos y árabes – el 75 y 21% de la población en 2013, respectivamente-, sino por la diversidad de orígenes y tradiciones dentro de la comunidad judía israelí.

Así, encontramos a los askenazíes – judíos de Europa central y oriental -, los judíos etíopes, los sefardíes -judíos procedentes de la península ibérica que, tras su expulsión por los Reyes Católicos, emigraron a diferentes países del Mediterráneo, incluidos los territorios árabes, además de diferentes partes de Europa y Latinoamérica – y los mizrajíes -judíos originarios de los países árabes del norte de África y Oriente Próximo y de Persia -. Estas divisiones, más que étnicas o por origen, fueron establecidas por las élites askenazíes fundadoras del Estado de Israel y marcaron desde el principio profundas divisiones de clase en su seno.

Es por ello por lo que en muchas ocasiones estas élites tratan indiscriminadamente a sefardíes y mizrajíes, quienes, además de compartir tradiciones, se trasladaron a Israel en las mismas oleadas migratorias en los años 50 y trajeron consigo trazas culturales puramente árabes, africanas y asiáticas. Los términos sirvieron, pues, para que los askenazíes trazaran una frontera entre los judíos europeos, portadores de una cultura supuestamente superior, y los judíos orientales, bajos, de piel oscura y contaminados por la «inferior» civilización de Oriente, de la cual se autoproclamaron responsables de liberarlos.

Con ello, de manera paradójica, los fundadores del Estado de Israel interiorizaron el mismo supremacismo blanco del que seis millones de los suyos habían sido víctimas recientes en Europa, así como los mismos argumentos que las potencias coloniales utilizaron durante siglos para someter a los pueblos de Asia, África y América, unas facetas racistas que se fusionaron desde el principio con la definición del nacionalismo israelí y que se utilizarían para justificar las políticas coloniales y discriminatorias contra el pueblo palestino, pero también prácticas racistas contra poblaciones judías que habían formado parte integral de Oriente Próximo durante cientos de años.

Los palestinos suelen referirse a la creación del Estado de Israel como la Nakba ‘catástrofe’ -, pues el surgimiento de la patria judía llevó a 750.000 palestinos y a sus descendientes a convertirse en refugiados. No obstante, también derivó en la expulsión forzosa de cientos de miles de judíos del mundo árabe, lo que convertía Israel en una salvación obligatoria para miles de ellos. Alrededor de 850.000 judíos que habitaban los países árabes – prácticamente el 99% de la población judía del mundo árabe – se vieron obligados a abandonar sus hogares; 650.000 de ellos se asentaron en Israel, un hecho histórico que las autoridades israelíes no han dudado en utilizar para apropiarse del término Nakba.

Cronología de la formación del Estado hebreo.

De Mesopotamia a las aguas del Nilo

Los judíos formaron parte de Mesopotamia -actual Irak- durante más de 2.500 años. De hecho, cuando los británicos ocuparon Bagdad en 1917, hasta un tercio de los 200.000 habitantes de la ciudad eran judíos; en 2017 solo cinco judíos seguían viviendo en la capital iraquí. Durante cientos de años, los judíos iraquíes fueron parte integral de la sociedad, y musulmanes y judíos convivieron, generalmente, de manera pacífica. Los británicos fueron los primeros en fomentar las divisiones sociales favoreciendo a la población judía mediante su reclutamiento para la Administración colonial, dándoles privilegios y facilitando las actividades de grupos sionistas en el país

. Todo ello sembró la semilla de la enemistad y comenzó a generar antisemitismo, que se confundió con el antisionismo e impregnó los movimientos nacionalistas árabes.

El conflicto terminó estallando en 1941, cuando se produjo el primer farhud -‘progromo’ en árabe- contra una población judía a la que identificaban con las fuerzas coloniales ocupantes. Tras la guerra árabe-israelí y la creación del Estado de Israel en 1948, la enemistad interconfesional se acentuó y el 95% de la población judía de Irak -entre 120.000 y 130.000 personas- huyó a Israel. Para el 5% restante el destino no fue mucho más alentador. Cualquier sospecha de relación con el recientemente creado enemigo número uno los convertía inmediatamente en enemigos del Estado, con lo que pasaron automáticamente a situarse en el punto de mira de las autoridades, algo que se utilizó para atacar directamente a los movimientos comunistas, a los que muchos judíos se habían unido tras la primera gran expulsión. El sionismo se incluyó como delito penado con la muerte y fueron vetados de determinadas profesiones, incluidos la Administración Pública, el Ejército y la Policía.

Tras la guerra de los Seis Días en 1967 y la llegada al poder de Sadam Huseín en 1968, la cada vez más reducida comunidad se vio aún más arrinconada. Muchos sufrirían expropiaciones y serían acusados de espionaje, encarcelados, torturados, secuestrados y desaparecidos. Posteriormente, Huseín intentó compensar los daños causados, pero para entonces la comunidad judía se reducía a unas pocas decenas. El impacto que supuso para la sociedad iraquí la pérdida de la población judía fue irrecuperable. Los judíos conformaban una proporción enorme de los artistas e intelectuales promotores de la cultura y la literatura árabes del país, de sus médicos y comerciantes y también de su movimiento obrero y de las fuerzas seculares más liberales y críticas con los regímenes árabes que gobernaban desde Bagdad. El hecho de que conformaran una parte fundamental del activismo político, incluido el que denunciaba la opresión del pueblo palestino, fue sin duda un factor clave para que las autoridades decidieran acabar con ellos.

Coro judío de la sinagoga de Samuel Menashe, en Alejandría. Fuente: Wikimedia

Para la comunidad de judíos de Egipto el devenir de los acontecimientos no fue muy diferente, orquestado por Gamal Abdel Náser entre 1956 y 1957 – tras la crisis del canal de Suez y la guerra del Sinaí – como parte de sus políticas nacionalistas. 80.000 judíos habitaban Egipto en los años 40 y, al igual que los judíos iraquíes, suponían una parte fundamental de la vida económica, social y política del país. Muchos eran además una parte fundamental de los movimientos revolucionarios y de izquierdas y del activismo contra la ocupación colonial. Como había ocurrido en Mesopotamia, la creación de Israel fue instrumentalizada por un autócrata árabe para aplastar a los opositores políticos y arrebatarles sus propiedades. Tras las expulsiones de finales de los años 50, menos de 6.000 quedaron en el país. En la actualidad son menos de 200 los que conforman la comunidad, que no deja de envejecer y empobrecerse cada día que pasa.

Procesos semejantes se sucedieron en Siria y Yemen, aunque este último caso fue algo diferente. Allí los judíos habían sido considerado ciudadanos de segunda durante siglos de poder zaidí, forzados en muchos casos a la conversión, y marcharon en la denominada Operación Alfombra Voladora, en la que más de 50.000 judíos fueron trasladados a Israel entre junio de 1949 y septiembre de 1950. Solo unos pocos decidieron permanecer en el país, y tuvo que transcurrir más de medio siglo hasta que la guerra civil empujara en 2016 a otros 19 miembros de la comunidad -de la que solo quedaban 50 personas – a huir a Israel.

Traslado de judíos yemeníes a Israel en 1949. Fuente: Wikimedia

Entre el nazismo y el nacionalismo árabe

Situaciones similares tuvieron lugar en todo el Magreb árabe, desde Marruecos hasta Libia. En el Magreb vivían unos 430.000 judíos hacia finales de los años 40. Después de haber sobrevivido a las políticas antisemitas de la Francia de Vichy, a la invasión alemana de Túnez -por la que miles de ellos fueron enviados a campos de concentración y asesinados – y a las políticas racistas de la Italia fascista en Libia -donde vivían hasta 30.000 judíos antes de la Segunda Guerra Mundial-, las que fueran unas de las comunidades judías más antiguas de todo el Mediterráneo no permanecieron inmunes al creciente antisemitismo del mundo árabe.

La creación de Israel y el largo conflicto que generó coincidió además con el albor de las independencias de los países magrebíes, cargadas de nacionalismo árabe y rechazo a unas élites coloniales de las cuales -especialmente en los casos argelino y tunecino- los judíos habían formado parte. En Argelia, como territorio francés y no un mero protectorado, había visto las políticas represivas de la Francia fascista en su máximo apogeo; el desencadenante fue una cruenta guerra de independencia en la que la comunidad judía se vio atrapada entre ambos bandos, obligada a tomar lealtades y tachada como traidora por todos.

En el caso de Marruecos, la monarquía se preocupó desde el principio por defender a la comunidad como un parte fundamental del reino, mientras que en Túnez, donde los propios líderes de la independencia defendieron un país multicultural, no pudieron hacer nada contra la solidaridad y los sentimientos de rechazo que ocasionaron la política de Israel sobre el pueblo palestino y los sucesivos conflictos contra los vecinos árabes. Poco a poco, a pesar de que hoy siguen resistiendo, las comunidades judías de ambos países quedaron reducidas a un mero atisbo de lo que fueron.

Racismo antisemita en el seno del Estado judío

La discriminación y la violencia habían obligado a los mizrajíes a escapar de sus patrias árabes. Sin embargo, el racismo los iba a encontrar de nuevo a su llegada al Estado judío. Las políticas de repoblación de los fundadores de Israel no eran neutras, sino que llevaban asociadas un sistema de estratificación social muy claro. Así, en las oleadas migratorias de mediados de los 50, mientras que los judíos procedentes de Europa del Este iban siendo alojados en las ciudades centrales de Tel Aviv y Jerusalén, entre el 70 y el 90% de los mizrajíes eran obligados a repoblar las nuevas «ciudades de desarrollo», situadas en la periferia, muchas en los remotos parajes del desierto del Néguev. Se los amenazó con alejarlos de sus hijos e se dio instrucciones a los conductores de los convoyes de repoblación de que los lanzaran de los vehículos si se negaban a cooperar.

Sin duda alguna, el caso más destacado de estas políticas racistas lo vivieron los yemeníes. Tras el impresionante éxito de la Operación Alfombra Voladora y el abandono de su patria centenaria, antes de asignarles un hogar, los mizrajíes pasaban por campos de tránsito, donde se los registraba y se les hacía un reconocimiento médico. Allí sufrieron una política sistemática de robo de niños, a los cuales se arrebataba de sus familias para entregárselos a askenazíes supervivientes del Holocausto incapaces de concebir o incluso familias judías de EE. UU. Otros menores siguieron su destino tras desaparecer de los kibutz en los que habían sido alojados con sus familias. Los niños eran llevados a hospitales recién nacidos o para recuperarse de enfermedades menores y jamás regresaban. Los padres recibían la noticia de que sus hijos habían muerto repentinamente y no volvían a verlos. En este calculado plan se vieron implicados de manera generalizada funcionarios y profesionales sanitarios.

Este escandaloso episodio, ocultado y negado por las autoridades israelíes durante más de 60 años, alcanzó nuevas cotas de crueldad al descubrirse que muchos de los niños habían perecido en hospitales y orfanatos -y enterrados en fosas comunes, en contra de la tradición judía- después de negligencias y tras pasar por experimentos médicos. Al robo de niños iba asociado un pensamiento paternalista, una misión civilizadora que pretendía alejar a las nuevas generaciones de las «primitivas» costumbres de Oriente – cercanas a las de los enemigos árabes – de las que eran portadoras sus familias y que podían «dañar» la nueva nación judía, además de una conciencia racista según la cual las vidas de los judíos «negros» valían menos. Estas dinámicas racistas calaron en la identidad nacional de un Estado recién nacido y se reprodujeron en diversas facetas de la sociedad israelí hasta hoy. Los que habían formado parte de minorías ricas y parte integral de la cultura árabe pasaron a estar relegados a los márgenes de la sociedad israelí.

A finales de los años 50, la discriminación, acompañada de paro, pobreza y violencia policial, llevó a los mizrajíes a organizar desde sus guetos un levantamiento contra las autoridades -en lo que se conoce como las protestas de Wadi Salib -, en aquel momento representadas por la élite askenazí del Partido Laborista. El elemento racial del conflicto llegó a tal punto que en los años 70 se creó el movimiento de las Panteras Negras de Israel el primer grupo israelí que reconoció a la Organización por la Liberación de Palestina -.

El movimiento y las protestas pasaron a la Historia, pero las desigualdades entre mizrajíes -que suponen más de 3,5 de los casi nueve millones de ciudadanos de Israel – y askenazíes persisten. Es cierto que las líneas divisorias entre ambos grupos se han difuminado a golpe de matrimonios mixtos y conscripción militar obligatoria y que algunos mizrajíes ocupan puestos de responsabilidad, como la ministra de Cultura, Miri Regev. Sin embargo, los académicos, grandes empresarios y representantes políticos de los principales partidos siguen siendo askenazíes y nunca ha habido un primer ministro mizrají. Los mizrajíes siguen siendo más pobres, suponen un porcentaje mayor de la población carcelaria y continúan viviendo en las mismas poblaciones remotas y barrios del extrarradio y ocupando los estratos más bajos de la fuerza de trabajo y del estamento militar -situados en los lugares más peligrosos, generalmente en los puestos fronterizos con territorios ocupados-, así como estereotipados como débiles, sucios, delincuentes, incultos y vulgares. Además, al compartir las características físicas de los árabes, se los interroga constantemente por su origen, se los registra en el transporte público y sus documentos de identidad son continuamente revisados.

Traicionados tanto por los árabes como por una izquierda israelí dominada por los askenazíes y empujados a reforzar su identidad judía no oriental, los mizrajíes conforman la mayor parte del voto de los partidos conservadores y de ultraderecha y los estratos de la población más militaristas y arabofóbicos. De hecho, el partido Shas (Asociación Internacional de los Sefardíes Observantes de la Torá), abanderado como representante de los mizrajíes, no ha dejado de recrudecer sus posturas contra los palestinos desde su primera entrada en el Knéset -Parlamento israelí- a mediados de los 80.

Todo ello hace de este asunto una herida abierta en el seno de la compleja sociedad israelí y convierte a los mizrajíes en uno de los factores internos de conflicto social más relevantes junto con la minoría palestina israelí y la población judía ortodoxa.

El último regreso: los mizrajíes como el puente de Oriente

Sería absurdo culpar a Israel de todos los males de Oriente Próximo. En esta compleja región se entrecruzan conflictos entre kurdos, árabes y turcos, el pulso entre chiíes y suníes, la geopolítica del petróleo y la pugna por los recursos hídricos, las agendas personales de los regímenes regionales y el intervencionismo de las grandes potencias, todo ello en un área geográfica en la que escasea la democracia y sobra la venta de armas. Lo que es evidente es que la creación del Estado judío supuso un imborrable antes y después en la zona, un trauma aún irresoluble para las sociedades civiles desde Casablanca hasta Bagdad. ¿Podrían ser los mizrajíes un puente en estas tierras fracturadas por la Historia?

En Oriente Próximo se concentran muchos de los grandes compradores de armas mundiales. Fuente: Sipri

Judíos y musulmanes fueron capaces de convivir durante cientos de años. En la propia Palestina, antes de la llegada del sionismo, judíos mizrajíes y musulmanes habitaron y gobernaron juntos la hoy disputada ciudad de Hebrón, epicentro de la ocupación y primera línea del frente del conflicto palestino-israelí. Aún hoy, la mayor comunidad judía de la región fuera de Israel, la más protegida y con representación parlamentaria se encuentra en Irán, el mayor enemigo de Israel. Antes de la revolución, cuando el país era hogar de alrededor de 150.000 judíos, fue la vía segura de escape para los judíos iraquíes y, tras la revolución -durante la cual muchos abandonaron Irán-, el Estado de los ayatolás los protegió y privilegió como minoría. Hoy la comunidad ronda los 20.000 individuos y no deja de crecer, afirma vivir en paz y ni las sanciones internacionales ni los intentos de soborno por parte de Tel Aviv los han expulsado.

Desde distintas partes de la región se alzan voces conciliadoras. El Gobierno egipcio ha lanzado una campaña para rehabilitar antiguos cementerios y lugares de culto judíos. Por su parte, desde Irak e incluso Siria se escucha apelar a los «hermanos» judíos para que regresen a casa y algunos intrépidos se han atrevido a volver a su añorada tierra. Sin embargo, aunque con poder simbólico, algunas de estas medidas pueden considerarse mera propaganda gubernamental o declaraciones sin verdadera influencia política. Actualmente en la región pervive la hostilidad contra las minorías y no existe un retorno seguro de los judíos al mundo árabe. Asimismo, dados los resultados de las últimas elecciones israelíes, todo apunta a que la sociedad israelí sigue virando hacia la derecha, hacia la intolerancia contra los árabes y el rechazo al proceso de paz. Mucho ha de pasar todavía para que las tierras de Oriente dejen de temblar. Solo si se mantiene viva la memoria histórica de los mizrajíes durante ese tiempo habrá esperanza de una reconciliación y, quizás, la construcción de un proyecto político en la Palestina histórica en el que árabes y judíos puedan convivir en paz.

Fuente original: https://elordenmundial.com/los-mizrajies-segregacion-y-racismo-en-israel/