Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Bombardeados y mutilados para después ser ignorados…
Sigue impidiéndose que cientos de niños de Gaza reciban una ayuda médica vital.
Su habitación está preparada; las paredes aún tienen la pintura fresca y mis hijos prepararon una cesta con chocolates y otras delicias para colocarla junto a su cama. Colgaron un cartel en la puerta decorado con lápices de colores y purpurina en el que se lee: «¡Bienvenido, Sobhi!». Les he enseñado que «Sobhi» significa «luz de la mañana» y que durante su estancia no deben tratarle como si fuera un visitante sino como a un hermano. Han hecho una lista de los sitios divertidos donde ir: los parques, la playa y quizá una excursión en ferry.
Hace dos semanas, mi familia, tras meses de espera, fue designada para ser familia anfitriona en un programa de intercambio muy especial que tiene como objetivo que niños de Gaza visiten los Estados Unidos. Esperábamos que nuestro huésped, Sobhi, llegara el 30 de mayo.
Mi familia estaba excitada y un poco nerviosa. Me di cuenta de que mi mujer aprovechaba todas las oportunidades para compartir las noticias sobre la llegada de nuestro especial visitante. Telefoneábamos a la familia de Sobhi de vez en cuando porque comprendíamos que enviar a un niño a una tierra extraña para que viva con una familia desconocida tiene que ser un poco inquietante para cualquier padre. Pero creo que nuestras ocasionales conversaciones nos iban facilitando las cosas a todos.
A través de esas llamadas, según avanzaba el tiempo, hemos ido conociendo más cosas sobre la vida y la familia de Sobhi en Gaza. Primero creíamos que tenía once años y después supimos que ha cumplido ya los quince. Al principio pensábamos que su familia vivía en la ciudad de Jan Yunis, pero después supimos que es de la ciudad norteña de Beit Lahia. Pensábamos que había quedado mutilado cuando su casa fue demolida en el ataque israelí de enero de 2009, pero más tarde supimos que había sido un proyectil lanzado por un tanque israelí lo que le había arrancado la pierna cuando el ejército abrió fuego contra su familia mientras estaban en el campo realizando sus tareas agrícolas. Y así, día tras día, íbamos conociendo más cosas de la tragedia de ese agradable muchacho.
Por desgracia, al igual que Sobhi, una cifra cada vez mayor de niños van quedando mutilados para siempre, desmembrados y asesinados por Israel y, sin embargo, no alcanzan a merecer la atención de los medios del mundo -y, de esa misma forma, tampoco llegan hasta nuestras conciencias-; pero ocurre, además, que también se les niega el acceso a los cuidados sanitarios, añadiendo el insulto a las heridas. Sobhi es uno de los muchos niños de Gaza de los que se ocupa el Fondo para la Ayuda a los Niños Palestinos (PCRF, por sus siglas en inglés), una organización no de lucro que tiene su sede en Estados Unidos que se dedica a organizar programas de intercambio médico, enviando niños heridos al exterior para que sean tratados cuando esos cuidados les resultan inaccesibles en Palestina; también trasladan equipos médicos a Palestina en misiones sanitarias de corta duración.
En espera de la llegada de Sobhi, aunque no puedo dejar de expresar mi admiración y gratitud por el incansable trabajo del equipo del PCRF, no se me escapa la ironía de la situación; la de que a este inocente y sencillo hijo de un campesino gazatí, cuya vida se ha visto para siempre alterada por el proyectil de un tanque israelí, se le subvencione para aventurarse solo a través del mundo para convertirse en receptor de otro artefacto manufacturado estadounidense: una pierna de plástico. Y ahora, como si las cosas pudieran ir aún a peor, parece esfumarse incluso la posibilidad de que Sobhi llegue hasta aquí.
Para salir de Gaza, Sobhi debe cruzar la frontera por el paso de Rafah y empezar su viaje desde El Cairo. Pero Egipto se niega a permitir la entrada de Sobhi. Es parte de las dificultades a que se enfrentan tantos gazatíes tras las masacres de enero: hospitales destruidos, escasez de medicinas, embargo de cualquier producto, desde el equipamiento médico hasta los equipos médicos que desde todas los rincones del planeta han acudido en masa hasta la frontera de Rafah.
Cuando Obama habló en El Cairo el 4 de junio, la ciudad más importante y más cercana por el este era la Ciudad de Gaza, desde donde los niños habían acudido inundando la frontera, implorando al dirigente estadounidense que presionara a Israel para que abriera el cruce y pusiera fin al bloqueo que tiene encarcelada a toda una población desde hace casi dos años. Los niños portaban pancartas con eslóganes como: «Una luz de esperanza para los niños de Gaza» o «Los niños de Gaza necesitan ayuda». Sahar Abu Foul, una niña de nueve años que asistió a la manifestación, dijo que los niños de Gaza quieren que Obama les ayude «a poder tener una vida como el resto de los niños». Pero debido a lo apretado de su agenda, Obama no pudo apuntarse a una visita a la frontera desde donde podía haberse dirigido a la joven multitud. Sin embargo, junto antes de su llegada, el Congreso invirtió más dinero para fortificar la zona fronteriza, destinando una suma de 50 millones de dólares a asegurar la frontera de Rafah, haciendo que la salida de Sobhi sea aún más improbable.
Y así van transcurriendo los días. Telefoneo a Sobhi, que me habla con toda madurez y amabilidad por teléfono, preguntando por mi salud, la salud de mi familia y pidiendo que Dios nos conceda una vida llena de bienestar y otras bondades. Su historial médico expone que está cayendo en una depresión y que lo que quiere y necesita, sencillamente, es unirse a su padre para trabajar en el campo de nuevo. Sus aspiraciones no son nada complicadas, sólo pide algo muy simple: una pierna artificial. Su padre, de expresión suave y tímida, parece resignado ante la posibilidad de que su hijo, finalmente, no pueda venir a los EEUU. Continuo dándole ánimos pero yo mismo estoy empezando a sentir que este tan especial y poco común intercambio era algo demasiado bueno para ser verdad. Sobhi me cuenta que confía en poder ayudar en la cosecha de aceitunas de este año. Pero en ocasiones, tener esperanza en un lugar como Gaza acaba convirtiéndose en desventaja en vez de simbolizar un ancla de salvación.
Ramzy Baroud es editor de PalestineChronicle.com y autor de un libro que está a punto de publicarse: «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza, the Untold Store».
Enlace con texto original en inglés: