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Más allá de Fidel

Fuentes: Zazpika (Gara)

Muchos anunciaban un auténtico caos en Cuba para momento en que Fidel Castro desapareciera de la escena política. Lo cierto es que estos meses en los que el líder de la Revolución ha delegado sus funciones demuestran que la vida cotidiana sigue en la isla a su ritmo habitual. El futuro de una revolución que […]

Muchos anunciaban un auténtico caos en Cuba para momento en que Fidel Castro desapareciera de la escena política. Lo cierto es que estos meses en los que el líder de la Revolución ha delegado sus funciones demuestran que la vida cotidiana sigue en la isla a su ritmo habitual. El futuro de una revolución que mañana cumple 48 años se vislumbra sin sobresaltos.

El color de la Habana sigue siendo ese naranja cambiante que se desparrama hacia el malecón, y la brisa que sube caliente se mezcla con el bullicio de cocheros, nostálgicos boleros, vendedores y repentinos buscavidas que baja desde el centro histórico. En esa luz se desenvuelven los capitalinos de una isla que tiene en su haber el mérito colectivo de la resistencia frente al gigante americano.

Desde que Fidel Castro, a finales de julio pasado, delegara transitoriamente sus funciones en Raúl Castro Ruz, segundo alto cargo del Consejo de Estado de Cuba y hermano suyo, la tranquilidad con que se ha vivido este cambio en las calles habaneras es un hecho incuestionable. Algunos confían todavía en una recuperación del líder; muy pocos temen una posible agitación tras su muerte y, casi todos, independientemente de la admiración o rechazo que despierte su figura, piensan que la sucesión política está garantizada y que la revolución continuará adelante sin Fidel Castro.

Cuba, hoy por hoy, ha sobrevivido a todos los ataques que el imperio estadounidense ha lanzado persistentemente desde que Fidel Castro y sus hombres derrocaran al régimen de Fulgencio Batista. Ha salido triunfante no sólo de los intentos de invasión directa. En la historia de los últimos 40 años, el sistema ha soportado el embargo comercial aplicado por el Gobierno de Washington y , en su día, resistió la caída del bloque soviético. No sólo eso. Fidel Castro ostenta el récord de ser el dirigente que ha eludido el mayor número de intentos de atentado contra su persona; es el gobernante más antiguo del mundo, el que ha visto desfilar ante sí a nueve presidentes estadounidenses. Mañana, 1 de enero, se cumple el cuadragésimo octavo aniversario de la entrada de Fidel Castro en La Habana. Cuarenta y ocho años de una revolución que concita las miradas del mundo entero.

Un país organizado

Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional, el Parlamento, es uno de los hombres claves de la política cubana. Experto diplomático, buen conocedor de las relaciones internacionales, nos explica su visión acerca del futuro: «Este es un país civilizado, organizado, con instituciones que preven precisamente esto: la sustitución según se requiera de cualquier funcionario electo. En el caso que nos ocupa, no se trata de una ausencia permanente y definitiva sino de una situación muy concreta, la de una persona que tuvo que pasar por una operación quirúrgica delicada, que además tiene 80 años y que ha trabajado muy duro toda su vida».

La vida política de Alarcón ha discurrido entre cargos de alta responsabilidad para el Gobierno de la isla. Ahora, tras la enfermedad de Castro, su nombre, junto al de Carlos Lage o Pérez Roque, es uno de los recurrentes que barajan los medios occidentales en la terna de sucesión que acompañará a Raúl Castro. «Fidel tiene que ser disciplinado y cumplir con su obligación, que ahora es la de cuidarse y recuperarse. Por lo tanto, la sustitución en sus funciones tiene un carácter provisional pero este tiempo está demostrando que el día que falte definitivamente, esto seguirá funcionando. El ha estado largos períodos de tiempo fuera de Cuba. Cuando se iba, no cerraba el país y se llevaba las llaves, sino que el país seguía funcionando. Igual sucede ahora e igual sucederá después».

Así se ve en Cuba y así se ve también entre intelectuales latinoamericanos que han expresado reiteradamente su apoyo a Fidel Castro, como el escritor argentino Miguel Bonasso, para quien «este país tiene una serie de cuadros que se han ido formando en todos estos años que han dado profundidad, continuidad y extensión al proceso revolucionario. Esto se puso de manifiesto cuando se pudo organizar de manera impecable la reunión del Movimiento de No Alineados, y el comandante estaba ya hospitalizado. Yo me alegro de que haya podido ver en vida que su obra, la Revolución Cubana, está estructurada, y que no depende exclusivamente, como creen algunos, de los vaivenes de su salud o de su presencia».

El realizador de cine argentino Fernando Pino ve el futuro de una Cuba sin Fidel Castro sin atisbo de inquietud, aunque admite que «Fidel es también producto de su pueblo. No hay Fidel sin el pueblo cubano y no hay patria cubana socialista sin Fidel». El riesgo, opina, puede venir de fuera, de los Estados Unidos, «pero este pueblo tiene anticuerpos grandes, un gran sentido de organización y está preparado para todo».

Lo que está claro, para cualquiera que se acerque al país, es que Fidel -todos los cubanos le llaman así, sin apellido-, es mucho Fidel. Su liderazgo es tan incuestionable como el cariño que se percibe entre la población al referirse a él. «¿Vienen del evento que hubo en el [teatro] Karl Marx…? -pregunta un trabajador del hotel-, me dijeron que hubo un mensaje de Fidel. ¿Podrían decirme lo que dijo?». Nuestro interlocutor inquiría con interés por la sesión inaugural de los actos por el 80 cumpleaños de Castro, a la que el mandatario envió un mensaje sobre la necesidad de preservar el medio ambiente. «Sí… -concluye- es realmente importante lo que dijo. Los humanos podemos hundir el planeta».

No es que los cubanos hablen constantemente de Castro, pero la referencia puede surgir en cualquier momento, en un animado y partido de béisbol entre los equipos de La Habana y Santiago o en la mitad del concierto «Todas las voces» al que asisten miles de jóvenes en la Tribuna Antiimperialista: «Ay, mira, qué lindo Fidel… si pudiera estar aquí». La que así habla es una joven de alrededor de 20 años que acaba de ver aparecer en el escenario un retrato del comandante. Se lo dice a su chico, al que transmite su emoción tiernamente colgada de su cuello.

La revolución y sus vicisitudes tampoco alcanzan rango de tema de conversación habitual entre los cubanos. De natural afables, son comunicativos con el recién llegado, dados a la discusión entre ellos y, muchos, excelentes conversadores. El día a día responde más bien a la rutina del trabajo y a despistar el calor y el tedio sentados en un banco o jugando partidas en las mesas de dominó en plena calle.

En su tiempo de ocio, los jóvenes bajan al malecón -ése que conserva una historia en cada tramo-, y los fines de semana se reúnen en los pisos bajos de las casas, con reproductores de música caliente a todo volumen, para bailar en la calle, divertirse y defender la causa de un buen trago de ron.

En el interior de la vivienda, los problemas domésticos guardan relación con la ajustada economía familiar, los horarios de la escuela o, en estos últimos días, con rellenar los formularios para hacerse con la moderna olla express que los Comités de Defensa de la Revolución reparten casa por casa.

Al margen de las manifestaciones y marchas de apoyo convocadas, en las que la participación de miles de jóvenes en grupos diferenciados -pioneros, trabajadores sociales, estudiantes universitarios…- da una idea del inmenso poder organizativo del estado, al margen también del sistema sanitario y de enseñanza que garantiza la salud y el acceso al estudio a toda la población, es en este tipo de detalles cotidianos donde también se concreta y se percibe la filosofía que el socialismo cubano mantiene desde el triunfo de la Revolución de 1959.

Los críticos con el sistema cubano censuran estos mecanismos por lo que juzgan como excesivo tutelaje del estado y control policial de la población. La presencia policial en La Habana se percibe a simple vista pero es también una realidad que la organización por zonas, barrios y calles ofrece, en terrenos prácticos, unos resultados encomiables. Sirve como ejemplo el sistema de prevención de huracanes que ha minimizado al máximo los riesgos para sus habitantes, lo que valió a Cuba un reconocimiento explícito de la ONU o, incluso, las iniciativas adoptadas en asuntos más triviales pero que revisten gran importancia estratégica. 2006 fue bautizado como Año de la Revolución Energética y, desde los primeros días, el gobierno de Fidel Castro dispuso batallones para que los cubanos utilizaran bombillas de bajo consumo traídas desde China para un plan de ahorro de energía. Casa por casa, centro por centro, el gobierno se aseguró de que se cambiaran las bombillas antiguas y se instalaran las nuevas. Lo mismo ha ocurrido recientemente con el reparto general a la población de unas sofisticadas ollas express que cocinan por separado los elementos básicos de la comida de la isla -cocido, arroz y carne de cerdo- en una única operación sobre los fogones.

Datos positivos

Cuba cuenta hoy con once millones de habitantes. Si al inicio de la revolución, en 1959, el analfabetismo superaba el 24%, el plan educativo iniciado ha logrado desterrarlo por completo. 800.000 estudiantes universitarios y una gran masa de graduados en diferentes carreras conforman la fotografía de una sociedad de alto nivel educacional que no tiene parangón en el resto de naciones de América Latina. La solidaridad con los pueblos, otro de los principios en los que se asienta el modelo cubano, representa también uno de sus baluartes: en el año que ahora termina, 27.000 jóvenes extranjeros de países subdesarrollados estudiaban en La Habana; se practican cientos de operaciones médicas a indígenas sin recursos de países del cono sur y Centroamérica y son miles de médicos y trabajadores de la salud los que se desplazan fuera del país dentro de los programas solidarios. La media de esperanza de vida en Cuba se sitúa en 77,3 años, equiparable totalmente a la de los países desarrollados; e igual sucede con las tasas de mortalidad infantil.

La situación económica del país parece haber entrado en cierta senda de recuperación respecto a épocas precedentes. El parque automovilístico en el que, junto a los viejos carros americanos, sidecares y «ladas» soviéticos conviven hoy muchos nuevos modelos de marcas occidentales, da muestra de ello. El presidente de la comisión de Economía del Parlamento cubano, Oswaldo Martínez, admite la fragilidad de la economía pero se muestra optimista ante el futuro. En un país que recoge sus mayores ingresos del turismo, donde la producción de azúcar y la extracción de níquel están agotando sus ciclos, la biotecnología y la producción de medicamentos son los sectores en los que se incide como meta para el desarrollo económico.

Y luego está la colaboración iniciada con países como Venezuela que ha ayudado a levantar los índices económicos. Oswaldo Martínez habla de un crecimiento del 11,8% en 2005, el mayor experimentado en América Latina, y calcula que 2006 cerrará en torno al 12% también. Las políticas de intercambio y colaboración con China y Bolivia son también elementos positivos que le llevan a decir que «el bloqueo estadounidense que soñó con asfixiar a la economía cubana ha fracasado ya, aunque no hay que olvidar que todavía está vigente y que Cuba sufre un impacto tremendo por su causa. El bloqueo es una lacerante realidad cotidiana que cada año nos priva, hablando solamente de finanzas, de tres ó cuatro mil millones de dólares».

A ras de calle, en uno de esos días en que el calor aprieta, parece que va a llover y no llueve, la vida de la gente común respira y se desenvuelve a ritmo tranquilo, sin grandes preocupaciones por el futuro de la revolución y, en la mayoría de los casos, con comentarios y respuestas basadas en códigos naturales y cotidianos, muy alejados de frases hechas o esquemas previos: «Yo vivo bien, tranquilo, estoy feliz con mi mujer y mis dos hijos; ¿le puedo mostrar sus fotografías?. Son guapos, ¿no le parece?». El que habla es el conductor de un cocotaxi, uno de esos carritos con forma de huevo dedicados a trasladar turistas por la capital. El vehículo, como ocurre con la inmensa mayoría de bares y establecimientos, es propiedad del estado y los trabajadores reciben un salario fijo. Cuenta que su mujer era antes maestra de inglés y que ahora se dedica también a conducir un taxi. «Con las propinas ganamos más dinero; así que yo le enseñé a conducir, ella me enseñó inglés y… bueno, con más o menos dificultad pero llegamos a fin de mes. Yo estoy contento. Sí, es verdad, hay gente que se queja de que hay mucho control, pero el país funciona; aquí todos tenemos una norma que cumplir; por ejemplo, yo tengo que hacer un mínimo de viajes y trayectos para que me paguen el sueldo y eso está controlado; quien se salta la norma… ya lo sabe, las sanciones son muy duras».

Que el país funciona resulta evidente; incluso quienes no ven con total complacencia el régimen de Fidel Castro lo admiten, aunque sea con cierto aire de sarcasmo: «Sí, el sistema funciona; probablemente sea lo único que funcione aquí».

El sentido de la frase «saltarse la norma» bucea en la picaresca a la que recurre una parte de la población para completar los bajos salarios y poder disponer de más capacidad adquisitiva. En Cuba no hay corrupción instaurada a gran escala; comparativamente al resto del mundo, podríamos hablar de picardías y pequeñas corruptelas o, como se puede oír allá, de «corrupcioncita», ésa que lleva al taxista a sugerirte que pongas tú mismo el precio del trayecto, al empleado del hotel a valerse de triquiñuelas para servir los tragos con ron comprado en el supermercado y quedarse él con el beneficio, o a algunas más graves como la que empujó al Gobierno de la isla a meter trabajadores sociales en las gasolineras para descubrir y neutralizar un mecanismo de fraude por el que los empleados desviaban gran cantidad de combustible al mercado negro.

Una revolución ética

Con todo, es un problema que preocupa, y mucho, a los gobernantes: «Es que yo creo que la revolución es, por encima de todo, un hecho moral». Quien así se expresa es Abel Prieto, ministro de Cultura desde 1997 y miembro del Buró Político. Alto y corpulento, de trato cordial, a sus 56 años mantiene un cierto aire hippy y juvenil que concuerda más con su oficio de reconocido y prestigiado escritor que con la imagen estereotipada de un mandatario de la revolución. En su despacho, abarrotado de libros, un cuadro de John Lennon asoma entre los lienzos que decoran las paredes. Abre un espacio a la broma -«es que soy marxista-lenonista» y regresa a su argumento: «Esos negocios ilegales, esas estafas… todo eso va minando las bases de esta sociedad. Aquí algo se quebró en los 90».

Se refiere al denominado «período especial», años de una brutal crisis que se dejó notar en toda la isla tras el derrumbe del bloque socialista europeo. «Para nosotros tuvo un precio verdaderamente tremendo, estremecedor. Había falta de medicinas, falta de fluido eléctrico, de comida.. todo aquello que la población había tenido garantizado durante años, de pronto, de un día para otro, todo eso faltó. Hoy -prosigue-, la situación ya es distinta, se han resuelto muchas cosas pero no hemos terminado de salir de aquella crisis y debemos afrontar dos cuestiones graves que afectan al día a día: la vivienda y el transporte público».

A pesar de que no hay miseria en Cuba, las consecuencias de aquella situación derivaron en problemas asociados a la marginalidad que todavía persisten en familias que viven hacinadas, en casas precarias o ruinosas. «Después de muchos años con los salarios congelados, ahora se ha iniciado un proceso para proceder a aumentarlos, sobre todo en los que estaban más bajos, los de maestros, chóferes, las jubilaciones… No obstante -aclara Prieto-, ese cubano que tiene la educación gratuita y garantizada hasta la universidad, que tiene asegurada la salud desde la primera vacuna hasta que necesite un marcapasos, que dispone de esa condición y que aspiramos a que tenga un alto nivel cultural y educacional; ese cubano, sin embargo, puede tener su situación respecto a la vivienda muy difícil. Y aunque la cultura es un antídoto contra el consumismo, una vivienda digna no es consumismo. Una vivienda es algo a lo que debe aspirar todo ser humano y, de hecho, en la última reunión celebrada en la Asamblea Nacional se aprobó el plan más ambicioso acometido en los últimos años, que consiste precisamente en la construcción y reparación de decenas de miles de viviendas».

Más de la mitad de los cubanos nacieron después de la revolución. No conocieron la dictadura de Batista ni pelearon por derrocar un régimen que condenaba a la pobreza a sus habitantes, y han disfrutado sin mayor esfuerzo de las garantías que ofrece el socialismo cubano. En noviembre de 2005, Fidel Castro alertaba de un riesgo en el que no intervenían los Estados Unidos: «Este país puede autodestruirse, esta revolución puede acabar consigo misma». El comandante en jefe puso en marcha la denominada «Batalla de Ideas», un programa en el que se han implicado todas las estructuras, instituciones, organismos y asociaciones del estado.

Esta nueva batalla responde a los problemas que se han planteado en la evolución de esta sociedad cubana. Abel Prieto destaca que, por un lado, persigue lograr que «la ética de la revolución» prenda en la gente que no tuvo que afrontar aquellos desafíos históricos. Por otro, «trata de elevar el nivel cultural, no sólo educacional, desde la idea de una cultura portadora de valores propios. La cultura -insiste-, tiene que ver también con el sentido de la vida de la gente, con ser un antídoto frente al consumismo y a la «miamización» de los valores que llevan a celebrar fiestas absurdas como celebraciones de los quince años de las niñas».

Así y todo, esta revolución que, a pesar de tenerlo todo en contra, ha conseguido resistir y evolucionar a la vez, -las denuncias respecto a posiciones oficiales contra la homosexualidad son cosa del pasado y el alto nivel de discusión que se aprecia en revistas literarias como «Revolución y Cultura», «Temas» o «La Casa de las Letras» sobre las más variadas cuestiones, desde los beneficios y daños de las coproducciones en cine a la cuestión social y la aceptación del travestismo, superan con mucho al debate que se da en los países occidentales-, vislumbra un futuro si no más fácil, sí más amable, tanto con Fidel, como después de Fidel.

Un nuevo escenario

Así, al menos, lo ve el comandante sandinista nicaragüense Tomás Borge, de visita oficial en La Habana, al abordarle sobre sus impresiones: «Cuba empezó un camino que nadie ya detiene. Una marcha segura que ni Estados Unidos puede detener y, sin hacerme ilusiones, creo que la era Bush ya terminó. Y luego tenemos a América Latina. Ya son ocho ó nueve los países que se han lanzado para la izquierda y, además, vendrán todavía más que se unirán a este camino».

El presidente del Instituto Cubano del Libro, Iroel Sánchez, da la vuelta como a un calcetín a la pregunta planteada: «La pregunta correcta es qué va a pasar en el mundo, en América Latina, después de Fidel. En Cuba hay una revolución y en América Latina, también. La respuesta a qué va a pasar después de Fidel está en Venezuela, está en Bolivia, en Ecuador y en Nicaragua.. Fidel ha puesto en marcha una parte del mundo. No es que Fidel haya entrado en la historia; es que él ha empujado a la historia hacia donde cree que debe ir y, a la luz de lo que está pasando, parece que no es el único que cree que debe ir en esa dirección».

El cambio en el paisaje latinoamericano se observa con optimismo. También, de alguna forma, como una cierta ratificación de que la resistencia solitaria de Cuba no ha sido en balde. «Hace diez años, cuando nos señalaban como especie de dinosaurios en proceso de extinción -indica Oswaldo Ramírez-, los candidatos en las elecciones de América Latina ganaban con el discurso neoliberal y ahora ganan con el anti-neoliberal».

Fidel Castro lo dijo en el Foro de Sao Paulo en 1990: las ideas revolucionarias volverán. «Y no ha habido que esperar mucho», sentencia Iroel Sánchez.

Mientras él, protagonista de todas las batallas, sigue ingresado en un hospital de La Habana, la vida política, social y económica de Cuba sigue su marcha. Algo cambiará, sin duda, el día que ya no esté. Y será mucho más que un sentimiento de orfandad. Pero de que la revolución continuará después de Fidel nadie parece albergar duda alguna.

De la misma forma, todo indica que la sucesión preocupa por el momento mucho más en el exterior que en el interior de una isla que despierta cada mañana al galope de problemas cotidianos, generando cada día mayor creatividad en todos los sentidos. Y que, efectivamente, no baja la guardia en esos detalles sutiles que, tal como señalaba el ministro de Cultura, forjan una forma de ver la vida. Como ejemplo, la canción que cantaban una mañana los muñecotes de la televisión cubana más seguidos por los niños: «El patio de mi casa ya no es particular, al patio de mi casa te llevaré a jugar…».