Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Reacción de un palestino durante la lectura de un comunicado de prensa de las Brigadas Ezzedin al-Qasam, ala armada de Hamas, en la barriada de Shujaiya, en Gaza,
27 de agosto de 2014
Con las prisas de analizar el resultado de la guerra de 51 días de Israel contra Gaza, denominada Operación Borde Protector, puede que algunos hayan pasado por alto un factor importante: que no se trató de una guerra según las tradicionales definiciones, por tanto, no se pueden aplicar de forma simple los análisis convencionales sobre victorias y derrotas.
Siendo así, ¿cómo podemos explicar la triunfante declaración del Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu del 28 de agosto, y las celebraciones masivas en las calles de Gaza por la «victoria» de la resistencia frente a Israel? Para poder desentrañarlas bien, tenemos que entenderlas en su contexto.
Poco después de la declaración de alto el fuego del 26 de agosto, que puso fin a la guerra hasta ahora más destructiva de Israel contra Gaza, Netanyahu parecía haber desaparecido de la escena. Algunos medios de comunicación israelíes empezaron a predecir el fin de su reinado político. Aunque esta idea era un poco apresurada, uno puede entender las razones. Gran parte de la carrera política de ese hombre se ha basado en su posición «antiterrorista» y en la agenda de seguridad de Israel.
De 1996 a 1999, desempeñó el cargo de primer ministro con el decidido propósito de acabar con el «proceso de paz» de Oslo. Argumentaba que comprometía la seguridad de Israel. Después, como ministro de Hacienda con el gobierno de Sharon (2004-2005), tuvo muchas preocupaciones con las intenciones de Ariel Sharon respecto al repliegue de Gaza. De hecho, fue el «plan de desenganche» de Gaza el que liquidó la alianza Netanyahu-Sharon.
Netanyahu necesitó unos cuantos años para poder regresar del aparente olvido al complicado paisaje político israelí. Tuvo que emprender una batalla política agotadora, pero consiguió recuperar, a través de complicadas alianzas, sólo un parte de la pasada gloria del derechista partido Likud. Fue primer ministro de 2009 a 2013 y salió elegido para un tercer mandato (una rareza en la historia de Israel), desde 2013 hasta el momento actual.
No sólo fue Netanyahu el rey de Israel, sino también el hacedor de sus reyes. Mantuvo cerca a sus amigos y más cerca aún a sus enemigos, y fue hábilmente equilibrando probabilidades de coalición aparentemente imposibles. Triunfó, no sólo porque es un político astuto, sino también porque consiguió unir a Israel alrededor de un objetivo: la seguridad. Y lo hizo combatiendo el «terrorismo palestino», una referencia a los diversos grupos palestinos de la resistencia, incluido Hamas, y erigiendo las defensas israelíes. Tuvo tal control sobre ese discurso político que nadie consiguió siquiera acercársele, ni el hosco político centrista Yair Lapid ni los halcones de la derecha y extrema derecha Avigdor Lieberman y Neftali Bennet, respectivamente.
Pero entonces se produjo lo de Gaza, una guerra que podría posiblemente convertirse en el mayor error de Netanyahu y quizá en la razón de su caída. Además del colapso en los porcentajes de aprobación pública, que han descendido del 82%, el 23 de julio, a menos del 38% poco después del anuncio del alto el fuego, el propio lenguaje de nuestro hombre en la conferencia de prensa posterior es suficientemente elocuente.
Parecía desesperado y a la defensiva, postulando que Hamas no había conseguido sus objetivos de guerra, aunque fue Israel, no Hamas, el que instigó la guerra con toda una lista de objetivos, ninguno de los cuales ha conseguido en modo alguno. Hamas respondió burlándose de su declaración alegando que el grupo no inició la guerra ni había entonces presentado ninguna demanda, según declaró un miembro de la formación a Al Jazeera. Las demandas se presentaron en las subsiguientes conversaciones por el alto el fuego en Egipto, y algunas de ellas se han conseguido realmente.
Netanyahu está retorciendo el lenguaje y exagerando la verdad en un intento desesperanzado por anotarse una victoria política o, sencillamente, salvar la cara. Pero ha convencido a muy pocos.
Ariel Ilan Roth escribía en Foreign Policy el 20 de julio y llegaba a una pronta conclusión sobre la guerra de Gaza que ha demostrado ser verdad sólo en parte. «No importa cómo y cuándo ha terminado el conflicto entre Hamas e Israel, pero hay dos cosas que son ciertas: La primera, que Israel podrá proclamar una victoria táctica. La segunda, que habrá sufrido una derrota estratégica».
Se equivoca. Incluso la victoria táctica le fue negada en esta ocasión, a diferencia de las guerras anteriores, sobre todo de la denominada Operación Plomo Fundido (2008-2009). La resistencia en Gaza debe haber aprendido de sus pasados errores, consiguiendo aguantar una guerra de 51 días con un resultado destructivo sin precedentes en todos los anteriores conflictos de Gaza. Cuando se anunció el alto el fuego mediado por Egipto, habían empujado a todos y cada uno de los soldados israelíes al otro lado de las fronteras de la Franja.
Casi inmediatamente después del acuerdo, un responsable de Hamas en Gaza leyó una declaración en la que apelaba a los israelíes que viven en las diversas ciudades fronterizas evacuadas para que volvieran a Gaza, en una desafiante declaración también sin precedentes. Poco después, cientos de combatientes que representaban a todas las facciones, Fatah incluida, se situaban ante las ruinas de Shujaiya, barriada de Ciudad de Gaza. «No hay sitio entre nosotros para los árabes débiles y derrotados», declaró el líder militar de la resistencia de Gaza, Abu Ubaydah, mientras una multitud de personas cubría de besos a los combatientes.
También él declaró la victoria. Pero, ¿es su declaración de «victoria» diferente de la de Netanyahu?
«Israel tiene toda una historia de proclamaciones de victoria cuando en realidad ha salido derrotado; la guerra de octubre de 1973 es el mejor ejemplo de ello», escribía Roth en Foreign Policy. La diferencia entre ahora y entonces es que muchos en Israel aceptaban antes las falsas victorias. Esta vez se han negado a hacerlo, según están mostrando varias encuestas de opinión realizadas por Haaretz, Canal 2 y otros medios. Además, el abismo entre la clase política israelí es más amplio de lo que ha sido en muchos años.
Independientemente de esto, la «victoria» de la resistencia no puede entenderse dentro del mismo contexto de la propia definición de Israel de victoria o falsa victoria. Seguramente, la resistencia «pudo establecer una disuasión desplegando un nivel increíble de resiliencia y fortaleza, aunque esté equipada con armas primitivas», como señalaba Samah Sabahi. Pero hay otra cosa que es incluso más sorprendente aún: la misma idea de que el poderoso Israel, y los que son como Netanyahu, pueden utilizar a los palestinos como campo de pruebas para las armas o para mejorar los índices de aprobación parece estar acabada. La vieja creencia de Sharon de que hay que «dar fuerte» «y golpear» a los árabes y palestinos como condición previa para la calma, o la paz, se ha visto desafiada como nunca antes en la historia de las guerras árabe-israelíes.
Las «celebraciones» de Gaza por el alto el fuego no eran el tipo de celebraciones que siguen a la victoria de un equipo de fútbol. Es un error interpretarlas como mera expresión de alegría y refleja una falta de comprensión de la sociedad de Gaza. Fue algo más que una declaración colectiva de un pueblo que ha perdido 2.143 personas, en su mayoría civiles, y que tienen más de 11.000 heridos y minusválidos a los que cuidar. Por no hablar de la destrucción total o parcial de 18.000 hogares, 75 escuelas, muchos hospitales, mezquitas y cientos de fábricas y tiendas.
No, tampoco era una afirmación de desafío en un sentido simbólico. Fue un mensaje a Israel de que la resistencia ha madurado y de que se ha terminado ya el dominio total de Israel sobre cuándo empiezan las guerras y cómo acaban.
El futuro demostrará si esta valoración es exacta y cuáles serán las consecuencias para Cisjordania y Jerusalén Este, que están bajo ocupación militar. Curiosamente, la «liberación de Jerusalén» fue de hecho un tema dominante entre los jubilosos palestinos en Gaza. Otro tema fue la insistencia en la unidad nacional entre todos los palestinos. Después de todo, esa fue ante todo la verdadera razón por la que Netanyahu ha lanzado su última guerra contra Gaza.
El discurso de la resistencia, al-Muqawama, es ahora el que domina en Palestina y supera todas las divisiones entre facciones, o la cansada discusión acerca de las inútiles «conversaciones de paz», con las que los palestinos no consiguieron nada más que pérdidas territoriales, división política y mucha, mucha humillación. Ese sentimiento está ya reverberando en Cisjordania. Pero está por ver cómo se traducirá en el futuro, considerando el hecho de que la Autoridad Palestina allí es débil en sus relaciones con Israel y muy intolerante con cualquier disidencia política.
Las presiones de Israel sobre el Presidente Mahmud Abbas continuarán. En su primera conferencia de prensa tras el alto el fuego, Netanyahu repetía el mismo ultimátum: Abbas «tiene que decidir de qué lado está», dijo.
Tras fracasar en su intento de acabar con la resistencia de Gaza, a Netanyahu no le queda sino presionar a Abbas, de 79 años, cuyas opciones, para empezar y tras la guerra de Gaza, son bien escasas.
Ramzy Baroud es Doctor en Historia de los Pueblos por la Universidad de Exeter. Es editor jefe de Middle East Eye, columnista de análisis internacional, consultor de medios, autor y fundador de PalestineChronicle.com. Su último libro es «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, Londres).
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/netanyahu-vs-abu-ubaydah-victory-and-false-victory-1822212666