Un dato impactante nos recuerda la intensidad de los conflictos en los países del área del norte de África y Oriente Medio: según Naciones Unidas, en esta relativamente pequeña región del planeta se agrupan el 47,2% del total de refugiados que existen en el mundo. De toda esa inmensa cantidad de personas desplazadas y viviendo […]
Un dato impactante nos recuerda la intensidad de los conflictos en los países del área del norte de África y Oriente Medio: según Naciones Unidas, en esta relativamente pequeña región del planeta se agrupan el 47,2% del total de refugiados que existen en el mundo. De toda esa inmensa cantidad de personas desplazadas y viviendo en muy precarias condiciones humanitarias, los refugiados palestinos son la gran mayoría. Constituyen hoy día un grupo social que suma más de cuatro millones de seres humanos, y son los grandes olvidados de la información, la política y las relaciones internacionales. Son la cara oscura de la representación del conflicto más largo de la historia contemporánea, que nunca la comunidad internacional ha sido capaz de resolver; ello supone condenar a una subsistencia marginal, sin dignidad y sin futuro, a un número enorme de personas que, consecuencia de esa falta de solución, sigue aumentando demográficamente y dando nacimiento a nuevas generaciones que viven en guetos insalubres y malolientes, con una absoluta falta de esperanza en el alarmante polvorín social y político en que se ha convertido Oriente Medio.
Esta situación se originó en 1948 cuando la creación del Estado de Israel provocó la expulsión y la huida inducida de 800.000 palestinos que vivían en la tierra que pasaba a convertirse en el nuevo Estado judío. Era la manifiesta expresión de la tragedia inevitable que se avecinaba en esta parte del mundo cuando la URSS y todo el mundo occidental tomaban la decisión de crear una entidad estatal constituida por colonos judíos que venían del exterior sin querer asumir que ello insoslayablemente afectaría el futuro de los habitantes autóctonos que poblaban esas tierras palestinas y abriría el más complejo, violento y largo conflicto de la historia. Esos refugiados palestinos, que después aumentaron con ocasión de la guerra del 67, se repartieron entre Gaza, Cisjordania y los países árabes vecinos (Jordania, Líbano y Siria). En 1950, Naciones Unidas creó una agencia especial para atender las necesidades mínimas humanitarias de toda esa población de excluidos y apátridas, la UNRWA (United Nations for Relief and Works Agency), sin pensar en ningún momento que dicha situación se prolongaría más de medio siglo, sin expectativas de solución hasta el momento; de manera que lo que en principio eran 800.000 refugiados hoy suman más de cuatro millones, dándose el caso de que en la actualidad se pueden encontrar cinco generaciones viviendo en los campos de refugiados. Un caso único en la historia de los conflictos.
Con el tiempo, la UNRWA ha visto cómo su presupuesto en el marco de Naciones Unidas se ha ido reduciendo enormemente a medida que el problema se prolongaba y enquistaba en el tiempo, dependiendo cada vez más de donaciones privadas o bilaterales. Así, hoy día los campos de refugiados palestinos en Jordania (1.780.701), Líbano (400.582), Siria (424.650), Cisjordania (687.542) y Gaza (961.645; en este caso son el 80% de la población total gazí) dependen básicamente del trabajo de voluntariado y de que los Estados o las instituciones privadas se acuerden de que existe esta parte de la humanidad abandonada. Y, en este difícil marco de supervivencia, es necesario dar a conocer la enorme importancia que tiene la UNRWA para estos refugiados palestinos. No sólo es el pilar en el que se sustenta la principal vía para garantizarles los niveles mínimos de asistencia médica general, mejora mínima de infraestructuras (acceso a agua corriente, que no potable; la conversión de chabolas insalubres en casas con estándares mínimos de habitabilidad), y, lo que es una labor sustancial y prioritaria, garantizar la educación primaria, e incluso secundaria en el caso de los campos en el Líbano.
Pero también es enormemente importante para ellos la existencia de la UNRWA en términos políticos y simbólicos. En tanto que la UNRWA siga existiendo, y de ahí la gran importancia de que se le apoye financieramente y se la consolide como institución internacional, la cuestión de los refugiados palestinos seguirá también existiendo en el mapa internacional y seguirá recordándonos a todos que hay un problema humanitario y político que resolver para una parte considerable de los ciudadanos del mundo. Es por ello que la UNRWA, de acuerdo con esa importancia humanitaria y político-estratégica que le corresponde realizar y representar, ha decidido crear Comités nacionales para recoger los fondos públicos y privados necesarios para poder seguir existiendo y realizar la labor de emergencia humanitaria que desarrolla desde 1950. España ha sido el primer país elegido para crear un Comité nacional de la UNRWA, presidido, con gran acierto en mi opinión, por Emilio Menéndez del Valle (www.unrwace.org). Esperemos que los españoles seamos capaces de estar a la altura de las expectativas que aparentemente suscitamos en nuestra preocupación por los que Frantz Fanon denominó en su magnífico libro sobre la violencia de la colonización Los condenados de la tierra.
Pero además de la incuestionable realidad humanitaria, hay que tener en cuenta la importancia política del problema de los refugiados palestinos, como parte sustancial a resolver en la consecución de un Oriente Medio estable y democrático. El derecho al retorno que la ley internacional ampara a estos ciudadanos apátridas (dado que no existe un Estado palestino) es una relevante cuestión pendiente en la resolución del conflicto palestino-israelí. Pero además es principalmente espinosa en lo que concierne a los refugiados instalados en los países árabes vecinos de Palestina. Éstos están acogidos por Jordania, Líbano y Siria pero partiendo del principio de que son palestinos y por tanto con determinantes resistencias políticas y nacionalistas para absorberlos como ciudadanos de esos países, teniendo en cuenta además que las situaciones socioeconómicas y de desempleo que existen en esos Estados les plantea una dificultad añadida de integración. En consecuencia, son el símbolo de las contradicciones que el enquistamiento histórico de este conflicto supone en la realidad de Oriente Medio: de un lado representan simbólicamente la causa nacional árabe palestina que todos defienden, y de otro viven de facto en situaciones de aislamiento socio-económico y frustración política y ciudadana, de manera que han acabado siendo guetos sociales y políticos problemáticos para cada uno de esos países, representando su futuro uno de los condicionantes de la propia transformación democrática en el marco del Estado de derecho de esos Estados. Una vez más Israel se desentiende de un problema capital y, recurriendo a la táctica de los hechos consumados, se lo traslada a los países árabes. En consecuencia, se da una realidad de millones de refugiados que se encuentran en un limbo social y nacional sin expectativas de futuro, pero que a su vez son un importante componente demográfico y político que condiciona el futuro de esos países donde están instalados.
La situación en el Líbano es, también en este caso, la pequeña radiografía de todos los desafíos y problemas que definen la realidad actual de Oriente Medio. Hace pocos días he podido visitar los campos de refugiados palestinos en Líbano con los responsables de la UNRWA en ese país y conocer sobre el terreno la enorme complejidad que supone esta cuestión. Más allá de la dura experiencia personal que supone ver las condiciones muchas veces inhumanas en las que puede sobrevivir el ser humano durante décadas, sin que ello preocupe a las grandes potencias y estadistas internacionales, los refugiados palestinos son víctimas y parte de la difícil situación que vive ese país. Los más de 400.000 palestinos que existen en Líbano suponen un enorme desafío para el país y de ahí que haya un rechazo radical a su instalación e integración, de lo que se deriva una ausencia total de derechos sanitarios, educativos, laborales, etcétera; es decir, una marginación y guetización que, hay que tener en cuenta, se prolonga durante décadas. El Líbano tiene una población de unos tres millones de habitantes, con un índice de desempleo, según cifras oficialistas, de un 20%. Los palestinos representarían un 10% más de población.
Es decir, hay una razón socioeconómica que barajan las autoridades libanesas para no permitir a los palestinos desempeñar prácticamente ningún empleo, salvo los infracualificados y de manera muy relativa. Cualquier posibilidad de trabajo cualificado o profesional está vetada a los palestinos. Por otro lado, la cuestión confesional está sobredimensionada y muy presente en la esfera pública y política del Líbano, de manera que la integración de los palestinos supondría un aporte sustancial demográfico de identidad musulmán suní. Unido a esto, el imaginario colectivo de importantes sectores libaneses identifica a los palestinos como actores responsables de una parte de la guerra civil libanesa, y los ve como un caballo de Troya en el interior del país. En consecuencia, se da la irreconciliable situación de que existe casi medio millón de ciudadanos palestinos junto a tres millones de libaneses en un país que no podrá salir adelante de manera estable y democrática sin resolver la cuestión de cuál va a ser el futuro de esos ciudadanos a los que somete, por esas diversas razones económicas, confesionales y políticas, a una marginación y falta de derechos flagrante.
Pero la cuestión está en que tanto Líbano como Siria o Jordania no pueden resolver esa cuestión ellos solos. Son a su vez víctimas de la falta de solución internacional a un conflicto cuya responsabilidad procede en primer término de Israel. Los hechos consumados les ha colocado en una situación que están gestionando inevitablemente mal y creando a su vez potenciales riesgos de conflicto interno en sus propios países, porque esa enorme generación de jóvenes palestinos que puebla los campos de refugiados necesita recuperar esperanza sobre su futuro. Si no, o bien tratarán de emigrar al mundo desarrollado como sea o se irán convirtiendo en actores cada vez más inmersos en el odio y la frustración.
Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología el Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid