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La solitaria: la primera mujer judía en Israel en detención administrativa – por sospechas de haber participado en una actividad terrorista

«No quiero una libertad que es posible a costa de otros»

Fuentes: Ha’aretz

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

La ciudad de Kiryat Gat no quiere tener nada que ver con Tali Fahima, la primera mujer judía en Israel que ha sido colocada en detención administrativa – por sospechas de haber participado en una actividad terrorista. ¿Qué hizo que esta joven, derechista de toda la vida, se haya identificado con militantes en Cisjordania?

Tarde por la mañana, Kiryat Gat no quiere saber nada de Tali Fahima. Es lunes, los periódicos se encuentran en los cafés de la ciudad, y los residentes locales no dejan duda alguna de su opinión sobre Fahima, cuya fotografía es destacada en los diarios. No la perdonan, ni siquiera en su ciudad natal, después de que el servicio de seguridad Shin Bet dijo que Tali Fahima de Kiryat Gat constituye un peligro actual e inmediato para la seguridad del Estado de Israel.

La mujer que es acusada (aunque no ha sido inculpada formalmente) de planificar un ataque terrorista en un lugar concurrido y de intentar de pasar de contrabando una bomba a Israel es una «traidora», una «puta de los árabes», «una izquierdista de las peores». La gente del lugar no llega a comprender cómo la ciudad puede haber producido algo semejante: en su vecindario es considerada como terrorista y su familia está marcada. La publicidad en los medios que su familia sufrió al comienzo del asunto sólo aumentó la hostilidad en su contra. Su nombre está en los labios de todo el mundo, dicen que «la espía» salió de la familia Fahima, que vive en la calle Eliyahu Hanavi (Profeta Elías). Un enemigo interior.

En las pasadas semanas, Dikla, la hermana menor de Tali Fahima, recibió llamadas telefónicas amenazando su vida. La policía de Kiryat Gat investigó de inmediato. Según Gabi Dadon, jefe de policía de la ciudad, el caso fue considerado con la debida seriedad, «con participación de los servicios de seguridad».

Hay una nota fría en la brisa que circula por el antiguo centro comercial – se acerca el invierno. En un par de meses los terrenos alrededor de Kiryat Gat se cubrirán de un verde exuberante, mientras el bastión del Likud sigue lleno de barro. Los datos de la municipalidad muestran que un tercio de los 52.000 residentes de la ciudad son conocidos en la oficina de asistencia social. En el quiosco frente a la estación central de autobuses de la ciudad, Liron Duani se detiene a conversar con una amiga, una estudiante del Ahva College, que gana dinero para sus estudios trabajando a tiempo parcial en el quiosco. «Esa Fahima, es una fulana para árabes», murmura, con la cara alterada por la furia. «¡Bah! ¡Asquerosa!»

Liron Duani conoce a Tali. «Estoy en la clase de su hermana Dikla. ¿Ya hablaste con ella?» pregunta. «¿Y qué dice la madre de Tali?» Mira el periódico y Fahima le devuelve la mirada, sus ojos negros muy abiertos tras gafas de gruesas monturas. «Se ve mal», dice Ouani. «Su madre es argelina, ella es árabe, también. ¿Sabes dónde vive? Al otro lado de Chabad yeshiva. Das la vuelta a la izquierda en la próxima plaza, luego a la derecha y a la izquierda y de nuevo a la izquierda, y llegaste».

De vuelta a Kiryat Gat

Tali Fahima, de 28 años, la primera mujer judía que haya sido puesta en detención administrativa (arresto sin juicio) – por presunta participación en la actividad terrorista palestina – creció en la calle Eliyahu Hanavi en esta ciudad encaramada sobre el borde del desierto Négev. Hizo contacto con un palestino buscado, Zakaria Zubeidi, jefe de la Brigada de los Mártires de Al-Aqsa en Yenín, y le ofreció actuar como «escudo humano» para protegerlo de las fuerzas de seguridad israelíes. Provenía de este vecindario de casas grises, rectangulares, monótonas. Fue a la escuela del barrio, hizo su servicio militar y a los 23 años se mudó a Tel Aviv.

Trabajó como secretaria en la oficina de un abogado, pero fue recientemente despedida por su actividad política. Los problemas financieros resultantes la obligaron a dejar su apartamento y a mudarse a la casa de su madre en Kiryat Gat. Desde allí, dice su abogada, Smadar Ben-Natan, fue a Yenín, al norte de Cisjordania, una quincena, y al abandonar la ciudad, fue arrestada por primera vez. Entonces declaró que los interrogatorios del Shin Bet no la hicieron abandonar su verdad. «Al descubrir que mi libertad existe a costa de los palestinos en Yenín, no la pude aceptar», dijo Fahima. «No quiero una libertad que es posible a costa de otros».

Después de seis días de detención, fue puesta en arresto domiciliario durante cuatro días. Sintió que la perseguían. El encarcelamiento, declaró, fue un intento de «desbaratar» su actividad, pero: «Creo en la justicia de lo que hago. Éste es un país democrático – mientras no le haga daño a nadie, puedo hacer lo que quiera». El 9 de agosto fue arrestada de nuevo.

Un olor acre de alcantarilla sube cerca de uno de los jardines más modestos entre los edificios en el terreno de juego de su infancia. Sus padres se divorciaron cuando era pequeña; su padre, Shimon Fahima, sigue viviendo en el número seis. El teléfono de su casa suena. Esther Fahima, la abuela de Tali, levanta el auricular y con voz ronca lanza un claro mensaje – «Shimon no quiere hablar. No queremos hablar. No vuelva a llamar» – y cuelga. En una entrevista que el padre de Fahima dio justo antes de que se publicara la historia expresó su cólera contra los residentes de la ciudad, que considera que han traicionado a él y a su hija. «No estoy enojado con Tali – ¿por qué lo iba a estar?» dijo. «Fue a ayudar a los niños y por ningún otro motivo. Lo que sienta la gente en Kiryat Gat no me interesa, Tali hace sólo lo que piensa que debe hacer. Cada cual tiene sus opiniones – ¿y ella es la única excepción? No estoy molesto.»

A medida que el lío se intensificaba, Fahima decidió guardar silencio. Bajo su ventana un grupo de niños hared (ultra-ortodoxos) cruza la calle. Hay unas pocas yeshivas y otras escuelas religiosas en el vecindario, así como un negocio que vende objetos rituales y libros sagrados. Los estudiantes caminan en silencio y entran a Chabad yeshiva, sobre los muros hay una gran inscripción en negro, el equivalente en hebreo de «Queremos el Mesías ahora»,

Al comenzar la semana, los noticiarios dedicaron mucho tiempo a la historia de Tali Fahima – «la mujer israelí sospechada de planificar un ataque terrorista en Israel» y que está colocada en detención administrativa por cuatro meses, después de una orden firmada por el ministro de defensa, Shaul Mofaz. El uso de la detención administrativa contra judíos es algo raro. Los casos más recientes fueron dos activistas de extrema derecha del asentamiento judío en Hebrón, Baruch Marzel y Noam Federman. La esperanza de la familia de que Tali sería liberada después de una detención de un mes fue truncada.

Evidencia secreta

En las últimas semanas, Fahima fue presentada al tribunal cinco veces para decretar su prisión preventiva. En cada ocasión, su madre, Sara Lahiani, viajó al tribunal en Tel Aviv. Conteniendo su tristeza, contempló como su hija era presentada al Tribunal del Distrito, con esposas en las manos y cadenas en las piernas, y como los jueces aceptaban una y otra vez la opinión del establishment de la defensa y encontraban información concreta para mantener a su hija tras las barras. El martes volvió a casa sintiéndose derrotada, y ni un solo vecino se acercó para ofrecerle su apoyo moral o para tratar de reanimarla. «Se me ha impuesto una situación y tengo que hacerle frente», dice Lahiani. «La gente no me asusta, no quieren acercarse. Pero, hay algunos que me dan la mano, siento que apoyan mi lucha como madre, no más que eso».

Según el Shin Bet, Fahima forjó vínculos con Zubeidi con la intención de perpetrar un ataque terrorista en Israel. También se la sospecha de ayudar al enemigo en tiempos de guerra, de conspirar para cometer un crimen, de estar en posesión de material de combate y de violar órdenes expedidas por el jefe del Comando Central que prohíbe a israelíes la entrada al Área A (bajo control palestino), En una de las audiencias probatorias el Shin Bet organizó una confrontación entre Fahima y el palestino que realizó el ataque en el punto de control Qalandiyah el 11 de agosto. El material secreto puede haber persuadido a los jueces a mantener la detención de Fahima, pero los funcionarios de la seguridad decidieron que no querían presentar una acusación y permitir que el tribunal examinara la evidencia que poseen. Su razón declarada: no quieren revelar sus fuentes de inteligencia. Lo que no impidió que el ministro de defensa Mofaz afirmara en una entrevista a la Radio del Ejército, que está «familiarizado con todos sus hechos y hazañas; estuvo implicada y participó en la planificación de un ataque terrorista en Israel».

Tali Fahima fue el principal tema de conversación en Kiryat Gat esta semana, pero la portavoz de la municipalidad, Ariela Salomon, insiste en que no hay conexión entre Fahima y la ciudad y agrega que le sorprende oír que los padres de Fahima sigan viviendo en Kiryat Gat. «No pertenece a este lugar, no sabemos nada de ella», dijo la portavoz sin disfrazar su desdén. Sugirió que un reportero de uno de los periódicos locales del sur, que vive en Kiryat Gat, «podría saber algo».

Rami Ohayon, de 37 años, residente en la ciudad y que durante los últimos 11 años ha sido reportero del semanario local Kan Darom, no puede recordar un caso parecido. A pesar de su experiencia periodística y su contacto diario con los habitantes de la ciudad, lo sorprendió su reacción. Los residentes se negaron a hablar con él, porque «tenían miedo de que el estigma los alcanzara, explica. Como la portavoz, amigos y parientes de Fahima también prefieren no pensar en Fahima, distanciarla de la ciudad en la medida de lo posible. «No pude hablar con una sola amiga de ella, y vivo aquí, conozco a la gente», dice Ohayon, todavía sorprendido ante la reacción. «Cada vez que menciono el nombre de Tali Fahima, la gente me dice que les da vergüenza haber tenido una amiga semejante. Simplemente se dan vuelta y dicen que no quieren hablar del tema. Incluso los que la conocen me dijeron que no la conocen. Todos conocen a Ninette Taib [ganadora del concurso de canto «Nace una Estrella» del Canal 2] que es de aquí, pero nadie conoce a Fahima. Hablé con un personaje público muy conocido que está relacionado con la familia Fahima y simplemente me rogó que no lo conectara con Tali en mis artículos.»

También para Ohayon, Tali Fahima sigue siendo un misterio. «Era una chica normal, como todas las demás», dice. «No sé cómo llegó a eso, porque creció en la casa de partidarios acérrimos del Likud. No comprendo cómo ocurrió, porque sucedió, porque creció en un vecindario necesitado, no en Sheinkin [una calle moderna de Tel Aviv]. No comprendo como una chica de Kiryat Gat haya llegado a una cultura de izquierda. En todo caso, estoy seguro de que inflaron todo el asunto. No puedo ver a una muchacha así involucrada en las cosas que le atribuyen. No tiene sentido».

El asalto mediático

Cuatro horas después de abandonar el tribunal en Tel Aviv, Sara Lahiani sigue consternada. De modo bastante ingenuo, declaró que luchará hasta el fin por su hija, que luchará contra quien sea, incluyendo al Shin Bet, la policía y los tribunales. Pero todo está en su contra: acomete contra molinos de viento. Después de un prolongado período en el que se negó a hablar con los medios, Lahiani saltó a la escena y solicitó al abogado Smadar Bar-Natan que diera su número de teléfono móvil a todo el que lo solicite. Después de dos boletines noticiosos en la radio sobre la detención administrativa, su teléfono no dejó de sonar. El asalto mediático ha comenzado.

Lahiani ha ido de un reportero al otro. Está agotada, pero continúa obstinadamente. Está en el centro de la vorágine. Como mujer que sabe una o dos cosas sobre las dificultades de la vida, oculta su corazón quebrantado tras cada frase que comienza con «Mi Tali».

«Mi Tali tuvo una infancia normal», dice. «Aunque yo era una madre sin pareja y tenía que ocuparme de todo – educar, trabajar y ofrecer amor – no le faltó nada. Hubo casos en nuestro vecindario en los que dos padres no lograban dar a sus niños el amor que yo le di a Tali.»

Los rizos negros como el azabache de Sara Lahiani ocultan a veces parte de su cara. No ha hablado con su hija durante un mes, y trata de mostrar fortaleza. «La gente en la ciudad me conoce y no le es agradable acercarse. Piensa que lo que dicen los periódicos sobre Tali es verdad», dice. «Nadie la ve como una activista de la paz. Es verdad que no aceptan la idea de hablar con árabes, especialmente en el sur – aquí no es como en Tel Aviv, sabe. Aquí no lo toman de la misma manera, y la gente objeta a su persona».

Lahiani mantiene control incluso cuando oye que algunos de sus vecinos afirman que no conocen a su hija. Ya nada la sorprende. Al principio la acosaban después de que se conoció la historia de Tali, «pero yo no quiero hablar mucho de eso», dice. «Hubo periodistas que escribieron que la gente tiraba basura delante de la entrada de nuestra casa. Es una exageración. Hubo acoso, pero ya pasó».

Lahiani nació en 1956 en Argel, e inmigró a Israel con su familia a los dos años. La familia fue enviada inmediatamente a Kiryat Gat. Su padre trabajó para el Fondo Nacional Judío, su madre era ama de casa. En los primeros años la familia continuó manteniendo un modo de vida religioso y los niños asistieron a escuelas religiosas. Unos pocos años más tarde los transfirieron a escuelas laicas.

Abandonados por la familia

Sara Lahiani se casó con Shimon Fahima cuando tenía 17 años y por ello no fue al servicio militar. «Fue un caso excepcional en la familia, porque todos se casaban muy tarde, pero yo, la más joven, fui una de las primeras en casarse», señala. «Tal vez la razón fue mi papá había muerto, que éramos una familia muy unida, y que necesitaba crear mi propio rincón.

Actualmente, la familia parece ser menos unida. Sólo tres de los siete hermanos y hermanas de Lahiani están de su parte. «Esos tres han estado conmigo todo el tiempo. No los he dado a conocer al público, pero no me han abandonado. El resto me abandonó por los puntos de vista de mi hija. Me dijeron que no la eduqué bien»,

Al divorciarse, a los 26 años, Lahiani tenía tres hijas. Para mantenerlas tomó todos los trabajos que podía encontrar – en casas, en la planta textil Batir como costurera, cinco años como guardia de seguridad, como cuidadora de ancianos. Hoy trabaja en el proyecto de familias monoparentales en la Autoridad de Parques Nacionales,

ayuda a mantener y mejorar el parque en Beit Guvrin, cerca de Kiryat Gat.

El televisor en la sala de estar de la familia jugó un papel muy dominante en la infancia de Tali. «Seguía todos los programas. Las noticias la preocupaban desde pequeña», dice su madre. «La segunda preocupación de su infancia fueron los animales. Recogía a animales abandonados – siempre teníamos un perro en la casa sólo por ella. Cada vez que atropellaban a nuestro perro – y sucedió varias veces – venía en un taxi a mi trabajo, con el perro envuelto en una toalla en los brazos. Lloraba y me preguntaba qué hacer, me pedía que ayudara al perro. Quería que le solucionara el problema».

Después de terminar la escuela primaria en Kiryat Gat, Tali Fahima asistió a un internado en el área de Netanya. Allí se unió a un grupo de danza que actuaba sobre todo con acompañamiento de jazz. Se enamoró de la nueva forma de música, y bailaba horas enteras siguiendo su ritmo. Abandonó el internado después de año y medio, y volvió a la escuela en Kiryat Gat. «Después de eso, su música cambió», recuerda Lahiani. «Comenzó a escuchar trance, como todos los chicos, y luego tuvo un período de música que me gustaba, música tranquila, como Julio Iglesias y música marroquí. Al crecer también le gustaba la música árabe, el oud y la percusión oriental».

No se afilió a ninguno de los movimientos juveniles locales. A menudo nadaba en la piscina de la ciudad. Pensó en abandonar la escuela, y termino apenas sus estudios bajo considerable presión de su madre. En el ejército sirvió como suboficial de «condiciones de servicio» en el Cuerpo Blindado, y su madre dice que cuidaba con devoción a sus soldados.

«Éste no es el contexto en el que quisiéramos aparecer en la prensa», dice la portavoz de la municipalidad. «Estamos tratando de presentar una imagen positiva de la ciudad, y ahí viene Tali Fahima y nos convierte en colaboracionistas, como si la culpa fuera de la ciudad.»

Los vecinos cercanos que conocieron a Tali como niña «saben que no podría hacerle daño a una mosca», dice su madre. «Pero los que piensan que los árabes son lo peor que hay, objetarán obviamente a su persona, y es su derecho. Respeto su opinión, no tengo quejas contra nadie. Es su derecho decir que no conocen a Tali. Mi hija no hizo nada malo, tiene su propia opinión y respeto esas opiniones, aunque no tengo que estar de acuerdo con ellas para nada. Yo soy una madre incondicional. Me es importante que ella salga de esto, es inocente, no hay nada de lo que la puedan acusar. ¿Qué piensan esos del Shin Bet, que la van a educar a los 28 años? Habla con palestinos de la misma manera que muchos israelíes – eso no la convierte en terrorista. Tengo la idea de que andan detrás de ella porque proviene de una población débil, de las comunidades orientales».

Pero Lahiani se equivoca: incluso los que conocieron a su hija como niña se niegan a defenderla. Dada Krispal no tiene una sola palabra buena que decir sobre la hija de su vecina. Pasé por ahí y entré al quiosco del vecindario, tan cerca de la casa de Lahiani que si levantaba la voz ella lo oiría. «La conocí cuando jugaba en el vecindario en sus bombachas», dice Krispal. «Su padre y yo somos amigos de infancia, tiene dos años más que yo. La gente que conozco se la comería viva si pudiera, y lo digo aunque su padre es un antiguo amigo mío. Cosas así son asquerosas, todos aquí están furiosos con ella. Es una ciudad pequeña, uno dice algo aquí y de inmediato lo oyen en el centro. Me siento con su padre casi cada tarde, pero no hablamos de Tali. Todos saben de la situación pero la gente no quiere enterrarla aún más».

Mientras Krispal busca más palabras, se ríe del traje que lleva Tali Fahima – a su juicio, se pone la misma ropa en cada audiencia probatoria. Lo encuentra divertido. «Era una muchacha solitaria, no tenía muchas amigas. Creo que le van a dar muchos años en prisión. No la van a perdonar – gente así no merece que se la perdone. As-que-ro-sa.»

Por los niños de Yenín

En entrevistas publicadas en el semanario de Tel Aviv Ha’ir (de Rona Kenan) y en el sitio en la red Nana (Oren Huberman), Tali Fahima describió la metamorfosis de conciencia que vivió hace dos años. Hasta entonces se encontraba al lado derecho del espectro político, y votó por Ariel Sharon en las últimas elecciones. «Me educaron para que creyera que los árabes eran algo que no debería estar aquí», relató. «Fui de derechas toda la vida, desde la infancia me educaron para que odiara a los árabes y les tuviera miedo, para que pensara que la ocupación es justa. Mi desilusión comenzó incluso antes de las elecciones, pero voté por el Likud porque tenía residuos primitivos de miedo de ataques terroristas, porque sabía que Sharon era un hombre de guerra.»

Fahima no pertenece a ninguna organización de izquierda y no abraza una doctrina ideológica sistemática. Es una activista de otro tipo, solitaria, sin raíces políticas. Incluso después de que se unió a la izquierda, conceptualmente, siguió al margen de la actividad, buscando su camino. Su curiosidad obsesiva por llegar a conocer «el otro lado» en el conflicto árabe-israelí la llevó a navegar durante horas en los sitios árabes en Internet. Además de relaciones virtuales en foros de chateo, Fahima intercambió números de teléfono con navegantes de estados árabes y comenzó a tener conversaciones telefónicas regulares con algunos de ellos.

La cantidad de llamados telefónicos que hizo a países árabes era tan extraordinaria que en un momento, dice, fue convocada a una comisaría, donde la confrontó un agente del Shin Bet. «Me interrogó brevemente y me preguntó por qué hablaba con tantos árabes y si pertenecía a algún grupo. Le dije que no y lo dejó ahí». Las conversaciones telefónicas, sin embargo, no le bastaron. El sueño que alimentaba en su corazón era grandioso. Inspirada por la cinta documental de Juliano Mar «Los niños de Arna», sobre un proyecto teatral para niños en el campo de refugiados de Yenín y el destino de los participantes, Fahima decidió establecer una iniciativa humanitaria en la ciudad. Pensó en una clase de informática para niños y con ese fin organizó el año pasado una velada de recolección de fondos en Jaffa.

Los problemas de Fahima comenzaron cuando se puso en contacto con Zakaria Zubeidi, que era buscado por las fuerzas de seguridad israelíes. «La verdad es que pensaba que era sólo un gángster más», dijo. «Hasta que leí un artículo sobre su triste historia, y cómo las IDF [ejército israelí] demolieron su casa y mataron a su madre». Hizo llegar su número de teléfono a Zubeidi a través del periodista que lo entrevistó. A su sorpresa, Zubeidi la llamó ese mismo día.

Durante cierto tiempo los dos mantuvieron un estrecho contacto telefónico, y luego Fahima preguntó si podía visitarlo en su casa. Fue a Yenín en septiembre pasado. Un emisario enviado por Zubeidi la recogió en el punto de control Jalma y la llevó al campo de refugiados de Yenín. Habló largo con Zubeidi y sus amigos, y pasó la noche en la casa de su familia.

Fahima llegó a los titulares después del fracaso de un intento israelí de asesinar a

Zubeidi, que la llevó a declarar que estaba dispuesta a servir como escudo humano para él – una declaración que fue extraordinaria incluso para la izquierda radical israelí. En una entrevista, no guardó en secreto su alta consideración por Zubeidi, quien, a su juicio, es un combatiente por la libertad y que había renunciado a todo para actuar por su pueblo. «Es imposible no admirarlo. No conozco toda Palestina y no sé si todos los que están allí merecen ser salvados. Pero este hombre sí que lo merece». Por otra parte, también declaró a un entrevistador que había mencionado a Zubeidi sus reservas sobre los atentados suicidas: «Le dije que enviar un atacante suicida es lo más cruel posible, tanto para las víctimas como para la persona que es enviada».

La abogada de Fahima, Smadar Ben-Natan, describe una situación kafkaesca. «Tenemos que arreglárnoslas con algo muy grande y vago», dice, «no con hechos claros y detalles sólidos. Lo único que nos dicen es que ‘Tali Fahima es una extremista y está decidida a lograr objetivos terroristas'».

En sus conversaciones, Fahima la ha impresionado por su determinación. Bar-Natan describe una personalidad impresionante, con un carácter excepcionalmente fuerte. «Muy poca gente podría haber resistido lo que ella ha sufrido. Ella se ha forjado un nombre y una imagen. Imagino que la veremos entrar a la esfera política en el futuro. Pero lo que es verdaderamente importante que se recuerde es que Tali es una prisionera política, aunque no creo que el establishment de la defensa esté tratando intencional y deliberadamente de silenciarla. El Shin Bet busca información, y hay quienes están dispuestos a darle lo que busca. El intento mismo de escogerla e incriminarla es político. Proviene de sus opiniones, no de actos que haya realizado en la práctica. Esa es la situación: nos estamos convirtiendo en un sitio en el que los oponentes al régimen son enviados a prisión».

El jueves pasado, Tali Fahima se reunió con su madre en la prisión de mujeres Neveh Tirza, por primera vez después de un mes durante el que se le impidió que hablara con su familia. «Fue excitante y aterrador», dice Lahiani, «excitante y aterrador». Las dos hablaron durante sólo media hora, y según Lahiani las condiciones de la visita y la actitud de las guardianas fue hostil y degradante. Su hija lloró durante toda la visita.

«Le conté que murió un amigo de infancia de ella», relata Lahiani. «La afectó mucho. Murió dos días después de su arresto, y ella se enojó por habérselo dicho. Lloró todo el tiempo, sin parar. Hice un esfuerzo por no llorar, porque no quería darle la impresión de que soy débil. Fue triste, porque yo no podía tocarla. ¿Cómo iba a hacerlo? Había una reja de barras entre nosotros, y detrás una mampara de plástico y de su lado, más barras. No pude siquiera sujetarle la mano, apenas podía verla – la mampara de plástico que debía ser transparente, estaba sucia y opaca. Me sentí más cerca de ella en las audiencias en el tribunal, aunque no nos dejaron acercarnos la una a la otra. Allí podíamos mirarnos a los ojos, allí la sentí.»

http://www.haaretz.com/hasen/spages/478009.html