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Nadar y guardar la Europa (del Capital)

Fuentes:

Las elecciones al Parlamento Europeo recientemente celebradas han vuelto a poner las cosas en su sitio. De nuevo, la realidad ha pasado por encima de las interesadas voluntades de los partidos. Más de la mitad de los convocados a las urnas han hecho caso omiso de unos comicios en los que se decidía la presencia […]

Las elecciones al Parlamento Europeo recientemente celebradas han vuelto a poner las cosas en su sitio. De nuevo, la realidad ha pasado por encima de las interesadas voluntades de los partidos. Más de la mitad de los convocados a las urnas han hecho caso omiso de unos comicios en los que se decidía la presencia de unos representantes de no se sabe qué en un foro que queda no se sabe dónde. Todo demasiado lejos de nuestra cotidianeidad.

Intentar homogeneizar la plural riqueza idiosincrática de todo un continente es como pretender mezclar agua y aceite. Impusieron la moneda única a algunos estados, entre ellos a este reino borbónico, y el maldito euro hizo descender en picado nuestro poder adquisitivo. Ahora los expertos en nadar y guardar la ropa, los ricos enriquecidos, nos hablan a los pobres empobrecidos de las excelencias de la casa europea hecha de apetitoso chocolate, como si fuésemos párvulos Hánseles y Grételes, ocultándonos que dentro nos espera una horrible bruja, siniestra alegoría de los mercaderes sin escrúpulos, instigadores de este dislate. Sus dos capataces celtibéricos, el PP y el PSOE, inmersos de cara a la galería en su particular bronca tabernaria, han acusado las consecuencias de su trapacería y de su absoluta carencia de atractivo. Si la represalia islamista del 11-M y su posterior manipulación gubernamental polarizaron, hace tres meses, las elecciones generales, noventa días después ha primado la normalidad del creciente desencanto ciudadano. Por su parte, Izquierda Unida, la formación política de la doble mentira conceptual -ni es de izquierda, ni está unida-, ha visto reducido su apoyo a la mitad en una rara inversión partenogenética que le aproxima fatalmente a su anunciada desaparición. Ya sólo le quedan seiscientos mil incautos y un pequeño pico de incautadores.

Pero, tras esta partida de tramposo póquer electoral en la que sólo podían ganar los tahúres de siempre, ya es palmario que no vivimos en una sociedad democrática. La vil agresión sufrida por centenares de miles de contribuyentes a manos de un Estado cobarde que les ha privado de su derecho fundamental al sufragio universal dejando fuera de la ley en las Españas a la candidatura de Herritarren Zerrenda, legalizada en las Francias, no tiene nombre; el silencio cómplice de la práctica totalidad de una población idiotizada por los prejuicios inculcados, sí.