«Basta. Basta. Déjanos vivir» Estas son las palabras de Abu William o Abu Walim (se ha producido cierta confusión con su nombre), un anciano cristiano de Homs (Siria) que se ha negado a abandonar su casa y permanece en ella desde principios de mayo, sentándose cada día en su balcón, o mejor dicho, junto al […]
«Basta. Basta. Déjanos vivir» Estas son las palabras de Abu William o Abu Walim (se ha producido cierta confusión con su nombre), un anciano cristiano de Homs (Siria) que se ha negado a abandonar su casa y permanece en ella desde principios de mayo, sentándose cada día en su balcón, o mejor dicho, junto al lugar que antes ocupaba la fachada de su casa y desde el que ahora se asoma a la calle sin dificultad. Tiene claro quién es el responsable de la destrucción que asola la ciudad: el régimen y su Ejército, y es a ellos a quienes les dirige su mensaje [1] .
Este ejemplo de resistencia y perseverancia (sumud, en árabe) muestra que lo que sucede en Siria va más allá de lo que se discute en los foros internacionales. Bien poco le importan a este hombre la opinión de EEUU o la de Rusia, la de Venezuela o la de Israel, la de Irán o la de la UE, la de China o la de Turquía, la de Cuba o la de Arabia Saudí, la del Consejo Nacional Sirio o la del Comité de Coordinación Nacional para el Cambio Democrático, la de la izquierda o la de la derecha. No considera que sean ellos quienes deban decidir su destino porque los sirios se levantaron para decidirlo ellos, y por eso habla directamente al responsable del deterioro de la situación, al responsable de que esta revolución no esté construyendo vida, sino sumando víctimas. Abu William quiere vivir, está harto, harto de una situación que ya se ha prolongado demasiado en el tiempo, no un año y medio, sino los más de cuarenta años de la dictadura de la mafia familiar de los Asad y su entorno, que han llevado al país a la miseria y la decadencia.
El sentimiento de Abu William no es mero resultado de la destrucción de su hogar, ni de las muertes, sino que con él lo comparten cientos de miles de sirios que en marzo de 2011 salieron a exigir lo que por derecho les pertenecía: una vida digna, porque sin dignidad, no hay vida. Sus gritos no podían ser más claros: «Al pueblo sirio no se le humilla», «La muerte antes que la humillación», «Dios (como símbolo de lo que es omnipotente y está por encima del ser humano, por encima de los tiranos), Siria, libertad y nada más», y un largo etcétera de cánticos y eslóganes que inundaban las calles, calles que estaban unidas bajo el lema «Uno, uno, uno, el pueblo sirio es uno». No en vano, la revolución desde el primer día tuvo nombre propio y con él quedará registrada en los anales de la historia: «La revolución de la dignidad».
«Viviremos con la cabeza bien alta o moriremos con el pecho desnudo», rezaba uno de los carteles que se han podido ver a lo largo de este año. Sí, el pecho desnudo, desnudo porque así es como se manifiestan decenas de miles de personas a lo largo y ancho del país, proclamando que no van armados al grito de «Silmiyya» (pacífica). Por supuesto que hay armas, por supuesto que existe un cuerpo poco cohesionado hasta la fecha que se autodenomina Ejército Sirio Libre, por supuesto que se han infiltrado elementos ajenos a la revolución, pero eso es lo que son: «ajenos», «inflitrados» (mundassin, término con el que el régimen designó a los manifestantes al inicio de la revolución) y de ello no son responsables los manifestantes, sino la represión y el caos que el régimen intenta diseminar con ayuda de los países aliados como Rusia e Irán. La revolución no la ha hecho el Ejército Sirio Libre, ni la han hecho combatientes libios ni saudíes, pero tampoco la hacen el Consejo Nacional Sirio ni otros órganos políticos, la revolución la han hecho y la hacen los que tuvieron y tienen la valentía de romper el muro del miedo, un muro que el régimen había construido durante cuarenta años para asegurarse la lealtad del pueblo.
Pero ¿de qué tenían miedo los sirios? ¿Qué era lo que el régimen ofrecía y que tanto temían perder? ¿Qué fue aquello por lo que los sirios renunciaron a su vida y su dignidad, o mejor dicho, aquello por lo que se vieron obligados a renunciar a ella? La respuesta es sencilla: estabilidad. El régimen sirio lleva años asegurando ser el garante de la estabilidad interna (contra una supuestamente latente guerra sectaria que podría estallar de no proteger él a las minorías y a diferencia de los años de turbulencias políticas previos a la llegada del Baaz en 1963 y después de Hafez al-Asad en 1970) y regional (dada su posición central y la hábil política de Hafez al-Asad para virar según la dirección del viento).
En nombre de esta estabilidad con la que portavoces, ministros y el propio presidente se llenaban y aún llenan la boca (alegando que lo que sucede en el país es una conspiración internacional que amenaza la estabilidad), el régimen sirio se rodeó de todo un sistema de espionaje y control social dedicado a canalizar el miedo y la lealtad de la población al país para mantener la estabilidad del propio régimen, asegurar su continuidad y preparar la que fue la primera (y parece que última) república hereditaria del mundo árabe. Con esta red, el ciudadano sirio tenía miedo a la palabra, y como el miedo genera miedo, el miedo a la palabra suponía miedo a las represalias: el sirio de a pie ya no podía expresarse, no tenía control de su vida, como si fuera un ser incapaz, un ser despreciable que precisa de una autorización hasta para casarse. Todos desconfiaban de todos, nadie sabía quién colaboraba con los servicios secretos.
Pero precisamente porque los sirios estaban unidos en su lealtad, que era ante todo al país y no al régimen (salvando el hecho innegable de que la base social del régimen era amplia con su apariencia de modernidad y moderación a todas luces infundada), la caída del muro del miedo no ha supuesto una división social o una guerra civil. Cierto es que hay tensiones con quienes apoyan al régimen, pero como decía Fadwa Suleimán (o Solimán) [2] en una entrevista que le hice: «Poneos del lado de quien queráis, pero estad en contra de los asesinatos y la muerte».
A pesar de esas fricciones, que no deben obviarse, el movimiento es nacional, no islamista, ni de «mezquitas», ni rural, ni una revuelta del pan, ni pretende destruir el país, aunque, por desgracia, haya intelectuales que hablan de revoluciones modélicas como si solo existiera un modelo de revolución. Este mantenimiento de la unidad del movimiento se debe a que, como asegura el intelectual opositor (y por cierto, cristiano) Michel Kilo, la revolución está conformando un nuevo patriotismo en el que las ciudades se apoyan unas a otras, las casas se abren para los refugiados de diversos puntos y los individuos anónimos dan su vida por la libertad y dignidad de los demás. Es este nuevo sentir tan noble el que el régimen lleva meses intentando destruir y las masacres de Al-Hula y al-Qubeir (pueblos suníes atacados por criminales que venían de pueblos vecinos alauíes, leales al régimen, pero cuya identidad es aún desconocida) iban en la misma dirección: provocar una guerra sectaria que no logrará hacer estallar porque «sabed que la revolución es contra el régimen y no contra una secta o confesión en concreto», como aseguran los propios sirios y escriben en sus carteles. Esta es una «revolución para todos los sirios» (así se llamó el viernes 13 de abril), que se enfrentan no solo a su régimen, sino también a su oposición, al juego internacional de intereses, a las pugnas regionales y a todo por haber osado hacer lo que nadie esperaba que hicieran.
¿Quién podría pensar en dejar sus estudios en el extranjero y un futuro brillante por volver a su país y documentar las masacres y la situación en general? Basel Shehada [3] lo hizo. ¿Quién se enfrentaría a las balas con rosas? Ghiath Mátar [4] lo hizo. ¿Quién se atrevería a llenar las calles de Damasco de pintadas contra un régimen que ve en la ciudad su último bastión de apoyo? Nour Hatem al-Zahra [5] lo hizo. ¿Quién se atrevería a intentar romper el bloqueo a una ciudad como Daraa, primera en sufrir ese tipo de actuaciones, llevando comida y bebida a sus conciudadanos? Hamza al-Khateeb [6], de 13 años, lo hizo. ¿Quién se atrevería, siendo alauí y sabiendo que el régimen se protege con esta secta y no la protege como asegura, a desafiarlo y viajar desde Damasco a Homs para salir de la mano con un suní a dirigir las manifestaciones? Fadwa Suleimán (o Solimán) lo hizo. ¿Quién se atrevería a hacer una obra de teatro en el centro de detención parodiando al régimen y hablando de la unidad nacional que ha de mantener al pueblo unido? Los gemelos Malas [7] lo hicieron. ¿Quién seguiría publicando artículos firmados sin seudónimo aún dentro de Siria y habiendo sido detenida en varias ocasiones? Razan Ghazzawi [8] lo hizo. ¿Quién perdería su libertad escondiéndose para poder seguir contando lo que sucede desde dentro del país? Razzan Zaytouna [9] y Yassin al-Hajj Saleh [10] lo hicieron. ¿Quién se atrevería a salir frente al Parlamento en Damasco con una pancarta que dijera «queremos construir una Siria para todos los sirios», cuando el régimen intenta dividirlos? Rima Dali [11] lo hizo. ¿Quién inventaría una canción en la que asegurase que la legitimidad del régimen había caído y en la que lo llamase agente estadounidense, proclamando que al pueblo sirio no se le humilla? Ibrahim Qashoush [12] lo hizo. ¿Quién se atrevería a atender a los heridos en hospitales de campaña? Ibrahim Uthman [13] y Adnan Wahbe [14] lo hicieron. ¿Quién se atrevería a hablar de y trabajar por la unidad de kurdos y árabes en una Siria para todos? Mishal Tammo [15] lo hizo. ¿Quién osaría hablar de unidad entre musulmanes y crisitianos y saldría en fotografías de la mano con ulemas musulmanes? El padre Paolo, de origen italiano, pero nacionalidad siria, lo hizo. ¿Quién se atrevería en pleno centro histórico de Damasco, apenas comenzadas las manifestaciones en Daraa, a gritar «libertad»? Marwa al-Ghamian [16] lo hizo. ¿Quién tendría la valentía de firmar un manifiesto sobre los niños detenidos al comienzo de la revolución y que fueron la gota que colmó el vaso para el estallido final? Rima Flihan [17] y muchos otros lo hicieron.
De todos ellos, algunos han muerto, otros se mantienen escondidos, otros siguen sus actividades y el resto ha salido del país. Tan solo constituyen un ejemplo de los protagonistas de esta revolución, que son los sirios de a pie, organizados en sus comités locales o de forma individual o grupos pequeños, personas que no creen que la revolución armada pueda ser una alternativa por dura que sea la represión, porque esta «ha demostrado su fracaso en distintos momentos de la historia» [18] , personas que quieren que el Ejército Sirio Libre se convierta en el núcleo de un Ejército nacional y que de ninguna de las maneras quieren una intervención. Estas y otras son personas que no tienen en cuenta su confesión, la cual es difícil de determinar a simple vista, porque trabajan por Siria y «su confesión es la libertad», como también se ha podido leer en varios carteles e incluso se ha gritado en las calles.
No hay revolucionario en Siria que no los conozca, y sin embargo, sus nombres son desconocidos para muchos de los que opinan sobre la revolución desde fuera, para los que opinan sobre lo legítimo o no de la misma, para los que hablan de guerra civil en Siria (cuando la realidad sobre el terreno es que una población se enfrenta a un régimen y se protege, con mayor o menor acierto, con un grupo armado que carece de medios para entrar en un verdadero combate), y para los que opinan sobre quién la apoya y quien no (como si estos dos bandos realmente existieran, pues lo cierto es que la revolución siria es huérfana, y solo recibe el apoyo de algunos pueblos y sectores de los mismos, no hay un solo gobierno al que su triunfo le interese).
Olvidemos por un momento las consideraciones geoestratégicas y la composición de los órganos políticos opositores al régimen, centrémonos en la oposición real y que no es parte en ninguna guerra civil, esos que cada día salen a jugarse la vida para lograr una Siria democrática, libre y plural y que gritan «el Consejo Nacional Sirio no me representa» porque no van a someterse a más humillaciones, ni por parte de los que pretenden subirse al carro de la revolución ni por parte de un régimen que ha convertido al país en su propiedad. Así, en respuesta a su amenaza «O yo o el caos», le dicen «O tú o algo mejor», y les merece la pena intentarlo porque no hay alternativa a esta revolución, no hay marcha atrás. Costará vidas como está costando, y lo saben, pero no renunciarán a una sola de sus peticiones porque se han levantado para cambiar el statu quo.
En una entrevista que tuve la oportunidad de hacer a Salama Kayleh [19] , pensador palestino marxista (y, aunque no es algo que utilice cuando se define a sí mismo, cristiano) que ha vivido más de 30 años en Siria y que ha sufrido en sus carnes la brutalidad del régimen y ha presenciado la ironía de que quien le torturaba y humillaba vivía en las mismas condiciones de pobreza y humillación que sus conciudadanos que luchan por recuperar su dignidad, decía: «Esto no es una mera rebelión -porque esta se da dentro de una institución concreta-, es una revolución porque lo que busca es cambiar al régimen […]. Se logrará: la primera etapa dará paso a un primer cambio que permita una lucha política, la segunda etapa supondrá un cambio más profundo».
Escuchemos las voces de los revolucionarios de dentro, oigamos sus peticiones y testimonios, leamos sus artículos, olvidemos la política internacional por un momento y demos el protagonismo que merecen a los verdaderos héroes de la revolución, los que ya no están y los que aún están.
Naomí Ramírez Díaz, arabista, doctoranda FPU en la UAM y responsable del blog Traducciones de la revolución siria y corresponsable del blog Los Hermanos Musulmanes, un observatorio de la organización islámica. Vivió entre 2009 y 2010 en Siria y sigue muy de cerca la realidad en Siria.
[1] http://traduccionsiria.blogspot.co.uk/2012/05/basta-dejanos-vivir.html
[2] Actriz y activista siria de familia alauí, cuya familia ha anunciado públicamente que nada tiene que ver con ellos por atreverse a decir que la revolución incluye a todos los sectores sociales. Estuvo meses en Homs denunciando la represión del régimen y después fue a Latakia, zona predominantemente alauí, para llamar a los habitantes de la zona a dejar de creer las mentiras del régimen de que este les protegía.
[3] Joven estudiante de cine cristiano que renunció a una beca Fullbright por volver a Siria y participar en la revolución. Allí enseñó a sus conciudadanos a grabar con buena técnica dentro de las posibilidades. A él se le atribuye la frase «¿Cómo va a crecer nuestro futuro si no tenemos un país libre?» Fue asesinado por un francotirador en Homs cuando se disponía a grabar en Al-Hula tras la masacre.
[4] Joven del suburbio damasceno de mayoría cristiana de Dariya que puso rosas y botellas de agua frente a los soldados que venía a disparar. Fue detenido por una trampa que le tendieron y murió en detención. Su testamento se ha convertido en inspiración para muchos.
[5] Activista que se dedicó a llenar las calles de Damasco de pintadas tras salir de prisión, donde había estado por llevar ayuda humanitaria a distintos barrios y participar en manifestaciones. Fue asesinado por el régimen también.
[6] El primer niño mártir de la revolución, al que después se han ido sumando otros. Su cuerpo apareció con visibles signos de tortura. Tras ello, llegó un «Viernes de los niños de la libertad».
[7] Dos hermanos actores, que participaron en la llamada manifestación de los intelectuales a principios del verano de 2011 y que, detenidos, representaron una obra que tenía preparada pero que estaba sin estrenar. Más adelante, la representaron en otros lugares del mundo como Moscú. Desde su residencia en el extranjero, mandan mensajes a la población siria.
[8] Bloguera siria que ha recibido varios premios por su defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión, detenida en varias ocasiones, una de ellas con sus compañeros del Centro de Libertad de Expresión y Derechos Humanos en Damasco. Varios de sus compañeros siguen detenidos.
[9] Activista de Derechos Humanos que se mantiene oculta en Siria para contar desde allí lo que sucede en distintos puntos.
[10] Escritor y opositor político que desde dentro de Siria publica artículos sobre la situación, la represión, las opciones políticas y el movimiento popular.
[11] Joven activista de Latakia, residente en Damasco que, harta de la violencia del régimen y los ataques del ESL, decidió salir a la calle con un cartel, que ha sido la mecha para hacer estallar una campaña de concienciación, en el que se leía: «Detened la matanza, queremos construir una nación para todos los sirios».
[12] Joven de Hama que inventó una canción que prácticamente se ha convertido en el himno de la revolución («Venga, vete, Bashar»).
[13] Considerado el «médico de la revolución», muy activo se desplazaba de ciudad en ciudad para atender a heridos y fue uno de los fundadores de la Unión de médicos.
[14] Médico recientemente asesinado por hacer exactamente lo mismo que Ibrahim Uthman.
[15] Líder político kurdo asesinado el pasado otoño, quizá la figura más comprometida con la unión entre árabes y kurdos
[16] Una de las primeras detenidas de la revolución. En mitad del centro histórico de Damasco gritó: «dios, Siria, libertad y nada más». En ese momento, nadie se acercó si quiera a ayudarla.
[17] Portavoz de los Comités de Coordinación Local, que salió de Siria en septiembre. Habiéndose unido al Consejo Nacional Sirio, renunció a ello debido a que consideraba que perdía el tiempo y no ayudaba al triunfo de la revolución.
[18] Entrevista personal con Salama Kayleh (08/06/2012).
[19] 8 de junio de 2012.