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¿No somos lo suficientemente brutales?

Fuentes: La Estrella Digital

Cuando la deseable placidez de las vacaciones veraniegas se ve turbada a diario por las crónicas de guerra, y la opinión pública, cansada de absorber tanto horror, exige con insistencia que se silencien ya las armas que en Oriente Próximo están sembrando la muerte y la destrucción -lo que hoy parece ya, por fin, algo […]

Cuando la deseable placidez de las vacaciones veraniegas se ve turbada a diario por las crónicas de guerra, y la opinión pública, cansada de absorber tanto horror, exige con insistencia que se silencien ya las armas que en Oriente Próximo están sembrando la muerte y la destrucción -lo que hoy parece ya, por fin, algo alcanzable-, conviene saber que hay quien piensa que todo eso no basta. Quien teme que los ejércitos de los países occidentales, con EEUU en primer lugar, sean demasiado civilizados, demasiado compasivos; que no maten lo necesario; que no sean suficientemente brutales, dicho de modo breve.

Esto no es una broma veraniega para entretener al lector y distraerle de los incendios gallegos, las medusas levantinas o los pintorescos episodios de nuestro desbocado enfrentamiento político interno. Basta repasar lo que estos días escriben los creadores de opinión en EEUU. La semana pasada, en un reputado diario de ese país se leía: «¿Qué pasaría si las democracias liberales hubieran evolucionado hasta un punto en el que ya no pudieran hacer la guerra con eficacia, porque hubieran llegado a un nivel de preocupación humanitaria por los demás que les debilitara para alcanzar fríamente sus propios intereses nacionales?».

El mismo articulista se preguntaba si, en la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido y EEUU (olvidaba la participación de los demás aliados, en especial la de la URSS, como suele ser habitual en EEUU) hubieran logrado la victoria «si no hubieran sido capaces de bombardear Dresde y arrasar Hiroshima y Nagasaki», causando con ello incontables víctimas inocentes. A modo de conclusión, planteaba esta hipótesis: «¿Podría ocurrir que la grandeza moral de nuestra civilización -sobre todo, el valor que concede al individuo- estuviera poniendo en peligro a la propia civilización?».

Ya ve el lector por dónde va la cosa. A pesar de los niños bombardeados en Caná, los ciudadanos destripados en otros pueblos arrasados por las armas de Israel, los cientos de miles de libaneses y palestinos forzados a abandonar sus hogares y ametrallados desde el aire si lo hacen por carreteras que el invasor considera «prohibidas», hay todavía quien sospecha que los métodos de las democracias liberales -entre las que ocupa Israel lugar destacado, según se dice- son todavía demasiado blandos y, por eso, pueden poner en peligro nuestra ejemplar y evolucionada civilización, dechado de valores y virtudes.

Para los que así opinan, la destrucción de Hiroshima y Nagasaki -que sería un estigma de oprobio para cualquier civilización que de verdad respetara a los seres humanos- no solo fue necesaria sino que quizá, incluso, pecó de insuficiente y tardía. El mismo comentarista, al aludir a la invasión de Iraq por EEUU, escribía: «¿Y si el error táctico que cometimos en Iraq fue que no matamos desde un principio suficientes suníes como para intimidarles? ¿No será que porque sobrevivieron suníes de 15 a 35 años de edad estamos soportando ahora la insurgencia y la violencia sectaria?».

Por si lo anterior no apuntara claramente en una dirección repugnante, otro comentarista estadounidense escribía: «Una razón por la que apoyé la invasión (de Iraq) y la destrucción del régimen de Sadam, es porque pensé que serviría de ejemplo. Así hubiera ocurrido si hubiéramos arrasado el país y nos hubiésemos ido. Habríamos sido considerados como una nación que sabe cómo castigar a sus enemigos… una nación a temer y respetar».

En Israel se piensa exactamente lo mismo en relación con Hezbolá. Hay un matiz de diferencia, no obstante. Israel está ya arrasando el Líbano y lo abandonará, tarde o temprano, según la fórmula del citado comentarista. En cambio, EEUU ha permitido que Iraq sea arrasado por un estado de guerra civil provocada directamente por la invasión y sus monumentales errores estratégicos. Así pues, EEUU no ha sabido hacerse temer ni respetar debidamente en Oriente Medio, cosa que el pensamiento judío le reprocha sin miramientos, aliado con la más extrema derecha local.

Tanto en Israel como en EEUU, los que propugnan la política de hacerse temer y respetar mediante la fuerza militar -lo que hoy es en ambos países un componente esencial de su política exterior- olvidan que, a la larga, esa política solo servirá para engendrar más odio y ansias de venganza en quienes sufren sus brutales efectos. Es un callejón sin salida, una política sin perspectiva ni esperanza de futuro.

Hora va siendo ya de que Europa -si es que existe como tal- sepa mostrar los valores que la estarían construyendo, justo en dirección contraria a los que son tan estimados por los gobiernos de EEUU e Israel. Los valores que nacieron de un pasado cuajado de guerras y enfrentamientos, donde las naciones europeas se desangraron en el campo de batalla, en un infructuoso esfuerzo por hacerse «temer y respetar» por los demás. Al final, debilitadas y exhaustas, hubieron de buscar nuevos caminos. Es de lamentar que no haya hoy, al frente de los Estados europeos, dirigentes dotados de fuerza de voluntad, prestigio y capacidad política como los que dieron los primeros pasos irreversibles hacia una Europa unida. Que fueran capaces, además, de hacer frente a EEUU e Israel y denunciar las brutales tendencias que con tanto entusiasmo apoyan sus gobiernos.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)