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Un gran monólogo de Waris Dirie

Mis peripecias con el Agua

Fuentes: Red Andaluza de la Nueva Cultura del Agua

Modelo de modas, embajadora de Naciones Unidas y espíritu valiente, Waris Dirie es una mujer extraordinaria. Espera un poco, si quieres ver el por qué de esta afirmación. Nacida en una familia de una tribu nómada del desierto somalí, nos ha contado la historia de su vida: el sufrimiento que se le infligió por la […]

Modelo de modas, embajadora de Naciones Unidas y espíritu valiente, Waris Dirie es una mujer extraordinaria. Espera un poco, si quieres ver el por qué de esta afirmación. Nacida en una familia de una tribu nómada del desierto somalí, nos ha contado la historia de su vida: el sufrimiento que se le infligió por la ablación genital a la edad de cinco años, su huida de casa a través del desierto, a los doce años, para escapar de un matrimonio concertado y muy desigual, cómo Terence Donovan la descubrió cuando trabajaba como limpiadora en Londres, y su llegada a la pasarela…, en su libro FLOR DEL DESIERTO (traducido al español, y publicado por RBA), libro muy vendido en todo el mundo.

 

Aunque Waris Dirie huyó de su país, nunca se olvidó la nación que la moldeó. Atribuye su valor, dureza y humor, a sus raíces, y muy particularmente a su madre.

 

DESERT DAWN, -su segundo libro-, es el c_onMovedor relato de su vuelta a Somalia. Amanecer en el Desierto, -como se podría traducir este título-, trata de su regreso a casa.

 

[He leído atentamente el libro, mientras anotaba todas la referencias que la autora hace al agua o ausencia de la misma. El agua es un bien muy escaso en África y en Somalia. Es interesante ver cómo la ven, la viven, la beben y la usan los nómadas del desierto de Somalia. El agua es indispensable para la buena salud. Por eso Waris Dirie ha hecho una Fundación con el nombre de Desert Dawn, para ayudar a los niños de Somalia a que tengan agua, escuelas, medicinas y mejores medios de vida].

AMC (Antonio Maldonado)


Mi familia nunca permanecía en el mismo sitio durante más de tres o cuatro semanas. Una vez que los animales (cabras, ovejas y camellos…) se comían la hierba, teníamos que trasladarnos y buscar algo que les sirviera de pasto.

 

Un día cuando yo había vivido ya unos ocho gu, o estaciones de lluvia, estaba cuidando nuestras cabras no muy lejos del sitio donde mi familia había acampado. Aquella mañana había subido y bajado las empinadas riberas del tuug o lecho del río seco, hasta llegar a un lugar que había visto el día anterior. Aquella ribera ofrecía alguna hierba verde y unas pocas acacias. Las cabras más grandes se ponían en pie sobre sus patas traseras y bajaban las ramas de modo que podían comerse las hojas de la parte más baja. En la estación de las lluvias, las cabras se quedan alrededor del asentamiento, sin tener que preocuparnos mucho; pero en la estación de la sequía hay que buscar los rodales de hierba, y no puedes apartar la vista de los animales ni un segundo, pues los predadores están acechando detrás de cada arbusto. Yo permanecía sentada a la sombra durante la ardiente tarde cantándome pequeños cantos y jugando con las muñecas que me había hecho con trozos de madera. Siempre supe lo que quería ser (Pág. 2).

 

Había estado sin llover por más tiempo del que yo podía recordar. Sabía que mis padres estaban preocupados, aun cuando ellos no decían nada. No teníamos mucha agua, porque los pozos en el lecho seco del río estaban cada vez más secos (Pág. 4).

 

Habíamos trasladado nuestro campamento varias veces en busca de agua para los animales. Una camella recién nacida había muerto durante la noche. Mi hermano menor, al que llamábamos Viejo, porque había nacido con el cabello blanco, la encontró muerta por la mañana. El Viejo siempre parecía saber las cosas antes que cualquier otro las supiera, aunque era tan joven. Era todo patas y cuello. Mi padre no hacía más que mirar al cielo sin nubes. Cuando estábamos en la sequía, continuamente miraba al cielo y se dirigía a Allah para pedirle la lluvia. No podíamos comernos la carne del camello muerto pues en nuestra religión musulmana es impuro el comer un animal que no ha sido propiamente matado con un cuchillo aplicado a la garganta.

 

Recuerdo el sonido del viento seco y el apagado murmullo de mi madre rezando. Mi madre nunca omitía ninguno de sus rezos diarios, por muy desesperada que fuera la situación. Si una persona se enferma, sólo tiene que recitar sus oraciones tres veces al día en vez de cinco, y no tiene que postrarse, pero mi madre siempre rezaba las cinco veces.

 

Antes del rezo, los musulmanes se lavan para estar limpios y purificados cuando hablan a Dios. Allah, que este lavado limpie mi alma… Apenas si teníamos agua suficiente para seguir viviendo o para darla a los animales, así que no había agua para purificarnos. Cuando Mama no podía encontrar agua, se lavaba con arena. Cinco veces al día, cuidadosamente removía un poco de tierra de debajo de un arbusto que nadie ni ningún animal la hubieran pisado. Ella la ponía entre sus manos y se lavaba como si fuera agua. La restregaba en su cara y sus pies. Entonces ella desenrollaba su alfombrilla tejida para la oración y se orientaba mirando al Este, hacia la santa ciudad de la Meca, y rezaba, inclinándose, de rodillas y mientras cantaba: No hay otro Dios sino Allah, y Mohamed es Su profeta…. El sol era nuestro reloj. Llevábamos la hora gracias a las cinco oraciones diaria;, al amanecer, al medio día, antes de la puesta del sol, al ponerse el sol, y por la noche (Pág. 4-5).

 

Mi madre sabía cómo se movían las estrellas, y cuándo iban a cambiar las estaciones de la época de lluvias o gu, a la hagaa, o estación de la sequía. Ella sabía exactamente cuándo había que hacer las cosas y cuándo era mejor esperar (Pág. 9).

 

Por eso les dijo a los que se preocupaban por la camella enferma: la camella tendrá el bebé antes de que la luna se oscurezca. El djinn de los temblores se le ha ido ya , pero la camella necesita descansar y comer extra alimentos y beber agua, hasta que tenga a su hijo. Esto le ayudará a luchar contra el djinn, si vuelve otra vez (Pág. 10).

 

En Somalia, la familia lo es todo; las relaciones son tan esenciales como el agua y la leche. El peor insulto que usted puede proferir es: «Que las gacelas jueguen en su casa». Significa: que su familia desaparezca. Las gacelas son tímidas y nunca se atreverían a acercarse a una casa, a no ser que estuviera abandonada. Para nosotros, la soledad es peor que la muerte.

 

Si no existe Somalia, entonces ¿qué soy yo? Mi lengua, cultura y costumbres son únicas, incluso la manera que tenemos de mirar nos es particular. ¿Cómo podría un país desaparecer como agua en el lecho de un río seco? (Pág. 11).

 

Mi madre me dijo que ella conoció a una muchacha de 15 años que se abrasó hasta morir porque sus padres no le permitías casarse con el muchacho que ella amaba. No la enterraron e incluso las aves de rapiña no se acercaban al cadáver. Cuando abría el grifo para ducharme en el brillantemente alicatado cuarto de baño, todo lo que yo podía pensar era en mi madre lavándose con la arena, y aquí yo dejaba escapar litros y litros de agua por el sumidero… Yo me miraba en una pared de espejos. Mi madre es una mujer extraordinariamente bella, pero nunca se ha visto en el espejo… (Pág. 16).

 

Desolada, me volví a mi apartamento. El grifo de la cocina no lo habían cerrado del todo bien, y el agua seguía escapándose por el desaguadero. Nunca podré comprender eso de dejar correr el agua de esa manera. En mi niñez el agua era un bien tan precioso que nosotros nunca malgastábamos ni una gota. Todavía hoy no puedo dejar correr el agua mientras me lavo los dientes o friego los platos. Para mí es cuestión de respeto; respeto por la bendición que es el agua (Pág. 21.)

 

Cada pocos días me tocaba a mí llevar los camellos al pozo que mi padre había cavado para nosotros junto al sendero. Él siempre podía encontrar agua aun cuando ningún otro lo conseguía. Los camellos no almacenan agua en su joroba; la joroba almacena una especie de alimento grasiento con el cual se pueden sustentar. El camello que iba a la cabeza, conocía el camino y los demás marchaban sin prisa detrás conducidos por el sonido del cencerro de madera del camello guía. Yo llevaba una piel de cabra, que mi madre había convertido en una cubo plano, provisto de una cuerda larga para sacar el agua del pozo.

 

Un día mi camino se vio bloqueado. Había tiendas de campaña del ejército, y camiones. Mi corazón se paró, porque yo sabía que los soldados violaban a las chicas y robaban cualquier animal que encontraran… Me aplasté en la tierra, y luego di un rodeo de varias millas para que los soldados no me pudieran ver. Los camellos llegaron antes que yo. Les saqué agua, y luego pasé una oscura noche arrastrándome hasta nuestro campamento por miedo a aquellos soldados (Pág.35).

 

En 1992, el hambre mataba en Somalia cientos de miles de personas… Luego vino la Operation Restore Hope y los esfuerzos desesperados por liberar a las ciudades de soldados armados y sin ley alguna… Un millón de somalíes huyeron del país, y mi hermano Mahammed fue uno de los pocos afortunados que escaparon. Me llamó cuando llegó a Ámsterdam. Me sentía tan feliz de que estuviera vivo, que no pude sino volar hasta Holanda para darle un abrazo. Mi hermano parecía como encantado.»Mohammed, ¿qué ha pasado, qué te ha pasado? -«Me encerraron en un cerco de alambre y estuve detenido allí durante meses y meses. No nos dieron agua suficiente, ni alimentos.

«¿Por qué te hicieron esto?»

«Waris, era un tiempo loco». Una noche mi hermano fue acusado de insuficiente lealtad al presidente, y lo enviaron a la prisión. «¿Cómo te las arreglabas para comer?» le pregunté. Estaba tan delgado…, y sus ojos los tenía hundidos en el cráneo.

«Nunca nos daban de comer, sólo nos daban un poco de arroz y un tazón de agua para lavarnos» (Pág. 38).

 

Dana (mi prometido), era apacible y refrescante, como la lluvia en la mañana (Pág. 47).

 

Siempre soñé con dar el pecho a mis hijos, aun desde antes de que pudiera tener cuidado de las cabras. Mi madre nos amamantó a todos mis hermanos y a mí hasta que teníamos tres o cuatro años y ella esperaba otro hijo. En Somalia no tenemos biberones y aunque los tuviéramos, no habría agua disponible para limpiarlos. Cuando mi madre limpia su tazón de madera para la leche, ella lo enjuaga con orina reciente de las cabras. Luego toma un ascua de carbón del fuego y con él esteriliza el interior del tazón. Usa cenizas y arena para limpiar el interior de los platos una vez que se han usado. El pecho de mi madre era mi único alimento cuando yo era pequeñita; era alimento y también consuelo… (Pág. 49).

 

Le enseñé a mi hijo Aleeke a beber de una taza cuando él tenía sólo dos meses, porque así es como yo lo aprendí cuando era una niña. Pero la abuelita me dijo: ‘No, Waris. Es demasiado pronto para que ese niño aprenda a beber de una taza’.Bien, es interesante, pensé yo, porque le sienta bien. Pero la dejé tomar al niño y alimentarlo con un biberón.

 

Ella me vio cuando lavaba a mi hijo en mi falda con un paño caliente, y se ofreció a enseñarme cómo darle un ‘buen baño’. La abuelita creía que era mejor poner a la pobre criatura en el fregadero donde se friegan los platos. Leeki se asustó y gritó cuando lo puso en el fregadero de metal. Agitó sus bracitos hacia atrás y sus pies hasta que yo lo cogí y lo tranquilicé meciéndolo hacia delante y atrás.

 

Después de lavar a sus hijos, mi madre untaba subq ghee, o mantequilla, en la piel de los bebés (Págs. 53-54).

 

Cuando mi hermano Mohammed escapó de Mogadishu, tenía el aspecto de un muerto de hambre, -privado de alimento, agua, y de esperanza. Ahora no estaba tan delgado, pero todavía poseía la mirada de un fantasma hambriento .Tenía en su labio inferior esa raja que delataba su larga sed, y no creo que esa herida de las cárceles de Mogadishu se le va a cerrar del todo. Mohammed llevaba gafas redondas, y nos miraba mientras veníamos hall abajo, como un camello que espera el agua junto a un pozo (Págs. 57-8).

 

Una noche mi padre nos despertó y nos dijo que teníamos que trasladar nuestro campamento a otros pastos mejores. Mi madre y yo enrollamos las alfombras de hierba que cubrían el curvo esqueleto de nuestra casa. Ella sacó los palos de la tierra y lo cargó todo en uno de los camellos. Atamos los cestos para la leche y los pellejos para el agua a otro camello. Mi padre guiaba los camellos y los demás le seguíamos detrás guiando las cabras… Caminamos de prisa, sin parar desde la media noche hasta que el sol empezó a ponerse por el horizonte, al día siguiente, por detrás de las azules colinas. Por fin mi padre detuvo la caravana en un pequeño trozo de tierra. Sabíamos que permaneceríamos allí hasta que la nueva luna estuviera llena una vez más. En el lugar abundaba la hierba y mi padre dijo que conocía un pozo que no estaba muy lejos, y que pertenecía a nuestro clan… (Pág. 68).

 

En el momento en que aterrizamos en Abu Dhabi mi estómago se hizo un ovillo, como si hubiéramos llegado a un pozo seco, tras días de caminata. Guardaba terribles recuerdos de aquel aeropuerto, y de los Emiratos Árabes Unidos (Pág. 76).

 

Una vez le pregunté a mi madre sobre el año en que nací – pero ella no se acordaba. , ‘Creo, dijo ella, ‘que era un año lluvioso, ¿pero era realmente así?’ Yo dije: Mama, ¿te acuerdas o no? Por favor, niña, dijo ella. ‘No me acuerdo. Pero, ¿por qué sería eso tan importante?

 

Yo creo que nací durante la estación de las lluvias. ¿Sabes por qué? Estoy muy apegada al agua y especialmente a la lluvia. La amo muchísimo y por eso tengo el presentimiento de era la estación de las lluvias, pero no sé en qué año nací, ni qué edad tengo. No lo sé. (Págs. 80-81).

 

De repente oí el tamborileo y los golpes en el tejado de chapa. Di un salto y pregunté, ‘¿qué es eso?’ Durante un segundo no supe lo que pudiera ser. Era tan fuerte y tan alto, y no comenzó lentamente, sino que llegó de un golpe.

 

Mi madre y mi cuñada empezaron a reír las dos y dijeron al mismo tiempo: ‘Oh, es la lluvia, Waris. Por fin la lluvia. Mama elevó la mirada y dijo: ‘¡Gracias te sean dadas, Allah!’

 

‘Oh Mama, ahora va a refrescar, a causa de la lluvia. Ciertamente, es una lluvia preciosa. Mi madre me miró a la luz de la lámpara. ‘Hija, no ha llovido durante más de un año’, dijo ella.

‘Oh Mama, dije, Mama, ¡yo he traído la lluvia, yo la he traído!’ Ella chasqueó su lengua en el cielo de la boca, como muestra de desacuerdo, ‘Waris, tú no eres Dios, así que retira eso que has dicho. Ni siquiera digas eso, – no te compares con Dios. La lluvia ha venido porque Allah la ha enviado – no tiene nada que ver contigo’.

 

Dije, ‘¡lo siento! No sigo’. ‘Era magnífico que se me recordara el orden de las cosas en casa de mi madre. Estaba agradecida por tener la lluvia. Me sentí bendecida por el mismo Allah.

 

Mi madre sonrió y dijo: ‘Yo sabía que ibas a venir’ Yo me sorprendí al ver la seguridad con que lo afirmaba. ¿Cómo lo sabías?, le pregunté.

 

‘Tuve un sueño hace un par de días acerca de tu hermana. Ella fue a buscar agua y me la traía atada a la espalda. Cantaba un canto de aguadora, y su voz se hacía cada vez más fuerte. Yo sabía que una de mis hijas iba a venir, pero no sabía cuál de ellas era.’ Yo suspiré: ‘Oh Mama’. Mis ojos se llenaron de lágrimas, porque seguíamos tan estrechamente unidas, después de todos estos años y de todos estos sufrimientos. (Págs. 104-5).

 

Me dijeron que mi padre estaba ciego y que le habían operado de la vista en el desierto.

 

De repente yo enloquecí llena de preocupación y miedo. ¿Una operación en medio del desierto? ¿Quién se atrevería a hacer eso? ¿Cómo podría él encontrar el camino, si estaba ciego? ¿Cómo podría cuidar sus animales y encontrar agua?

 

Cuando yo era una niña pequeña solíamos dormir fuera bajo las estrellas, porque hacia calor dentro de las casas, sin ninguna ventana grande para dejar entrar la brisa. Fuera, normalmente hay un poco de brisa una vez que el sol se pone por el borde del mundo y aparecen las estrellas. Lo que yo quería en verdad era quedarme dormida fuera con sólo unas cuantas sábanas pequeñas. Sin embargo, los mosquitos podían ser muy fieros después de la lluvia…

 

Una vez que la lluvia cesó, me fui a dormir con mi nueva cuñada. Compartía una esterilla de dormir con ella y con su hijita. Nosotras tres la compartimos todas la noches durante el tiempo que duró mi visita. Mi sobrina tenía casi dos añitos (Pág. 107).

 

Una desvencijada y vieja rueda de camión estaba apoyada contra la casa y tenía un poco de agua dentro y una cabra estaba felizmente bebiendo en ella. La cabra me miró con el extremo de sus ojos amarillos y continuó bebiendo.

 

Nosotros no nos sentimos contrariados ni nos quejamos porque las cosas se ponen húmedas cuando llueve, sino que le damos gracias a Dios. De acuerdo con el Corán, todo lo que tiene vida está hecho de agua. Lluvia quiere decir que las yerbas se tornarán verdes; los animales llenarán con ellas sus vientres, y también nosotros. En el desierto el agua es preciosa; es como oro azul. Esperamos la lluvia; rezamos pidiendo la lluvia; nos lavamos con la lluvia. Sin lluvia no hay vida alguna. No tenemos invierno y verano, tenemos jilaal, la estación seca, y gu, la estación de las lluvias. En Somalia, a un huésped se le saluda con agua; es un signo de bienvenida y respeto. Yo sentía como si Allah me hubiera ofrecido a mí ese saludo. El difícil viaje, la larga y ardiente caminata, y los duros días de sequía se habían acabado; las lluvias de la estación húmeda habían llegado y Allah nos había bendecido con agua. El agua inició mi visita a mi familia al traernos el gozo y la felicidad de la lluvia (Pág. 111).

 

Pasamos por una casa con las esterillas extendidas para que se secaran de la lluvia fuera de las casas. Otras moradas eran redondas con paredes de barro cocido y tejados cónicos de paja. Cada clan construye sus casas de manera diferente. Ninguna de la cabañas tenía agua corriente, ni había conducción alguna de alcantarillado, ni postes de la luz, ni planes para una cosa semejante (Pág. 114).

 

Para hacer estas galletas de sorgo (angella), las mujeres machacan el grano en un tubo construido en un tronco y lo convierten en harina. Antes de acostarse lo mezclan con agua y lo baten hasta ponerlo suave y lleno de aire… (Pág. 116).

 

Sin embargo, en Somalia es muy importante que no te confundas acerca de qué mano se usa para qué cosa. La mano derecha es para todo menos para tocar los genitales. Después de usar el servicio, tú usas tu mano izquierda para lavarte con agua. No tenemos papel higiénico. Sólo se usa la mano izquierda para lavar los genitales. La mano derecha es para comer, tirar algo, cortar, tocar a otros y todo lo demás (Pág. 117).

 

Asha ayudó a su padre a lavarse. Trajo un pequeño cuenco lleno de agua y le lavó la cara y sus manos con un trozo de trapo. Le ayudó a ponerse una camisa azul y una chaqueta…Ella levantó el brazo inútil y lo metió en la manga de la chaqueta (Pág. 119).

 

La arena en el desierto somalí no es como la arena de la playa, sino que es una oscura tierra roja. Muy pronto, una vez que llueve, las plantas del desierto comienzan a brotar del suelo. Hojas diminutas adornan las plantas y las acacias. Al desplazarme en coche de un sitio a otro aquel día, me quedé maravillada al ver qué bello era todo. Todo aquel terrible calor se había evaporado gracias al temporal de lluvia. La tierra era un rojo enmudecido, casi el color de la sangre, el aire era tan fresco y limpio que me sentía a gusto y feliz al introducirlo en mis pulmones. ¿Por qué los periódicos nunca hablan de esto? Parece que todo lo que les preocupa es cazar problemas. Aunque mi pobre pequeño país tiene mucha tristeza, con todo es muy bello. Sólo que las lágrimas fueran lluvia… (Pág. 120).

 

Cuando vi a mi padre y en el estado en que se encontraba, no pude contener el llanto. ‘Hija, tú lloras cuando yo esté muerto’, me dijo, estrechando mi mano. ‘En este momento estoy vivo y buscando otra gran esposa’.

 

Este era mi padre -aquel era el hombre que yo recordaba. Bromeaba aun cuando se encontraba ciego y echado en un lecho sin poderse valer. Me quedé mirándole durante un largo tiempo; aquel viejo era mi padre. Para mí era todavía hermoso, aun cuando los años y la vida difícil lo habían transformado. Su rostro es perfectamente ovalado, y las fuertes arrugas que le corren a lo largo de ambas mejillas acentúan esta forma.

 

Mi padre había sido un nómada durante toda su vida. Había viajado desde los pozos tribales a los sitios de pastos, pero nunca había salido del Cuerno de África, ni había viajado a ninguna ciudad que tuviera tráfico, o teléfonos… (Pág. 124).

 

Al final de la tarde, todo el mundo estaba cansado y hambriento, así que paramos para comer en un lugar pequeño que parecía un garaje. Aunque era tarde, todavía tenían cordero, carne de cabra, arroz y pasta. Podías pedir te, melón o papaya, zumos o agua. Yo tenía hambre y disfruté de una comida deliciosa.

 

Yo me decidí por la pasta y jugo. Tenía miedo de enfermar y pregunté: ¿tienen algún tipo de agua embotellada? El camarero me trajo una botella de Ali Mohammed Jama agua mineral… (Pág. 130).

 

Cuando me levanté el día siguiente, creí que estaba soñando. Había deseado que llegara aquel día, en el que me despertara rodeada de toda mi familia. Sólo echaba de menos a mis hermanas y a mi hijo Aleeke. Los hombres estaban todavía acostados y me entró risa cuando vi tres pares de piernas que salían de debajo de las sábanas. Estaban todas entrelazadas unas con otras y no podías decir qué piernas pertenecían a uno y cuáles a otro. Había llovido durante la noche, y puesto que no había ningún lugar a donde ir habían intentado cubrirse con una pieza de plástico, pero los bordes de las sábanas estaban empapadas y llenas de barro. Mi madre había salido ya a buscar leña y Nhur había ido al mercado para preparar el desayuno para todos antes de que despertasen…

 

Lo primero que hice aquella mañana fue buscar las camisas sucias de mi padre y lavarlas en un barreño plano. Tienes que usar un buen cepillo para lavar la ropa, porque no usamos mucha agua ya que tiene que ser traída desde lejos hasta el campamento (Pág. 130-140).

 

Todo el mundo en casa estaba constantemente luchando por un par de sandalias. Sólo había un buen par de sandalias en toda la vivienda, y yo no hacía más que oír: ‘¿Dónde está el calzado? Las necesito para ir al cuarto de baño. Es casi la hora de la oración, y tengo que purificarme’. ‘¿Quién tiene las sandalias’ lo escuchaba durante todo el día, especialmente cuando era la hora de la oración y tenían que lavarse. Cuatro personas luchaban por un par de sandalias (Pág. 145).

 

Ella [Mama], sólo tiene una olla y la necesitaba para lo que faltaba de la comida, así que no tenía ningún recipiente en el que cocinar la cabeza del animal. Fue al estercolero y vino con una vieja lata del basurero. ‘Mama’ le dije. ‘Tú no puedes usar una lata vieja de la basura para cocinar algo en ella. Está sucia y llena de microbios.

 

¿Qué es lo que quieres hacer, matar a papá? Me miró con sus manos en las caderas. ‘Realmente no me importa que se muera, está viejo y no sirve para nada, así que no te preocupes’.’Mama, por favor déjame que vaya y pida prestado un cacharro de alguno de los vecinos? Supliqué yo.

 

‘No, tú no vas a tocar esto’ dijo ella amenazándome con el dedo delante de mi cara.’Lo voy a hacer yo, y lo voy a hacer a mi manera. Confía en mí, tu padre no va morir a causa de esto – él no se va morir nunca, es demasiado malo’. Yo podía escuchar a mi padre que se reía detrás de la casa, y sin duda tan pronto como ella dijo esto yo comprendí que el agua hirviendo mataría cualquier germen que hubiera. ‘Hija ,quítate de en medio. Así es como la voy a cocinar y él se beberá esto después. La lata estaba mohosa y ella la restregó con arena limpia y la enjuagó después. Puso la cabeza de la cabra en la lata y la llenó de agua y algunas de las yerbas especiales que ella guarda en un cestito para cocinarlas al fuego. Cuidó de la cabeza durante todo el día mientras preparaba aquella sopa especial para mi padre (Pág. 156).

 

Les ofrecí pasta de dientes… ‘Yo ya tengo un caday (limpiador de dientes), y me enseñó una ramita de un árbol, que se sacó del bolsillo de la camisa. ‘A los camellos y a las cabras les gusta comerse esto. ¿Pueden también comerse la pasta de dientes?’

-‘No, es sólo para los dientes’

‘¿Puedes comerte lo que hay en el tubo?’

‘No, tienes que escupirlo. No es bueno tragárselo.

‘¿Por qué poner en tu boca algo que no es bueno para ti?’

Tú sólo tienes que lavarte la boca con agua. No te hará daño, a no ser que te la tragues’.

¡Vaya un desperdicio de agua? ¿Y qué si no tienes el agua con la que enjuagarte la boca?’ (Pág. 160).

 

Todas las tardes durante varios días llovió en forma de unas gotas pesadas que se escapaban de nubes grises. Todos contemplábamos las nubes que se amontonaban y llenaban el cielo cada tarde, mientras esperábamos la lluvia. La gu, o estación de las lluvias, invadía el poblado y lo alteraba todo, pero nadie se quejaba. El tiempo cálido se acababa, refrescado por la bendición del agua. El poblado tenía un río que corría por medio de las calles donde sólo unos días antes se levantaban nubes de polvo. La pequeña cabaña de mi madre estaba totalmente inundada. Todo estaba empapado, hasta los cabritos más pequeños.. No sabían qué hacer, y se escondieron en la casa temblando y mojados de la cabeza a sus pequeñas colas marrones Mi hermano, Burhaan, cavó un desaguadero alrededor de su casa, para intentar evitar que el agua entrara en ella. Todo el mundo sonreía y estaba feliz porque a nosotros nos gusta tanto la lluvia.. Los bebés se sentaban y jugaban en el agua embarrada y aunque sea triste decirlo, seguían bebiendo aquella agua . Sabía que pronto enfermarían de diarrea y empezarían a ensuciarse por todas partes. Las mujeres recogían agua de las calles y la echaban los pequeños cubos en contenedores mayores, para que el barro se fuera al fondo y el agua se pudiera usar para cocinar y para lavarse.

 

Mohammed entró en la casa de nuestra madre para llenar de agua su contenedor de plástico amarillo y al entrar se dio con la cabeza en puerta baja.

 

Se quitó su zapato derecho y su calcetín y se lavó el pie, y a continuación se los puso, para poder equilibrarse mientras se lavaba el otro.

 

Me di cuenta que todos los árboles y arbustos tenían pequeños tallos de un delicado color verde cuando sólo unos días antes parecían acabados y muertos.

 

Cuando llueve las hojas crecen muy rápidamente, todo se llena de vida. (Págs. 169-71).

 

Cuando decidí hacer algunas fotos, Mohammed dijo: ‘¡No, no, ella las va a vender a algunas revistas para ponerlas en la portada. Os lo garantizo!’ Todo el mundo creyó que hablaba en serio. Les dijo que se pusieran sus mejores trajes y se lavaran para no aparecer sucios y llenos de polvo en las fotos. ‘¡Si ella toma vuestras fotos llenos de polvo, dadle una paliza! ¡Romped la máquina de fotos!’ (Pág. 172).

 

Nhur estaba en su octavo mes de embarazo, pero todos los días caminaba hasta el pueblo para comprar agua limpia y potable, en el único mercado que había. Era un surtidor con grifo, y podías llenar tu jarra por diez chelines. Ella sola traía seis galones de agua. Llenaba dos jarras y traía una en cada mano. La vi venir por la colina con las dos jarras de agua. Avanzó un poquito y luego se paró para descansar y recobrar aliento. Salí corriendo tan pronto como la vi. Mientras tanto mis hermanos estaban sentados alrededor de la casa, sin parar de hablar y discutir de política. Le dije, ‘¿Dónde está ese inútil de tu esposo?’-Haciendo el vago. -¿Por qué permites esto? Ella se contentó con mirarme.

 

Cuando Nhur regresó del pozo marchó al mercado del poblado, en medio del calor para ver qué es lo que había. (Pág. 174).

 

Le dije a Nhur que yo cocinaría aquel día, y que ella fuera a visitar a su hermosa madre. Me sonrió y me dijo que iba a traer agua. Se lió su turbante azul en la cabeza y cogió las jarras del agua.

 

Llené la olla con arroz y habichuelas y le añadí agua hasta el borde.

 

El fuego empezó a echar humo porque la leña estaba toda mojada a causa de la lluvia. No teníamos ninguna leña seca. – ya que no había sitio para protegerla de la lluvia y conservarla seca. (Pág. 175).

 

Por fin Nhur llegó con más agua, caminando despacio con su gran vientre lleno de vida. Puso el agua en el suelo y alzó la pesada olla del fuego. Atizó los palos y los puso en posición diferente. Colocó grandes troncos a los lados y equilibró la olla sobre ellos. Luego se sentó sobre los talones delante del fuego y lo abanicó hasta resucitarlo. (Pág. 176).

 

Una vez que comimos me fui a pasar un rato con mi madre. Estábamos sentadas en su pequeña cabaña porque fuera estaba lloviendo. Mi tía se levantó para ir fuera al retrete y yo le dije:¿Puedo tenerlo? Así que me dejó el pequeño bebé. Se parecía a mi en todo, y sintonizamos. No lloraba si yo lo tenía. Cuando hablábamos, me miraba fijamente a los ojos (Pág. 177).

 

El pueblo de mi madre estaba abarrotado de gente que había abandonado Mogadishu en busca de un sitio seguro donde vivir. Escapaban de las balas perdidas y de las constantes batallas por el control de las calles. La población había crecido como una columna de hormigas. No había agua suficiente, ni electricidad, ni médicos, ni dispensarios… (Pág.181).

 

Ante mi deseo de salir, mi madre insistió: ‘No salgas así, tienes que cambiarte de vestido’ Me tomó de la mano y me condujo al interior de su pequeña cabaña. En Somalia incluso una mujer pobremente alimentada se vestirá lo mejor que pueda y se comportará como una reina. Cómo te vistes y cómo te presentas ante los demás es todo lo que les preocupa. Yo estaba preocupada por conseguirles agua limpia, un adecuado cuidado médico y escuelas…¿qué importaba mi vestido? (pág. 183).

 

Los dibujos hechos con henna sólo duran unos diez días, así que cuanto más oscuro y profundo es el color, tanto mejor. Nhur y yo fuimos al mercado una tarde y trajimos un poco de henna. Ella mezcló el polvo con agua caliente, añadió un poco de aceite y lo movió hasta convertirlo en una pasta. Lo dejas en reposo durante unos diez minutos, y luego ya está a punto. (pág. 188).

 

No es de extrañar que el pañuelo de cabeza de mi madre parecía un trapo viejo. Lo usaba para llevar cualquier cosa desde una cabra hasta leña para el fuego. Ella elevaba una carga pesada y la llevaba sobre su cabeza desde el otro lado del horizonte sobre sus espaldas. Tenía un contenedor de plástico de cinco galones en cada una de sus manos llenos de agua. No tenía bastante con la leña; tenía que coger el agua en el pozo y llevarla también en lo más caluroso del día. Salí a su encuentro corriendo y le ayudé con su pesada carga. ‘Mama’, le grité y le obligué a que me diera los cubos de agua. Ella me miró con su graciosa sonrisa y siguió caminando. Mi madre es más dura que todas las personas que yo conozco. Ella ha buscado leña todos los días de su vida. Mientras yo he estado paseándome por las pasarelas de París y Milán, ella ha estado buscando la leña que Allah le proporciona y enviando humo, en retorno, a Él (Págs. 191-2).

 

Mis hermanos y yo hemos intentado adivinar la edad de nuestra madre. En Somalia, la edad de una persona se calcula por los gus, o estaciones de lluvia, que ellos han vivido. Es difícil calcular exactamente su edad, pero creemos que tiene cincuenta y seis años, aun cuando parece que tiene ochenta, o noventa (Pág.194).

 

‘Necesito a tu madre o a tu hermano para que me ponga las gotas en los ojos’, me dijo mi padre. Yo puedo hacerlo, le dije. Suavemente le quité la venda de los ojos y lavé su cara con agua limpia. Había desaparecido parte de la hinchazón y podía masticar y hablar con más facilidad, pero el ojo infestado producía una impresión horrible (Pág. 195).

 

Mis sueños eran terribles y no pegué un ojo en toda la noche. Soñé que caminaba con mi madre. Habíamos estado perdidas durante dos días y estábamos a punto de morir de hambre y sed. Después de escalar una alta colina vi una casa con un fuego y una tetera allá abajo, así que fui corriendo a donde mi madre para decírselo. ¡Mama, mama, veo una casa, veo gente. Ven, ven! Nos vamos a salvar. Bajé corriendo de la colina y al acercarme grité: Hola, hola, ¿Hay alguien ahí? Nadie contestó, nadie salió de la cabaña. Podía ver algo extraño que se estaba cocinando y que salía de la tetera y miré a ver qué es lo que estaban cociendo. Cuando no tenemos mucho agua se puede cocinar en una tetera para ahorrar agua. Cuando quité la tapadera, vi que estaba llena de sangre y que a alguien lo estaban cociendo dentro… ¡Corre, Mama! ¡Corre tú, Waris! …Y me desperté gritando (Págs 199-200).

 

Mi madre nunca omite sus oraciones por muy ocupada que esté. Ella conecta con la eternidad cinco veces al día. Yo, por mi parte, tengo relojes por toda la casa. Soy esclava del reloj. El pequeño reloj lo controla todo. Salgo a la calle en la fría lluvia que te cala, porque las pequeñas manillas tienen que ser obedecidas. Mi madre por el contrario, es esclava de Dios. Recibe dignidad y fuerzas de su Dios; yo por mi parte estoy tensa, cansada, y estoy muerta de frío y empapada (pág. 200).

 

Mi madre acepta el sitio donde Allah la colocó sobre la tierra, y le da gracias por ello cada día. Mi madre tiene algo que es más grande que toda la riqueza de Occidente. Ella tiene aceptación y paz en su vida (pág. 204-5).

 

Mi viaje de vuelta al pequeño aeropuerto de Bozazo fue completamente diferente del viaje al pueblo de mi madre. Ahora el carril de tierra estaba lleno de barro rojo y baches repletos de agua de color chocolate. En algunos lugares el camino se parecía más a un río que a una carretera. Tú tienes que mantener el coche en movimiento en el barro así que saltábamos todo el tiempo y había que agarrarse bien, o, de otra manera, te golpeas la cabeza o te caes. Si te quedas empantanado allí no hay nada que hacer, sino esperar hasta que llegue otro coche o un camión y te eche una mano. Sin embargo, a cualquier parte que miraba, sólo veía vegetación de un verde intenso y hermoso (Pág. 206).

 

En aquel restaurante junto al camino, el cuarto de baño no era la hermosa habitación con paredes de azulejos y un retrete de porcelana blanca en el que te sientas y luego tiras de la cadena. Yo no espera eso. Era una caja de los truenos somalí; un profundo hoyo cavado en la tierra. Estaba sucio, lleno de moscas y cucarachas gigantes del color de las tostadas. Una de las paredes del cuarto de baño lindaba con el comedor de las mujeres …(Pág. 210).

 

Nuestro chofer Musa se arrastraba furiosamente a través del vientre de Somalia, desde la frontera con Etiopía hasta el Océano Índico. Cruzamos lo poblados de Garowe, Nugal y Qardho. Eran más grandes que el poblado de mi madre pero tampoco tenían electricidad, retretes, escuelas, ni hospitales. Había charcos grandes como lagos y surcos en la carretera que me llegaban a las rodillas. Resbalamos y patinamos sobre y dentro de hoyos bastante profundos de barro, pero Musa siempre se las arreglaba para conseguir que los neumáticos se agarraran a algo. Derrapamos de un lado para otro, y saltamos a tierra seca más veces de las que puedo recordar.

 

Ya por la tarde, aquel día nos paramos junto a un río para lavarnos la cara y refrescarnos un poco. El agua en el desierto siempre corre hacia algún sitio diferente. Mohammed se quitó los zapatos y se metió en el agua. ‘Si tuviéramos ríos como éste en todas parte, Somalia ciertamente sería el lugar más bello del mundo’, me dije yo. Como un león sediento ansiaba meter mi lengua en el agua limpia. Me lavé la cara y los brazos, pero yo quería quitarme la ropa y tomarme un baño. Me alcé la falda, pero Mohammed insistía en que me bajase el vestido. Un camello con sus patas delanteras atadas bajó a saltos lentamente hasta el río para beber. Las ataduras le impiden alejarse demasiado de sus dueños.’Así es como me siento yo con estos vestidos y velos’, le dije a Mohammed, ‘No te puedes mover porque tropiezas y caes’…

 

Desistí de que Mohammed alguna vez entendiera de verdad mi punto de vista, y volví a chapucear en el agua mientras mojaba mi pañuelo de cabeza en el agua y me lavaba la cara con él…

 

Para cuando quise atrapar el olor del Océano Índico y ver la luces de Bozazo ya hacía bastante tiempo que la ciudad se había echado a dormir. Estaba todo tan tranquilo que podías escuchar las olas que golpeaban la playa en el borde la ciudad.

 

Musa nos llevó a un hotel y Mohammed entró a buscar alojamiento y ver si podíamos comer algo. Yo quería una ducha fría y una cama casi más que la comida. Pero no pudimos conseguir nada… los pasillos estaban llenos de gente que esperaba el vuelo a Abu Dhabi…(Pág. 213.4).

 

Uno de mi misma tribu me ofreció su habitación para pasar la noche. Cuando entré en la habitación mi alma se me vino a los pies. Era insoportable. Aunque la temperatura pasaba de los 100 grados, tuve que cerrar la puerta y echarle la llave. Cuando abrí la pequeña ventana, no había brisa alguna. No se movía nada. Lo peor de todo era que estaba sucio y olía a sudor y orines. Yo necesitaba una ducha fresca y sábanas límpias. La pequeña habitación de Hajji Suliman tenía el suelo de cemento y una especie de catre, pero no había cuarto de baño. Había un ventilador en el techo pero no funcionaba. Mohammed puso su saco de dormir en el suelo y se decidió a dormir al aire libre y limpio arrullado por el mar (Pág. 216-7).

 

La madrugada es el tiempo más caluroso del día, porque no se alza brisa alguna del agua. ‘¿Cuál es el camino que lleva al mar?’ pregunté, con ganas de tomar un baño fresco. ‘¿Qué es lo que ella quiere hacer en el mar? Comentó uno de los pasajeros, sin dirigirse a mí. ‘Mira a mis vestidos, están empapados y tengo mucho calor’ dije. ‘Lo que pretendo es refrescarme un poco en el agua y bañarme’.

 

‘Lo mejor que puedes hacer es decirle que nosotros aquí no nos bañamos. Le dijo a Mohammed. ‘Somos gente del desierto’ (Pág.218).


 

Desert Dawn [Amanecer en el Desierto], la Fundación de Waris Dirie, es una organización no lucrativa, con la simple y al mismo tiempo generosa misión de hacer posible que los niños de Somalia gocen de mejor salud, educación y oportunidades.

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[Las páginas que se citan corresponden a la edición estadounidense de Desert Dawn, y no a la traducción castellana, que ya existe: Amanecer en el Desierto]