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El documental “Amurallados” aborda la realidad de la ciudad fronteriza a través de un viajero invidente

Melilla, una valla contra el Sur

Fuentes: Rebelión

«Cuando morimos en la ruta somos unos pobres negritos, y cuando estamos en el Gurugú (monte marroquí situado en el entorno de Melilla), somos unos mafiosos», afirma Mahmud Traoré, quien abandonó su país -Senegal- en 2002, participó en un «salto» colectivo a la valla de Ceuta y hoy reside en España. Contó su experiencia en […]

«Cuando morimos en la ruta somos unos pobres negritos, y cuando estamos en el Gurugú (monte marroquí situado en el entorno de Melilla), somos unos mafiosos», afirma Mahmud Traoré, quien abandonó su país -Senegal- en 2002, participó en un «salto» colectivo a la valla de Ceuta y hoy reside en España. Contó su experiencia en el libro «Partir para contar» (Pepitas de Calabaza), y algunas de sus opiniones -junto a las de otros cuatro migrantes, activistas por los derechos humanos, vecinos de los dos lados de la frontera hispano-marroquí, policías y guardias civiles- figuran en el documental «Amurallados. Un viaje por la Frontera Sur», producido a primeros de 2005 por Los Sueños de Mali PC y presentado el 11 de marzo en el Ateneo Libertario Al Margen de Valencia.

El audiovisual de 95 minutos, dirigido por Richard Mateos, periodista invidente y colaborador de Radio Malva (emisora libre de Valencia), y Javier Valdezate (autor en 2010 del documental «Europe i good? Bloqueados en Marruecos») aborda la realidad de la frontera entre España y Marruecos, singularmente la ciudad de Melilla, a través de un viajero invidente (Richard Mateos). Acompañado de su perro guía, el protagonista va indagando en asuntos como la represión en el monte Gurugú, la violación de los derechos humanos en la valla y su entorno, la frontera como negocio, la ciudad de Melilla (sus habitantes e historia), la explotación de los porteadores, la situación del CETI melillense y la opresión en la que vive la población migrante en el interior de Marruecos.

El rodaje comenzó en septiembre de 2013 y se prolongó durante un año y medio. A través de conversaciones en diferentes escenarios, Richard Mateos, quien acumula siete estancias en la Frontera Sur desde el verano de 2013, penetra en la complejidad del asunto («no queríamos hacer un simple panfleto»). Lo hace desde un enfoque «alternativo» al que plantean los medios convencionales. «El periodista habitual en la Frontera-Sur es un mero paracaidista», afirma Mateos. «Llega y graba la valla de Melilla, y si es el momento de un «salto» de migrantes mucho mejor». Con frecuencia se ha cruzado con fotoperiodistas y freelances de prensa y televisión que graban diez minutos o toman algunas fotografías sólo por ver si las «cuelan» en algún gran medio internacional. Critica que estos «paracaidistas» no se empapen de la historia de Melilla ni convivan con su población, aunque hablen con activistas de las ONG y se desplacen hasta el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, «cuando hay algún salto y siempre buscando la historia más impactante».

El equipo de Los Sueños de Mali PC ha pasado año y medio yendo y viniendo a Melilla, tiempo suficiente para hablar con activistas, ciudadanos comunes, historiadores y otras personas no relacionadas directamente con la valla. Tiempo suficiente para cocer a fuego lento el documental y huir del «paracaidismo». También han conversado con personas migrantes que han conseguido «saltar» la alambrada, y con otras que esperan hacerlo o vieron cómo se frustró el intento.

Aunque Marruecos continúe reivindicando la soberanía de Melilla, y de ese modo se pudiera sugerir un conflicto con el estado español, Richard Mateos destaca la alianza hispano-marroquí para reprimir a la población subsahariana que pretende franquear la valla. En el monte Gurugú, por la noche y cuando se acercan los meses de calor puede observarse esta connivencia en las redadas. «Hay un helicóptero de la guardia civil que se adentra en el espacio aéreo marroquí, ilumina el monte y le señala tanto a la gendarmería como a las tropas auxiliares del país vecino dónde están los chavales escondidos». La colaboración es habitual. Cuando las fuerzas de seguridad españolas ven a los migrantes bajar por el monte Gurugú, dan el aviso a la gendarmería de Marruecos. «Está totalmente documentado».

En el lenguaje de los medios se extienden tópicos que intentan eludir el fondo de la cuestión. Se habla de «mafias» («en el gurugú no existen», zanja el periodista), se discute hasta el hartazgo sobre qué se considera frontera, se utilizan toda suerte de eufemismos y se acusa también de ejercer la violencia a los propios migrantes. Richard Mateos revela aspectos invisibilizados, como que los migrantes se organizan en el monte Gurugú por comunidades (según la nacionalidad), celebran reuniones internas para la toma de decisiones, y asambleas intercomunitarias en las que se deciden las grandes cuestiones: si conviene en ese momento «saltar» o no la valla de Melilla, y sobre todo cómo actuar en el monte ante los agentes o ante posibles denuncias de campesinos marroquíes. Promueven incluso guardias de seguridad.

La amenaza más seria para los inmigrantes en el Monte Gurugú son las redadas de las fuerzas de seguridad de Marruecos. «Si cogen a alguien le pegan una gran paliza, que puede cesar a cambio de dinero; pagando también uno consigue que le lleven al hospital, de otro modo no es seguro que lo hagan», señala el periodista. «Una de las denuncias más flagrantes es que los guardias civiles pasan sobres con dinero a los oficiales marroquíes, para que, en caso de represión, trasladen a los heridos al hospital de Nador; si los jóvenes son conducidos a los centros hospitalarios de Melilla, podría entenderse que la violencia la han ejercido los agentes españoles», añade Richard Mateos. «Eso es lo que se quiere evitar».

Otro asunto silenciado es lo que sucede en el CETI de Melilla. Como las personas migrantes acaban de entrar en la ciudad y carecen de «papeles», no pueden trabajar, de modo que se les puede ver limpiando parabrisas u otras actividades de la economía «informal». Al llegar al CETI, las primeras semanas son de euforia por el triunfo que supone haber franqueado la valla. Aprovechan para curarse las heridas y descansar tras la hostilidad del monte. Les atienden ONG, se les habla de clases de español y el futuro parece halagüeño. «Pero cuando llevan varios meses o incluso un año, explica Mateos, se dan cuenta de que poder salir de Melilla no depende de ellos, sino del estado español; la propia ciudad se convierte en una cárcel; dependen entonces de que se vaya evacuando el CETI y se les vaya trasladando a la península». A esto se agrega la saturación del centro y las normas estrictas que rigen el mismo.

Diferentes testimonios del documental coinciden en que la valla de Melilla es también un negocio. No sólo por el «entramado» de la valla (concentinas, sirga tridimensional, cámaras infrarrojas, tecnología militar de visión nocturna…). Todas estas instalaciones tienen un coste y requieren además un mantenimiento (el gobierno reconoció en una respuesta parlamentaria a Amaiur que entre 2005 y 2013, el gasto en las vallas de Ceuta y Melilla ascendió a 72 millones de euros). A ello se añade el refuerzo continuo de policía y guardia civil procedente de la península, lo que genera actividad económica, consumo y estancia en hoteles de la ciudad.

Además, Ceuta y Melilla constituyen la única frontera terrestre de la Unión Europea con África. En el informe Derechos Humanos en la Frontera Sur (2014), publicado por la Asociación Pro Derechos Humanos en Andalucía, se sostiene que la respuesta al fenómeno migratorio «ha sido siempre la misma»: 20 años de refuerzo de control fronterizo; despliegue policial y militar; vallas cada vez más altas y complejas; millones de euros invertidos; helicópteros y patrulleras; nuevos y sofisticados sistemas tecnológicos…

Las políticas actuales de control y represión en las fronteras desatienden los datos que expone el investigador Íñigo Moré en el libro «The borders of inequality» (recogidos en el diario Público). Según el analista, Ceuta y Melilla conforman la frontera más desigual del planeta entre ricos y pobres. El PIB de España, con 47 millones de habitantes, es superior a la suma de los 53 países africanos con sus 1.300 millones de habitantes. El estado español tiene, en resumen, el récord mundial de desigualdad respecto a sus vecinos. Pero las reflexiones oficiales apuntan en otra dirección. El 16 de febrero de 2014 El País titulaba, aludiendo a fuentes policiales: «30.000 inmigrantes aguardan en Marruecos para saltar a Ceuta y Melilla».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.