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Cronopiando. El secreto del paradero de Posada Carriles

Mercader y Koldo,

Fuentes: Rebelión

Sin querer alardear ni pasar por pitonisos o visionarios, sin pretender reconocimientos como oráculos, el colega dominicano José Mercader y un servidor, dábamos hace un mes la «primicia», en las páginas de este periódico, sobre el lugar en el que se encontraba el terrorista Luis Posada Carriles, el mismo al que la agencia AP llama […]

Sin querer alardear ni pasar por pitonisos o visionarios, sin pretender reconocimientos como oráculos, el colega dominicano José Mercader y un servidor, dábamos hace un mes la «primicia», en las páginas de este periódico, sobre el lugar en el que se encontraba el terrorista Luis Posada Carriles, el mismo al que la agencia AP llama «miliciano».

«Posada Carriles estaba en Miami, todavía está», declarábamos en el artículo.

Y me consta que puede mover a asombro que dos «pendejos» como nosotros, que carecemos de archivos que desclasificar y de fuentes informativas, que no tenemos «contactos» ni investigadores a nuestro servicio, que no disponemos de oficina en la que trabajar, menos de presupuesto, tampoco de secretaria, seamos, sin embargo, capaces de descubrir lo que el gobierno de los Estados Unidos, con todos sus recursos, humanos y económicos, todavía ignora.

Sé que puede resultar insólito que lo que no han logrado averiguar el FBI o la propia CIA, y tiene desconcertado al propio gobierno estadounidense que, por boca de su vocero Noriega, reconocía en estos días no tener la menor idea sobre el paradero del terrorista con más impunes años de ejercicio y asesinatos en la historia, lo vengan a descubrir dos «pendejos» ciudadanos sin ayuda de nadie, sin agencias a su servicio, sin centrales de inteligencia en las que apoyarse, sin informes secretos, sin asesores, a mano limpia.

Pero a riesgo de que alguien quiera ver en esta reflexión un cierto culto a la propia vanidad y complacencia, en nombre de Mercader y en el mio propio debo reconocer que llegar a la deducción que situaba al terrorista cubano en Miami nos llevó tres minutos y veinte segundos, y apenas sí tuvimos que emplear en el galimatías que tiene desconcertadas a las autoridades de los Estados Unidos, tres neuronas y media, aportadas generosamente entre José Mercader y yo.

En otra nueva primicia para los lectores de Rebelión, hoy desvelamos el secreto de nuestra espectacular investigación y les revelamos el procedimiento seguido. Simplemente, aplicamos la vieja máxima que reza: «por el humo se sabe dónde está el fuego», complementada con aquella otra máxima que dice: «si sigues el hedor darás con la letrina» y examinamos, en poco más de tres minutos, los numerosos antecedentes, dado que Orlando Bosch, otro connotado terrorista cubano, implicado en el atentado contra el avión cubano que costó la vida a 73 personas en 1976, también estaba en Miami, todavía está; y que los asesinos de las hermanas Mirabal, heroínas dominicanas enfrentadas a Trujillo, como Estrada Malleta, también estaban en Miami y hasta es posible que sigan por ahí; y que otros connotados matarifes salvadoreños, nicaragüenses y hondureños, igualmente estaban en Miami, todavía están; como estaban o pasaron por Miami los asesinos del canciller chileno Orlando Letelier; como pasaron por Miami todos los dictadores que antes o después fueron corridos por la historia, los Somoza y los Trujillo incluidos.

Al margen de estas líneas investigativas, justo es reconocer que también nos basamos en las propias declaraciones del «miliciano» Posada que, antes y después, consciente de la impunidad que lo ampara, se ha jactado sin vergüenza ni rubor, por la radio de Miami de sus bélicas «hazañas» y las muertes que provocara «por estar en el lugar indebido y a la hora menos indicada».

En honor a la verdad, llegar a la conclusión a la que todavía no llegan los organismos de investigación de los Estados Unidos, no nos resultó excesivamente complicado y tampoco es la primera vez que José Mercader y yo damos a conocer primicias semejantes a partir de nuestras extraordinarias dotes para la deducción. Hace dos años, en menos de tres minutos, ambos llegamos a la conclusión, sin necesidad de salir de casa y gastar un peso, de que en Iraq no había armas de destrucción masiva, certeza que, sin embargo, a los Estados Unidos les llevó dos años y millones de dólares y, total, para equivocarse.

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