El cuerpo de las mujeres es blanco privilegiado de las políticas colonialistas contra las que el continente latinoamericano intenta rebelarse, espasmódica pero tenazmente. Y los feminismos surgen dentro del corazón de los movimientos sociales y políticos recordando que no hay emancipación, no hay revolución posible sin desafiar también las reglas del patriarcado no sólo desde la teoría sino desde la práctica, en cada territorio, en cada comunidad. En el XXX Encuentro Nacional de Mujeres, los feminismos latinoamericanos tuvieron su protagonismo en charlas a cielo abierto que escucharon miles. Aquí, algunas experiencias, de Venezuela a Paraguay, de México a Colombia, corrientes feministas que fluyen con más fuerza que los ríos.
«Cuando te pregunto que por qué te llamas feminista / qué entiendes tú de la palabra esa en esta provincia escondida / tú me dices que te imaginas que tal vez, que ha de ser/ como cuando hay sed en este pueblo./ Cuando las mujeres acarrean las cubetas de agua / se ayudan todas, todas juntas todos los días/ por el mismo camino». Patricia Karina Vergara. Poeta feminista lesbiana de México.
Entre los ríos del feminismo que recorren Nuestra América, vienen fluyendo los del feminismo popular, que tienen sus fuentes en movimientos indígenas, campesinos, populares, que han venido protagonizando rebeldías frente al capitalismo colonial y patriarcal.
Son ríos que arrastran en su caudal piedras, algas, ramas caídas de árboles vecinos, donde por momentos parece enredarse y perder su fuerza, pero son parte de su color, de su identidad, de su movimiento. Son ríos que a veces confluyen creando una playa donde las olas van y vienen con memoria de luchas ancestrales, frente a los patriarcas conquistadores y colonizadores de todos los tiempos, que impusieron violentamente su «civilización», sus religiones, saqueando para la corona ayer, y para las corporaciones hoy.
Son ríos convulsionados por las revoluciones que intentan los pueblos, por la sinuosidad de las búsquedas transformadoras, por las caídas que esos esfuerzos sufren, que a veces parecen interrumpir el sueño colectivo, pero que son momentos de los que las aguas regresan con mayor fuerza. Van y vienen en su recorrido, buscando andar al ritmo y en el vaivén de las mujeres del pueblo.
Uno de esos ríos que fluyen en el corazón del continente, es el que constituyen las mujeres, lesbianas, bisexuales, trans, travestis, que forman en Venezuela la «Escuela de Feminismo Popular, Identidades y Sexualidades revolucionarias». Participando de su tercer encuentro nacional, tengo la oportunidad de dialogar con sus integrantes sobre los colores y sabores de ese feminismo popular. Lela Melero dice: «Lo llamamos feminismo popular, porque queremos diferenciarnos de un feminismo de derecha, elitesco, blanco, europeo, académico; que ha tributado a la lucha de las mujeres, pero desde una acera en donde nosotras no nos reconocemos. Es popular, porque es desde la comunidad, desde los sectores más marginados, desde las mujeres negras, pobres, que cuestionan la opresión desde la opresión y no desde un aula. Un feminismo que construye identidad y reivindica lo popular, pero lo cuestiona también, porque no todo lo popular es bueno. Es un feminismo con una identidad crítica, y crítica de sí mimo también». Lela explica desde su experiencia: «La revolución bolivariana hizo un vuelco de 360º en la vida de mi barrio, de los sectores más marginados del país. Nos sacó a las mujeres de lo privado. Las mujeres en la vida popular nos hemos politizado. El tiempo libre se ocupó en el tiempo colectivo, del trabajo y del activismo, en la vida comunal, pero tenemos las dificultades propias de una sociedad en la que todavía es difícil participar. En el andar nos hemos dado cuenta que el feminismo debe ser sexo género diverso. Al ser una propuesta disidente, incluye a esas subjetividades». Carmen Lepage agrega: «Nosotras vamos pendientes de quienes están en la base de la revolución chavista. Ahí queremos debatir, formarnos, y construir una vaina que está en tránsito, en construcción. No estamos pendientes de quienes ya tienen sus privilegios sólidos».
Yolanda Saldarriaga, también aporta al paisaje de este río:
«Este feminismo popular, no se preocupa por crear categorías complicadas sino por hacer trabajo concreto en el territorio, y de aprender unas de las otras. Nos acompañamos de manera amorosa, afectiva. Desde la experiencia de educación popular, hemos venido creando la escuela de feminismo popular, un proceso organizativo que articula colectivos, organizaciones mixtas o de mujeres, de sexo-género diversidad, que pensamos que el feminismo que necesita el chavismo, el proceso revolucionario, es un feminismo del pueblo».
Ellas recuerdan que fue Hugo Chávez, el primer presidente latinoamericano en asumirse como feminista. En el Encuentro de los presidentes y los Movimientos Sociales del ALBA, realizado en el Foro Social Mundial de Belen do Pará, en el año 2009, sorprendiendo incluso a las propias feministas Hugo Chávez expresaba: «Yo fui evolucionando en mi pensamiento. Yo ahora me he declarado feminista. Soy feminista. Y digo más. Creo con todo respeto, que un verdadero socialista, tiene que ser, feminista.»
La propuesta central del feminismo popular, en Venezuela, es la de creación de las comunas antipatriarcales, que inventan modalidades de poder popular, en las que el pueblo organizado autogestiona tanto el plano de la producción como de la reproducción de la vida (ver recuadro).
Un feminismo para defender la paz
En nuestro continente, el capitalismo héteropatriarcal y colonial, se ha impuesto violentamente a través de genocidios, guerras, invasiones, golpes de estado. Los cuerpos de las mujeres han sido un blanco principal de esas políticas. La feminista colombiana Paola Salgado Piedrahita, integrante del Congreso de los Pueblos, fue encarcelada junto a doce compañeros/as de su movimiento, en lo que es considerado un «falso positivo judicial» (lo que en Argentina se considera una «causa armada»). En el marco de su participación en la mesa de Feministas Latinoamericanas en Resistencia realizada en la Plaza de las Acciones Feministas en el Encuentro Nacional de Mujeres, Paola reflexionaba: «Somos trece mujeres y varones acusados en este juicio mediático como terroristas y rebeldes, pero la cara visible de alguna manera ha sido el rostro de una mujer feminista, acusada de ser «abortera», «asesina de niños», y que ahora «pone bombas en la capital». No es gratuita la mediatización del cuerpo y la imagen de las mujeres, para seguir vendiendo la idea de que el enemigo está en cualquier lado, que puede tener rostro de mujer. Se acusa a través de este juicio, y se pone bajo sospecha, a las mujeres que se paran para decirle al Estado sus cuantas verdades, a las que defienden a otras mujeres que reclaman sus derechos, específicamente a las que defienden el derecho a abortar en condiciones legales y seguras. Una de las formas de estigmatizar al movimiento social ha sido ligarlo a la lucha armada, creando una excusa para luego ser encarcelados, asesinados, o desaparecidos. Este proceso también apunta a estigmatizar a los movimientos de mujeres, para neutralizar las denuncias de las mujeres que han sido victimizadas por la violencia sexual en el marco del conflicto armado, por parte de los grupos paramilitares y por parte de las fuerzas militares del Estado».
Carolina Pineda, del Congreso de los Pueblos, recuerda a su vez que «la militarización del territorio afecta a las mujeres, incrementa la violencia sexual. Hace poco tiempo salió el caso de los militares norteamericanos que violaron a muchas niñas. La presencia de los batallones en cada una de las regiones, lleva a que se fragmenten los vínculos sociales, familiares, pero sobre todo los de las mujeres jóvenes. Las niñas son abusadas sexualmente, se dan muchos casos de embarazos no deseados, de abortos, de una situación alterada por la presencia de los militares». Agrega Paola que «si bien es cierto que el cuerpo de las mujeres se utiliza como instrumento y como botín de guerra, el control del territorio por parte del Estado a partir de las fuerzas militares y paramilitares, también exacerba las formas de control sobre la vida cotidiana de las mujeres, para mantener un statu quo sobre los estereotipos y los roles de género, la sexualización dual de la sociedad. Hay una regularización de la vida alrededor de los códigos de conducta, de vestimenta, y los tipos de castigo que sufren las mujeres al eludir esa normalización de la vida».
Marieta Toro, de Marcha Patriótica, refuerza con datos precisos el alcance de esta guerra. «Sesenta años de guerra del Estado Terrorista colombiano contra el pueblo, han dejado hasta el momento más de seis millones de desplazados y desplazadas, de las cuales más del 70% son mujeres, niños y niñas, más de 250 mil asesinados/as, más de 200 000 desaparecidos/as. Hay en las cárceles 9500 presos y presas políticas que siguen resistiendo, y que le dicen a ese Estado que no van a poder con nosotros y nosotras. Las mujeres colombianas dijimos que no parimos más hijos e hijas para la guerra».
En México, la guerra no fue declarada, pero ahí está. Mónica Mexicano, de la Asamblea de Mexicanxs en Argentina, nos dice: «Cada 3 horas y 25 minutos muere asfixiada, violada, pateada, quemada, mutilada, apuñalada, envenenada, con los huesos rotos o balaceada, una mujer. En las últimas tres décadas, hay más de 40.000 mujeres muertas. Estamos hablando, en menos de diez años, de 80.000 personas desaparecidas, de 200.000 asesinadas, de más de 300.000 personas desplazadas en México, y de una cantidad indeterminadas de comunidades indígenas que han quedado como fantasmas. Nuestra lucha es por la vida, por cuidar y defender nuestros cuerpos y territorios. Una de las experiencias es la de las mujeres de Ostula, que participan de las autodefensas para evitar ser víctimas del narcotráfico, del terrorismo de estado, y de los feminicidios y de los crímenes contra las mujeres. El Estado mexicano nos quiere hacer creer que los responsables son el crimen organizado, el narcotráfico. Pero no es cierto. Lo que está pasando es una complicidad directa entre el Estado y los narcos, porque tienen los mismos intereses. Quieren nuestros territorios y los quieren sin nosotrxs. Quieren apropiarse de nuestros bienes. Por eso en México las feministas, las mujeres organizadas en nuestras comunidades y pueblos decimos: frente a la violencia, organización y autodefensa».
Ni golpes de Estado ni golpes a las mujeres
Los ríos del feminismo popular parecen salirse de su cauce en las honduras del continente. Sin embargo, en esas experiencias, el vértigo del precipicio detona una fuerza incontenible de mujeres de pueblo. La memoria del agua, se hace de muchos afluentes. Laura Zuniga es hija de Berta Cáceres, líder del COPINH (Consejo de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras), una de las mujeres emblemáticas en la resistencia al golpe de estado, y en la lucha contra las políticas extractivistas, en particular en los últimos años en la defensa que el pueblo lenca está realizando del Río Gualcarque, frente a los intentos de la empresa china, Sinohydro, y de DESA, una empresa del estado hondureño, de represarlo. Berta Cáceres ha venido sufriendo persecuciones, cárcel, judicialización, agresiones patriarcales. Ella se levanta de cada golpe, y es parte del feminismo indígena que nos enseña que nuestros ríos, como nuestros cuerpos y territorios, tienen que ser defendidos ante las políticas colonizadoras y patriarcales. Laura trae el mensaje de Berta, denunciando que una vez más están sufriendo como pueblo lenca la persecución de sus comunidades. En Río Grande se intenta instalar una represa, contra la voluntad de la comunidad y de las mujeres que cuidan y defienden la vida.
Daniela Galindo es joven, feminista, también hondureña. Denuncia al Estado patriarcal nacido del golpe de estado, en primera persona: «A partir del golpe de estado se prohibió la pastilla del día después. Es el único país latinoamericano en el que están prohibidas las PAE (Píldoras Anticonceptivas de Emergencia). Las feministas luchamos por nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos». Toma aire y exclama: «Yo acuso al Estado patriarcal, de que la mayoría de mis amigas y yo hemos sufrido violencia sexual de niñas. Yo, desde los nueve años, y por dos años consecutivos, sufrí violencia sexual por parte de mi padrastro. Esos crímenes son parte de la violencia patriarcal. También quiero hablar de la campaña que estamos haciendo contra el abuso doméstico que se llama «Somos Trabajadoras» y la consigna es «Ni gatas, ni nachas, ni tus muchachas»… Mi madre salió del campo cuando tenía diez años, para trabajar. Se encontró con un montón de hombres que abusaron de ella. Fue la «puta» de la familia. La mujer que trajo cuatro hijas mujeres, todas de diferentes padres. A la que recriminaron y pusieron aparte. Eso es el patriarcado y así son las políticas de muerte en Honduras. Pero también estamos las mujeres, las feministas, que nos organizamos y hemos creado esa hermosa consigna: «Ni golpes de estado, ni golpes a las mujeres», que seguimos levantando como síntesis de nuestras luchas.
El control de nuestros cuerpos
Silvia Ribeiro, investigadora uruguaya residente en México, integrante del grupo ETC, recorre el continente dialogando con las y los integrantes de Vía Campesina, y de comunidades indígenas. Es parte de procesos de educación popular, de comunicación popular, de diálogo de saberes, de investigación y creación de redes de luchas populares.
En la mesa de Feministas Latinoamericanas comparte sus reflexiones: «Quiero hablar de otra invisibilización que nos resulta difícil de percibir. La agricultura y la alimentación, siempre han estado en el área de creación de las mujeres. Desde Monsanto hasta los grandes supermercados, quieren apoderarse de nuestros cuerpos, a través de la alimentación y de la corporativización de la agricultura. Tratan que no esté en manos de las comunidades, de las poblaciones, de las mujeres. Con la invasión de los transgénicos, se han hecho pruebas a mujeres en lactancia en Estados Unidos y Brasil, y el 100% de las mujeres muestreadas en zonas de soja tienen residuos de glifosato en la leche materna. Hace poco se hicieron pruebas -acá en Mar del Plata las hizo BIOS-, y el 90% de los muestreados tiene residuos de agrotóxicos en la orina. Los problemas más graves de salud que hay en nuestra sociedad: cánceres, diabetes, obesidad, hipertensión, cardiovasculares, están relacionados a un sistema de agricultura con transgénicos, y a una alimentación basada en eso».
También Fátima González, joven integrante de CONAMURI (Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas) de Paraguay, denuncia el peso que tienen las corporaciones no sólo en la supresión de la soberanía sobre cuerpos y territorios, sino sobre la propia soberanía política. En el 2012, el golpe de estado que derrocó a Fernando Lugo, tuvo entre sus inspiradores a corporaciones como Monsanto y Río Tinto. Dice Fátima: «El gobierno de Horacio Cartes es fruto de un golpe de estado de las transnacionales, que arrancó con una masacre que mató a once compañeros que estaban luchando por el derecho a la tierra. Las tierras de Marina Cue, en Curuguaty, son del Estado paraguayo. Deberían estar destinadas a la Reforma Agraria, para producir alimentos sanos. Pero el estado paraguayo asesinó a los compañeros, y los desalojó, para destinar esas tierras a la soja de Monsanto, esa transnacional que nos mata, nos envenena, nos expulsa de nuestros territorios y nos criminaliza. Somos feministas campesinas e indígenas, mujeres que defendemos la tierra, las semillas nativas y criollas, la soberanía alimentaria. Educamos en agroecología y la practicamos. Somos también quienes estamos resistiendo el golpe de estado, su continuismo, y les pedimos una vez más la solidaridad».
En la Mesa Latinoamericana, convocada por la coordinación feminista de la Escuela de Derechos de los Pueblos del Abya Yala, donde confluimos diversos colectivos del feminismo comunitario y popular de Argentina, hubo otras voces. Hubo también muchos cuerpos y cantos, mucha energía fluyendo como el agua, y buscando nuevos encuentros.
Los ríos del feminismo popular se van cruzando en su recorrido con otros ríos, como los del feminismo comunitario aymara, en Bolivia, o el feminismo maya xinka en Guatemala. Por momentos confluyen, por momentos divergen. Si hay algo que representa estos esfuerzos, es esa síntesis de cuerpos y territorios que se rehacen en la acción colectiva, solidaria, en la memoria de las mujeres del pueblo, en su andar. Son ríos que nos hablan desde la historia de mujeres que se acompañan a buscar agua, a enfrentar la violencia machista, a abortar, a presentarse frente a los tribunales patriarcales. Ríos en movimiento, en movimientos, en colectivas, en comunas, en las que a pesar de las piedras, y de las grandes represas que buscan detenerlos, se sigue regando el horizonte feminista y socialista.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-10134-2015-11-05.html