Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En algún sitio en Grecia. Estamos en la sala de conferencias en la que recibe información la gente que partirá en el Tahrir, el barco canadiense que participa en la Flotilla que partirá hacia Gaza.
Piden a los pasajeros del Tahrir que decidan: «¿Dónde preferiríais estar cuando los comandos [israelíes] se apropien por la fuerza del barco?
Sobre la base de la experiencia de anteriores barcos en camino a Gaza, con la excepción del Mavi Mármara, el conferencista presenta las opciones: «Sobre cubierta os veréis expuestos a unos pocos minutos de violencia física por parte de los soldados que os parecerán horas», dice.
«Por la experiencia anterior, los soldados, de camino a la cabina del capitán, pisotearán las cabezas de la gente. Aunque no te muevas, te considerarán el agresor. Los comandantes saben perfectamente que no estamos armados. Pero al simple soldado le han lavado el cerebro, y tendrá miedo.»
Le echo una mirada a los demás que están en la sala y me pregunto: «¿Por qué necesitan esto?»
La persona de más edad que quiere partir en el barco canadiense es una mujer estadounidense de 77 años (no de 69, como escribí por error en el artículo de ayer, sin referirme siquiera a esa mujer en particular). También hay otra mujer y un hombre de más de 70, y los dos también corrigieron sonriendo mi error.
Hay otros nueve pasajeros de unos sesenta, y muchos otros entre 40 y 60.
¿Por qué, entonces, están haciendo esto?
«Estoy horrorizada, como muchos de mis amigos y colegas, por las condiciones en Gaza y por el silencio de la comunidad internacional respecto al continuo bloqueo de Gaza», dice Lyn Adamson, que trata de explicar por qué están tomando este riesgo calculado.
Adamson, de 59 años, cuákera de Toronto, participa en una serie de grupos de defensa de la justicia social.
«Ante la falta de acción efectiva de la comunidad internacional para presionar a Israel y a Egipto para que cambien sus políticas… nosotros, en la base, debemos entrar en acción», dice.
El instructor sigue enumerando las opciones de posicionamiento, señalando que en la cubierta el aire será limpio porque el gas lacrimógeno se disipa rápidamente.
«Al contrario, en una cabina cerrada, no habrá exposición directa a la violencia de los soldados, pero el gas lacrimógeno te asfixia y te desorienta», dice.
Una vez que el abordaje de las IDF [ejército israelí] se haya completado, el remolque a Ashdod podría tardar siete horas o más, y los soldados estarán sentados en la cubierta entre los activistas, dicen los que vivieron la flotilla del año pasado. «Es posible que no os dejen utilizar los inodoros».
¿Y qué entonces? Es una buena pregunta.
La experiencia ha mostrado que las mujeres soldado son más rudas que los hombres. La experiencia también ha mostrado que algunos soldados tratan de portarse bien, subraya el instructor.
«Es verdad, aunque yo solo vi sus ojos», dice una mujer que participó en la flotilla del año pasado. «Estaban y siguieron estando enmascarados. Pero unos pocos soldados guiñaban sus ojos de una manera que interpreté como amistosa, un deseo de calmarnos.»
Otro instructor dice que algunos soldados podrían insultar a los pasajeros.
«Si decís a su comandante que consideráis que su apropiación del barco es un acto de secuestro legal, es legítimo», dice. «Pero no hay que devolver sus insultos. Es una de las líneas rojas a seguir.»
Las «líneas rojas» son varias reglas de conducta que fueron incluidas en un compromiso escrito de no violencia, que todos los participantes tuvieron que firmar.
Las reglas incluyen: «No iniciar un contacto físico con los soldados, no saltar al agua, no lanzar objetos a los soldados, no iniciar fuegos, no utilizar los extintores de incendio contra los soldados, no utilizar o mostrar objetos que puedan confundirse con armas (excepto cámaras, etc.)»
rCR