En un «ensayo fragmentado» -«Hegemonías. Crisis, movimientos de resistencia y procesos políticos (2010-2013)», publicado por Akal-, el historiador Xavier Domènech Sampere explica que el mundo de hoy vive una crisis «orgánica», en sentido gramsciano, de hegemonía y de legitimidad. Es decir, han entrado en crisis todas las verdades y retóricas sobre las que se sustentaba […]
En un «ensayo fragmentado» -«Hegemonías. Crisis, movimientos de resistencia y procesos políticos (2010-2013)», publicado por Akal-, el historiador Xavier Domènech Sampere explica que el mundo de hoy vive una crisis «orgánica», en sentido gramsciano, de hegemonía y de legitimidad. Es decir, han entrado en crisis todas las verdades y retóricas sobre las que se sustentaba el sistema. Y eso implica también la posibilidad de construir hegemonías alternativas. Se abre una oportunidad para los movimientos de resistencia, que oponen la lucha por la democracia al imperio de la casta global.
Xavier Domènech es profesor de Historia en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado, entre otros libros. «Temps d’Interseccions. Una història de les Joventuts Comunistes (1970-1980)», «Clase obrera, antifranquismo y cambio político», «Quan plovien bombes. Els bombardeigs i la guerra civil» y «Lucha de clases, dictadura y democracia (1939-1977). Su última publicación -Hegemonías. Crisis, movimientos de resistencia y procesos políticos (2010-2013) ha sido presentado esta semana en un acto del Frente Cívico de Valencia.
El historiador toma como punto de partida la huelga general del 29 de septiembre de 2010, que plantea un escenario diferente en la confrontación sindical. Las organizaciones convocantes no querían asumir la responsabilidad en una derrota electoral del PSOE -como después ocurrió- pues la alternativa era la derecha, el Partido Popular. La huelga no sólo se enfrentó a una patronal y a un gobierno, sino también a un programa impuesto por los poderes financieros mundiales. Se generan fenómenos nuevos, y los viejos usos ya no sirven. Xavier Domènech analiza en el libro el caso de Barcelona, cuyo centro vive una situación casi pre-insurreccional. «Hay toda una experiencia de conformación de asambleas de barrio», apunta. Y en Madrid aparece «Juventud sin Futuro».
El 15 de mayo de 2011 irrumpe en la calle el movimiento 15-M. Entre sus precedentes se citan habitualmente las «revoluciones árabes» (con la señera ocupación de la plaza de Tahrir, en El Cairo), pero menos se habla de otros ejemplos sumamente relevantes, como el Geraçao a Rasca portugués, que aparece en marzo de 2011 e influye tanto en el origen como en las propuestas del 15-M. Además, en la primera movilización del 15-M del estado español salen a la calle entre 150.000 y 200.000 personas, mientras que en la primera movilización portuguesa lo hacen cerca de 300.000. El periodo 2010-2011 se suceden asimismo las protestas en Italia y Gran Bretaña, o surgen los diferentes Occupy en el mundo. «Es una gran explosión de protestas», resume Xavier Domènech.
Los antecedentes históricos sirven para adquirir una adecuada perspectiva y relativizar las novedades. El florecimiento del movimiento social en 2010-2011 se asemeja a la llamada «primavera de los pueblos» de 1848, por el entusiasmo, y por la creencia de que por fin se iniciaba una revolución que iba a asaltar los cielos. En ese contexto Marx y Engels escribieron el «Manifiesto Comunista». Emergió, además, un nuevo sujeto de cambio social: la clase obrera. En la primera década de 2000 hubo quien pensó que el nuevo sujeto ya no sería un ser humano, sino las redes. Sin negar la gran importancia de éstas, Xavier Domènech expone sus dudas.
A finales del siglo XVIII se crea en Londres la primera sociedad de correspondencia popular. Para expresar sus quejas por las dificultades materiales y la ausencia de democracia, escriben cartas a otras sociedades constituidas en diferentes localidades. Según Domènech Sampere, «así se comunican, hablan y crean su propia identidad; primero son unos pocos y rápidamente se convierten en centenares de miles; el primer acto de resistencia, cuando no hay nada más, es un acto comunicativo». Los comités de correspondencia también serán fundamentales en la Revolución de las Trece Colonias que dará lugar a los Estados Unidos. El análisis histórico aporta más lecciones. En la Francia ocupada durante la segunda guerra mundial, la resistencia llegó a lanzar hasta mil diarios; cuatro millones de ejemplares de diarios clandestinos hubo en Dinamarca. Según Xavier Domènech, «con el 15-M las redes también fueron muy importantes en un primer momento, pero dejan de serlo después en la misma proporción; y en eso falla la tecnopolítica; las redes pueden convocar una manifestación de 100.000 personas, que en otro momento no salen a la calle».
«Hegemonías. Crisis, movimientos de resistencia y procesos políticos (2010-2013)» disecciona el 15-M y lo entiende como un producto del fracaso del sistema, pero también de las izquierdas. Se observa el contenido «populista» (término hoy muy en boga), con consignas como «El pueblo unido jamás será vencido» o «Aquí empieza la revolución». Xavier Domènech apunta el recorrido del movimiento de los «indignados»: «Tuvimos un 15-M con un ciclo muy fuerte en 2011-2012, pero en 2012 se agotó como movimiento referencial y con respuestas para revertir la situación».
De nuevo la perspectiva histórica. Durante la primera gran crisis del capitalismo (1874-1893) se vivieron muchos de los debates que hoy se repiten. Había quien opinaba que la única forma de romper con el sistema de explotación capitalista era «desconectarse». La idea de la «desconexión» estaba en las sociedades cimarronas de América Latina formadas por esclavos o en la utopía cabetiana. Hoy se encuentra en las cooperativas y la economía social, en auge por la crisis, o en los espacios liberados donde se intentan cambiar las relaciones de vida. «Y eso es Proudhon», acota Xavier Domènech. Otro tanto ocurre con el «insurreccionalismo», la idea de «asaltar los cielos». Según el profesor de la UAB, «ésta es una de las ideas dominantes en los núcleos de transformación política en la Europa del siglo XIX». El blanquismo, que primaba la insurrección sobre los escritos teóricos, manifestó su influencia en la Comuna de París. Y es también una idea presente hoy en los debates de los movimientos sociales.
Otro elemento de la época son las organizaciones de masas (marxistas o anarcosindicalistas) para transformar la realidad. Según el historiador, «el partido de masas es una creación de las clases populares, como lo fue la conquista del sufragio universal, no algo que la burguesía haya regalado para controlarnos mejor». El ejemplo mejor acabado de partido de masas fue el SPD alemán, fundado en 1875 por los seguidores de Marx y de Lasalle, y que se reproduce en toda Europa. Lo importante del complejo panorama es que ninguna de las opciones ganó y el resto desaparecieron. «Sin el cooperativismo las organizaciones de masas no hubieran podido subsistir, y sin la idea de asaltar los cielos no se hubiera realizado el gran sacrificio por las demás opciones». Domènech Sampere plantea la siguiente hipótesis en el libro: «igual que a finales del XIX se dio una recombinación de elementos que dio lugar a una forma determinada, hoy vivimos otra recombinación cuyo resultado desconocemos».
Tras el crack del 29, la segunda gran crisis del capitalismo generó nuevos procesos de transformación en la izquierda. Surgió la idea de los frentes populares amplios, lo que desmiente la idea del populismo como creación latinoamericana que se haya exportado después a Europa. El viejo continente, asegura Domènech Sampere, «está lleno de formas y discursos populistas». Los años 30 del siglo XX son los del populismo, entendido como ideología interclasista y del «pueblo» que sufre la agresión de las «élites». El populismo atraviesa todo el espectro en el citado periodo. Por ejemplo, los ejemplares del periódico «Solidaridad Obrera», de la CNT, dan cuenta de un lenguaje populista en extremo, más que exclusivamente de clase.
Matiza Domènech Sampere que el populismo es «la forma o el continente, no una «superación» del contenido de las luchas; al contrario, es la expresión del contenido de las luchas en forma de pueblo». Porque el contenido de la «forma» populismo puede ser muy diverso. Puede adquirir la forma de Le Pen (por la derecha) o de Podemos (por la izquierda). El movimiento de los Frentes Populares en los años 30 generó realidades populistas en el estado español, Francia o Chile, pero fue un fenómeno mucho más amplio. En Estados Unidos se dio una alianza muy amplia que hizo que las políticas de Roosevelt viraran cada vez más hacia la izquierda. El frentepopulismo es además la base de los movimientos de resistencia durante la segunda guerra mundial, de las constituciones europeas de la posguerra y de la construcción del estado del bienestar.
Antes de que Podemos popularizara la palabra «casta», Xavier Domènech la utilizó en algunos de sus textos, pero con otro matiz semántico. El de una facción de capitalistas que se había emancipado de su clase e incluso podía generar contradicciones dentro de ésta. Esta «casta» es «muy pequeña, poderosa y homogénea, y actúa en una dimensión mundial; su proyecto de construcción de hegemonía es el neoliberalismo; pero ese proyecto ha entrado en crisis y la «casta», por tanto, ha de actuar de modo mucho más directo» (hoy las agencias de calificación imponen sus análisis sin necesidad de intermediarios). Así, la generación de consensos ha pasado a la pura coacción sobre las poblaciones. La crisis de hegemonía ha llevado, incluso, a que una parte de los «sirvientes» de esa «casta» haya tenido que asumir el poder político directamente. Por ejemplo, Mario Monti en Italia (el hombre de Goldman Sachs) o Luis de Guindos (de Lehman Brothers) en el estado español. Estas contradicciones se ven hoy muy claramente en Cataluña, sostiene el historiador. «CIU no representa en estos momentos a los grandes intereses empresariales; el discurso de la elite económica no sirve para construir una hegemonía electoral».
Si la «casta» actúa en el plano global, es ésa su gran fuerza (redirigir flujos de capital de un lugar a otro como factor de presión), su gran debilidad es el anclaje local. Ello implica problemas muy graves de legitimidad. Los movimientos de resistencia popular tienen, por el contrario, dificultades para actuar en una dimensión global, pero son fuertes a nivel local en su apelación a la lucha por la democracia. En su forma interclasista, son además movimientos populistas y diversos. Como los Frentes Populares, y también como el 15-M. Otra cuestión es la defensa de la patria, que en América Latina se asocia a la liberación colonial e incluso al antiimperialismo (aun con los problemas que implique ello en la relación con las poblaciones indígenas). Con todas las complejidades que el patriotismo arrastra en el estado español, es otra vía abierta para los movimientos de resistencia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.