Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
¿Debe un indígena estadounidense reconocer el derecho a existir de los Estados Unidos de América?
Interesante pregunta. Estados Unidos fue fundado por europeos que invadieron un continente que no les pertenecía, erradicaron a la mayoría de la población indígena (los «pieles rojas») en una prolongada campaña de genocidio y se aprovecharon del trabajo de millones de esclavos a los que desarraigaron brutalmente de sus vidas en África. Por no mencionar lo qué está pasando hoy. ¿Debe un indígena estadounidense -o, ciertamente, cualquiera, de alguna forma- reconocer el derecho a existir de semejante estado?
Pero nadie plantea la pregunta. A Estados Unidos le importa un bledo si alguien reconoce su derecho a existir o no. No exige esto de los países con los que mantiene relaciones.
¿Por qué? Porque para empezar ésta es una exigencia ridícula.
De acuerdo, Estados Unidos es más antiguo que el Estado de Israel, también más grande y más poderoso. Pero países que no son superpotencias tampoco lo exigen. Por ejemplo, no se espera que la India le reconozca a Pakistán «el derecho a existir», a pesar del hecho de que Pakistán se estableció al mismo tiempo que Israel, y -como Israel- con un fundamento étnico-religioso.
Así pues, ¿por qué se le exige a Hamás que «reconozca el derecho de Israel a existir?»
Cuando un estado «reconoce» a otro estado es un reconocimiento formal, el reconocimiento de un hecho existente. No implica aprobación. A la Unión Soviética no se le exigió reconocer la existencia de EEUU como un estado capitalista. Al contrario, Nikita Khrushchev prometió en 1956 «enterrarlo». EEUU no soñó, ciertamente, con reconocer en ningún momento el derecho de la Unión Soviética a existir como un estado comunista.
Así, ¿por qué se aplica esta rara exigencia a los palestinos? ¿Por qué deben reconocer el derecho de Israel a existir como estado judío?
Soy un patriota israelí y no siento que necesite de nadie el reconocimiento del derecho de mi estado a existir. Si alguien está dispuesto a hacer la paz conmigo, dentro de las fronteras y en las condiciones acordadas en negociaciones, es realmente suficiente para mí. Estoy preparado para dejarles los asuntos de la historia, la ideología y la teología a los historiadores, ideólogos y teólogos.
Quizás después de 60 años de existencia de Israel y después de que nos hayamos convertido en una potencia regional, todavía estamos tan inseguros de nosotros mismos que deseamos la constante certidumbre de nuestro derecho a existir de todas los pueblos; de aquellos que nosotros hemos estado oprimiendo durante los últimos 40 años. Quizás es la mentalidad del gueto judío que todavía está tan profundamente incrustada en nosotros.
Pero la exigencia dirigida ahora al gobierno de unidad palestino está lejos de ser sincera. Tiene un objetivo político ulterior, de hecho dos: a) convencer a la comunidad internacional para que no reconozca al gobierno palestino que está a punto de formarse y b) justificar la negativa del gobierno israelí a entrar en negociaciones de paz con él.
Los británicos llaman a esto un «arenque rojo»; un apestoso pescado que un fugitivo arrastra por el suelo para poner a los perros perseguidores fuera de la pista.
Cuando era joven, la población judía en Palestina hablaba sobre nuestra arma secreta: el rechazo árabe. Cada vez que alguien propuso algún plan de paz confiábamos en que el lado árabe dijera «no». En realidad, la dirección sionista estaba contra cualquier compromiso que hubiera congelado la situación existente y pudiera detener la velocidad adquirida por la empresa sionista de expansión y colonización. Pero los líderes sionistas decían «sí» y «tenderemos nuestra mano a la paz» y confiaban en los árabes para barrenar la propuesta.
Esto tuvo éxito durante cien años hasta que Yasser Arafat cambió las reglas, reconoció a Israel y firmó los acuerdos de Oslo que estipulaban que las negociaciones para las fronteras finales entre Israel y Palestina debían concluir no más allá de 1999. Hasta hoy esas negociaciones ni siquiera han empezado. Los sucesivos gobiernos israelíes lo han impedido porque no estaban dispuestos bajo ninguna circunstancia a fijar las fronteras finales. (La reunión de Camp David de 2000 no fue una negociación real; Ehud Barak la convocó sin preparación alguna, dictó sus términos a los palestinos y rompió el diálogo cuando éstos los rechazaron.)
Después de la muerte de Arafat la negativa se puso más difícil. A Arafat siempre se le describió como terrorista, timador y mentiroso. Pero Mahmoud Abbas fue aceptado por todos como una persona honrada que de verdad quería lograr la paz. Todavía Ariel Sharon tuvo éxito evitando cualquier negociación con él. La «separación unilateral» sirvió para este fin. El Presidente Bush le apoyó con ambas manos.
Bien, Sharon sufrió su ataque y Ehud Olmert ocupó su lugar. Y entonces pasó algo que causó gran alegría en Jerusalén: Los palestinos eligieron a Hamás.
¡Maravilloso! ¡Después de todo EEUU y Europa han catalogado a Hamás como una organización terrorista! ¡Hamás es una parte del Eje del Mal chií! ¡(No son chiíes, pero ¡a quién le importa!) ¡Hamás no reconoce a Israel! ¡Hamás está intentando eliminar a Mahmoud Abbas, el noble hombre de paz! Está claro que con semejante banda no hay necesidad, ni tendría ningún sentido, mantener negociaciones sobre paz y fronteras.
Y de hecho, EEUU y sus satélites europeos están boicoteando al gobierno palestino y están haciendo pasar hambre a la población palestina. Han puesto tres condiciones para levantar el asedio: a) que el gobierno palestino y Hamás reconozcan el derecho a existir del Estado de Israel, b) deben detener el «terrorismo» y c) deben emprender el cumplimiento de los acuerdos firmados por la OLP.
A simple vista, eso tiene sentido. En realidad, no tiene ninguno en absoluto. Porque todas estas condiciones son completamente unilaterales:
a) Los palestinos deben reconocer el derecho de Israel a existir (sin definir sus fronteras, por supuesto), pero al gobierno israelí no se le exige en absoluto que reconozca el derecho a existir de un Estado Palestino.
b) Los palestinos deben acabar con el «terrorismo», pero al gobierno israelí no se le exige detener sus operaciones militares en los Territorios Palestinos ni detener la construcción de asentamientos. La «Hoja de Ruta» de hecho lo dice, pero eso ha sido completamente ignorado por todos, incluidos los usamericanos.
c) Los palestinos deben emprender el cumplimiento de los acuerdos, pero ninguna tarea semejante se requiere del gobierno israelí que ha roto casi todas las disposiciones de los acuerdos de Oslo. Entre otros: la apertura de «pasajes seguros» entre Gaza y Cisjordania, efectuar el tercer «repliegue» (retirada de los Territorios Palestinos), tratamiento a Cisjordania y la Franja de Gaza como un solo territorio, etc. etc.
Puesto que Hamás llegó al poder, sus líderes han entendido la necesidad de ser más flexibles. Son muy sensibles al estado de ánimo de su pueblo. La población palestina está anhelando el final de la ocupación y una vida en paz. Por consiguiente, paso a paso, Hamás ha venido más cerca del reconocimiento de Israel. Su doctrina religiosa no les permite declarar esto públicamente (los fundamentalistas judíos también se aferran a la palabra de Dios «A tu semilla le he dado esta tierra») pero lo han estado haciendo indirectamente. Pequeños pasos, pero una gran revolución.
Hamás ha anunciado su apoyo al establecimiento de un Estado Palestino limitado por las fronteras de junio de 1967, lo que significa: al lado de Israel y no en lugar de Israel. (Esta semana, el ex ministro Kadura Fares repitió que el líder de Hamás, Khaled Mashal ha confirmado esto). Hamás le ha dado representación legal a Mahmoud Abbas para conducir las negociaciones con Israel y se ha comprometido con la aceptación de cualquier acuerdo ratificado previamente en un referéndum. Abbas, por supuesto, aboga claramente por el establecimiento de un Estado Palestino al lado de Israel a lo largo de la Línea Verde. No hay ninguna duda en absoluto de que si semejante acuerdo se logra, la gran mayoría de la población palestina votará por él.
En Jerusalén se ha establecido la preocupación. Si esto sigue, el mundo podría incluso tener la impresión de que Hamás ha cambiado, y entonces -Dios no lo quiera- levantar el asedio económico al pueblo palestino.
Ahora el rey de Arabia Saudí llega y perturba aún más los planes de Olmert.
En un acto impresionante, frente al lugar más santo del Islam, el rey acabó con la sangrienta disputa entre los órganos de seguridad palestinos y preparó el terreno para un gobierno palestino de unidad nacional. Hamás se compromete a respetar los acuerdos firmados por la OLP, incluso los acuerdos de Oslo fundamentados en el reconocimiento mutuo del Estado de Israel y la OLP como representante del pueblo palestino.
El rey ha sacado el problema palestino del abrazo de Irán hacia el que Hamás había virado porque no tenía ninguna alternativa y ha devuelto a Hamás al regazo de la familia suní. Puesto que Arabia Saudí es el aliado principal de EEUU en el mundo árabe, el rey ha puesto con firmeza el problema palestino sobre la mesa del Despacho Oval.
En Jerusalén casi ha estallado el pánico. Ésta es la más espeluznante de las pesadillas: el miedo a que se revise el apoyo incondicional de EEUU y Europa a la política israelí.
El pánico tuvo resultados inmediatos: «círculos políticos» de Jerusalén anunciaron que rechazaban el acuerdo de La Meca sin reservas. Entonces comenzaron las dudas. Simon Peres, establecido hace tiempo como maestro del método «sí-pero-no», convenció a Olmert de que el «no» descarado debe reemplazarse por un «no» más sutil. Para este propósito, han vuelto a sacar el arenque rojo del congelador.
No es suficiente que Hamás reconozca a Israel en la práctica. Israel insiste en que su «derecho a existir» también tiene que ser reconocido. El reconocimiento político no le basta, se exige el reconocimiento ideológico. Por esta lógica, uno podría exigir también que Khaled Mashal se uniera a la organización sionista.
Si uno piensa que la paz es más importante para Israel que la expansión y los asentamientos, debe dar la bienvenida al cambio de posición de Hamás -como se expresó en el acuerdo de La Meca- y animarle a continuar por este camino. El rey de Arabia Saudí que ya ha convencido a los líderes de todos los países árabes para que reconozcan a Israel a cambio del establecimiento del estado de Palestina por la Línea Verde, debe felicitarse calurosamente.
Pero si uno se opone a la paz porque fijaría las fronteras finales de Israel y no permitiría ninguna otra expansión, lo hará todo para convencer a usamericanos y europeos de que continúen con el boicot al gobierno palestino y el asedio a su población.
Pasado mañana, Condoleezza Rice convoca una reunión con Olmert y Abbas en Jerusalén.
Ahora los usamericanos tienen un problema. Por un lado necesitan al rey Saudí. No sólo porque se sienta sobre las mayores reservas de crudo, sino también porque es una pieza clave del «bloque suní moderado». Si el rey le dice a Bush que la solución del problema palestino es necesaria para contener la expansión de la influencia iraní por Oriente Próximo, sus palabras tendrán mucho peso. Si Bush está planeando un ataque militar sobre Irán, como parece que hace, es importante para él tener el apoyo unido de los suníes.
Por otra parte, el lobby pro israelí -tanto judío como cristiano- es muy importante para Bush. Es vital para él ser capaz de contar con la «base cristiana» del Partido Republicano que está compuesta de fundamentalistas que apoyan a la extrema derecha de Israel, pase lo que pase.
Así, ¿qué es lo que debe hacerse?. Nada. Para esto nada. Condi ha encontrado un eslogan diplomático apropiado tomado de la jerga americana moderna: «Nuevos Horizontes Políticos».
Está claro que no ponderó el significado de estas palabras. Porque el horizonte es el símbolo de una meta que nunca se alcanzará: cuando más te acercas más retrocede.
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1171710253/
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.