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Materiales para la reflexión sobre las movilizaciones de mayo

Fuentes: Rebelión

Ante todo, mi apoyo a las diversas acampadas, especialmente a las de Sol y Plaza de Cataluña, a los detenidos y represaliados y mi segura asistencia a cuantas asambleas y grupos de trabajo pueda acudir. Eso vaya por delante. A partir de aquí, y después de haberme acercado durante varios días a la acampada de […]


Ante todo, mi apoyo a las diversas acampadas, especialmente a las de Sol y Plaza de Cataluña, a los detenidos y represaliados y mi segura asistencia a cuantas asambleas y grupos de trabajo pueda acudir. Eso vaya por delante.

A partir de aquí, y después de haberme acercado durante varios días a la acampada de la Puerta del Sol, de haber asistido a grupos de trabajo, a tres asambleas generales, a dos asambleas de barrio, de haber mantenido innumerables conversaciones con amigos, compañeros de sindicato, conocidos y personas de todo tipo con que allá me he encontrado, los cuales han participado a su vez en diversas asambleas y reuniones; después de la lectura de alguna que otra acta y propuestas, de las reivindicaciones recogidas en la propia Puerta del Sol y, en general, después de haber leído diferentes valoraciones del proceso; y tras sujetar un tanto, mi inicial y enfervorecido entusiasmo, he aquí las conclusiones a las que llego. Eso sí, provisionales, muy provisionales, ya que el proceso está en continua transformación.

Qué ha ocurrido

En un contexto de grave crisis económica capitalista global en el que la burguesía, a través de los diferentes gobiernos, ha traspasado el peso de la misma a las clases trabajadoras merced a diferentes medidas fiscales, laborales, financieras, etc.; en una situación en la que el índice de desempleo es altísimo, sobre todo entre jóvenes, extranjeros y mujeres, en un periodo de campaña electoral en el que de nuevo los ciudadanos han sido sometidos a mensajes políticos de unos partidos políticos (sobre todo PP y PSOE) desprestigiados por sus propuestas y/o por su galopante corrupción, al tiempo que se desarrollan continuos recortes sociales y privatizaciones; tras innumerables movilizaciones de diferentes organizaciones políticas y sindicales minoritarias y ante la ausencia de respuesta y amparo por parte de las estructuras sindicales y políticas obreras mayoritarias (salvo la honrosa excepción de los sindicatos patriotas vascos), se consigue reunir un considerable número de personas en todo el Estado en las manifestaciones del 15 de mayo, organizadas por un grupúsculo muy activo de difícil adscripción ideológica. En Madrid, la desproporcionada y habitual represión policial se contesta con una acción audaz consistente en la plantá de un campamento que, inesperadamente, consigue la solidaridad de las personas que suelen ser movilizadas por los grupos antes mencionados y de algún que otro colectivo en lucha parcial. Poco a poco, gracias a internet y al eco mediático, el campamento logra atraer a un colectivo numerosísimo de individuos ligados a la izquierda o centro izquierda, hartos y cansados de la situación política y económica actual e impotentes por la carencia o debilidad de las respuestas. Los ataques de la «caverna mediática» hace sumar a este grupo heterogéneo una masa incontenible de ciudadanos «indignados», que estalla en una especie de catarsis colectiva el viernes 20 y el sábado 21 de mayo, coincidiendo con el cierre de la campaña electoral y el mal llamado «día de reflexión».

Proceso asambleario

Los acampados inician casi de inmediato su organización interna concretada en un pequeño pero activo movimiento asambleario que va creciendo día a día. Se crean las comisiones (que organizan el propio campamento), los grupos de trabajo (que elaboran un esbozo de programa) y unas asambleas generales (que aprueban o rechazan las propuestas de comisiones y grupos). La participación es abierta. Cualquiera puede tomar parte en cualquier actividad, siempre que el la disponibilidad de cada cual lo haga posible.

A partir de esta situación de partida, se va organizando el funcionamiento de comisiones, grupos y asambleas. Esta organización, para cuando al proceso se incorpora la mayoría de participantes, ya está decidida y se acepta sin discusión. Para dar agilidad a las asambleas se establece que se evitarán aplausos de aprobación o gritos y abucheos de desaprobación, sustituyéndose por un código de gestos. También se establece que los acuerdos han de tomarse por consenso o, al menos, sin oposición alguna. Se rechaza así las minorías y mayorías y por tanto las votaciones. De igual manera, se establece, o se intenta recordar continuamente a los asistentes a la asamblea, que los papeles de moderador y de organizador de la misma están abiertos a todo el que lo desee. Las propuestas vienen dadas por los grupos o comisiones y se aprueban o rechazan, cuando no se decide regresen al grupo del que partió. Estos principios son los que, grosso modo, suelen utilizarse en el movimiento del ámbito libertario, entre otros en el anarcosindicalista, si bien no de manera tan radicalmente establecidos. Se requiere igualmente a los participantes que utilicen lo que ellos llaman un lenguaje «inclusivo», es decir que en lugar del masculino como género no marcado se utilice el femenino, o bien ambos géneros en lugar de sólo el masculino como no marcado.

Este proceso se extiende sin cesar tanto a nivel temático, brotando como setas grupos de áreas tan variopintas como «danza» o «espiritualidad» (respetando el principio de espontaneidad y autonomía individual), como geográfico, intentando articular en diferentes barrios y pueblos de Madrid, distintas asambleas.

Ideología

Es difícil encuadrar ideológicamente a los que llamaré «animadores» o «nucleadores» del proceso asambleario que, básicamente, son los acampados y un grupo indefinido y numeroso, fundamentalmente jóvenes, que se ha incorporado a realizar diferentes labores. Empecemos por lo más superficial, pero no menos sintomático: la simbología. Se evitan símbolos políticos, se rechaza apoyar ningún partido ni sindicato, aunque no atacar al PSOE y, sobre todo al PP, en textos, cartones, eslóganes, etc. En general se responsabiliza a los bancos, y en particular a los «banqueros» de provocar la crisis económica y a los «políticos» en general, de socializar la misma. A estos últimos, considerados como una especie de casta, y por extensión a todos los partidos políticos, se les niega representatividad alguna y por tanto legitimidad. Sin embargo, no se hace campaña por la abstención (típica toma de postura anarquista), simplemente se elude el pronunciamiento. Por otro lado es significativa la ausencia casi absoluta de la bandera monárquica, y ésta no aparece más que transcurrida una semana del inicio de la protesta (y no en Sol, sino en un puñado de carteles sin firmar fijados en Antón Martín).

Es llamativo el escaso, por no decir casi nulo, protagonismo de los símbolos de la izquierda clásica, sea marxista, anarquista o republicana: nada de Marx, Lenin o Engels, hoces y martillos (salvo alguna camiseta del Ché, de la República Democrática Alemana o de la URSS, o de alguna tímida bandera o pegatina republicana en los primeros días); tampoco vemos imágenes de Durruti y ninguna bandera rojinegra después de las jornadas iniciales. Sí abundaban las Aes anarquistas que, al igual que la imagen del Ché, son ya tan adscribibles a la tradición iconográfica de izquierdas como a la iconología de la cultura de masas. Y abundando en esto último habría que resaltar la no desdeñable presencia o referencia, en mayor o menor medida, a iconos provenientes de este ámbito: Mary Poppins, Mortadelo, Micky Mouse, «collage pop» (imágenes y eslóganes publicitarios), etc., lo que nos puede dar pistas sobre las referencias simbólicas de los acampados y algunos visitantes. No quisiera dejar de mencionar en este apartado el hecho de que en un cartón apareciera la fecha 1.789., no sin embargo, 1.917 o 1.871. Es revelador la adopción como referente de la revolución burguesa-capitalista por antonomasia, y el olvido de las antiburguesas y anticapitalistas.

Estas faltas de referentes icónicos de la izquierda clásica concuerdan con algunos acuerdos alcanzados por las asambleas y por lo discutido en diversas comisiones. Es decir, por el esbozo de programa que se ha ido estructurando hasta este momento.

Si nos acercamos al programa aprobado en la asamblea del 20 de mayo encontramos el apoyo a medidas ciertamente llamativas y/o maximalistas con una fuerte apariencia de radicalidad como la nacionalización de aquellas entidades bancarias rescatadas por el Estado, el cierre de todas las centrales nucleares, la recuperación de las empresas públicas privatizadas (o el cierre inmediato de las fábricas de armas). Otras propuestas se refieren a reformas de determinadas leyes: electorales, fiscales (recuperación de antiguos impuestos que gravaban a las rentas altas y grandes empresas) de contenido más moderadas, y algunas de ellas referentes a la constitución o legislación vigente, y llamamientos éticos contra la casta denostada de los políticos.

Dos características recorren este principio programático. Por un lado vemos contradicciones manifiestas. Por ejemplo, se pide a la clase política, que en teoría no representa a nadie, que cambie su proceder a través de una reforma legislativa que ellos mismos deberán aprobar y hacer cumplir. No se especifica con qué tipo de presión se va a «convencer» a los partidos que controlan el poder legislativo. Otras muestras: se proclama el derecho a la vivienda, aceptando sin embargo la pérdida de la misma en razón de deudas hipotecarias; se solicita, sin más, una verdadera regulación de las condiciones laborales (sin más), cuando si hay algo verdaderamente regulado en este país son las modalidades de contratación; se pide una reforma fiscal ambigua y de poco recorrido, olvidando la eliminación de los impuestos indirectos, se obvia la construcción europea, la «constitución» europea, los tratados de comercio, etc., etc., etc.

La otra característica es la moderación. Comparando con el programa de algunas fuerzas de izquierda comprobamos que las reivindicaciones no alcanzan el nivel mordiente de I.U., Bildu y mucho menos de partidos extraparlamentarios, como PCPE, Izquierda Alternativa o Corriente Roja (estas tres últimas pertenecientes en su día de I.U.). Y ese «reformismo» moderado puede descubrirse igualmente en los temas que la asamblea ha obviado: forma del estado, organización territorial, derecho de autodeterminación, política cultural, política lingüística, política económica (más allá de la fiscal), red de guarderías, negociación colectiva, transportes, telecomunicaciones, política exterior, alianzas militares, ley de partidos, ley antiterrorista…

Algunas razones de la moderación del programa tienen que ver con la propia metodología que se ha adoptado en este proceso asambleario. Dado el funcionamiento descrito, en el que se opta por el consenso, el programa resultante tenderá siempre a acercarse a las opiniones más moderadas. Y moderados, incluso conservadores, aunque en minoría, no faltan en Sol, sobre todo después de los primeros días. De hecho, se observa un retroceso entre el manifiesto de la manifestación del 15 de mayo, los acuerdos de la Asamblea del 20 de mayo y las cuatro líneas de debate consensuadas en asamblea de 25 de mayo, donde el programa queda reducido a la reforma electoral, corrupción política, separación de poderes y control ciudadano de la responsabilidad política.

Se constata igualmente una absoluta carencia de perspectiva de clase en discursos y, por supuesto, en acuerdos. Han desaparecido burgueses y trabajadores, campesinos-ganaderos y capitalistas agrarios; ni siquiera hay ricos o pobres. La única oposición social se dan entre banqueros-políticos/pueblo. ¿Pero quién forma parte del pueblo: junto al empleado precario de una cadena de pizzería estarán también los directivos de las multinacionales, los intelectuales pesebreros, los grandes empresarios…? No lo sabemos, de momento.

Esa ausencia de perspectiva de clase (no ya marxista, sino anarquista o liberal de izquierdas), lleva aparejada por tanto la idea de la sublimación de los intereses contrapuestos dentro de una sociedad idealmente homogénea en composición e intereses. Esta idea es la que subyace en este tipo de organización asamblearia. Pero estas tesis ¿no son las que han defendido CC.OO. y UGT durante los últimos lustros?, ¿no son las que han conducido, claudicación tras claudicación a la clase trabajadora ante los «intereses generales» a la derrota final?

Llevada esta manera de pensar a las asambleas, se niega en éstas de manera falsa la existencia de mayorías y minorías, y nace un pretendido e irreal consenso que será imposible de mantener a corto plazo. (De hecho, y mientras redacto estas notas, comienzan, felizmente, a aparecer en las páginas «web» del movimiento indicaciones de que ante los bloqueos se opten por mayorías amplias).

El falso consenso ha inclinado a las asambleas hacia la opción más conservadora, tal y como mencionaba más arriba. Así, es inevitable la moderación de los acuerdos de Sol, como por ejemplo el que acepta la dación en pago para eliminar una hipoteca arrinconando el derecho básico a la vivienda y que recoge incluso hasta la propia Constitución (aunque evidentemente de facto no sea efectivo).

Otra causa primordial, por no decir determinante, del carácter que toma el esbozo de programa, es la composición social de los participantes de este proceso, tanto de los asambleístas activos como de los acampados. A mi juicio estas movilizaciones han sido iniciadas y animadas por los hijos de una fracción de la pequeña burguesía, bien preparados profesional y académicamente, radicalizados ideológicamente por una tradición orbital del movimiento obrero clásico, un anarquismo desfigurado y romántico. Este sector social, tras décadas de un relativo bienestar más o menos sostenido y creciente, ve en peligro su situación central en el sistema bajo la amenaza real de una proletarización cada vez más cercana. A estas clases medias se ha adherido la parte más consciente y activa de cierta aristocracia obrera.

La clase trabajadora clásica (en trance de transformación profunda desde hace décadas, y derrotada después de las encarnizadas luchas de los años 70 y 80, en las que se vio abandonada por estas clases medias que salen ahora a la calle) no está participando en estas movilizaciones, por lo menos de momento. Se limita a observar con escepticismo. Sus organizaciones, Izquierda Unida, CC.OO, UGT, USO, LAB, ELA, etc., tampoco han tomado parte. Caso distinto es el de la CGT (y otros sindicatos minúsculos), si bien es la parte conectada a movimientos sociales más que la puramente proletaria la que acude a Sol.

Como decía Marx, la condición crea la conciencia. La ideología de las «clases medias» es básicamente pequeño burguesa (en realidad hoy día la de la mayor parte de la clase trabajadora también lo es). El programa de corte reformista-moderado se basa en planteamientos idealistas típicos del pensamiento burgués, como por ejemplo, que la crisis económica es consecuencia del deficiente funcionamiento del aparato financiero, agravada por una degradación del sistema político, y no consustancial del propio sistema capitalista. Eso por no hablar de las particularidades de la estructura económica española.

Hecho este planteamiento es lógico que surjan las propuestas señaladas, algunas sin demasiado recorrido, como reformas de leyes electorales o enjuiciamientos de «banqueros», otras meras proclamas o gritos en el vacío. Esta orientación idealista no cuestiona la raíz de la crisis: el propio sistema capitalista y su tendencia la expansión infinita de la oferta (las famosas burbujas), su necesidad imperiosa de aumentar la tasa de ganancia, la apropiación de plusvalía al trabajador (incluidos los autónomos), la presión a la baja de salarios directos o indirectos, la imposibilidad matemática de que la demanda cubra finalmente la oferta, la expansión consiguiente del crédito, etc., etc., etc.

Ni siquiera estamos ante propuestas de profunda reforma al estilo keynesiano o socialdemócrata clásico, lo cual ya sería mucho.

Por último, como deformación extrema de este idealismo pequeño burgués han acabado brotando a partir de la segunda semana de acampada una minúscula pero ruidosa tendencia «harekrisnista» que se ha hecho un pequeño lugar aprovechando estas grietas del proceso asambleario y que amenaza con seguir creciendo.

Como vemos, las debilidades de este movimiento no son desdeñables y los riesgos altos. Riesgo de quedar reducido a una explosión social de poca onda y mucho ruido que acabe manipulado y asimilado por el sistema político que se pretende atacar. Riesgo que se multiplica por la metodología adoptada en las asambleas, propicia a ser aprovechada por aquellos que pretender evitar que este estallido se transforme en un movimiento de calado más profundo.

Otro peligro estriba en la deriva del discurso hacia un laberinto contradictorio de apoliticismo infructuoso. De esta manera, la equiparación que se ha hecho hasta ahora de todas las formaciones políticas, sin discriminar entre partidos obreros y burgueses, parlamentarios y no parlamentarios, anticapitalistas y procapitalistas, socialistas y liberales, etc., así como la tabla rasa que iguala a todas las organizaciones sindicales conduce, por falsa e inoperante, a una esterilidad absoluta. No podemos meter en el mismo saco a CC.OO, UGT o CSIT, sindicatos cómplices en la socialización de la crisis, y a CGT, LAB, ELA, CNT, SAT, etc, protagonistas en una lucha que va justamente en la dirección contraria.

Sin embargo, hay factores que me llevan a valorar positivamente todo este proceso. Después de muchos años de desmovilización general el ciudadano progresista común, por fin, ha salido a la calle a manifestar su desacuerdo y ha logrado vencer el aislamiento individualista que, por naturaleza, intenta imponer el sistema capitalista. Y dentro de ello, es esperanzador ver cómo el protagonismo ha sido soportado por los más jóvenes, lo que puede significar, si esto se consolida en una dirección adecuada, el relevo generacional en la lucha social. Por otro lado se ha logrado reconquistar la calle como espacio de debate público y político, ocupándose por gentes preocupadas por la «res publica» y no por el último título de liga conquistado. Es un avance muy importante que no debería perderse.

Se ha recuperado igualmente el concepto revolucionario de ciudadanía, arrebatado por este parlamentarismo hueco que no deja espacio a la participación, y se ha puesto en su sitio, al menos simbólicamente y por algunos días, al gobernante y al representante político.

Lo más estimulante es que, si se canaliza bien el asunto, puede surgir un proceso «constituyente» que puede corregir las deficiencias descritas anteriormente. Y esta labor debe venir del proceso asambleario barrial y local que se ha abierto ya (si bien el método escogido para aprobar los acuerdos debería ser corregido). Por lo menos en las asambleas preparatorias de Vallecas (y por referencias indirectas en la de Carabanchel) hay una idea clara de profundizar el programa en un sentido social y anticapitalista ¿Qué ocurrirá en otros barrios y pueblos con una composición social menos proletaria? Ya veremos. Pero es evidente que nos encontramos ante unas potencialidades transformadoras inéditas que han de ser impulsadas.

Por tanto, soy de la opinión de que hay que participar activamente en este proceso e intentar introducir en él las luchas obreras, intentando conjugar, con amplitud de miras, los intereses específicos de las clases medias con los más particularmente obreros para forjar así un programa de amplia base popular y anticapitalista así como una plataforma organizativa que resista con efectividad las reformas que la burguesía está implantando en esta fase de repliegue estratégico. También tenemos que ser capaces de que, de esta manera, otras organizaciones, tales como I.U., y dentro de ella el P.C.E., «radicalicen» su discurso y, sobre todo, retornen a la lucha callejera, a sus esencias anticapitalistas y a una democracia interna real que pueda impulsar el movimiento hacia una salida en clave profundamente progresista a la crisis actual.

Los luchadores sociales, los ciudadanos más conscientes y experimentados en la batalla política, la militancia comunista, anarquista, socialista, o simplemente progresista conocen de sobra, su experiencia así se lo dicta, la necesidad imprescindible de la organización para hacer que la lucha resulte fructuosa. Por tanto, si se considera que las estructuras de lucha populares existentes no son eficaces, tenemos ahora una oportunidad de crear una nueva, con la ventaja de que se nos ofrece una plataforma «neutral» ideológicamente, en el que diferentes corrientes (anarquistas, comunistas, cristianos de base, socialistas, progresistas, o no adscritos), puedan trabajar sin las reticencias y división tradicionales.

Es necesario así un llamamiento a todos los militantes sociales con conciencia y formación política para que participen en las asambleas de barrio y localidad y aporten su experiencia a todos aquellas personas que se incorporan hoy a la lucha.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.