Independientemente de las consideraciones que a cada uno le merezcan las expectativas que abre la última cumbre palestino-israelí de Sharm El Sheik, hay que reconocer que nos encontramos en un nuevo tiempo político en el conflicto de Oriente Medio. Esta evolución ha sido posible gracias a los cambios experimentados por los diversos actores del mismo: […]
Independientemente de las consideraciones que a cada uno le merezcan las expectativas que abre la última cumbre palestino-israelí de Sharm El Sheik, hay que reconocer que nos encontramos en un nuevo tiempo político en el conflicto de Oriente Medio. Esta evolución ha sido posible gracias a los cambios experimentados por los diversos actores del mismo: ascenso de Abu Mazen a la presidencia, entrada del laborismo en la coalición de gobierno de Israel, etc. Como vienen sosteniendo diversos artículos publicados recientemente, una paz justa y verdadera no llegará sin un cambio de actitud de EUA respecto al gobierno israelí. Sin embargo, no hay que soslayar otro elemento de importancia capital en la actual coyuntura: las relaciones de poder en el campo palestino.
A pesar de la campaña internacional auspiciada por los EUA para promocionar la figura de Abu Mazen antes y después de las elecciones presidenciales, los números demuestran que el apoyo del veterano dirigente palestino dista mucho del recabado por su defenestrado antecesor. Tan sólo el 46% de los palestinos con derecho a voto acudieron a las urnas, de los que sólo el 60% votaron por el candidato de Al Fatah (Arafat consiguió casi un 90%). Es decir, sólo el 27% del cuerpo electoral palestino depositó su confianza en el actual presidente. En cambio, Hamàs, que boicoteó las elecciones presidenciales pidiendo la abstención, cosechó un éxito total en las elecciones municipales del pasado mes enero, acaparando 77 de las 118 concejalías en juego, si bien es cierto que estas sólo se celebraron en su feudo tradicional, la franja de Gaza. En todo caso, ambos resultados sugieren que Al Fatah (principal partido dentro de la Organización para la Liberación de Palestina) ha perdido en esto s momentos la hegemonía incontestable de la que gozaba en los buenos tiempos de Arafat, y que Hamàs es la principal fuerza emergente.
Desde el nacimiento de Hamàs en 1987, la rivalidad ha presidido sus relaciones con la OLP, si bien el movimiento islamista siempre ha declarado que su objetivo central y primordial era la liberación de Palestina, y no la consecución del poder. Dos han sido los temas que han marcado la temperatura de las relaciones entre ambas facciones palestinas: la evolución del proceso de paz, y la actuación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para con Hamàs y sus organizaciones afines. Cuando ambas organizaciones han coincidido en sus apreciaciones estratégicas respecto al binomio negociación-resistencia, sus relaciones han sido de colaboración. En cambio, cuando han divergido, la tensión ha llegado a hacer temer una guerra civil palestina. Esto sucedió tras las elecciones presidenciales del 1996, cuando diversos miembros de Hamàs fueron encarcelados, torturados o ejecutados por la ANP, al mismo tiempo que se desmantelaban o intervenían organizaciones afines a a este movimiento islá mico (mezquitas, asociaciones caritativas, etc.). Los líderes de Hamàs siempre habían declarado que nunca atentarían contra miembros de la OLP para evitar caer en una guerra fraticida, si bien en algunas ocasiones incluían una excepción: un ataque su infraestructura organizativa por parte de la ANP. Sin embargo, cuando éste se produjo, sus dirigentes se limitaron a lanzar duras condenas contra la ANP, y nunca cruzaron la línea que separa las palabras de la acción.
Así las cosas, el posible relanzamiento del proceso de paz con Israel significará la apertura de un nuevo capítulo en las conflictivas relaciones entre ambos partidos. De momento, tanto Hamàs como la Yihad Islàmica han cesado o reducido el alcance de sus acciones, pero se han negado a proclamar una tregua oficial si Israel no ofrece contrapartidas más generosas que las anunciadas. En su historia Hamàs ha mantenido una postura ambigua respecto a la posibilidad de alcanzar acuerdos con el Estado israelí. Oficialmente, y de acuerdo con su Carta fundacional, su objetivo es la creación de un Estado en la Palestina «histórica», es decir, en el territorio comprendido entre el río Jordán y el Mediterráneo. Sin embargo, en diversas ocasiones algunos dirigentes se han mostrado dispuestos a alcanzar acuerdos «temporales» con Israel, siempre y cuando no impliquen la renuncia a la consecución de su objetivo último. Por esta razón, y teniendo en cuenta que en los últimos meses su cúpula h a sido completamente descabezada, es difícil aventurar hasta qué cierto punto sus actuales dirigentes estarían dispuestos a apoyar un proceso negociador serio que pudiera dar satisfacción a buena parte de las legítimas reivindicaciones palestinas, y que desembocara en la ya gastada solución de los «dos Estados».
Por desgracia, este no es el escenario más probable, puesto que Condolezza Rice no parece la persona más proclive a dar el giro histórico en la aproximación de la administración norteamericana al conflicto que la presente situación requiere. Más bien se perfila ya en el horizonte un escenario preocupante: la firma por parte de Abu Mazen, bajo una tremenda presión internacional, de un acuerdo a la baja respecto al defendido por Arafat en las negociaciones de Camp David del 2000, lo que suscitaría el rechazo de una buena parte de la sociedad palestina. El acuerdo se vería acompañado de la puesta a disposición de la administración palestina de un torrente de millones dólares, así como del reforzamiento de su capacidad represiva para aniquilar la disidencia palestina, hecho ante el cual Occidente haría la vista gorda en aras de una falsa paz. Israel mantendría así el control del pseudo-Estado palestino, en especial, de sus fronteras, principales vías de circulación y recursos hí dricos.
Ante un panorama como el descrito, la causa palestina no puede permitirse que las disensiones internas cristalicen en una guerra civil, el objetivo inconfesable que persiguen las demandas israelíes de desmantelamiento de las milicias palestinas. Las diversas facciones deben dejar a un lado rencillas pasadas y ambiciones de poder y actuar con la responsabilidad histórica que requiere el presente momento político. Abu Mazen debería realizar una oferta sincera al resto de partidos, y muy especialmente a Hamàs, de integración en un gobierno de unidad nacional con la vista puesta en la negociación con Israel. La celebración de elecciones legislativas en los próximos meses ofrece una oportunidad excelente para, en caso de ser libres y verdaderamente democráticas, calibrar el grado de apoyo de los diversos partidos, sirviendo de base para el posterior reparto de carteras y cargos institucionales. A cambio de su entrada en el gobierno, Hamàs debería aceptar la negociación de un acue rdo con Israel basado en la existencia de dos Estados en la Palestina histórica, aunque sólo fuera de forma temporal, tal como de forma pragmática hace una mayoría de palestinos. De hecho, esto no supondría un ruptura radical con los planteamientos tradicionales de Hamàs, que sólo ha puesto como condición a un acuerdo de este tipo que no implicara un reconocimiento definitivo de estas fronteras y del Estado de Israel. Con la finalidad de disipar recelos entre las diversas facciones palestinas y de consolidar la legitimidad del proceso de paz, el pacto podría incluir la celebración de un referéndum para la ratificación del acuerdo surgido del proceso negociador con Israel. En este sentido, Hamàs siempre ha manifestado un compromiso inequívoco con la democracia. De hecho, tras los acuerdos de Oslo, Hamàs no se cansó de pedir a Arafat una consulta popular sobre los acuerdos con Israel, a la vez que afirmaba que aceptaría el sentir mayoritario de la población aunque fuera contra rio a sus tesis.
Ojalá el liderazgo palestino esté a la altura de las aspiraciones de libertad y justicia de su sufrido pueblo. Si así fuera, la pelota estaría en el tejado de Israel y EUA, y quizás también en el de esa opinión publica mundial que muchos vieron nacer en las movilizaciones contra la guerra de Irak.