La ciudadana chilena Nadia Hasan nació en Santiago de Chile de padres palestinos que emigraron allí tras la ocupación de Cisjordania, Jerusalén y Gaza durante la guerra de los seis días en 1967. Nadia quiere volver a su país de origen, donde vivió un total de apenas 8 meses. El año pasado intentó entrar en […]
La ciudadana chilena Nadia Hasan nació en Santiago de Chile de padres palestinos que emigraron allí tras la ocupación de Cisjordania, Jerusalén y Gaza durante la guerra de los seis días en 1967. Nadia quiere volver a su país de origen, donde vivió un total de apenas 8 meses. El año pasado intentó entrar en la Palestina ocupada, pero los servicios israelíes de «seguridad» se lo impidieron después de una serie de humillaciones. Hace unos días, tras una protesta oficial del gobierno chileno, el Ministerio de Relaciones Exteriores israelí le entregó una carta en la que se le aseguraba que podría entrar. Con ella en su poder, Nadia lo intentó de nuevo. Lo que sigue es su testimonio de los hechos ocurridos.
Aterricé en Tel Aviv a las 7 de la mañana, entregué mi pasaporte en el control y, apenas dos minutos después, llegaron tres individuos y me dijeron que estaban esperándome. Me llevaron a una gran sala con todas mis cosas. Más de veinte personas empezaron entonces a revisar cada detalle. Antes de nada, tomaron mi teléfono celular y copiaron en mi presencia cada número y cada nombre de la agenda. Miraron mis SMS, las últimas llamadas hechas o recibidas, las fotografías, todo.
Después, me revisaron a mí, mi cuerpo, mi ropa, mi pelo, mis orejas, incluso mis uñas.
Me presentaron a un individuo con el nombre de Samy (no recuerdo su apellido). «Soy Samy, del Ministerio de Defensa, hace unos días que esperaba tu llegada, hoy voy a ocuparme de ti, pondremos todo sobre la mesa, va a ser duro porque no soy una buena persona, soy un tipo fuerte, por eso me han escogido, tú eres una persona especial, Nadia, y tendrás derecho al mejor sistema de seguridad que tenemos; si colaboras con nosotros, te ayudaremos.»
Samy me llevó a un cuarto muy lejos del centro principal del aeropuerto. La oficina tenía el logotipo del Ministerio del Defensa y una mujer permaneció con nosotros todo el tiempo (según él, para que no me sintiese incómoda. Me dijo: «Conozco a las mujeres árabes, no les gusta estar a solas con un hombre, te respetaremos, no te preocupes.»). Antes de nada, me tomó algunas fotos y abrió un archivo en su computadora. Me interrogó sobre mi familia, los números de teléfono, profesiones, número de hijos, direcciones, todo. Hizo una fotocopia de mi tarjeta de crédito y me dijo que debía verificar los movimientos de dinero, de mi documento de identidad, de mi carné de conducir, de las fotos de mi familia, anotó quién era quién, etc.
Después, empezó: «No estoy aquí para verificar qué hiciste en Nablus, si trabajaste allí o no, si te quedaste más del tiempo autorizado, si te metiste en asuntos ilegales, etc. Hay personas que se ocupan al respecto, mi trabajo consiste en verificar si estás relacionada con actividades terroristas. Para eso, debemos comprobar con qué personas tienes contactos, porque sabemos que conoces a 5 terroristas de los peores, que son amigos tuyos. Si nos das sus nombres (aunque ya los tenemos), si colaboras con nosotros, Nadia, te ayudaremos.»
Y empezó el circo.
Empezó con las 163 personas de la agenda de mi celular, una por una. «¿Quién es, cómo lo conociste, todavía tienes contacto con él o con ella?», etc. Verificó en su computadora cada nombre que correspondía a números de teléfono palestinos y jordanos y, cada vez, la foto de la persona apareció. Vi las fotos de Sam, de Anita, de Yusra, de Sumaida, etc. Pero éstos no planteaban ningún problema. En un momento dado empezó a interrogarme sobre personas de los Campamentos de Refugiados de Balata y de Askar, de las personas que supuestamente yo debía conocer y que él esperaba que yo mencionase. Me dijo que me habían estado controlando desde hacía varios meses. «Hemos interrogado a mucha gente que conoces en Nablus y casi todos mencionan cinco nombres y dicen que se trata de amigos tuyos muy íntimos. Hay mucha gente que te conoce en Nablus, Nadia, y los hemos contactado a todos. Ahora tienes que hablar.»
Yo no sabía a quién se estaba refiriendo, como se puede imaginar. Mientras seguía con la lista de los nombres de mi celular, encontró dos de los cinco nombres que buscaba. Tres horas del interrogatorio se centraron en uno de mis amigos, un amigo muy cercano. Me mostró su foto y una foto de su hermano. En mi celular había un SMS de él deseándome buena suerte en mi viaje y también una foto de su hermano, porque lo había visitado dos días antes en un campamento de refugiados de Jordania. Le expliqué que éramos amigos. Le dije cuándo y cómo nos conocimos y qué clase de relación tenemos.
El tipo no dejaba de llamar a alguien por teléfono y, de inmediato, nuevas fotos aparecían en su computadora y me interrogaba sobre dichas personas, a la mayoría de las cuales no he visto en mi vida, aunque conozco a algunas y tengo sus teléfonos en mi celular.
Me dijo que son lo peor de aquí, que son terroristas y que cómo era posible que yo no lo supiera si está claro que son buenos amigos míos.
Le contesté que no se me puede culpar por lo que otros hagan o dejen de hacer, que no sabía de lo que hablaba. Le expliqué otra vez cómo había conocido a esos jóvenes, pero siguió diciendo que no le decía la verdad, porque él ya sabía la verdad y que yo no podría entrar de nuevo en Israel si no colaboraba con él y le daba más detalles.
Miró otra vez mi celular y me preguntó que cómo era posible que de 163 números sólo 13 fueran jordanos y el resto palestinos. «¿Cómo es posible que tú, Nadia, una joven inteligente, bien parecida, atractiva, no tengas más relaciones con jordanos? ¿Cómo es posible, Nadia, que cada día vayas de tu trabajo a tu casa en Amán y que no hayas hecho otra cosa durante más de un año, porque eso lo sabemos? ¿Qué estás planeando, por qué insistes con tantas ganas en entrar en Israel? ¿Es porque estás en contacto con esos terroristas? ¿Te han pedido que hagas algo? ¿Te han pedido dinero? ¿Te preguntaron si estás casada? ¿Qué piensas hacer con ellos tan pronto como entres aquí? Sabemos la verdad, pero queremos escucharla de tu boca y, te lo repito, si no colaboras no podremos ayudarte.»
Al cabo de unos minutos otro tipo, Amir, entró en el cuarto. Me miró y dijo: «Deja de mentir, estás ocultando algo y lo sabemos. Tienes malas amistades y tus relaciones con ellos te vinculan a sus actividades. No te tengo confianza y por eso no vas a entrar nunca en Israel.»
Una vez que se fue, ya a solas con Samy, empecé a llorar, a llorar como una niña y le dije que quería que se acabase aquel interrogatorio y khalas. Envíeme a Jordania, no sé lo que busca y no tengo nada que ver con lo que piensa. Samy se sentó a mi lado y me dijo suavemente: «Eres buena, una mujer fuerte. Veo que tuviste una buena educación. No te equivoques, tienes la oportunidad de decir la verdad. Vamos a ayudarte: dame los otros tres nombres que sabemos que sabes y no llores más. ¿Por qué estás tan nerviosa? ¿Por qué es eso tan importante para ti? No lo entiendo y, si no entiendo, no puedo pensar de ti más que lo que ya pensaba y no te dejaré entrar (en Israel) si no lo sé todo, porque seré yo el responsable si te haces estallar en Tel Aviv.»
El interrogatorio continuó, hizo fotocopias de todas las fotos que tenía y empezó a escribir el nombre de cada una de ellas, mirando en su computadora. Encontró otra foto de alguien que, según él, era un terrorista y dijo: «Nadia, puede que tengas las manos limpias, pero si uno mete las manos en agua sucia, con el tiempo las manos se ensucian y las tuyas ya están negras.»
Para resumir, me dijo: «Lo tienes muy difícil, tu situación aquí no es nada buena, tienes lazos estrechos aquí con actividades malas y como este mundo ya no está seguro a causa de los musulmanes (acuérdate, Nadia, de cómo es el mundo desde el 11 de septiembre debido a los musulmanes), representas un gran riesgo para la seguridad del pueblo israelí y de todos los que visitan este país. Israel es una democracia, una de las mejores del mundo, no como los países árabes, y nosotros trabajamos mucho para impedir cualquier actividad terrorista aquí, y tú no nos ayudas en nuestra misión.»
Antes de dejarme, dijo: «Mi equipo va a decidir ahora qué vamos a hacer contigo, pero no creo que puedas entrar otra vez aquí, eres un riesgo para ti misma y para los demás y puedes hacer lo que quieras, puedes ir a los tribunales, por ejemplo. Si lo haces, será para mí un placer ir allí personalmente y asegurarme de que nunca entres aquí otra vez.»
Todo el interrogatorio duró desde las 7:20 a las 16:15.
El cónsul de Chile me esperaba al pie de las escaleras, pude hablar con él y salir, acompañada por una mujer de la seguridad, a fumar un cigarrillo. No volví a ver a Samy, él no regresó para comunicarme el resultado de su reunión, pero incluso desde antes del final del interrogatorio los de la seguridad le habían dicho al cónsul que no me permitirían entrar en Israel.
Me pidieron que regresara a la sala de revisión, registraron todo mi equipaje de nuevo, y a mí también, y me embarcaron en un avión para Amán a las 19 horas.
Quiero terminar diciendo que, ayer, aguanté todo lo que pude, no creo que nadie esté preparado para enfrentarse a algo así, desde luego yo no, porque no estoy acostumbrada a que me traten de terrorista. Lo lamento por todas las personas relacionadas conmigo; ahora tienen sus nombres y sus números de teléfono, pueden controlarlos por mi culpa. Me siento como la peor colaboradora del mundo y ahora la vida de los demás será incluso más dura de lo que ya era.
No sé en qué momento todo se volvió tan sucio. Durante los 8 meses que pasé en Palestina, sólo hice algunas traducciones, conocí a personas, tomé café con ellas, aprendí algunas cosas de la vida en Palestina sin juzgar a nadie. Nunca lamentaré tener amigos tan maravillosos, en particular ese muchacho que, para los israelíes, es uno de los más peligrosos de Cisjordania, pero quiero asegurarme de que ni él ni los demás tengan problemas por mi causa. Quiero mantenerme al margen, no quiero colaborar para perpetuar la injusticia a la que se enfrentan desde que nacen por la única razón de ser palestinos.
Salam a todos,
Nadia
P.S. al día siguiente:
Ya no tengo miedo. Sé que ayer jugaron conmigo, querían destruirme pero nunca lo conseguirán, yo no soy la más débil en este juego infernal, sino ellos.
Hace unos meses me esforcé por lograr el apoyo del gobierno chileno y lo logré. El gobierno chileno emitió una protesta muy firme contra mi anterior deportación. Logré el apoyo de más de 50 diputados chilenos que se comprometieron personalmente a apoyarme. Pasé un mes en Chile, asistí a algunas reuniones, incluso en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y después de todo eso, el Ministerio de la Relaciones Exteriores israelí me dio una carta en la que se decía que ya no prohibían mi entrada en Israel.
Por una parte, querían organizar todo este circo para humillarme y torturarme y, por la otra, para poder pretender que estoy vinculada a terroristas y que ésa es la razón por la que siempre me han negado la entrada, con vistas a responder en el plano político y diplomático. Quieren utilizar esa estratagema para reparar los daños que le he infligido a su política exterior, por lo menos en sus relaciones con Chile. Me habían enviado esa carta para hacerme creer que mis esfuerzos habían tenido sus frutos. Al mismo tiempo, prepararon un equipo especial para que me diera un tratamiento «especial». Es evidente que, para ello, recibieron instrucciones de las autoridades políticas de más alto nivel. Es un crimen. Para justificarlo, inventan historias sobre las personas. Ni siquiera sé de qué están acusadas esas personas. Que una las conozca o no, de todos modos, no tiene importancia. Pueden ser acusadas de cualquier cosa, pero ¿quién dice que son culpables? ¿Qué tribunal va a demostrar su culpabilidad? ¿Una corte marcial israelí? ¡Que se vayan al diablo! Hay más de 700 000 palestinos en prisiones israelíes. ¿Cuántos de ellos han sido declarados culpables de cualquier crimen o delito, incluso si las acusaciones se basaban en ordenanzas militares peores que las que había en el sistema del apartheid en Sudáfrica? Son ellos quienes deben responder ante los tribunales. ¡Son culpables!
Este testimonio también está en Tlaxcala en las siguientes lenguas:
Inglés: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=2573&lg=en
Francés: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=2587&lg=fr
Italiano: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?lg=it&reference=2594
Portugués: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=2617&lg=po
Alemán: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=2612&lg=de
Hebreo: http://azls.blogspot.com/2007/05/12-heures-en-palestine-vous-ntes-pas.html
Sueco: http://tlaxcala.es/pp.asp?reference=2643&lg=sv
Árabe: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=2645&lg=ar
Nadia Hasan es miembro de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala.