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La indignación sionista por el discurso de Obama sobre Medio Oriente deja pocas esperanzas de paz con los palestinos

Misión imposible: Satisfacer a Israel

Fuentes: Al Jazeera

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Absolutamente nada del discurso del presidente Barack Obama sobre Medio Oriente justificó ninguna emoción. Y menos todavía su declaración después de la reunión del viernes con el primer ministro Binyamin Netanyahu. El presidente ni siquiera intentó presentar un plan de acción; propuso principios generales, los mismos que han sido propuestos por cinco presidentes anteriores.

Hizo su discurso en un esfuerzo por adelantarse a Bibi Netanyahu, llegado para dirigirse al Congreso y a AIPAC. El objetivo de Bibi es movilizar a sus seguidores contra cualquier esfuerzo de EE.UU. de promover un acuerdo israelí-palestino. Netanyahu, que creció en EE.UU., es un republicano de facto y, como en 1998 cuanto Clinton era presidente, quiere fortalecer al Partido Republicano frente a los demócratas.

Probablemente fue un error pronunciar el discurso. Pero Obama pensó que tenía que hacerlo.

Apoyo judío y apaciguamiento

Por obvias razones de seguridad nacional, EE.UU. no se puede permitir que haya una nueva generación de árabes democráticos en naciones tan importantes como Egipto que nos odien porque ven a EE.UU. metido en el bolsillo de Israel. Obama pensó que un fuerte apoyo retórico a la paz ayudaría a neutralizar la demagogia de Netanyahu y a desactivar la oposición a EE.UU. e Israel en el mundo musulmán. A la vez pensaba que un fuerte lenguaje pro Israel agradaría a los seguidores de Netanyahu.

A fin de cuentas no resultó de esa manera. Como informó el Wall Street Journal en un artículo titulado «Donantes judíos advierten a Obama respecto a Israel», un pequeño (pero increíblemente adinerado) grupo de donantes dijo por adelantado a Obama que toda desviación de la línea fijada por Netanyahu podría hacer que perdiera donaciones para la campaña electoral. El artículo cita a un montón de peces gordos, desconocidos para la mayoría de los judíos estadounidenses, que amenazan esencialmente a Obama.

Es una locura. En 2008, un 78% de los judíos votaron por Obama. Según el sondeo definitivo del Comité Judío Estadounidense, Israel está en el séptimo lugar en la lista de temas que determinan los votos de los judíos, y solo un 3% lo cita como su principal preocupación. El 54% mencionó la economía, y muchos más citaron la atención sanitaria, la energía y otros temas.

Pero los autoproclamados representantes de la comunidad judía dicen a la Casa Blanca que su preocupación número uno es Israel. Y, para los donantes dirigidos por AIPAC, probablemente lo sea.

Por eso el presidente Obama hizo un discurso el jueves terriblemente inocuo. No contenía nada que no hubiera sido dicho antes por una serie de presidentes anteriores. Virtualmente toda su empatía se dirigió a Israel, mientras que ofreció un poco de compasión, y nada más, a los palestinos. Hizo lo que pensaba que debía hacer: apaciguar a AIPAC y a Netanyahu mientras complacía, también, a los demócratas árabes.

Pero fracasó. Los árabes vieron el discurso como un montón de palabras vacías. Y para quienes Israel va primero en sus convicciones se enfurecieron. ¿Por qué? Por un párrafo.

El presidente dijo:

EE.UU. cree que las negociaciones deberían conducir a dos Estados, con fronteras palestinas permanentes con Israel, Jordania, y Egipto, y fronteras permanentes de Israel con Palestina. Creemos que las fronteras de Israel y Palestina deberían basarse en las líneas de 1967 con intercambios mutuamente acordados, de manera que se establezcan fronteras seguras y reconocidas para ambos Estados. El pueblo palestino tiene que tener el derecho a autogobernarse, y alcanzar su pleno potencial, en un Estado soberano y contiguo.

De repente se armó la de San Quintín. Pero no de inmediato. Inicialmente, el ala derecha de la clique «pro Israel» elogió a Obama por no haber dicho nada que cuestionara a Netanyahu. Pero entonces Netanyahu dijo que estaba indignado por la referencia a las líneas de 1967.

Hablando de fronteras

Los que ponen a Israel primero en sus convicciones cambiaron como robots su línea con la rapidez con la que los cantantes folk rojos de los años treinta cambiaron la letra de sus canciones cuando Moscú se quejó de desviación («Dejen de atacar a la Alemania nazi; acabamos de firmar un pacto con ella»).

Va más allá del ridículo. Obama no dijo que Israel tenga que volver a las fronteras de 1967; dijo que las «fronteras de Israel y Palestina deberían basarse en las líneas de 1967…»

Eso significa que israelíes y palestinos deberían sentarse ante un mapa que se remontara a 1967 y decidir qué sería Israel y qué sería Palestina. ¿En qué otras «líneas» podría basarse un acuerdo? ¿La frontera entre China y Rusia?

Ya en la Resolución 242 de 1967 de las Naciones Unidas, firmada por Israel, la política declarada de todo el mundo (incluido Israel) ha sido que Israel volvería a las fronteras de 1967, con modificaciones, si fuera necesario, para proteger su seguridad. Cada presidente de EE.UU. ha dicho eso, y cada gobierno israelí lo ha aceptado. Incluso AIPAC apoya la «solución de dos Estados», lo que significa un Estado palestino en los territorios capturados por Israel en 1967.

Por lo tanto, ¿qué se propone esa gente cuando decide repentinamente caer en una falsa cólera cuando Obama dice lo que ellos han estado diciendo todo el tiempo?

La respuesta es simple. Los que ponen a Israel por encima de todo han decidido dos cosas: (1) no quieren la paz israelí-palestina, y punto. Quieren que Israel conserve toda la tierra. Y (2) quieren que el presidente Obama sea derrotado en la próxima elección, con la esperanza contra todo pronóstico de que puedan disminuir el voto judío por Obama, y especialmente las contribuciones para su campaña, muy por debajo de los niveles de 2008. No confían en él. Sospechan (ojalá con razón) que en su corazón no cree en el contrasentido del statu quo que le provee Dennis Ross.

Obama se equivoca

El error de Obama es creer que puede apaciguar a esa gente yendo a AIPAC (como lo hizo el domingo por la noche) o a Israel (como hará probablemente este verano) para tratar de dar explicaciones. No conquistará a esa gente a menos que esté dispuesto a decir a AIPAC y a los derechistas israelíes que apoyan los asentamientos y la privación permanente de derechos de ciudadanía de los palestinos. No son amigos potenciales, no de su persona ni de los intereses de EE.UU. O, francamente, de los de Israel -parecen que prefieren Cisjordania por encima del propio Israel.

En vez de eso Obama debería movilizar a los estadounidenses que apoyan a Israel, la solución de dos Estados y el compromiso territorial, no judíos y judíos, como los de J. Street, por igual. Debería tender la mano a los palestinos que estén dispuestos a vivir en paz con Israel -incluido Hamás, si acaba con la violencia contra Israel. Y debería apoyar a los israelíes moderados -que a pesar de todo son un porcentaje considerable de la población- que odian la ocupación y están desesperados por lograr la paz con los palestinos.

El intento de apaciguar a Netanyahu y a AIPAC refuerza a la derecha y desarma a los moderados. Es hora de que Obama trate a esa gente como lo que son: enemigos de todo lo que quiere hacer y ser. ¿Cómo puede creer que puede encontrar amigos en la derecha? No puede.

MJ Rosenberg es asociado sénior de política exterior en Media Matters Action Network. Este artículo apareció primero en Foreign Policy Matters, parte de Media Matters Action Network. Contacto en twitter: @MJayRosenberg.

Fuente: http://english.aljazeera.net/indepth/opinion/2011/05/201152212493288684.html

rCR