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Reseña de “Madrid Rojo y Negro. Milicias Confederales”, del periodista Eduardo de Guzmán

Madrid, tumba del fascismo

Fuentes: Rebelión

El 8 de noviembre de 1936 Franco empujó sus mesnadas a la conquista de Madrid. Estaba prevista esa fecha para celebrar el «día de la victoria». La acometida empezó al alba: tanques, aviación, cañones… la metralla y el fuego envolvía Carabanchel Bajo, Usera, el puente de Segovia y otras barriadas de Madrid. En Leganés y […]

El 8 de noviembre de 1936 Franco empujó sus mesnadas a la conquista de Madrid. Estaba prevista esa fecha para celebrar el «día de la victoria». La acometida empezó al alba: tanques, aviación, cañones… la metralla y el fuego envolvía Carabanchel Bajo, Usera, el puente de Segovia y otras barriadas de Madrid. En Leganés y Móstoles, se preparaba la entrada «triunfal». Sin embargo, «cerrando el paso al invasor, hay hombres decididos a morir; nada ni nadie les arrancará de los parapetos, de las casuchas, de los ribazos donde se defiende la independencia de España y la libertad del proletariado». Escribe la crónica de guerra el periodista y militante de la CNT, Eduardo de Guzmán, convertida en un libro -«Madrid Rojo y Negro. Milicias Confederales»- publicado por primera vez en 1938, en unos talleres socializados de la organización anarcosindicalista. Los tanques sublevados contra la República se abren camino y disparan. En una de las trincheras aparece un joven marinero, que se echa al suelo ante los disparos de las ametralladoras. Después se alza y arroja una bomba contra el blindado. «El monstruo se estremece en convulsiones agónicas y queda roto, inmóvil, sobre uno de sus costados». El marino Antonio Coll ha demostrado que los tanques fascistas no son invencibles.

El relato de Eduardo de Guzmán se inicia con la sublevación del mes de julio, y las primeras noticias de la radio: «Un grupo de militares traidores a su juramento se ha levantado en armas contra el pueblo en algunos puntos de África». El Gobierno envía al ejército para responder la asonada, de manera que en pocas horas -según los anuncios oficiales- quedará restablecida la «normalidad». Al gobierno «ya sólo le creen los papanatas», apunta de Guzmán. La militancia de Madrid se halla en estado de alerta desde la noche anterior y dispuesta a la heroica resistencia. Sin apenas armamento ni municiones y con muchos presos en las cárceles, se echa mano de pistolas, bombas rápidamente fabricadas y si hace falta, se batallará con piedras y con los dientes». «¡Por encima de todo, a luchar!», exclama el periodista en su crónica militante. Obreros en huelga de la construcción, trabajadores que no han acudido al tajo y muchos otros proletarios se dan cita en la Puerta del Sol. De inmediato se marcan el objetivo: abrir los centros de la CNT (en algunos casos rompiendo los precintos policiales), liberar a los presos y conseguir armas. «Nadie se molesta en pedir permiso al gobierno». Las calles bullen, delegados de la CNT y la UGT anuncian por la radio la huelga general revolucionaria allí donde los militares declaren el estado de guerra. Mientras, el primer ministro, Casares Quiroga, responde: «Yo no doy un fusil al pueblo. ¡Eso es la revolución!».

El reportaje de Eduardo de Guzmán fue publicado en forma de libro, de 215 páginas, por la editorial Oberon en el año 2004. El escritor Rafael Torres destaca en el prólogo la finalidad «propagandística» del texto, cuando vio la luz en el verano de 1938. Se trataba de reivindicar entonces -«en el fragor del combate»-, la participación de la CNT en la derrota de la rebelión franquista en Madrid, la defensa de la capital durante las fechas del gran asedio y los combates en la llamada zona centro. Torres atribuye también al libro una intención «galvanizadora» después de dos años de conflicto y reveses militares. En el prólogo a la primera edición el director del periódico CNT, José García Pradas, califica al libro como «vigoroso y dinámico, presuroso de estilo, apretado de hechos y encendido de luces heroicas». Por el relato «pasan gestos, hombres, acciones de guerra, desvelos, gritos de dolor, aires de arenga… El escritor no ha podido detenerse en ningún detalle, porque la emoción de uno empujaba a la del precedente». García Pradas también destaca al autor como uno de los periodistas más destacados de la época, «de extraordinarias facultades para el arte difícil y volandero del reportaje».

Madrid amanece entre el estruendo de los cañones, los aviones que surcan el aire y los intercambios que establecen fusiles y pistolas. Proletarios con armas embarcados en automóviles se desplazan por los diferentes lugares de la ciudad en guerra. Otros vigilan los puntos de entrada a la capital. En cuarteles, iglesias, conventos, terrazas, palacios y hasta cien puntos de la ciudad se combate a vida o muerte. Así resume los hechos Eduardo de Guzmán: «Sobre los obreros que defienden la libertad, sobre los trabajadores que se juegan la vida, disparan los señoritos ocultos en los pisos altos, instalados en las iglesias transformadas en fortines». Es la primera batalla de Madrid. Una de las plazas fuertes de los facciosos es el cuartel de la Montaña, donde se atrincheran -armados- dos regimientos de infantería, uno de zapadores, otro de alumbrado y más de mil señoritos fascistas, según la narración del periodista. «Dentro hay unos cuatro mil hombres armados con todas las armas». En el exterior del cuartel, un número similar de obreros anarquistas, socialistas, comunistas, republicanos y también algunos guardias de asalto. La mayoría no disponen de armas. «Pero mientras los traidores no tienen moral, los trabajadores luchan con entusiasmo sin límites y una fe absoluta en la propia victoria».

De Guzmán (1908-1991) se dedicó desde muy joven al periodismo. Antes de cumplir los 20 años ya oficiaba como redactor-jefe en el diario vespertino La Tierra. El editor de la obra de Eduardo de Guzmán, Manuel Blanco Chivite, recuerda que en este periódico «adquirió popularidad por sus magníficos reportajes en los puntos más conflictivos del país, como Casas Viejas, sublevación de Asturias, huelga general en Zaragoza o acontecimientos diversos en Cataluña». Tras el cierre de La Tierra en 1935 (durante el «bienio negro»), trabajó como redactor político en La Libertad. Durante la guerra, el periodista y reportero dirigió desde su primer número el periódico Castilla Libre, órgano del Regional Centro de la CNT. «Nunca abandonaría el ideal libertario», destaca Blanco Chivite. Preso por los fascistas italianos en el puerto de Alicante -una «ratonera» en la que fueron retenidos 15.000 republicanos-, pasó por los campos de concentración y los centros de tortura del franquismo. Pasó por la cárcel de Yeserías, y en enero de 1940 se le sometió a un consejo de guerra sumarísimo junto al poeta Miguel Hernández, del que resultó una condena a muerte (conmutada en mayo de 1941) por los «delitos de prensa» cometidos en la época de La Tierra y Castilla Libre. El siguiente destino fue la cárcel de santa Rita, en Madrid. Eduardo de Guzmán accedió a la libertad condicional en 1943 pero, inhabilitado para el ejercicio del periodismo, se tuvo que ganar la vida con las traducciones y sobre todo como autor de «novelitas» de kiosco para diferentes editoriales.

Así, durante más de dos décadas alumbró 400 relatos policiales y del oeste con distintos pseudónimos (Edward Goodman, Eddy Thorny, Richard Jackson y Anthony Lancaster, entre otros). Muerto Franco, el escritor y reportero publicó una trilogía sobre la guerra de 1936, los campos de internamiento y los años de prisión («La muerte de la esperanza», «El año de la victoria» y «Nosotros los asesinos»). Otro título destacado de este prolífico autor fue «Aurora de sangre», una extensa crónica sobre la joven feminista Hildegart que Fernán Gómez adaptó al cine. Antes de publicar en los años 80 textos como «Historias de la Prensa», Eduardo de Guzmán regresó al periodismo y colaboró en publicaciones como Triunfo, Tiempo de Historia o Diario 16. En algunas de ellas coincidió con otro maestro de periodistas, Eduardo Haro Tecglen, quien el 26 de julio de 1991 publicó un artículo en El País con motivo del reciente fallecimiento a los 82 años del novelista. «Era un trabajador incansable: la vieja máquina de escribir parecía una prolongación de sus manos; tuvo que escribir una novela a la semana para poder simplemente comer», recordaba Haro. Cuando se produjo el asesinato de Kennedy, Haro Tecglen le escuchó explicar con detalle la zona de Dallas por la que transitó el supuesto asesino. De Guzmán había estudiado los planos de la ciudad para las descripciones de sus novelas, «estrujado por los pequeños editores». ¿Por qué tanto esmero? «El periodismo de entonces le había enseñado que siempre hay que respetar una realidad, hasta para aplicar la fantasía», ponderaba el autor de «El niño republicano».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.