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Los temores secretos de Israel

Fuentes: Newstatesman

Traducido por J.M. y revisado por Caty R.

La nación que se ve a sí misma como la más incomprendida del mundo, celebra su sexagésimo aniversario con una honda aprensión sobre el futuro. Haim Baram habla de furia y actitud defensiva profundamente ocultas entre sus políticos. La relación diplomática entre Israel y Jordania mantiene la tesis de la búsqueda de la paz en Oriente Próximo.

Israel enmarca su sexagésimo aniversario en un clima de racismo creciente, intolerancia, corrupción y militarismo. Una nación que siempre se ha visto a sí misma como una de las más incomprendidas, ahora es casi incapaz de entender el mundo fuera de sus fronteras. El miedo y la ansiedad son las músicas de fondo de sus celebraciones.

En el último decenio se ha producido un agudo sentimiento antiárabe que encuentra diferentes formas de expresión, desde sórdidos eslóganes en acontecimientos deportivos («Muerte a los árabes») hasta un racismo flagrante y ataques a los parlamentarios árabes por parte de los políticos de la derecha en la Knesset. En ese ambiente es casi imposible para los ciudadanos árabes (palestinos del 48 que se quedaron en Israel) identificarse con el estado de Israel, a pesar de su estatuto jurídico de ciudadanos de pleno derecho. Más aún, cada vez les resulta más difícil proteger sus derechos civiles y expresarse libre y públicamente.

Quien dude de la profundidad de los sentimientos antiárabes, sólo tiene que mirar en Internet. El 8 de mayo, el popular sitio Walla! (asociado con el periódico Haaretz) me encargó que escribiera una columna sobre el himno nacional de Israel, «Hatikva» (esperanza). Haaretz también requirió a otro escritor para que apoyase el himno. Mi participación consistía en escribir contra dicho himno y proponer otro más adecuado.

Mi principal punto de oposición son las palabras con las que comienza el himno: «Mientras en lo profundo del corazón palpite un alma judía, y dirigiéndose hacia el Oriente un ojo aviste a Sión…», que excluyen al millón largo de los ciudadanos árabes de Israel. Los debates en Walla! duran alrededor de dos horas y los anteriores, por ejemplo sobre asuntos económicos o la evacuación de las colonias de Gaza, mostraron una mayoría abrumadora de posturas derechistas. No obstante, el debate sobre el himno excedió con mucho mis expectativas más pesimistas.

En una hora aparecieron 481 comentarios, de los cuales 472 eran vehementemente antiárabes y con muchas críticas a la denominada «hemorragia izquierdista». Algunos de los comentarios eran simplemente racistas, pero la mayoría eran nacionalistas y demostraban un odio profundo hacia los ciudadanos árabes de Israel.

Estas expresiones ahora son comunes. Si un parlamentario árabe de la Knesset (MK) expresa su solidaridad con los palestinos sitiados en Gaza, su comentario será escudriñado minuciosamente por los políticos y periodistas judíos. Las acusaciones de traición son cotidianas. Los estrictos reglamentos parlamentarios son claramente discriminatorios en el tratamiento de las propuestas que presentan los parlamentarios árabes. El ex ministro ultraderechista Avigdor Liberman, trata habitualmente a su colega árabe en el parlamento, el diputado Ahmad Tibi, en un tono cada vez más brutal. Sobre el propio Liberman pesan serias acusaciones de corrupción y soborno y, mientras su procesamiento va llegando sin remedio, recurre a un espeluznante y chillón lenguaje acorde con su larga trayectoria de arengador de sus electores rusoparlantes.

Amid sufre burlas y hostilidades que van en aumento y la izquierda judía y un puñado de liberales del centro intentan expresar sus protestas. Los sionistas de centro se desvinculan del problema antiárabe y afirman que no hay contradicción entre la declaración de Israel de que es una democracia liberal y el principio de la propia naturaleza del sionismo israelí, que es superior y está por encima de las leyes de igualdad y democracia. Otros sentimientos antiárabes surgen de un nacionalismo equivocado, más que del racismo. Un reputado economista de Tel Aviv comparó «el ferviente patriotismo de Israel, acompañado de una feroz hostilidad contra los árabes», con el sentimiento antialemán británico anterior a la Gran Guerra.

«No es ‘racismo’ en el sentido generalizado hacia toda la población árabe o una visión de ellos como inferiores», me dijo. «Si los israelíes y los palestinos estuvieran dispuestos a llegar a un acuerdo de paz, el odio se evaporaría». Por deprimente que parezca, ésta fue una de las declaraciones más optimistas que escuché durante las celebraciones del aniversario.

Este año, para celebrar el día de la independencia, la televisión israelí emitió un documental sobre los veteranos de la guerra del 48. Los alineados y cosmopolitas productores y directores de televisión inundaron nuestras pantallas con nauseabundos y vergonzosos episodios de nostalgia. Sin embargo, este documental era una joya. En la película, los veteranos, algunos de ellos casi nonagenarios y en consecuencia frágiles de salud, fueron conducidos a Eliat, una ciudad del sur de Israel en las costas del Mar Rojo.

Todos habían participado en la sangrienta toma de Eilat, que se hizo famosa hace 60 años cuando en la hermosa bahía plantaron una bandera israelí confeccionada y pintada a mano, ya que dicha ocupación garantizaba el acceso de Israel al Mar Rojo.

En un momento señalado de la película se les pidió su opinión sobre el Israel actual: si llegó a cumplir las expectativas que tenían en 1948, si estaban satisfechos con la forma en que ha evolucionado. Todos expresaron sus amargas desilusiones señalando la corrupción generalizada, las acusaciones de soborno que pesan sobre el primer ministro Ehud Olmert y el fracaso colectivo de la nación para conseguir un acuerdo de paz con los vecinos árabes, incluidos los palestinos.

El más elocuente de los veteranos fue el general Abraham Adan, jefe del comando durante la ocupación de Eilat y único alto oficial, además de Ariel Sharon, que salió airoso de la desastrosa guerra de Yom Kippur de 1973. Adan organizó el cruce del Canal de Suez durante esa guerra traumática y siempre ha sostenido que Sharon le arrebató la gloria que le correspondía por derecho. Lúcido y claro a sus 89 años, Adan fue contundente en su crítica.

«Israel ha cambiado a peor», dijo el general. «La corrupción corroe el tejido social y amenaza nuestra existencia. Soñábamos con una sociedad con una moral diferente, más igualitaria».

Adan estaba expresando, indudablemente, el sentir de muchos israelíes. Las encuestas sucesivas de Yedioth Ahronoth, el periódico israelí más popular, demuestran que la gran mayoría de los israelíes no confían en los dirigentes y que están profundamente desengañados de Olmert. Las acusaciones de soborno son muchas y es casi seguro que el Primer Ministro será procesado.

Conformistas molestos

Los israelíes judíos son conformistas en sus actitudes hacia las instituciones como el himno o el ejército, pero cada vez son más conscientes de la impotencia de sus gobernantes y, a veces, de su malevolencia. El fracaso del ejército de Israel en la segunda guerra contra Líbano en 2006, minó la confianza de los israelíes de a pie: el beneficiario de la crisis fue el ultraderechista partido Likud.

El 2 de mayo, el periódico Haaretz entrevistó a Yaakov Weinroth, un respetado abogado y marxista confeso. Según sus lectores inteligentes se trató de una impresionante «hazaña» de este orador de la anticorrupción (que sin embargo es el representante legal de la mayoría de los políticos corruptos y de los colonos). Weinroth habló largamente a favor de la justicia social y sin embargo expresó su apoyo al líder neoliberal del Likud, Benjamin Netanyahu. Estas contradicciones confunden a la opinión pública y elevan la posición de Netanyahu no sólo en los círculos intelectuales, sino incluso entre las propias víctimas de sus políticas sociales. La distorsión de la realidad no es privativa de Israel, pero la soledad geopolítica del país agrava la situación.

Posiblemente el ejemplo más revelador de los temores de la nación y la desconfianza en el mundo circundante se vio en la reciente reacción a las críticas recibidas por el entrenador del Chelsea Football Club, Avram Grant, en Inglaterra. Grant se ha convertido en un curioso héroe de culto en su Israel natal. Aviad Pohoryles, un comentador deportivo del Maariv, un periódico popular en hebreo, aprovechó el inesperado triunfo del Chelsea sobre el Liverpool como una ocasión para reprender a los británicos por su supuesta actitud antiisraelí. Afirmó que Inglaterra siempre ha mantenido una actitud abiertamente antiisraelí en la política exterior: «Parte de la falta de legitimidad de Grant deriva de la actitud negativa hacia Israel. La presencia de Grant en Stamford Bridge es una especie de respuesta a esas personas desalmadas».

Pohoryless es un reputado escritor de los más importantes, no es un colono ni tampoco un derechista vehemente. Su profunda desconfianza hacia los medios británicos y su reprobación de un periodista que suele criticar el estilo del entrenamiento de Grant, le lleva a insinuar que la crítica deportiva estaba fundada en el antisemitismo y es típica de la antipatía de los británicos. Hay una creencia ampliamente extendida de que cuando occidente critica a Israel o cuando las organizaciones mundiales de los derechos humanos protestan contra la ocupación están revelando un profundo «tradicional antisemitismo cristiano».

Muchos israelíes, incluso los liberales y los de izquierdas, mantienen la responsabilidad moral europea en el Holocausto, por la participación o la indiferencia ante la aniquilación de los judíos en la Segunda Guerra Mundial. Sería un error subestimar la profunda influencia que estas actitudes ejercen sobre la política israelí.

Original en inglés:

http://www.newstatesman.com/world-affairs/2008/05/anti-arab-israel-jordan-deep

Haim Baram es un escritor israelí que colabora en importantes medios de comunicación y vive en Jerusalén.

J.M. es traductora de Rebelión. Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.