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Los nuevos palestinos

Fuentes: La Marea [Foto: Un hombre trabaja dentro de una escuela dañada por la explosión del verano. REUTERS / MOHAMED AZAKIR]

«Lo que explotó en Beirut fue la incompetencia, la desidia y la irresponsabilidad de unos dirigentes acomodados en su impunidad y en la protección internacional», reflexiona Mónica G. Prieto

Durante su conflicto civil (1975-1989), Beirut fue un sinónimo de horror. La guerra condenó a la bella ciudad fenicia a la categoría de cliché, un símil recurrente para describir devastaciones, explosiones y catástrofes variadas. La destrucción de la ciudad fue tan masiva que la frase “parecía Beirut” quedó grabada en la memoria colectiva mundial, consagrándose así como paradigma del desastre.

La población libanesa se debatía entre dos sentimientos: el orgullo de haber sobrevivido a tamaña locura y ser una referencia mundial en términos de espanto, y la irritación por ser relegados a símbolo de muerte y destrucción, hasta el punto de que un bloguero libanés, Jad Aoun, dedicó su tiempo a buscar toda referencia en la prensa internacional y a emitir certificados de “Parecía Beirut” que eran enviados a los medios de comunicación para hacerles reparar en la injusticia y disuadirles de perpetuar un estereotipo aborrecible por los libaneses, que asociaban su ciudad al cosmopolitismo, la calidad de vida y la convivencia. 

Porque, hasta hace poco más de un año, Beirut era la envidia de ese mundo árabe despedazado por las guerras y rehén de dictaduras e intereses. Su libertad resulta inédita, pero también la voluntad emprendedora de una población capaz de superar años de desgobierno y caos interno a fuerza de iniciativa privada. Hoy, sin embargo, Beirut parece aquella Beirut tópica de carcasas de edificios calcinados, montañas de escombros y de gente derrotada. La devastadora explosión del puerto del 4 de agosto, donde la irresponsabilidad criminal de las autoridades albergaba 2.750 toneladas de nitrato de amonio, alteró drásticamente la fisonomía de la ciudad pero, sobre todo, convulsionó el ánimo de un pueblo con una resiliencia poco común que ha superado todo tipo de reveses en las últimas cinco décadas.

Aquella explosión, que dejó 200 muertos, 6.500 heridos y a un cuarto de millón de personas sin hogar, fue la gota que colmó un vaso que parecía inabarcable y que ya amenazaba con estallar en las manifestaciones masivas populares que agitaron el Líbano antes de que la pandemia las pusiera en cuarentena. En los últimos meses, comer carne era un milagro y los productos esenciales se habían convertido en bienes escasos. Apenas había suministro eléctrico y se había regresado, como durante la guerra, a estudiar a la luz de las velas. La corrupción ha devorado la boyante economía del país, derivando en una devaluación de la moneda local del 80% y a una inflación del 60% que redujo los sueldos a limosnas.

Lo que explotó en Beirut fue la incompetencia, la desidia y la irresponsabilidad de unos dirigentes acomodados en su impunidad y en la protección internacional. Los libaneses pueden reconstruir una vez más, a mano ante el desamparo institucional que padecen, pero ya no tienen fuerzas para hacerlo sabiendo que el país, rehén de un sistema político sectario corrupto hasta la médula, solo es susceptible de empeorar. Para desmayo de todos los que conocen el bello país mediterráneo, parecen destinados a convertirse en los nuevos sirios, que sustituyeron en la década pasada a los iraquíes que, en los años 2000, habían tomado el lugar de los exiliados palestinos. Amenazan con transformarse en un pueblo de refugiados que, a diferencia de sus predecesores, no huyen de la maquinaria militar o la persecución política o religiosa, sino de una incertidumbre política y económica y una desidia institucional que resulta igualmente criminal.

Ahora, una vez que todos los que se lo podían permitir se marcharon del país, los más desesperados malvenden sus pertenencias para pagar a los contrabandistas del puerto de Trípoli por una plaza en una balsa que recorra los 160 kilómetros que les separan de Chipre, con la esperanza de llegar a Europa y optar a una vida digna. ACNUR pudo constatar una veintena de embarcaciones entre agosto y septiembre (en todo 2019 solo se detectaron 17 naves), semanas después de la gran explosión, que salían de la paupérrima ciudad de Trípoli rumbo a la vecina Chipre, donde la presencia de turistas libaneses siempre ha sido habitual.

En esta ocasión, sin embargo, los libaneses que llegan en patera han dejado de ser bienvenidos. Según Human Rights Watch, al menos 230 personas fueron repelidas por guardacostas griegos y turcos en aguas territoriales chipriotas solo entre el 6 y el 8 de septiembre, sin que tuvieran oportunidad de solicitar asilo. Algunos tripulantes denunciaron que llegaron a ser golpeados y obligados a dar la vuelta por los agentes.

“El hecho de que ciudadanos libaneses se unan ahora a refugiados sirios en barcos para huir del Líbano y buscar asilo en la UE es una señal de la gravedad de la crisis que enfrenta ese país”, afirmó Bill Frelick, director de derechos de refugiados y migrantes de Human Rights Watch. «Chipre debe considerar sus solicitudes de protección de manera completa y justa y tratarlos de manera segura y con dignidad en lugar de ignorar las obligaciones de los botes de rescate en peligro y no participar en expulsiones colectivas», denunció el responsable. 

Lo más irónico y lo más doloroso es que Líbano, por empatía y geografía, lleva acogiendo refugiados desde mediados del siglo pasado. Su diminuto territorio, fronterizo con Israel y Siria, ha dado hogar a quien huía por su vida, aliviando así el peso que tenía que asumir Europa en las guerras regionales –muchas de ellas, teñidas de componentes heredados del colonialismo– de las que escapan. Sus comunidades de desplazados son tan grandes que ocupan barrios enteros, casi ciudades. Ningún otro país acogió –en porcentaje de población– a tantos palestinos, iraquíes y sirios como ellos, hasta el punto de multiplicar sus habitantes durante cada gran conflicto regional, pese a su endémica crisis económica y su eterna crisis política. Ahora que la fortuna se vuelve en contra del país del Cedro –si es que algún día estuvo a favor– es el turno de Europa de asumir el papel de protector que ellos ejercieron.

Fuente: https://www.lamarea.com/2020/10/14/los-nuevos-palestinos/