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La realidad doblada como un papel

Manía clasificatoria y debate político en Cuba

Fuentes: Cuba Posible

Lo que a veces se escucha en el debate político cubano recuerda las cosas de Miguel de Unamumo, pero sin la genialidad del vasco, claro está. Como le ocurría a Don Fulgencio Entrambosmares (personaje de novela que prepara los «Apuntes para un tratado de cocotología» -es decir, el arte de hacer pajaritas de papel o […]

Lo que a veces se escucha en el debate político cubano recuerda las cosas de Miguel de Unamumo, pero sin la genialidad del vasco, claro está. Como le ocurría a Don Fulgencio Entrambosmares (personaje de novela que prepara los «Apuntes para un tratado de cocotología» -es decir, el arte de hacer pajaritas de papel o papirolas) existen hoy comentaristas políticos sobre el tema cubano aquejados por una especie de manía clasificatoria.

En vez de doblar hojas de papel para hacer figuritas que luego se clasifican, estos comentaristas tratan de doblar la representación de la realidad, una y otra vez, para ver en qué pudieran transfigurar las ideas, instituciones y personas que no encajan en sus particulares visiones ideológicas.

Nótese que utilizo el término de comentaristas pues no hacen «análisis político», aunque parecen esforzarse por dar esa impresión. El análisis requiere conocimiento teórico, disponibilidad de evidencia, método y oficio, precisamente lo que no se observa en los escritos que, desde hace algún tiempo, nos han presentado nociones como «corrimiento al centro», «centrismo» , o la «oposición de izquierda», concebidas más como «lodo político arrojadizo» que como conceptos que expliquen algo realmente existente y que tenga relevancia práctica para el debate político nacional. Quien tenga dudas puede revisar esos textos. Proporcionan etiquetas concebidas para descalificar a otros.

La más reciente ocurrencia ha sido la de tratar de potenciar la circulación del término «neo-contrarrevolución». Javier Gómez Sánchez, animador de la idea, clasifica irresponsablemente a otros en esa «categoría», algo que en sí mismo pudiera no haber tenido mucha relevancia en el caso de que hubiese reservado ese pensamiento para él y para sus amistades. Es comprensible que la gente intente encontrarle sentido a las cosas que no entienden, tratando de clasificarlas y de asignarles cierto orden en sus propios mundos mentales. Es una reacción humana. Con eso no hay problema. Obviamente, Gómez tiene derecho a expresarse libremente de la manera que mejor entienda, pero le convendría apreciar mejor las limitaciones de sus pensamientos.

Dada la improvisación con la que se ha promovido esa idea, resulta espinoso hacerla pasar como el producto de un proceso intelectual razonado. La clasificación, probablemente influida por ese mundo interior nítidamente etiquetado en que parecería querer habitar Gómez, choca con una realidad que la contradice, pues el enfoque de una política cubana donde «solo existen dos posiciones, revolucionario o contrarrevolucionario» nunca ha sido sostenible en la práctica. En realidad eso no sucede tan «sencillamente» como se imagina Gómez. La política cubana, como casi todas, es compleja y no encaja en esquemas maniqueos del tipo, o conmigo o «sinmigo».

Como la clasificación que se aventura a exponer Gómez seguramente será tomada como un agravio político por otros, lo mejor que puede hacer es estar preparado para escuchar a quienes, siendo amables, le pudieran hacer la observación de que una cosa es que alguien pueda creerse sus propias elucubraciones mentales y, otra bien distinta, es pregonarlas en plan de taxonomista político.

Lo que voy a decir ahora, lo digo de manera respetuosa, simplemente porque es la pregunta que siempre debe hacerse cuando alguien trata de plantear una idea aparentemente novedosa. ¿Qué tipo de credenciales intelectuales puede, exactamente, mostrar Gómez para que pudiéramos aceptarlo como una fuente creíble de la tipología política cubana?

La verdad es que parece que ninguna. Si se utiliza cualquiera de las cuatro principales bases de datos que informan sobre la legitimidad y la visibilidad de los resultados de investigación (el Social Sciences Citation Index – SSCI de Web of Science, Scopus, Redalyc y SciELO), el resultado siempre es el mismo: no se encuentra mención alguna a Gómez. Para otras bases de datos como Google Scholar y Publish or Perish, este autor tampoco existe. Es fácil verificarlo. Trato de ser objetivo. Ese tipo de revisión es lo que se hace habitualmente cuando se desea hacer una comprobación preliminar de la calidad del pensamiento social contemporáneo.

Expresado de otra manera, Gómez no es un autor científico, ni anda cerca de serlo, y por ello no puede aspirar a acreditar capacidades que no posee en materia de tipología política. Pudiera repartir etiquetas políticas a diestra y siniestra y estaría en su derecho, pero eso fundamentalmente lo que revela es una manía. No mucho más que eso. Lo digo con afecto.

Aclaro que no tengo nada en contra de que los comentaristas expresen opiniones en el debate político. De hecho es muy positivo que quienes no son analistas, ni políticos profesionales, participen activamente en el debate. Es un derecho que tiene todo ciudadano cubano. Además, el debate participativo amplio es muy útil para la política. Entonces me parece muy bien que los comentaristas se manifiesten todas las veces que puedan hacerlo.

Lo que no resulta apropiado es hacer taxonomía política «de oído». Nadie interesado en escuchar ideas de calidad aceptaría eso. Sería como tomar en serio a un alquimista. La clasificación -sea de especies naturales o de posiciones políticas- se hace desde el método científico. Ni Darwin ni Linneo en las ciencias naturales, ni Marx ni Huntington en las ciencias sociales, hicieron clasificaciones a partir de opiniones y comentarios. Se pudiera estar de acuerdo o no con las taxonomías que plantearon, pero todas están afincadas en una interpretación científica de la realidad.

Clasificar lleva muchas horas de trabajo intelectual, usualmente agotador. Requiere volver, una y otra vez, sobre los resultados para refinarlos. Una clasificación rigurosa no se logra en poco tiempo, ni es algo que pueda hacerse desde las tertulias de un blog. «Sencillamente» porque la ciencia no opera de esa manera. Cualquiera que posea un entrenamiento elemental sobre la manera en que funciona la producción del conocimiento entiende eso.

Me detengo para hacer una breve aclaración. Las personalidades de la política habitualmente crean tipologías para descalificar a sus adversarios. A veces ponen etiquetas con una prodigalidad asombrosa, pero eso es parte del oficio. Usualmente, no pretenden que se les considere como analistas. Lo que desean es que se entienda bien que pueden golpear políticamente al adversario, inclusive adjudicándoles epítetos que, aunque no vengan mucho al caso, una parte de la gente acabará aceptándolos como válidos. Eso sería un claro indicador de la fortaleza de un político, pero ello solamente funciona si se cuenta con una maquinaria política y con apoyo popular. Dicho esto, cabría la posibilidad de que Gómez fuese un líder político y por eso dice lo que dice, pero no tengo evidencias de que ese sea el caso.

El problema es que, cuando clasifica, Gómez niega realidades y denigra. Asumo que entiende perfectamente que cuando le dice «neo-contrarrevolucionario» a la gente, sin detenerse a probarlo, hay muchos a quienes eso los pudiera ofender profundamente.

Gómez hace, al menos, dos afirmaciones que convierten sus proposiciones en una contorsión: primero, clasifica a Cuba Posible como uno de «los grupos políticos contrarios a la Revolución apoyados por los Estados Unidos»; y segundo, dice que Cuba Posible ha hecho una «campaña contra el debate de la conceptualización del socialismo cubano», algo que es una extraña manera de concebir la participación en un debate como una campaña contra el debate. Aquí hay un evidente doblado de la representación de la realidad.

El hecho de que se discrepe en el marco de un debate no significa que se haga una campaña contra el debate. Para que sea creíble la aseveración de que se ha hecho una campaña en contra de algo, hay que aportar pruebas de intencionalidad. Tomo asiento y espero pacientemente a que Gómez trate de demostrar -a partir de lo que se publica en Cuba Posible– que ha existido la intención de hacer campaña contra el debate de la conceptualización. Con mucho gusto le ofrezco una pista: humildemente lo invito a leer mis textos. Soy, casi seguramente, quien más ha publicado en Cuba Posible sobre la conceptualización.

Considero que no hay necesidad de dedicarle más tiempo a refutar esas dos falsedades. No utilizo aquí el término de manera peyorativa sino como se entiende en la lógica, como uno de los «valores» que indica la veracidad de una proposición. Ocuparse minuciosamente de desmontar falsedades puede representar, a veces, una pérdida de tiempo.

La reacción primaria de un analista pudiera ser exigir las evidencias detalladas en las que pudieran sustentarse ambas afirmaciones, pero en este caso no tiene sentido insistir en algo que Gómez parece no entender: la función de la evidencia en el debate público. Por suerte, no es algo insoluble. Con las lecturas adecuadas pudiera resolverse esa laguna de formación, que es inexcusable para alguien que intenta hacerse escuchar en el debate intelectual cubano.

Sin embargo, transitando en sentido opuesto, es abundante la evidencia de que sus dos proposiciones son falsas. Esa evidencia, consiste en cientos de textos publicados en Cuba Posible, a los cuales obviamente Gómez no hace una sola referencia. Es una representación de la realidad que el comentarista parece preferir doblar para poder fabricar la pajarita de la «neo-contrarrevolución». El «ninguneo» de textos de quienes desea criticarse es un desliz de aprendices. Ningún comentarista avezado deja descubierto ese flanco en un debate. La buena noticia para Gómez es que, con práctica, es un error superable.

La idea «aterrizada» que supuestamente se presenta es el gastado argumento de las relaciones de Cuba Posible con fundaciones de otros países, específicamente de Estados Unidos; algo que en rigor es una práctica extendida -desde hace décadas- en el terreno intelectual cubano y que abarca una amplia diversidad de instituciones nacionales, siendo hoy una buena parte de ellas, si no la mayoría, entidades estatales. Sobre eso nada se dice, probablemente para tratar de proyectar la falsa imagen de que, en Cuba, relacionarse con fundaciones extranjeras es solamente una felonía cometida por unos pocos. Aquí hay otro doblado de la representación de la realidad.

Desde Cuba Posible no se intenta convencer a nadie de que haya algo malo o bueno en esas relaciones. La extensión de estas es un hecho observable, pero la evaluación de su impacto normalmente no es predecible, requiere un análisis. El posible efecto de esas relaciones pudiera ser diverso y sin dudas habría casos negativos, quizás muchos, pero afirmar a priori y de manera tajante que relacionarse con determinada entidad extranjera implica necesariamente una influencia política negativa para la entidad o persona de Cuba, parece cosa de autismo político. En cualquier caso, para medir el posible impacto de ese tipo de relaciones, habría que utilizar una métrica precisa que debería ir más allá de la simple mención de la existencia de una relación. Este, que parece ser el principal «indicador» que Gómez utiliza, puede ser problemático.

Debería tomarse nota de que razonamientos de ese tipo pueden conducir a conclusiones como a las que ha llegado otro autor -esta vez un académico reconocido- que le ha imputado a una entidad del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (el Centro de Investigaciones de Política Internacional, CIPI) el haber permitido que una fundación extranjera (alemana) haya «conseguido imponer sus propias condiciones» en el diseño de un evento organizado en La Habana. .

En ese sentido, desde la lógica con la que Gómez parece operar, Cuba Posible y el CIPI deberían compartir la misma categoría en el árbol clasificatorio de las «especies» institucionales de la política cubana. Sorprendentemente, la clasificación de «neo-contrarrevolución» se le aplica a Cuba Posible, pero Gómez parece no atreverse con el CIPI. Aquí hay un doblado interesante de la representación de la realidad. No solamente Gómez clasifica, sino que deja claro que tipifica según le salga de su pensamiento, ofreciendo como única explicación la enigmática, y sobre todo ridícula, máxima pseudo- filosófica de que «una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa», algo que recuerda aquello que se le ha atribuido a algún boxeador olímpico cubano -dicen que injustamente- de que «la técnica es la técnica y sin técnica no hay técnica».

La primera y la última pregunta que quizás deberían hacerse los comentaristas políticos cubanos aquejados por la manía clasificatoria es simple: ¿atenta lo que se publica en Cuba Posible contra la aspiración de alcanzar una nación soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible?

Seguramente se darían respuestas diferentes, pero si en realidad desea avanzarse en una discusión medianamente seria y constructiva, sería apropiado evitar los fárragos que sobre el socialismo muchas veces se escucha entre ciber-tertulianos que participan en el debate nacional y a los que Gómez contribuye cuando dice cosas como que: «Es cierto que nadie sabe cómo construir el socialismo, y el propio Fidel Castro mencionó una vez en un momento el pretender saberlo como un error, no tanto respecto a nosotros como a la Unión Soviética y sus manuales. Pero no lo repitió constantemente, y si lo repetimos nosotros, en un estribillo que tal vez la contra nos esté componiendo, llegaría a parecer que como nadie, absolutamente nadie, sabe cómo lograr hacer el socialismo, y mucho menos el ideal, entonces es algo irrealizable, y por lo tanto no debemos perder nuestro tiempo dedicándonos a eso».

Se trata de un embrollo resultante de no saber cómo lidiar con la palabra «nadie», que lo lleva inicialmente a decir que es «cierto» -o sea, indiscutible-, que «nadie» -es decir, ninguna persona- sabe cómo construir el socialismo pero, que luego, al darse cuenta de que eso de «nadie» funciona contra él, entonces conecta la marcha atrás y lo que se le ocurre es decir que si aquello de que «nadie sabe» no se repite en un estribillo -como en un conjuro maldito- el asunto no es tan grave. Parece cosa de Harry Potter, pero así fue como le salió el párrafo a Gómez.

¿Tiene sentido empecinarse en cultivar una especie de cocotología política criolla que intenta doblar la representación de la realidad para fabricar papirolas que encajen en el maniqueísmo de algunos ciber-tertulianos?

En mi modesta opinión, no tiene sentido alguno, pero trato de ser realista. Habrá que intercambiar fraternal y constructivamente con ellos. Son parte del contexto actual. Están ahí. Forman parte de esta Cuba más heterogénea que hoy existe, y siempre está la posibilidad de que personas como Gómez pasen de ser comentaristas improvisados a analistas políticos competentes, sobre todo, si se van a dedicar a categorizar y a dictar cátedra . Hay que asumirlos con espíritu positivo, como parte del debate democrático, amplio y diverso, que necesita el país.

Fuente: http://cubaposible.com/monreal-debate-politico-cuba/