Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
Resulta sorprendente que solo dos meses después del final del ataque haya empezado cautelosamente la reconstrucción de Gaza, bombardeada hasta hacerla retroceder a la Edad de Piedra según los objetivos explícitos de la doctrina militar israelí conocida como «Dahiya»*.
Según la ONU, se han destruido o dañado 100.000 viviendas lo que deja a 600.000 palestinos (casi uno de cada tres gazatíes) sin hogar o con una necesidad urgente de ayuda humanitaria.
Carreteras, escuelas y la planta de energía eléctrica que alimenta los sistemas de agua potable y de aguas residuales están en ruinas. Se aproxima el frío y húmedo invierno. La agencia de ayuda Oxfam advierte que al ritmo actual de trabajo podría costar 50 años reconstruir Gaza.
¿En qué otro lugar del mundo, aparte de los territorios palestinos, la comunidad internacional permanecería sin hacer nada mientras tantas personas sufren y no por un acto al azar de Dios sino deseado por otros seres humanos?
Como siempre, la razón de este retraso son las «necesidades de seguridad» de Israel. Gaza se puede reconstruir, pero solo siguiendo los precisas requisitos establecidos por los altos cargos israelíes.
Esto ya ha ocurrido otras veces. Hace doce años los buldózeres israelíes arrasaron el campo de refugiados de Jenin en Cisjordania en plena segunda Intifada. Israel acababa de perder la mayor cantidad de soldados en una sola batalla cuando el ejército luchaba en un laberinto de callejones estrechos. En unas escenas que impactaron al mundo Israel redujo a escombros cientos de viviendas.
Mientras los habitantes de Jenins estaban viviendo en tiendas de campaña, Israel insistía en los términos de la rehabilitación de este campo de refugiados. Tenían que desaparecer los callejones que habían ayudado a la resistencia palestina en sus emboscadas. En su lugar se construirían calles lo suficientemente anchas como para que pudieran patrullar los tanques israelíes.
En resumen, se sacrificaron tanto las necesidades humanitarias de los palestinos como su derecho contemplado por el derecho internacional a resistir a su opresor para satisfacer el deseo de Israel de hacer más eficiente la aplicación de su ocupación.
Resulta difícil no ver en términos similares el acuerdo alcanzado este mes en El Cairo para la reconstrucción de Gaza.
Los donantes han prometido 5.400 millones de dólares, aunque, basándonos en experiencias anteriores, gran parte de este dinero no se materializará. Además, la mitad se enviará inmediatamente a la distante Cisjordania para pagar las cada vez mayores deudas de la Autoridad Palestina. Nadie en la comunidad internacional parece haber sugerido que Israel, que ha vaciado tanto Gaza como Cisjordania de diferentes manera, se haga cargo de los gastos.
En general el acuerdo de El Cairo ha sido bien acogido, aunque solo se han precisado vagamente los términos en los que se reconstruirá Gaza. No obstante, algunas filtraciones de partes implicadas han revelado ciertos detalles.
Un analista israelí ha comparado la solución propuesta con transformar una cárcel tercermundista en una moderna prisión de supermáxima seguridad estadounidense. Su más civilizado aspecto exterior simplemente ocultará su verdadero propósito: no hacer que la vida para los presos palestinos sea mejor, sino ofrecer mayores condiciones de seguridad a los guardianes israelíes.
Se está utilizando la preocupación humanitaria para permitir a Israel hacer más eficiente un bloqueo que dura ya ocho años y que ha prohibido la entrada en Gaza de muchos artículo esenciales, incluidos los que se necesitaron para reconstruir Gaza tras los ataques anteriores.
El acuerdo confiere el control nominal de las fronteras de Gaza y la transferencia de los materiales de reconstrucción a la Autoridad Palestina y la ONU para evitar a Hamás y debilitarla. Pero Israel será quien lo supervise y tome las verdaderas decisiones. Por ejemplo, tendrá posibilidad de veto sobre quién suministra las enormes cantidades de cemento que se necesitan. Esto significa que gran parte del dinero de los donantes acabará en los bolsillos de fabricantes de cemento e intermediarios israelíes.
Pero el problema es aún más grave. El sistema satisfará el deseo de Israel de saber a dónde va a parar cada saco de cemento o varilla de acero, para impedir que Hamás rehaga sus cohetes caseros y y su red de túneles.
Los túneles, y el elemento de sorpresa que ofrecen, fueron la razón de que Israel perdiera tantos soldados. Sin ellos Israel tendrá más mano libre la próxima vez que quiera «cortar la hierba», como denominan sus comandantes a la repetida destrucción de Gaza.
La semana pasada el ministro de Defensa israelí Moshe Yaalon advirtió que la reconstrucción de Gaza estaría supedita al buen comportamiento de Hamás. Israel quería asegurarse de que «los fondos y equipamientos no se utilizan para el terrorismo, por consiguiente, estamos siguiendo muy de cerca todos los acontecimientos».
La Autoridad Palestina y a ONU tendrán que someter a una base de datos supervisada por Israel los detalles de cada casa que necesite ser reconstruida. Todo parece indicar que drones israelíes vigilarán cada paso que se dé sobre el terreno.
Israel podrá vetar a cualquier persona que considere un militante, lo que significa cada persona que tenga relación con Hamás o la Yihad Islámica. Es de suponer que Israel espera que esto disuada a la mayoría de los palestinos de unirse a los movimientos de Palestina.
Además de ello, resulta difícil no suponer que el sistema de supervisión suministrará a Israel unos GPS coordinados con cada vivienda de Gaza y los detalles de cada familia, lo que consolidará su control cuando decida atacar en el futuro. E Israel puede hacer chantajear con todo el sistema y apagar el interruptor en cualquier momento.
Por desgracia la ONU, desesperada por ver mejorar la situación de las familias gazatíes, ha aceptado unirse a esta nueva versión del bloqueo a pesar de que viola del derecho internacional y los derechos de los palestinos.
Parece que Washington y sus aliados están encantados de ver a Hamás y la Yihad Islámica privados del material que necesitan para resistir la próxima arremetida de Israel.
El New York Times resumió la preocupación: «¿Qué sentido tiene recaudar y gastar muchos millones de dólares […] para reconstruir Gaza solo para que pueda ser destruida en le próxima guerra?».
Para algunos donantes exasperados de invertir dinero en un pozo sin fondo, hacer que Gaza pase a ser una cárcel de supermáxima seguridad parece ser un rendimiento mejor de su inversión.
* «La «Doctrina Dahiya», llamada así tras lo ocurrido en el suburbio de Beirut de ese nombre que fue casi totalmente arrasado durante el ataque israelí contra el Líbano del verano de 2006. Tal doctrina se resumió en una frase utilizada por Dan Halutz, el jefe del estado mayor de Israel en aquel momento. Dijo que los bombardeos del Líbano «atrasarían los relojes veinte años»», http://www.rebelion.org/noticia.php?id=79544 (N. de la t.).
Jonathan Cook es un periodista independiente residente en Nazaret y ganador el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed Books). Su página web es www.jonathan-cook.net. Una versión de este artículo se publicó originalmente en The National, Abu Dhabi.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2014/10/29/how-israel-is-turning-gaza-into-a-super-max-prison/