A comienzos del mes de agosto de 2017 un informe elaborado por varias agencias gubernamentales de los Estados Unidos, entre ellas la NASA, indicó que el 2016 ha sido el año más cálido desde que existen registros (1880) y el primero en que se superó la barrera de 400 partes por millón de CO2, alcanzando […]
A comienzos del mes de agosto de 2017 un informe elaborado por varias agencias gubernamentales de los Estados Unidos, entre ellas la NASA, indicó que el 2016 ha sido el año más cálido desde que existen registros (1880) y el primero en que se superó la barrera de 400 partes por millón de CO2, alcanzando el dramático registro de 402.9 partes por millón, algo que nunca antes había sucedido en la historia de la humanidad. Además, el año anterior la temperatura global fue 1.1 grados centígrados por encima de la existente antes de la era industrial, es decir, hace unos 250 años. Con esos datos se mantiene una preocupante tendencia: en el siglo XXI se está incrementando el calor en forma sostenida, puesto que los primeros 16 años de lo que va del siglo han sido los más calientes desde que Homo Sapiens (nosotros) aparecimos en la tierra.
Con estos recientes datos hay que ser una especie de marciano para negarse a reconocer que existe un brusco cambio climático, asociado al uso intensivo de carbón y petróleo desde la Revolución Industrial. En suma, las modificaciones climáticas están asociadas a un patrón energético fosilista, sin el cual no podría funcionar el capitalismo.
Esos marcianos existen, se encuentran en la tierra (más exactamente en los Estados Unidos) y forman parte de una «corriente de opinión» que niega el cambio climático, impulsada por las grandes empresas multinacionales del petróleo y de la industria automovilística y replicada por científicos y políticos de la extrema derecha de los Estados Unidos y otros países del mundo.
Las empresas petroleras y del automóvil tienen interés en desmentir el cambio climático, puesto que ellas son las principales responsables del calentamiento global y ahora se presentan como inocentes palomas que nada tienen que ver con la destrucción de la tierra. Empresas como la EXXON-Mobil destinan anualmente millones de dólares para financiar la campaña negacionista que comienza con el respaldo a políticos ignorantes, principalmente del Partido Republicano de los Estados Unidos, para que estos conviertan en eslogan político su rechazo al cambio climático, y sostengan ante la «opinión pública» que este hace parte de una conjura de los ambientalistas contra la civilización del petróleo y del automóvil. Otros que azuzan las mentiras y la desinformación son ciertos periódicos, como The Washington Post, que funciona como órgano de difusión del negacionismo. Siguen en la lista ciertos científicos, algunos de ellos prestigiosos, que reciben dinero para escribir artículos negacionistas que son publicados en revistas reconocidas, con el obvio propósito de generar dudas sobre el verdadero alcance del vuelco climático en marcha. En esos artículos se argumenta que no hay pruebas científicas convincentes que indiquen la gravedad del problema, que tal cambio no existe y si existiese no se debe a razones sociales y económicas, sino a modificaciones naturales y cíclicas del clima. Los más cínicos afirman que el cambio climático sería una buena oportunidad para los negocios, porque al aumentar el calor aparecen nuevas zonas turísticas, con playa incluida, para el consumo y el descanso.
Ahora, los negacionistas han adquirido un renovado poder a través de la presidencia de los Estados Unidos, puesto que Donald Trump, un vulgar e ignorante multimillonario, se ha convertido en el campeón del negacionismo climático. Para este individuo dicho cambio es un fraude y es un invento de China para dañar a la industria estadounidense. Por supuesto, a D. Trump lo acompaña un interminable cortejo de político, empresarios y tecnócratas, que ven una gran oportunidad de seguir quemando y consumiendo petróleo y carbón y piensan en abrir nuevas fronteras a la fractura hidráulica y técnicas similares, que permitan extraer hasta la última gota de petróleo, sin importar que se destruyan los pocos pedazos de bosque y selva que le quedan al planeta.
El negacionismo de la presidencia de Estados Unidos condujo al retiro de ese país del Acuerdo de Paris, pese a ser un convenio poco efectivo para combatir el cambio climático. Pero la medida más pintoresca ha consistido en prohibir el uso del vocablo cambio climático (climate change, en inglés) como parte de la política interna del Servicio de Conservación de Recursos Naturales del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA). La Directora de Salud del Suelo de esa dependencia, Bianca Moebius-Cline, preciso cuáles son los términos aceptables y cuáles se deben rechazar: se debe sustituir «cambio climático» por «extremos del clima»; «adaptación al cambio climático» por «resistencia a los extremos del clima»; «reducción de gases con efecto invernadero» por «incremento de la eficiencia del uso de nutrientes» y «aislación de (emisiones de) carbono» por «producción de suelos de materia orgánica». Como para que no queden dudas de lo que se busca con este cambio de lenguaje, en un correo electrónico la citada funcionaria del gobierno de Donald Trump informó que «no cambiaremos el modelo, únicamente la manera en la que hablamos de este. Hay muchos beneficios de poner el carbón otra vez en la agenda».
Entre las paradojas del actual gobierno de los Estados Unidos se encuentra que, siendo el campeón del negacionismo climático, está patrocinando un proyecto encaminado a generar un nuevo tipo de vacas transgénicas, que resistan al cambio climático. En efecto, el ejecutivo de los Estados Unidos aprobó una partida de 733 mil dólares con la finalidad de financiar un proyecto lunático de la Universidad de la Florida que busca una nueva especie de vacuno capaz de combatir el estrés térmico y mejorar la producción ganadera en los Estados Unidos. Ese proyecto encierra una doble ironía porque, por un lado, la ganadería intensiva es generadora de gases de efecto invernadero (Metano) en un 15% a nivel mundial y, por otro lado, Estados Unidos es el campeón del negacionismo climático.
En definitiva, que las vacas transgénicas resistan el cambio climático que el hato ganadero, del que se lucran grandes empresas y terratenientes del orbe, contribuye a producir. Eso es lo que puede denominarse como un círculo vicioso, que achicharra al planeta y con ello a las diversas formas de vida, incluyendo a la humana. ¡No importa, que el mundo se incendie, pero cuando eso suceda que nos encuentre comiendo bistec o hamburguesa!
Publicado en papel en El Colectivo, Medellín, septiembre de 2017.