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Manifestación en Madrid

Fuentes: Rebelión

Yo no soy comunista: pero cuando oigo denunciar al comunismo, pienso: ¨He aquí un fascista» Eduardo Haro Tecglen, «Los comunistas», El País, 17/9/2003   Sábado 26 de marzo, 2011. 16:15 h. Estaba yo a mis cosas, con Gramsci, tomando alguna nota sobre la hegemonía y la sociedad civil, pesando en su triste biografía de combatiente […]

Yo no soy comunista: pero cuando oigo denunciar al comunismo, pienso: ¨He aquí un fascista»

Eduardo Haro Tecglen, «Los comunistas», El País, 17/9/2003

 

Sábado 26 de marzo, 2011. 16:15 h. Estaba yo a mis cosas, con Gramsci, tomando alguna nota sobre la hegemonía y la sociedad civil, pesando en su triste biografía de combatiente encarcelado, cuando irrumpió mi nieta Lola como un volcán: «espabila, abuela, que nos vamos de manifestación contra la guerra». «¿Abuela? ¿Desde cuándo van las abuelas a las manifestaciones si no son a las de Rouco y los nacionalcatólicos de la familia? Niña, a las manifestaciones vamos trabajadores y trabajadoras, luchadores y luchadores, pero no abuelas», dije muy seria. «Abuela, no seas rollista. Venga, arréglate, que nos vamos.» Asentí. Es difícil, a mi edad, vencer la espontaneidad (ácida e irónica) de la juventud. La verdad sea dicha, me apetecía ir como morirme: día desapacible, frío, lluvia, pero no se negarme al ímpetu de Lola, a su fuerza y alegría. Me puse mis mejores galas, «que no piensen los fascistas que somos unas desarrapadas», decía mi madre en febrero de 1936, y nos fuimos, despacio, camino de Cibeles.

Numerosa, lo que se dice numerosa, no fue. Aunque al final, en Sol, había bastante gente. Recordé las manifestaciones contra la guerra, «No a la guerra», de la época Aznar. Inocente, el recio castellano. Perdió unas elecciones, 14-M, por una foto (Azores) y unas mentiras infantiles (ETA frente a Al Qaeda). En aquellas concentraciones estábamos casi todos. ¿Quién puede resistirse a una convocatoria de la Cadena Ser con su recorrido, su canesú, y todo? Una tarde -no se me olvidará- en una de las manifestaciones, quizá de las más grandes que ha visto Madrid, un pequeño grupo, a mi lado gritaba: «Gracias, Jesús, por sacarnos de manifestación». Alguno se preguntaba si serían Adventistas o Evangélicos pero yo capté la ironía. Se referían a Polanco, la SER y todo el entramado mediático de apoyo al PSOE que, con el pretexto de la guerra, habían montado una manifestación de rechazo a Aznar. Y lo consiguieron.

El otro día, sin embargo, éramos cuatro gatos con pancartas. Con el PSOE en el gobierno y participando -dentro del conjunto de naciones- de la guerra de Libia (más Afganistán, Iraq, y donde sea que nos diga/pida/ruegue/obligue Obama, la discreción lógica del pesebrismo bienpensante fue notable. Total, que estábamos nosotros, los de siempre: unos miles de desarrapados, con nuestras banderas rojas, rojas y negras, importante presencia de CGT, y el resto de la periferia gauchista. Eso sí, muy dispuestos y combativos. En el ambiente, as ususal, flotaba un izquierdismo de opereta (imprescindible) mezclado con la conciencia honrada (imprescindible) de trabajadores sindicados. Me saludaron unos amigos y yo saludé, hacía tiempo que no nos veíamos, a May Sánchez Seseña: uno de los pocos cuadros capaces del partido e IU (me plató dos besos con olor a Marlboro como si fuera su abuela, hay que joderse), y a Armando López Salinas: quijote español, cabal escritor. Lola consiguió una extraña pancarta: «Freedom for Irán» y me preguntó qué pintaba eso allí. La confusión, Lola, la confusión. La dejamos apoyada contra una farola. Cuando la desinformación se apodera de nuestras ideas, algo estamos haciendo mal. Cámara digital (egotecnologías) en mano, mi nieta me hizo una foto -si esto fuera un blog la pondría- para que vieran cómo el ridículo no tiene edad ni condición. Despeinada por el viento, las gafas medio caídas sobre la nariz, una descolorida bandera roja por detrás, arriba, que más parece peineta taurina de la Casa de Alba que enseña del valor revolucionario, y mis zapatillas de deporte sin marca visible, hago como Fidel Castro, borro con rotulador la marca del calzado, cosas de viejos. Total: un poema. Lola se reía a carcajadas. Al llegar a casa me la enseñó, en grande, en el ordenador. Qué pena la vejez, me dije.

Me dolían las piernas -a mi edad, es una buena excusa- y nos marchamos antes de los discursos finales. Tantos habré oído en mi vida, que ya ni me acuerdo. He tenido la suerte de escuchar a grandes dirigentes, impresionantes oradores que, la mayoría, creían lo que decían: Enrico Berlinguer en las Ventas, por ejemplo. Eran otros tiempos. Bajamos por la Carrera de san Jerónimo camino de las Cortes. Lola refunfuñaba sobre la ausencia de militantes de base del PSOE, las bases obreras del PSOE, con esa ingenuidad -más producto del deseo electoral- que nos lleva a pensar, a veces, que nuestra composición sociológica es común. Quizá sea cierto, para un 10%, con datos socio-económicos en la mano, pero a priori, no es así. Conclusión: éramos unos miles, como siempre, los de siempre, gritando la verdad política al gobierno de los recortes que se esconde tras sus declaraciones de libertad y derechos humanos. Llegué muerta. Ibuprofeno, café descafeinado, y un pitillo (a mi edad, una licencia). Eran las 20:30h. Me acordé de la expresión popular que recoge Gramsci: Piove, governo ladro!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.