En la oficina de la Organización Libanesa de Apoyo a los Presos Políticos, presidida por Attlah Hamoud, nos encontramos con un ex prisionero muy especial. Nazim Nassar es el israelí que luchó con la resistencia libanesa hasta que los servicios de seguridad sionistas le cogieron. La venganza del Estado israelí fue total y continúa hoy […]
En la oficina de la Organización Libanesa de Apoyo a los Presos Políticos, presidida por Attlah Hamoud, nos encontramos con un ex prisionero muy especial. Nazim Nassar es el israelí que luchó con la resistencia libanesa hasta que los servicios de seguridad sionistas le cogieron. La venganza del Estado israelí fue total y continúa hoy en día.
La resistencia libanesa, liderada por Hizbulah, no cuenta en la actualidad con ningún preso en cárceles israelíes, después de que en 2008 ambas partes enfrentadas acordaran y llevaran a cabo un gran intercambio. Ahora la organización de apoyo a los presos políticos ayuda a los ex prisioneros a reintegrarse en la vida diaria.
En la oficina se encuentran media docena de hombres jóvenes esperando a ser atendidos. Uno de ellos es Nazim Nassar, que tiene un gran problema.
Mientras espera a que le llegue su turno nos relata su peculiar historia personal, que desde la óptica del omnisapiente europeo, tan perfectamente desinformado gracias a la labor de los grandes medios comunicación, parece increíble: ¿Cómo es posible que un israelí milite en una organización al que los massmedia del hemisferio norte suelen tildar de «antisemita»? Una palabra que, gracias a la propaganda sionista, se ha convertido en un venenoso potaje semántico que es capaz de acabar con cualquier carrera política o periodística en Alemania.
Los más viscerales defensores de Israel suelen lanzarla como un dardo envenenado contra cualquier persona que se atreva a criticar la política del Ejecutivo del Tel Aviv y sus permanentes violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional.
«Antisemita»
Su última víctima ha sido un político izquierdista, candidato a alcalde de una importante ciudad alemana. Se le tachó de «antisemita» (vocablo que hoy en día reúne «antiisraelí» con «antisionista» y «antijudio» con «nazi») porque hizo suya la iniciativa del Foro Social Mundial de responder a la guerra sionista contra Gaza con un boicot a los productos israelíes. Los sectores prosionistas en Alemania relacionaron esta iniciativa con el boicot de tiendas judías, protagonizado por los nazis alemanes en 1933. El político renunció a su candidatura.
En esta coyuntura, parece realmente increíble que un israelí pueda llegar a formar parte de Hizbulah.
«Mi madre era judía y mi padre chíita», comienza el relato Nassar. Su familia es del sur de Líbano, territorio que tantas veces ha sufrido las incursiones y la ocupación de su poderoso y violento vecino. «Y Nazim es del mismo pueblo que el secretario general de Hizbulah, Hassan Nasrallah», añade uno de sus compañeros de lucha.
Nassar optó por colaborar con la resistencia libanesa. Ser hijo de madre judía era suficiente para obtener la ciudadanía israelí y con ella consiguió una perfecta cobertura para operar en territorio enemigo. En 1992, Nassar dio este peligroso paso. Durante diez años se movió como pez en el agua, según la máxima que instruía el revolucionario chino Mao Tse Tung a sus guerrilleros. Pero en junio de 2002, las fuerzas de seguridad israelíes le apresaron.
Nazim Nassar fue condenado a 10 años de cárcel. Al referirse a las condiciones de vida en las prisiones israelíes, este luchador subraya que «al tener pasaporte israelí me castigaron más que a los otros presos palestinos o libaneses, espetándome en más de una ocasión: `¿Siendo israelí cómo puedes colaborar con Hizbulah?'». Por eso le torturaron y le pegaron duro.
Sin embargo, su organización no se olvidó de él, al contrario, hizo todo lo posible para traerle a casa. Pasó una buena temporada en régimen de aislamiento hasta pocas semanas antes de su liberación, cuando fue llevado junto a otros combatientes de Hizbulah. Durante su cautiverio mantuvo el contacto con su familia en Líbano a través de la Cruz Roja Internacional.
Una vez en libertad, Nassar mantiene su compromiso político. «Los palestinos tienen el derecho de vivir en paz y libertad», afirma con respecto a la guerra de Gaza. Sigue creyendo en la causa que le llevó a prisión, pero a su lucha política se le une otra personal, ya que en Israel han quedado su esposa israelí y sus dos hijas, de 9 y 11 años de edad, respectivamente. «Ahora mis hijas están encarceladas, porque no las dejan salir del país para verme», denuncia Nassar al explicar la razón por la que ha acudido a la oficina de la organización de apoyo a los presos políticos.