Traducción del árabe para Rebelión de Antonio Martínez Castro.
Pese al entusiasmo del encuentro con los palestinos de la ciudad de Gotemburgo y el dabke que bailaban los jóvenes llenos de alegría por vivir, nada ni nadie puede hacerles olvidar que proceden de los campos de refugiados de Líbano y de Siria y que su origen está en los pueblos de Galilea aunque no hayan nacido allí. Pero sus abuelos sí vivieron allí e incluso algunos de sus padres y madres nacieron en su suelo aunque tuvieran que abandonarlo envueltos en harapos aún siendo niños.
Durante aquella visita del pasado mes de mayo comprendí la amargura que asuela a los palestinos de Suecia a causa de la añoranza de la tierra y también por el cielo ceniciento de aquella ciudad, cerrado sobre sí mismo y sin un solo rayo de sol que se filtre a través del sombrío manto de nubes, que te convence de inmediato de que el sol casi nunca brilla por aquellas tierras.
Allí todas las familias esperan la llegada del verano para volver a Damasco, a Beirut, o a los campos de refugiados del Sur y del Norte, empujados por el afecto que los une a sus familias y a las ciudades que los vieron crecer. No sólo sufrieron al partir en busca de protección, incluso a países en cuyo cielo el sol no brilla más que rara vez, sino que además se esfuerzan por ahorrar unas coronas – moneda sueca – y cambiarlas por dólares – la moneda dueña y señora de las economías árabes – para enviar una ayuda a su gente que espera y aguanta, y de paso mantener la relación con el sol de la tierra árabe que les ha sido robado.
Muchos de los que he visto en esta ciudad sueca emigraron después de la batalla de Beirut en 1982 y de la firma del tratado de Oslo en 1993 cuando los vastos países árabes se volvieron demasiado estrechos como para alojarles al tiempo que recibían millones de trabajadores y de trabajadoras domésticas del sudeste asiático.
Al segundo día de fiesta llamé a mi amigo el novelista y escritor de cuentos el Dr. Hasan Hamid que se pasa la vida deambulando lejos de su casa en el espontáneo barrio de la Sabina que ha crecido de forma caótica. La fiesta fue una emisión de desconsuelo y una ocasión para lamentarnos, intercambiar penas y repasar la lista de amigos del campamento de Yarmuk que han sido desperdigados por la faz de la tierra desde Filipinas en el Sur -algunas familias han terminado en aquel país exportador de trabajadoras domésticas al Golfo para que los arrogantes beduinos permitan que sus señoras árabes descansen, no cocinen ni cuiden de los niños y puedan pavonearse perfumadas- hasta Suecia en el Norte.
Me dice mi amigo Hasan: «Sabías que nuestro amigo el escritor de relatos Ahmad Najm está en casa de su hija en Irbil mientras que su familia ha llegado a Suecia y que está desgarrado sin saber qué hacer». Añadió con voz trémula: ¡Veintitrés mil vecinos de Yarmuk están en Suecia! ¡en Suecia, querido Abu Shawer, y no en las ciudades y pueblos de Galilea con vistas al mar ni entre los campos de naranjos de Palestina!
Hasan se preguntaba: ¿Por qué expulsan a los palestinos? ¿Quién tiene interés en alejarlos de las fronteras de Palestina para hacerles olvidar el derecho al retorno e impedirles que tomen las armas para liberar lo que les quitaron los sionistas por la fuerza?
La conversación con Hasan fue larga y más sombría aún que el cielo de Gotemburgo.
El escritor Mohammed Adil, que reside en Damasco, me escribió por facebook: «El campo de refugiados de Yarmuk ha sido devastado y saqueado, la gente desperdigada y allí sólo quedan unos pocos en condiciones insoportables». Añadía: «Muchos profesionales palestinos, entre ellos médicos e ingenieros, se han lanzado a la aventura saliendo en barcazas de Libia dirección a Italia y han encontrado la muerte ahogados en el mar, víctimas de las olas. Les han envenenado la vida aquí y han sido forzados a emigrar para salvarse y salvar a sus familias, de este modo los sorprendieron las olas y se fueron de este mundo sin sepultura ni testigos que grabaran sus nombres y los recordaran. También había sirios, iraquíes, somalíes y libaneses. El Mediterráneo ha pasado de ser un lago en manos de los árabes hace tiempo a ser el mar de los cadáveres árabes que huyen de su tierra por la fuerza.»
El campo de refugiados de Yarmuk sigue ocupado por los islamistas de al Nusra y del Ejército Libre que han sido expulsados de su estado islámico por Daguesh (Estado Islámico de Siria e Iraq- Al Qaeda). Hasta ahora las fuerzas de ocupación del campo de Yarmuk se niegan a abandonarlo por las buenas y por eso los chavales del campamento se han organizado en comités populares y combaten por sus callejuelas para recuperar sus casas por la fuerza de las armas después de haberse desesperado intentando convencer a los yihadistas para que abandonasen el campamento, se lo dejasen a sus habitantes y que se fueran a hacer el yihad a Palestina en lugar de obligar al exilio a los palestinos de Siria.
Todo lo que han construido los palestinos de Yarmuk a lo largo de casi sesenta años lo han destruido esos ignorantes malhechores que trabajan al servicio de un plan para dispersar, frustrar y desesperar a los palestinos. Estoy convencido de que las gentes de Yarmuk volverán a sus casas dentro de unas cuantas semanas gracias a la heroicidad y los sacrificios de aquéllos que se han visto forzados a tomar las armas. Esos combatientes son hijos, hermanos y vecinos de mártires -en Yarmuk hay dos cementerios que contienen miles de fedayines fallecidos combatiendo en Palestina desde que nació la resistencia y sobre todo desde que se intensificó tras la derrota del 67- que no aceptan seguir desangrándose mientras se vean desperdigados de manera humillante e ignominiosa lejos del campo que los ha amalgamado y educado para que sea Yarmuk el punto de salida en el camino de vuelta a Palestina. Esto lo demuestra el hecho de que las tres generaciones de habitantes del campamento se han unido en masa a la revolución que portaba el estandarte de la liberación de Palestina.
Felicité a mis amigos: a Yasin Maatuq – ha publicado mucho en las páginas de al Quds al Arabi-, al dirigente Muhammad Ghanem, al coronel Abu Yamal que pocos días antes habían estado en la entrada del campamento y que me contaron que grupos de jóvenes de los comités populares habían penetrado en la calle Yarmuk y Palestina y que algunos fedayines de distintas facciones dirigidos por el Frente Popular de Liberación de Palestina -Comando General (FPLP-CG) ya emprenden la batalla para liberar el campo cualesquiera que sean los sacrificios. Ya está bien, se acabó la paciencia con quienes ocupan el campo y lo saquean.
El invierno se acerca y viene la lluvia. Tendremos un duro invierno según los pronósticos meteorológicos, lo que significa que las familias de Yarmuk van a sufrir si no vuelven a su campo para reconstruirlo, restaurar lo que sea posible y para que los niños y las niñas reanuden las clases en la escuela.
Tomo prestado el título de la compilación «Otro duro invierno» del gran narrador sirio ya fallecido Said Huraniyya y digo: Nuestra gente, la gente del campo de Yarmuk, no tiene por qué sufrir otro duro invierno. Quienes han dispersado a nuestra gente van a pagar pronto, según mis augurios, el precio de su crimen y así debe ser para que todos aquéllos que agredan a nuestro pueblo, donde sea que se encuentre, tomen nota, pues no debemos seguir siendo un «pequeño muro» ante cualquier criminal conspirador.
Fuente original: http://www.alquds.co.uk/?p=98151