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¿No están avergonzados?

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis

El automóvil se detuvo por un momento. ¿Una señora mayor asomó su cabeza por la ventanilla y gritó; » ¿No se avergüenzan de ustedes mismos? ¡Hoy es Día del Holocausto, y ustedes se están manifestando por los árabes!»

La causa de su enojo era un gran grupo de manifestantes frente al Ministerio de Defensa en Tel-Aviv, el jueves pasado, día Oficial Conmemorativo del Holocausto en Israel. Muchas cosas pasaron ese día.

Miles de israelíes volaron a Polonia, para tomar parte en la anual «Marcha de la Vida» entre los dos campos de la muerte cuyos nombres inspiran miedo: Auschwitz y Birkenau.

En Auschwitz, una ceremonia oficial tuvo lugar. Ariel Sharon hizo un discurso político para promocionar su agenda política. Recordó a los israelíes cómo el mundo permaneció callado durante el Holocausto, y afirmó que, también, ahora no debemos confiar en el mundo. Ellie Wiesel, el inevitable devoto del Holocausto con su inevitable expresión torturada, pronunció su inevitable discurso. Para los invitados de honor, los lugares de honor fueron reservados, según el rango, en las primeras filas de las sillas de plástico blancas.

Fue otra ceremonia oficial, como muchas de las centenares de otras ceremonias oficiales celebradas para algún propósito y por algún u otro objetivo, una ocasión para que los políticos puedan proferir sus perogrulladas. El contenido real, el abrazo del mundo a la lección humana del Holocausto, se perdió entre las ceremonias y las palabras.

Al mismo tiempo, otro grupo de 7000 israelíes salió para Moscú. No para celebrar la victoria sobre los nazis hace 60 años, en la que el Ejército Rojo jugó un importante papel, ni para agradecer a lo veteranos haber liberado los campos de la muerte y acabar con el exterminio. No, iban acompañando a un equipo de baloncesto.

Israel es una potencia global del baloncesto. Las victorias de sus equipos en el extranjero llenan de orgullo nacional al israelí medio. El partido de Moscú era muy importante, y mientras duró, la vida en este país vino casi a pararse. Todos estábamos siguiendo el partido en la Televisión Estatal.

¿Es la preocupación por el baloncesto, de entre todos los día, apropiada en el Día del Holocausto? A primera vista, no. El Holocausto fue el hecho definitorio en la historia judía del último siglo, y quizás de todos los tiempos. Fue una advertencia a toda la humanidad. ¿Es apropiado estar ocupado con un acaecimiento deportivo en un día semejante?

Mi respuesta es sí. No soy muy entusiasta de los deportes. Pero el deporte, también, simboliza el hecho de que los judíos han sobrevivido al Holocausto, que la vida judía está creciendo en muchos por todo el mundo. Adolf Hitler juró erradicar «la Judería del Mundo» de una vez por todas, junto a las «Hordas Asiáticas» de Rusia. Y aquí, 60 años después de su sórdido fin en el Búnker de Berlín, los deportistas israelíes compiten en Moscú. Uno puede estar contento de eso.

En ese mismo momento, la manifestación espontánea delante del Ministerio de Defensa en Tel-Aviv estaba teniendo lugar. Su propósito era protestar por la matanza de dos muchachos palestinos, de 14 y 15 años de edad, en el pueblo de Beit Likiya, durante una manifestación contra el Muro.

Beit Likiya está algunos kilómetros al sur de Bil’in, el lugar de la gran manifestación de la que informé la semana pasada. Las circunstancias son similares: la tierra de Beit Likiya también es robada por el Muro. Las excavadoras trabajan desde la mañana a la noche y su traqueteo, más bien parece como el tableteo de estallidos continuos de una pesada ametralladora, que resuena alrededor de todos los pueblos de la vecindad.

Los lugareños saben que más allá de este Muro, en su tierra, en su medio de vida durante muchas generaciones, se construirán nuevos barrios del asentamiento cercano. Como los lugareños de Bil’in, protestan todos los días. Los hombres, las mujeres y los niños marchan hacia los soldados armados, con atronadores altavoces, tendiéndose en el suelo, encadenándose a sus olivos, y a veces los jovenzuelos del pueblo tiran piedras y son ahuyentados brutalmente por los soldados.

Cuando los judíos israelíes toman parte en las manifestaciones, los soldados generalmente usan gases lacrimógenos, granadas aturdidoras, balas de acero revestidas de caucho, y, ahora también, balas de sal. Cuando no hay ningún judío alrededor, también pueden usar munición real.

Esta vez, un grupo de soldados estaba de pie y frente a los muchachos del pueblo que tiraron piedras. Nadie fue herido de gravedad. La vida de nadie estaba en peligro. Pero el comandante, un teniente, disparó ráfagas de munición real. Dos chicos fueron muertos.

Uno de los muchachos sólo estaba herido en el muslo. La herida probablemente no era mortal, pero el muchacho fue dejado desangrar hasta morir. El ejército no lo trató, como habría tratado a un soldado herido. Parece ser que una ambulancia del pueblo no pudo acercarse.

En unas horas, los activistas por la paz israelíes montaron una protesta. La convocatoria fue transmitida boca a boca, por teléfono y por e-mail. Aproximadamente 250 hombres y mujeres se reunieron ante el Ministerio de Defensa, muchas personas jóvenes, algún mayor, entre ellos algunos de la generación del Holocausto. Varios de los conductores que usan esta arteria central de Tel-Aviv levantaron sus dedos pulgares o hicieron sonar el claxon en apoyo. Otros la desaprobaron, como la mujer que gritó.

¿Cómo puede uno manifestarse por los árabes, sobre todo en el Día del Holocausto?

Bien, es una buena pregunta. Y hay una respuesta buena.

La respuesta expresa una de las lecciones que debe deducirse del Holocausto, una lección que debe levantarse como un estandarte en el Día del Holocausto:

Que las personas decentes deben venir en ayuda de una minoría perseguida.

Que la lealtad a su país no justifica estar de acuerdo con la ocupación de otro país y con la opresión de otro pueblo.

Que no debes aceptar una ideología que te dice que perteneces a una nación dominante, a una raza superior, a un pueblo escogido; – y que los otros pueblos son inferiores y subhumanos.

El uso de fuerza letal sobre manifestantes palestinos, incluso cuando ellos tiran piedras, expresa un desprecio abismal por la vida de los no-judíos. Ese mismo oficial no habría disparado a manifestantes judíos en circunstancias similares. Tal pensamiento no habría pasado siquiera por su mente. Pero los palestinos, y los árabes, generalmente no son considerados plenamente seres humanos.

Abrir fuego con munición real sobre muchachos de 14 y 15 años de edad muestra una mentalidad racista profundamente arraigada. La edad de los muchachos estaba clara para el oficial que les disparó. Ellos no podrían haber «puesto en peligro su vida», como el afirma, de no haber estado completamente cerca. Él, ciertamente, habría encontrado otras maneras de ahuyentarlos ciertamente si hubieran sido los hijos de judíos ortodoxos o de colonos.

La protección de los niños es un instinto humano profundo. Una persona debe ser un racista montado sobre el odio, o tener una mente retorcida, para que este instinto sea anulado, independientemente del origen de los muchachos.

No hay ningún día más apropiado para protestar contra semejante acto, y las actitudes mentales que acechan detrás del mismo, que el Día del Holocausto.

Esa mañana, el periódico Haaretz se presentó a sus lectores con un buen regalo bueno: cada periódico se adjuntaba con una gran bandera nacional. Una mujer tomó esta bandera, pintó una mancha sanguina en ella y la sostuvo en alto a lo largo de la manifestación.

¿Debe estar ella avergonzada? Al contrario. Yo pienso que ella expresó el espíritu de Día del Holocausto mejor que cualquier otra persona en Israel o en la ceremonia de Auschwitz.