Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis
A veces un episodio trivial arroja una luz reveladora sobre una grave enfermedad pública.
Un ejemplo clásico: El capitán de Koepenick. A primera vista, era un incidente criminal menor: en 1906, un zapatero llamado Wilhelm Voigt fue liberado de prisión, tras cumplir una sentencia por falsificación. Para tener trabajo necesitaba un pasaporte, el cual, como anterior convicto, no podía tener.
Así que fue a una tienda de cachivaches y compró un uniforme de capitán del ejército, comando a unos soldados que estaban en la calle, los condujo a Koepenick, un suburbio de Berlín, arrestó al alcalde y confiscó los pasaportes en blanco. Puesto que era bien conocido de la policía, fue pronto arrestado.
Toda Europa rió con esta exposición de la situación en Alemania, donde cualquiera vistiendo un uniforme era un rey y cada oficial del ejército un semidiós.
En la clásica película sobre el episodio, la noticia fue dada al Kaiser (el mismo Kaiser Guillermo II que pronto se reuniría con Teodoro Herzl en Jerusalén). Durante un largo momento, los cortesanos aguantaron la respiración. Cuando el Kaiser estalló en risas, los aliviados cortesanos se le unieron.
Realmente no era un asunto de risa, ya que ocho años después el desenfrenado militarismo alemán era una de las causas de la Primera Guerra Mundial.
Hace una semana, una joven francesa llamada Marie Leonie causó un alboroto. Según ella, seis jóvenes «con apariencia norteafricana» la atracaron en un tren de París, le arrebataron el bolso y, (erróneamente) la tomaron por judía ya que vive en el prospero distrito 16, rasgaron sus ropas y pintaron esvásticas en su vientre. Después volcaron su cochecito de niños; todo ello mientras otros 20 pasajeros miraban sin mover un dedo por ayudarle.
Francia crecía histérica de furia y culpa. Los líderes de la República, del Presidente Chirac para abajo, se culparon a si mismos y prometieron poner la lucha contra el antisemitismo en lo alto de la agenda. Todos los periódicos mostraron gigantes titulares sobre la verguenza de la nación, junto a profundos artículos de antecedentes en el terreno del antisemitismo. Las organizaciones judías de Francia y de todo el mundo han acusado a la sociedad europea de un espantoso resurgimiento del antisemitismo e invocaron la memoria del Holocausto. Los medios de comunicación israelí tuvieron un día de asueto, diciéndoles a los judíos que solamente encontrarían seguridad en Israel.
Tuve mis dudas desde el primer momento. Después de mis 40 años como editor de una revista especializada en periodismo de investigación, he desarrollado un agudo olfato para los falsos relatos. Esta era manifiestamente increíble. Estoy convencido que los investigadores franceses dudaron de ella desde el principio. Pero ¿quién osaría a levantar cualquier duda ante una desbocada histeria pública?
Y entonces, de repente, la totalidad de la trama se derrumba. Ni un solo testigo presencial salió adelante. Las cámaras de la estación no mostraron ni un signo de lo ocurrido. Se supo que la joven mujer había hecho falsos testimonios a la policía en el pasado. Dos días después del alboroto, la mujer se vino abajo y admitió la verdad: todo el asunto era una invención.
Como el capitán de Koepenick, que había sido preparado en el enfoque del militarismo prusiano, Marie Leonie dirigió la luz a la histeria anti-antisemita en Europa, un fenómeno irracional que vuelve tontos a experimentados políticos, hace que periódicos serios se vuelvan locos y permite toda clase de horribles manipulaciones.
Con el fin de inyectar cierta lógica y sanidad en el asunto, uno tiene que empezar por distinguir entre diferentes fenómenos.
Ciertamente hay un antisemitismo real. Está profundamente implantado en la civilización cristiano-europea. Existe hoy, como siempre.
Se trata de un odio a los judíos porque son judíos, indiferentemente de quienes y de que más sean; ricos o pobres, capitalistas o comunistas, partidarios o críticos de Israel, corruptos u honestos. Una de sus expresiones, por ejemplo, es el pintar esvásticas en las lápidas de las tumbas, un acto idiota que cualquier perturbado juvenil puede llevar a cabo sin ayuda de nadie.
No creo que este tipo de antisemitismo haya crecido en loa últimos años. Quizá ha perdido algo de su vergüenza con el paso de los años desde el Holocausto. En la situación actual, no es peligroso.
Un fenómeno completamente diferente es la guerra norteafricana llevada a cabo en suelo europeo. Jóvenes musulmanes del norte de Africa combaten a jóvenes judíos del norte de Africa. Esta comenzó en casa, cuando los judíos apoyaron al régimen francés contra los combatientes por la liberación. En la última fase, la organización clandestina judía fue el mayor soporte de la oposición a la liberación de Argelia. (La organización fue planificada por agentes israelíes para defender a los judíos, pero los líderes gradualmente emigraron a Israel dejando la organización en manos de los más fanáticos odiadores de árabes)
Ahora esta confrontación se ha vuelto un ramal local del conflicto israelo-palestino. Los musulmanes están encendidos por las imágenes de televisión de la opresión y humillación impuesta por nuestros soldados en los territorios ocupados mientras que las organizaciones judías apoyan al gobierno de Sharon. La mayoría de los judíos de Francia son inmigrantes del Norte de Africa. Esto causa muchos incidentes y crea la impresión de que el antisemitismo está creciendo.
Nuestro gobierno está echando gasolina a las llamas mediante la instrucción a sus representantes por todo el mundo para que estigmaticen a todos los críticos de sus acciones como antisemitas. De esta manera pegan la etiqueta de antisemitas al mundo entero desde la Asamblea general de las Naciones Unidas y la Corte Internacional de Justicia a las organizaciones humanitarias.
Es fácil crear esta confusión cuando uno no diferencia entre «Judío» e «Israelí». Todo se mezcla: Antisemitismo, anti-sionismo, críticos de Israel, critícos de Sharon. Tal mezcla es conveniente para aquellos interesados en manipulaciones, pero no para los judíos. «Judío» e «israelí» no es lo mismo.
Israel es un estado como cualquier otro estado. Fue, ciertamente, creado por los judíos y una mayoría de sus ciudadanos son judíos. Pero Israel es una entidad independiente y separada. Es permisible (y, en mi opinión, deseable) criticar la política de nuestro gobierno, como más permisible es para nosotros criticarla que cualquier otro estado. No hay necesariamente conexión entre tales críticas y antisemitismo.
Verdaderamente, los judíos de Israel tienen una fuerte afinidad con los judíos de todo el mundo, y estos tienen afinidad con Israel. Esto es completamente natural, como mucha gente de Australia o Canadá sienten afinidad por Gran Bretaña. Pero esto no significa que los judíos de todo el mundo deban automáticamente apoyar cualquier acción del gobierno israelí como una especie de reflejo pavloviano. Esto es conveniente para el gobierno israelí pero no necesariamente bueno para Israel. Ciertamente, es malo para los judíos.
Somos israelíes. Creamos este estado para ser los dueños de nuestro propio destino. Queremos ser como otro pueblo, verdaderamente, como el mejor de ellos. Somos responsables de nuestras acciones, y nadie que no sea ciudadano israelí tiene responsabilidad alguna por ellas.
Los ciudadanos judíos de Francia son responsables de las acciones del gobierno francés que ellos han votado, y quizás de las acciones de la comunidad judía a la que pertenecen. No son responsables de nuestras acciones. No tienen que defender nuestras acciones a toda costa. Si quieren criticarlas, bienvenidos.
Cuando haya una clara separación, el antisemitismo permanecerá en Europa como un fenómeno marginal como ha sido desde el Holocausto. Y si nosotros, los israelíes tenemos éxito en regresar al camino de la paz, la actitud hacia Israel regresará a lo que era después de Oslo, cuando todo el mundo nos saludó.
Si el engaño de la perturbada mujer francesa nos ayuda a derrotar la histeria y regresar a una sana aproximación a este asunto, merece nuestra bendición.
17.7.04