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Memoria histórica para conquistar el futuro

Fuentes: Rebelión

          El aniversario de la II República se acerca y, entre quienes trabajamos para que llegue la III, se impone que la memoria histórica no sea un simple ejercicio de nostalgia, sino un arma para conquistar el futuro.   Analizar situaciones como la de 1936 nos sirve para caracterizar mejor otras […]

 

 

 

 

 

El aniversario de la II República se acerca y, entre quienes trabajamos para que llegue la III, se impone que la memoria histórica no sea un simple ejercicio de nostalgia, sino un arma para conquistar el futuro.

 

Analizar situaciones como la de 1936 nos sirve para caracterizar mejor otras como las que se viven hoy día en Nepal o Venezuela. ¿Cuál debe ser la postura del partido revolucionario en coyunturas así?

 

Determinarlo exige analizar cuidadosamente el sistema de contradicciones existentes en una sociedad determinada y en un momento dado de la historia.

 

 

¿Qué fue la II República?

 

¿Puede un análisis de la II República finiquitarse diciendo que era un gobierno burgués porque reprimía a los obreros? En primer lugar hubo tres etapas diferentes, y en la tercera de ellas el gobierno no puede calificarse exactamente como un gobierno burgués. Pero, aun obviando esto por ser otro el objeto de análisis, hay que recordar que la II República supuso un avance de siglos en la historia de este país.

 

La cosa no puede simplificarse diciendo que antes del 14 de abril de 1931 España es un país feudal y a partir de esa fecha pasa mágicamente a ser capitalista, entre otras cosas porque la historia no es una sucesión teleológica de modos de producción.

 

Pero sí puede en cambio verse en la República el cenit de un proceso histórico que se inicia a finales del siglo XIX en un país que, por diversos motivos y pactos, no había podido llevar a cabo una ruptura revolucionaria con el Antiguo Régimen, como hicieran en los siglos XVII y XVIII Francia o Inglaterra.

 

 

España ¿feudal o burguesa?

 

El Estado español era un Estado atrasado, semi-feudal y muy dependiente del capital extranjero (inglés, francés y estadounidense sobre todo), como puede serlo hoy día, por ejemplo, cualquier país latinoamericano. Azaña no era más que un Rafael Correa de su tiempo (o un Kerenski), que aspiraba a crear una burguesía nacional, conteniendo al mismo tiempo el empuje de unas masas que lo desbordaban.

 

El poder imponente de la Iglesia, la existencia intocable del latifundio y el caciquismo, el analfabetismo masivo, los fueros y la estructura del Estado, la composición del ejército, la concentración del 70% de la población en el medio rural, la pervivencia de los estamentos feudales y títulos nobiliarios (algunos, como el de «los Grandes de España», suprimidos por la II República) hacían que España no fuera un país plenamente capitalista.

 

Desde un punto de vista estrecho y economicista, sí, España era ya capitalista, porque el capital financiero controlaba ya los sectores claves de la actividad económica. Pero incluso desde esta visión tan economicista (errónea a mi juicio) es evidente que el capitalismo se había asentado muy débilmente en este país, al combinarse formas de explotación propias de la vieja sociedad feudal con otras de carácter moderno y capitalista (por no hablar del hecho de que la alta burguesía formara un bloque con el Antiguo Régimen personificado en la monarquía).

 

La II República fue una revolución democrático-burguesa en lo cultural, e intentó serlo en lo político y económico (trataron de crear un Estado laico, una red de transportes moderna, un cuerpo jurídico para garantizar las libertades mínimas; de suprimir el latifundio, alfabetizar a la población, construir un marco autonómico para las burguesías nacionales), pero no tuvo tiempo.

 

No en vano, sino por suponer un cambio, fue derrocada por los sectores más reaccionarios sublevados el 18 de Julio.

 

 

Contradicciones inaplazables y aplazables

 

Un análisis del sistema de contradicciones de la época nos lleva a la conclusión de que la contradicción prioritaria era la que enfrentaba al fascismo (que en España representaba los intereses del Antiguo Régimen coaligado a la alta burguesía) con el antifascismo (que incluía fuerzas obreras y fuerzas republicanas pequeñoburguesas). Sin resolver esta contradicción inaplazable, las organizaciones obreras serían aniquiladas y no podrían por tanto acometer la contradicción entre los trabajadores y la burguesía, contradicción que, por tanto, debía ser aplazada.

 

No se puede hacer la revolución cuando estás siendo invadido por dos potencias fascistas y por el ejército de tu propio Estado, sin olvidar a las tropas coloniales. Había que ganar la guerra primero, no ya para pensar en una revolución, sino para pensar en cualquier otra forma de vida que no fuera el fascismo.

 

 

Latinoamérica: un paralelismo histórico

 

Esto me hace pensar de nuevo en Venezuela o Nepal. Tenemos que comprender que lo más revolucionario no es siempre lo más radical. Como dice Marta Harnecker, «el único programa verdaderamente revolucionario es el que permite avanzar el proceso. Muchos otros programas más revolucionarios en el papel pueden llegar a ser un freno para la revolución si pretenden ser aplicados de inmediato» (Los conceptos elementales del materialismo histórico, Siglo XXI editores, pág.210.)

 

Hay que comprender que el proceso social que se está desarrollando en Latinoamérica, aun no estando exento de contradicciones, es un proceso progresivo. Aun sin ser netamente revolucionario o socialista, se trata de un proceso antiimperialista y de liberación nacional.

 

Para poder asumir un papel de actores en estas circunstancias es necesario desmarcarse tanto de posiciones excesivamente posibilistas como de posiciones excesivamente utopistas.

 

 

Dialéctica compleja

 

No es sencillo determinar cuál es el punto exacto a adoptar en esta dialéctica, pero para empezar a buscarlo hemos de establecer una neta separación entre gobiernos de colaboración con el imperialismo (como los de Colombia, Brasil o Chile) y gobiernos de ruptura, aunque tímida en algunos casos (como los de Venezuela, Bolivia o Ecuador).

 

Mientras Lula aceptó desde antes de asumir la presidencia un préstamo de 30.000 millones de dólares del FMI, Chávez rompió relaciones con dicha institución imperialista. Mientras que Lula se ha llenado la boca hablando de «Hambre Cero» sin acompañar con hechos sus palabras, en Venezuela se ha reducido a la mitad la mortalidad infantil, se ha reducido drásticamente el analfabetismo y se ha disparado el presupuesto educativo.

 

Mientras el Estado brasileño reprime y judicializa las protestas de los «Sin Tierra» y otras fuerzas populares, el gobierno bolivariano de Venezuela apoya política y materialmente la creación de comités de autodefensa de base (Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora, Frente Francisco de Miranda, etc.) y reconoce a las FARC colombianas como fuerza beligerante. Mientras Lula blinda la propiedad de la tierra, Chávez lleva colectivizadas ya millones de hectáreas.

 

Analizando el proceso desde las bases, las fuerzas revolucionarias encuentran en la actual coyuntura un espacio importante donde crecer, desarrollarse, acumular fuerzas y a la vez presionar «hacia arriba». Y las masas están yendo mucho más allá de la línea programática del Movimiento V República, condicionando la agenda política del ejecutivo.

 

Por lo demás, al igual que pasaba en el caso de España, golpes de Estado como el vivido en Venezuela (o recientes movilizaciones fascistas de la oligarquía cruceña y sus grupos de choque en Bolivia) son indicadores de que no todo allí es conciliación de clases y preservación de los intereses de la burguesía.

 

 

Conclusiones

 

Este ejercicio de memoria histórica nos recuerda que sólo la política de Frentes Populares fue capaz de poner de rodillas al fascismo en Europa (la política de Clase contra Clase, errónea y sectárea, llevó al poder a fuerzas como los nazis).

 

Sin alianzas de este tipo, Europa habría sucumbido bajo el poder de la bota nazifascista, como ocurrió en España tras la ruptura de la unidad antifascista.

 

Es necesario tener una estrategia pero también unas tácticas, ya que no siempre es posible tomar el camino más recto hacia nuestros objetivos de clase.

La gran burguesía latinoamericana está aliada al capital extranjero, y en ciertos países choca y entra en contradicción con la pequeña burguesía nacional, que, al estar objetivamente interesada en la expropiación de los monopolios, puede buscar alianzas tácticas con la clase obrera y los campesinos.

En una situación así el partido revolucionario debe preservar su independencia, pero necesita establecer alianzas y, para ello, debe distinguir, como hacía Lenin, entre alianzas tácticas y alianzas estratégicas: «Toda la historia del bolchevismo, antes y después de la Revolución de Octubre, está llena de casos de maniobra, de acuerdos, de compromisos con otros partidos, ¡sin exceptuar los partidos burgueses!«.

Hay que aprovechar «la menor grieta entre los enemigos, toda contradicción de intereses entre la burguesía de los distintos países, entre los diferentes grupos o diferentes categorías burguesas en el interior de cada país» (La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, págs. 68-69).

Por lo demás, no propongo defender una «tercera vía» cuya imposibilidad se ha demostrado históricamente, sino recordar que la liberación nacional es una etapa previa o un requisito indispensable para el inicio de la construcción socialista.