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No en defensa de la filosofía, sino de sus profesores

Fuentes: Rebelión

Caía el año 1973 cuando Patxi Andión compuso una canción en homenaje a aquellos maestros que, arriesgando tantas cosas, se empañaban en transmitir una cultura y unos valores que contradecían el discurso oficial de la dictadura. Si atendemos a la letra, veremos que el elogio no es tanto a las cosas que enseñaban estos disidentes, sino a su propia personalidad, dándonos una imagen de personas comprometidas con sus alumnos y extraños para la sociedad, disidentes, pero también pacientes, como suelen ser aquellos que no procuran sencillamente dar un discurso sino algo más, a lo largo de los meses o los años. Es fácil captar que lo inspirador de su figura no es tanto que enseñase a Machado, sino que leyese sus versos, o que no es tanto que explicase las guerras, sino que no hablase de vencedores ni vencidos. La figura de nuestro maestro en la canción no se encuadra tanto por lo que podríamos decir “el valor de sus contenidos”, sino por su propia actitud, por no poner orejones a los alumnos y por pensar que no es tan malo enseñar toreando, un sueldo, una asignatura, o una inspección.

Estamos en 2021 y la situación ha cambiado en muchas cosas, pero en otras no, situándose las apariencias en entramados mucho más complejos, pero que finalmente nos dejan a los profesores de filosofía en una situación existencialmente bien parecida. No ya como individuos, sino como colectivo, nos vemos abocados a intentar organizar una defensa de nuestras asignaturas, del valor de las mismas y de la importancia que éstas tienen para formar ciudadanos, para aprender a pensar, para conservar lo más valioso y característico de nuestra cultura, etc. Ante un muro de “tecnócratas pigmeos” planteamos nuestros argumentos en defensa de la filosofía; hablamos del saber y la razón, de las mentes más brillantes de la historia, y leemos textos que la humanidad se ha empeñado en conservar y recordar durante siglos o milenios, pero nos olvidamos de lo más importante, del valor de nosotros mismos.

Amamos tanto el saber, o quizás somos tan humildes, que no nos atrevemos a apuntar que la verdadera importancia de la asignatura de Filosofía no está en sus textos o en los temas que trata, sino en la anomalía que representamos nosotros, profesores y profesoras de filosofía, los cuales, qué casualidad, tendemos a ser un punto de inflexión en la vida de los alumnos, una influencia particular, una extrañeza o incluso unos locos en comparación al resto de profesores.

Por supuesto que esto no es siempre así, el profesorado de Historia a veces tiene una perspectiva crítica e intenta dar una cosmovisión general más profunda, aunque su apego a la doxografía y la acumulación de datos monumental esté jugando en contra. A veces los de Lengua se paran a desgranar los sentidos ocultos de los textos y su contexto histórico, a intentar pulir con mucho esfuerzo la belleza que el óxido de los tiempos oculta al alumnado, y les invitan a escribir poesía o relatos con los que se puedan expresar. Habrá alguien de Plástica que les lleve al museo, de Música, a un concierto o teatro, o alguien de Matemáticas o Física que conecte con los alumnos de una forma especial. Pero los de Filosofía… somos harina de otro costal.

Quizás sea por lo vocacional que es en sí misma la propia filosofía, o porque ésta atrae a gentes de un cariz especial, es posible que sea la transformación que genera el simple estudio a lo largo de los años, o porque nos presenta tantos referentes de lo que es la belleza, la crítica, la justicia y la dignidad que nos cuesta especialmente llevar una vida desenfadada y normal, como si realmente no cayese constantemente sobre nuestros hombros una responsabilidad histórica que nos aplasta y de la que no podemos escapar, llámese imperativo categórico o simple integridad.

¿Tengo realmente que argumentar estas cosas? Quien lo probó la sabe. Es posible que quienes hayan estudiado en colegios concertados o privados, nunca hayan conocido realmente a un profesor de filosofía, pues la mayoría de las veces la asignatura la dan, no ya personas no especializadas, sino sencillamente no-filósofos, no-estudiantes-de-filosofía, con lo que nunca habrán conocido la gracia de la que hablo. Para ellos nunca se podrá argumentar el valor de algo desconocido, hay cosas que solo vemos en la práctica y que solo se pueden mostrar a través de una u otra experiencia personal. Podría contar la mía, pero eso haría que pareciera sencillamente una suerte de interés nostálgico. No es así, y quien esté dispuesto a ver lo sabrá, ya bien por lo que vivió o lo que le faltó experimentar.

Son demasiados hechos que no pueden ser casuales. Da Esperanza Rodríguez Guillén nos contaba el pasado 17 de noviembre, en un acto en defensa de la filosofía en la ESO, que superó tanto su aforo que tuvo que repartirse a los asistentes entre varias aulas, que un cansancio y un agotamiento vital la envolvían, pues en cada reforma educativa tenían que estar luchando una y otra vez por las horas lectivas y las asignaturas. Una y otra vez. Cabría pensar que los tecnócratas se han comportado con la filosofía como un amante inseguro, tóxico -como dicen hoy en día- que necesita estar castigando constantemente a su pareja a fin de comprobar que ésta todavía le quiere, que todavía está ahí, en definitiva, que existe, no ella, sino el amor en sí. Sufrimos castigo y contra ello constantemente nos significamos, nos revolvemos, hacemos grandes actos y movilizaciones. El legislador nos golpea y nosotros nos revolvemos, “¡se mueve!” dicen sorprendidos, no se lo esperaban. Luego vendrán otros, o quizás los mismos, aún sin fe, que no conocen lo que es un profesor de filosofía como quien no conoce el amor, vuelve el golpe y la sorpresa, pero cada vez menos, menos quedamos con cada golpe.

¿Qué hace un profesor de filosofía, una profesora, en un instituto? Existir ya debería ser considerado un milagro. Muchos serán malos profesores, sin duda, otros, peor persona, pero hay algo entre nosotros que siempre es casualidad, cosas que marcan la diferencia y que “qué casualidad”, las hizo el de filosofía. Nadie dijo esto o lo otro, “menos la de filosofía”, nadie se implicó, “menos el de filosofía”, nadie me escuchó, “menos la de filosofía”, nadie cuestionó, nadie se movió, nadie peleó, nadie organizó, nadie me invitó, una y otra y otra vez “menos la de filosofía”. Muchas veces no es así, otras no es el único, pero “qué casualidad” que estas casualidades son una común constante.

¿Qué será de los alumnos? En realidad ya se empieza a notar desde hace tiempo nuestra carencia en las escuelas. Es por eso que a la vez que desaparecemos se hace cada vez más patente la necesidad de traer psicólogos y trabajadores sociales que trabajen de forma permanente en los centros. Buena iniciativa, pero “qué casualidad”, que se haga tan evidente en unos tiempos en que ha quedado tan olvidado lo que implica tener a un buen profesor de filosofía ¿Cuántas cosas hacemos nosotros en las escuelas que no quedan reflejadas en las rúbricas de la inspección? El valor del profesorado de filosofía no está en enseñar quien era o qué pensaba Aristóteles o Kant, sino en tener a alguien en clase que les haya leído, porque si recordamos a estos autores a día de hoy no es porque fuesen hombres poderosos, que no lo fueron nunca, sino porque no se les puede leer sin consecuencias.

Seamos sinceros, los alumnos cada vez están más desesperados, han perdido la confianza en sí mismos, se ven incapaces de hacer nada que no esté claramente pautado, se sienten perdidos y al borde de la depresión, no saben expresar sus sentimientos ni sus pensamientos y parecen por lo general victimas de un shock ante el que sólo esperan que alguien les salve. Es eso lo que hemos hecho con nuestra juventud, y es por eso que precisamente en estos tiempos se hace tan crucial la presencia del profesorado de filosofía en las escuelas, no ya por sus materias, que también, sino por su propia presencia, por la urgente necesidad de tener referentes de dignidad y resistencia que, “qué casualidad” tiende a ser la de filosofía, toreando siempre de aquí para allá una autora que no está en el libro o un temario en general, una opinión problemática o unas jornadas fuera del horario escolar, la opinión de unos padres por acá, una reunión informal con un alumno por acá, aprender a pensar, a filosofar y a encontrar sobre todo la propia particularidad, quizá excentricidad, en que se asienta toda fuerza de voluntad personal, y que tanto han robado al alumnado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.