El pasado 30 de noviembre las revistas digitales +972 Magazine, editada por periodistas israelíes y palestinos, y Local call, publicada originalmente en hebreo, publicaron los resultados de una investigación realizada por ambas bajo el título de “Una fábrica de asesinatos: en el interior del calculado bombardeo israelí de Gaza”. El reportaje, apoyado, entre otras fuentes, en las declaraciones de siete miembros actuales y pasados de los servicios de Inteligencia de Israel (incluido personal de la inteligencia militar y de la aviación israelí implicados en las operaciones en Gaza), apuntala lo que cualquier observador de buena fe no podría dejar de concluir: que el diseño los bombardeos israelíes desde el 7 de octubre pasado no sólo se ha despreocupado de generar miles de víctimas civiles, sino que también ha buscado ese resultado.
Según los testimonios citados, que por razones obvias exigen el anonimato, los grandes edificios, de carácter residencial o pertenecientes a infraestructuras públicas que hemos visto desmoronarse bajo las bombas israelíes en los últimos meses reciben el nombre de “objetivos potentes” o “objetivos simbólicos”, y su destrucción tiene el fin de “crear un shock” que, entre otras cosas, llevaría a los civiles de Gaza a ejercer presión sobre Hamás.
Afirman algunas fuentes del reportaje que el ejército israelí cuenta, con la ayuda de la inteligencia artificial, con cálculos realizados previamente que establecen el número de civiles que podrían resultar muertos tras un ataque a cada objetivo potencial, y poco antes de llevar a cabo cada ataque sabe aproximadamente cuantos morirán con seguridad. «Nada sucede por azar –señala uno de los informantes; cuando una niña de tres años muere en un edificio de Gaza es porque el Ejército ha decidido que no es un drama que muera, que era un precio que valía la pena pagar para alcanzar otro objetivo. Nosotros no somos Hamas. No se trata de cohetes tirados al azar. Todo es intencionado. Sabemos exactamente cuantos daños colaterales hay en cada casa”. “Me acuerdo de haber pensado –añade otro testimonio- que es como si [los militantes palestinos] bombardearan todas las residencias privadas de nuestras familias cuando volvemos [los soldados israelíes] a dormir el fin de semana”.
Una de las fuentes indicó que los oficiales israelíes habían recibido órdenes de matar a tantos miembros de Hamás como fuera posible, y en muchas ocasiones la localización de uno de ellos se hacía en base a una localización telefónica vaga, y que el bombardeo masivo se realizaba “para ahorrar tiempo”, en lugar de proceder a un trabajo de localización más preciso. Sin embargo, esta “pereza asesina” no es la principal causa de este tipo de actuaciones: ya en las campañas de bombardeos sobre Gaza de años anteriores, según el testimonio de un participante en ellas, “se nos pedía que encontráramos grandes edificios en los que media planta pudiera ser atribuida a Hamás. A veces se trataba de la oficina de un portavoz o del lugar de reunión de algunos militantes. Comprendí que este objetivo era una excusa que permitiera causar una gran destrucción”. O, en palabras de otra: “Nunca se atacará una torre en la que no haya algo que podamos calificar como objetivo militar, pero en la mayor parte de los casos, cuando se atacan `”objetivos simbólicos”, esta claro que el objetivo no tiene un valor militar que justifique reducir a escombros un edificio vacío en mitad de una ciudad con la ayuda de seis aviones y de toneladas de bombas”
La diferencia entre las campañas de bombardeos de años anteriores y esta es de número. Desde octubre de 2023 han sido asesinadas 312 familias de 10 miembros o más, una cifra 15 veces superior a la de 2014, hasta ahora la campaña más mortífera de las precedentes. A ellas hay que añadir 189 familias que han perdido entre tres y nueve personas y 549 que han perdido entre dos y cinco. Finalmente, en los cinco primeros días de bombardeos, la mitad de los objetivos bombardeados, 1329 de 2687, eran “objetivos simbólicos”.
Cifras. En un artículo reciente Santiago Alba Rico señalaba el engañoso poder de las cifras que racionalmente deberían resultar más escalofriantes: “la violencia terrestre produce víctimas; la violencia aérea produce cifras. Nos horrorizan las víctimas, por pocas que sean, porque tienen rostro y nombre; nos fascinan las cifras, que se multiplican por sí mismas y piden más y más levadura. La hasbará [propaganda] sionista no juega solo con palabras. Sabe que sus bombardeos son inocentes porque matan a más gente; y son inocentes porque llevan la marca tecnológica de la cólera celeste”.
Si a usted, lector, le anestesian las cifras, le recomiendo que vea el video del asesinato el 29 de noviembre de dos niños palestinos de 9 y 15 años junto al campamento de refugiados de Jenin, en Cisjordania (durante la tregua en Gaza) por francotiradores israelíes (puede verse en el sitio en internet de la Cadena Ser, o con mejor calidad en el de Al-Jazeera en árabe). Es duro, pero creo que necesario. No obstante, si su sensibilidad no se lo permite, le diré que Adam al-Gul, de 9 años, fue alcanzado por la espalda cuando corría. Cayó a plomó e inanimado, y cuando un compañero lo arrastró detrás de un coche, dejó un reguero de sangre. Basel Abu-l- Wafa, de 15 años, fue alcanzado una primera vez, y después, al parecer, otra cuando estaba en el suelo (puede verse con claridad en Al-Jazeera el impacto de otros disparos en el suelo que pretendían rematarlo). Durante unos segundos, movió las manos y la cabeza, sin poder levantar los codos ni el pecho del suelo, como una marioneta que hubiera sido lastrada irremediablamente.
Esto, bombardeos masivos erróneamente llamados indiscriminados y asesinatos selectivos también de niños, forma parte de lo que, ante la petición del secretario general de la ONU a su Consejo de Seguridad para que exija un alto el fuego, el ministro de Exteriores israelí ha declarado que “es necesario para preservar la paz mundial”, y de lo que el representante de EEUU ante la ONU, Robert Wood, ha afirmado que evitará “sembrar las semillas de la próxima guerra”. Claro que ellos lo llaman “acabar con Hamás”.
La “doctrina del shock” israelí fue inaugurada en marzo de 1948, dos meses antes del comienzo de la primera guerra israelo-árabe, aunque se prolongara durante ella, con las masacres de civiles que provocarían el éxodo de más de 600.000 palestinos (muchos de los cuales se refugiaron en Gaza), y se actualizó con la bautizada oficialmente a partir de entonces como “doctrina Dahiyya”, en base a la cual la aviación israelí bombardeó masivamente en 2006 los barrios civiles chiitas de Beirut, en los que no se encontraban los combatentes de Hizbollah, como luego haría en Gaza en diversas ocasiones. De la misma manera, el recurso a los disparos de francotiradores sobre civiles tiene una larga historia: sin remontarnos más atrás, en un año y medio a partir de marzo de 2018 lo mataron a 223 palestinos e hirieron a más de 8000, según cifras de la organización israelí pro derechos humanos Btselem, durante las “marchas del retorno”, en las que miles de gazatíes desarmados se desplazaban hacia la valla divisoria entre Gaza e Israel, en una iniciativa pacífica para poner en evidencia la realidad de la situación.
De todo esto, y mucho más, considera Esteban González Pons a Hamas el inequívoco y único responsable, al parecer, y por ello ha reprobado a Pedro Sánchez que dijera que “tenía serias dudas de que Israel estuviera cumpliendo con el derecho internacional humanitario”, y que la matanza de civiles en Gaza era “insoportable” e “inaceptable, aunque a él, a González Pons, “el alma se le rompe contemplando tanto dolor”.
Javier Barreda Sureda, arabista y profesor en la Universidad de Alicante.
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